Es difícil querer en la distancia. Querer verle, sentirle, besarle, abrazarle... y tener que conformarte con una videollamada para, así, sentirlo un poquito más cerca. Ahora lo entiendo. Ahora entiendo a todas esas personas que se enfrentan a esta realidad, que no quieren poner como límite esos kilómetros que los separan. Que dan igual las horas o los días que tardas para verle otra vez. Que cuando sientes, la distancia se mide en ganas, nunca mejor dicho.
Y esperas. Esperas a que vuelva a llegar el día para volver a lanzarte en sus brazos y perderte por completo en él. Esos abrazos que ahora valoras más que nunca desde que son tan escasos, pero necesarios. Y esperas porque sabes que merece la pena.
Esperas porque la sensación que te produce, incluso a miles de kilómetros, es brutal. Sientes cómo esas famosas mariposas las tienes durante todo el día. Que te pones nerviosa por esa llamada. Por ese mensaje preguntándote qué tal te ha ido el día.
El móvil arde porque no te das cuenta de las horas que llevas hablando, riendo, disfrutando de la historia tan bonita que tenéis. Pero la gente no lo entiende. Se limitan a decir que una relación a distancia es una putada. Pues sí, lo es. ¿A quién no le gustaría poder ver a esa persona cuando más lo necesitas?
¿Pero sabéis qué? Merece la pena. Las tardes de cine son a través de videollamadas, poniendo la peli a la vez y compartiendo de forma irónica las palomitas. Los paseos son increíbles porque viajas en cuestión de segundos a dos lugares diferentes. Aprendes a valorar, a cuidar y a experimentar más que nunca todo lo que puedes llegar a sentir por una persona a kilómetros de distancia.
Te das cuenta de lo necesarios que son los pequeños instantes. Esas risas inesperadas, esos momentos en los que estáis y te quedas embobada mirándolo, mirándoos. Y es ahí cuando te das cuenta que no hay nada que pueda con lo que sientes. Porque si quieres, esos “solo puedo verte un rato” se vuelven una puta necesidad que te sirve para recordarte que sí, que el amor existe y que la distancia no tiene el valor de romper algo tan real.
Y esperas. Esperas a que vuelva a llegar el día para volver a lanzarte en sus brazos y perderte por completo en él. Esos abrazos que ahora valoras más que nunca desde que son tan escasos, pero necesarios. Y esperas porque sabes que merece la pena.
Esperas porque la sensación que te produce, incluso a miles de kilómetros, es brutal. Sientes cómo esas famosas mariposas las tienes durante todo el día. Que te pones nerviosa por esa llamada. Por ese mensaje preguntándote qué tal te ha ido el día.
El móvil arde porque no te das cuenta de las horas que llevas hablando, riendo, disfrutando de la historia tan bonita que tenéis. Pero la gente no lo entiende. Se limitan a decir que una relación a distancia es una putada. Pues sí, lo es. ¿A quién no le gustaría poder ver a esa persona cuando más lo necesitas?
¿Pero sabéis qué? Merece la pena. Las tardes de cine son a través de videollamadas, poniendo la peli a la vez y compartiendo de forma irónica las palomitas. Los paseos son increíbles porque viajas en cuestión de segundos a dos lugares diferentes. Aprendes a valorar, a cuidar y a experimentar más que nunca todo lo que puedes llegar a sentir por una persona a kilómetros de distancia.
Te das cuenta de lo necesarios que son los pequeños instantes. Esas risas inesperadas, esos momentos en los que estáis y te quedas embobada mirándolo, mirándoos. Y es ahí cuando te das cuenta que no hay nada que pueda con lo que sientes. Porque si quieres, esos “solo puedo verte un rato” se vuelven una puta necesidad que te sirve para recordarte que sí, que el amor existe y que la distancia no tiene el valor de romper algo tan real.
MERCEDES OBIES