“Todos nuestros doctores más sabios y entendidos están de acuerdo al afirmar que las cosas visibles son imágenes verídicas de las cosas invisibles…”. Nicolás de Cusa (1449: Apologia doctae ignorantiae).
Una escultura, una pintura, un dibujo, una fotografía, la imagen televisiva o la imagen de un videojuego son ejemplos de diversos tipos de imágenes. ¿Qué es lo que tienen en común? Son una forma de comunicación, de transmitir información, de expresar sentimientos o ideas, de representar la realidad o, mejor dicho, de representar nuestra forma subjetiva de vivir la realidad.
Las imágenes que nos acompañan cada día, y ahora más que nunca en el confinamiento de nuestros hogares, hacen visible lo invisible, nos muestran lo que no podemos ver por nosotros mismos. Nos acercan las vistas de ciudades vacías y de hospitales llenos. Y desde los televisores nos permiten compartir ficciones de otras guerras y otros amores.
Las imágenes pueden tener una función más utilitaria haciendo visible aquellas informaciones que expresadas con palabras no resultan suficientemente claras. Un mapa nos muestra de un vistazo lo que difícilmente podríamos contar verbalmente, un gráfico nos permite apreciar la evolución de un proceso, una partitura musical registra los sonidos que la componen, …
Las imágenes también nos permiten escudriñar otras esquinas de la realidad, incluso aquellas más lejanas e inaccesibles a nuestra percepción natural. Podemos ver la imagen microscópica del virus o las de estrellas y agujeros negros.
Todo lo que miramos es fuente de nuestros recuerdos posteriores, pero también de nuestros sueños y fantasías. Las imágenes vistas se transforman en los intrincados laberintos de nuestro cerebro en extraños personajes que habitan ciudades y paisajes que escapan a las leyes de la física y de la biología: fantasmas y unicornios, edificios espléndidos o terroríficos.
La alquimia de la imaginación construye con los ladrillos de la realidad natural el camino a lo “sobrenatural”, lo que está más allá de nuestra ascética realidad circundante. Los sueños, soñados mientras dormimos o ensoñados en la vigilia, nos permiten mirar lo invisible, vislumbrar lo que sólo existe en el interior de nuestras conciencias.
Hay otro tipo de imágenes que también solamente son visibles para el que las ve: las alucinaciones producidas por cualquier alteración del funcionamiento del cerebro, desde los leves déjà vu o las auras de algunas migrañas a los desdoblamientos de personalidad esquizofrénicos o los viajes del chamán bajo el efecto de sustancias psicoactivas. Pero en estos casos el sujeto no las considera como fruto de su conciencia subjetiva sino como realmente percibidas.
Se abre una brecha sobre la certeza que creíamos tener sobre la nítida frontera entre las imágenes que percibimos (objetivas) y las que imaginamos (mentales, subjetivas). Y parece que esa brecha es de ida y vuelta y, frecuentemente, proyectamos sobre la realidad, las fantasías imaginadas a las que damos carta de naturaleza y como dice Benina, un personaje de Pérez Galdós en Misericordia: “También te digo que suceden a veces cosas muy fenómenas, y que andan por el aire los que llaman espíritus o, verbigracia, las ánimas, mirando lo que hacemos y oyéndonos lo que hablamos. Y otra: lo que una sueña, ¿qué es? Pues cosas verdaderas de otro mundo, que se viene a este…”.
De aquí no hay más que un paso a utilizar las imágenes para hacer visibles las fuerzas o seres sobrenaturales que escapan a nuestra percepción natural. Y lo que es más interesante, al plasmar materialmente a los dioses en piedra o madera no solo les damos una forma visual, sino que de alguna manera lo que únicamente podía tener una existencia subjetiva en nuestras mentes, adquiere una cierta objetividad. Hacemos visible para los demás, lo que hasta entonces era invisible.
Las imágenes representan retazos de nuestra experiencia visual, hacen visibles nuestras ideas acerca de la realidad y los símbolos de aquellas vivencias sagradas que no pueden experimentarse visualmente. Las imágenes reflejan la realidad y la construyen, entendiendo por realidad ese conjunto de objetos, acciones, concepciones, creencias y sentimientos propios de cada cultura humana.
El contenido de las imágenes siempre se refiere a esa realidad pasada por el tamiz de la conciencia subjetiva que la transforma y la enriquece. Las imágenes son una forma de representar nuestra forma subjetiva de vivir la realidad.
En cuanto a la forma en que las recibimos, las imágenes pueden gustarnos más o menos, pueden asociarse a objetos reales, pueden recordar algo. Representan cosas, hechos históricos, personajes célebres, dioses y también sentimientos e ideas abstractas. Es importante su contenido y, no menos importante, su capacidad expresiva, sus valores estéticos.
Pueden ser una fuente de placer y de diversión, tanto por el contenido representado como por los valores estéticos de la forma de representación. A todos nos atrae lo bello en la naturaleza y es agradable que los artistas lo reflejen en sus obras. Probablemente lo primero que nos atrae y en lo primero que nos fijamos de una persona del sexo opuesto es su apariencia física, su “imagen”. También le damos mucha importancia a la imagen personal en las relaciones sociales.
Las expresiones artísticas y el interés por el aspecto estético de los objetos parecen haber existido siempre y en todas las sociedades humanas. Así que esta amplia presencia de lo “bello” debe estar relacionada con una importante funcionalidad social, e incluso biológica. Ver paisajes bellos, ver cosas bellas, poseer cosas bellas, producir cosas bellas, produce una importante satisfacción que es, fundamentalmente, de carácter emocional.
Pero lo más importante es que las emociones generadas por las imágenes inciden en creencias y comportamientos, ya que como dice Manuel Castells, la forma en que sentimos estructura la forma en que pensamos y como consecuencia la forma en que actuamos. Y las imágenes pueden ser (y generalmente lo son) muy eficaces en la creación de opiniones y valores sociales y por lo tanto tienen una gran capacidad para mover a la acción.
Una escultura, una pintura, un dibujo, una fotografía, la imagen televisiva o la imagen de un videojuego son ejemplos de diversos tipos de imágenes. ¿Qué es lo que tienen en común? Son una forma de comunicación, de transmitir información, de expresar sentimientos o ideas, de representar la realidad o, mejor dicho, de representar nuestra forma subjetiva de vivir la realidad.
Las imágenes que nos acompañan cada día, y ahora más que nunca en el confinamiento de nuestros hogares, hacen visible lo invisible, nos muestran lo que no podemos ver por nosotros mismos. Nos acercan las vistas de ciudades vacías y de hospitales llenos. Y desde los televisores nos permiten compartir ficciones de otras guerras y otros amores.
Las imágenes pueden tener una función más utilitaria haciendo visible aquellas informaciones que expresadas con palabras no resultan suficientemente claras. Un mapa nos muestra de un vistazo lo que difícilmente podríamos contar verbalmente, un gráfico nos permite apreciar la evolución de un proceso, una partitura musical registra los sonidos que la componen, …
Las imágenes también nos permiten escudriñar otras esquinas de la realidad, incluso aquellas más lejanas e inaccesibles a nuestra percepción natural. Podemos ver la imagen microscópica del virus o las de estrellas y agujeros negros.
Todo lo que miramos es fuente de nuestros recuerdos posteriores, pero también de nuestros sueños y fantasías. Las imágenes vistas se transforman en los intrincados laberintos de nuestro cerebro en extraños personajes que habitan ciudades y paisajes que escapan a las leyes de la física y de la biología: fantasmas y unicornios, edificios espléndidos o terroríficos.
La alquimia de la imaginación construye con los ladrillos de la realidad natural el camino a lo “sobrenatural”, lo que está más allá de nuestra ascética realidad circundante. Los sueños, soñados mientras dormimos o ensoñados en la vigilia, nos permiten mirar lo invisible, vislumbrar lo que sólo existe en el interior de nuestras conciencias.
Hay otro tipo de imágenes que también solamente son visibles para el que las ve: las alucinaciones producidas por cualquier alteración del funcionamiento del cerebro, desde los leves déjà vu o las auras de algunas migrañas a los desdoblamientos de personalidad esquizofrénicos o los viajes del chamán bajo el efecto de sustancias psicoactivas. Pero en estos casos el sujeto no las considera como fruto de su conciencia subjetiva sino como realmente percibidas.
Se abre una brecha sobre la certeza que creíamos tener sobre la nítida frontera entre las imágenes que percibimos (objetivas) y las que imaginamos (mentales, subjetivas). Y parece que esa brecha es de ida y vuelta y, frecuentemente, proyectamos sobre la realidad, las fantasías imaginadas a las que damos carta de naturaleza y como dice Benina, un personaje de Pérez Galdós en Misericordia: “También te digo que suceden a veces cosas muy fenómenas, y que andan por el aire los que llaman espíritus o, verbigracia, las ánimas, mirando lo que hacemos y oyéndonos lo que hablamos. Y otra: lo que una sueña, ¿qué es? Pues cosas verdaderas de otro mundo, que se viene a este…”.
De aquí no hay más que un paso a utilizar las imágenes para hacer visibles las fuerzas o seres sobrenaturales que escapan a nuestra percepción natural. Y lo que es más interesante, al plasmar materialmente a los dioses en piedra o madera no solo les damos una forma visual, sino que de alguna manera lo que únicamente podía tener una existencia subjetiva en nuestras mentes, adquiere una cierta objetividad. Hacemos visible para los demás, lo que hasta entonces era invisible.
Las imágenes representan retazos de nuestra experiencia visual, hacen visibles nuestras ideas acerca de la realidad y los símbolos de aquellas vivencias sagradas que no pueden experimentarse visualmente. Las imágenes reflejan la realidad y la construyen, entendiendo por realidad ese conjunto de objetos, acciones, concepciones, creencias y sentimientos propios de cada cultura humana.
El contenido de las imágenes siempre se refiere a esa realidad pasada por el tamiz de la conciencia subjetiva que la transforma y la enriquece. Las imágenes son una forma de representar nuestra forma subjetiva de vivir la realidad.
En cuanto a la forma en que las recibimos, las imágenes pueden gustarnos más o menos, pueden asociarse a objetos reales, pueden recordar algo. Representan cosas, hechos históricos, personajes célebres, dioses y también sentimientos e ideas abstractas. Es importante su contenido y, no menos importante, su capacidad expresiva, sus valores estéticos.
Pueden ser una fuente de placer y de diversión, tanto por el contenido representado como por los valores estéticos de la forma de representación. A todos nos atrae lo bello en la naturaleza y es agradable que los artistas lo reflejen en sus obras. Probablemente lo primero que nos atrae y en lo primero que nos fijamos de una persona del sexo opuesto es su apariencia física, su “imagen”. También le damos mucha importancia a la imagen personal en las relaciones sociales.
Las expresiones artísticas y el interés por el aspecto estético de los objetos parecen haber existido siempre y en todas las sociedades humanas. Así que esta amplia presencia de lo “bello” debe estar relacionada con una importante funcionalidad social, e incluso biológica. Ver paisajes bellos, ver cosas bellas, poseer cosas bellas, producir cosas bellas, produce una importante satisfacción que es, fundamentalmente, de carácter emocional.
Pero lo más importante es que las emociones generadas por las imágenes inciden en creencias y comportamientos, ya que como dice Manuel Castells, la forma en que sentimos estructura la forma en que pensamos y como consecuencia la forma en que actuamos. Y las imágenes pueden ser (y generalmente lo son) muy eficaces en la creación de opiniones y valores sociales y por lo tanto tienen una gran capacidad para mover a la acción.
JES JIMÉNEZ