Calles vacías, naranjos que lloran su soledad, una chica que anda por la calle con un nudo en el estómago y con ganas de llorar. Extraña su inocencia, su libertad sin culpa, su mente sin miedos, su vida adolescente inmortal. Suena esa canción que la lleva a aquel concierto, a aquel sentimiento de enamoramiento loco, aquel beso que duró una canción. Recuerda aquel tiempo en que el amor no tenía barreras, la caída era libre y sin red. No echa de menos a aquel chico de ojos verdes enormes que no supo amarla, o no pudo. No.
Quiere volver a ser ese yo libre, esa chica que suspiraba y escuchaba música en la noche abrazada a una almohada, mientras su mente se poblaba de mágicas historias. Siempre le ha costado vivir la realidad: ella prefiere soñar e imaginar sin límites; ella quiere ser la protagonista de los libros que piensa en escribir con sus pasos.
Olor a azahar perdido en la noche oscura, aroma de flores blancas que se desmayan sin remedio. Gente que no pasa, que no está, que no existe. Alguien a lo lejos con un carro lleno, pero no, no es uno de esos egoístas que han decido arrasar los supermercados. Es “solo” uno de esos indigentes que pasean con un carro recogiendo lo que otros tiraron como inservible.
La chica siempre piensa: “¿Cómo llegó esta persona a esa situación?”. Seguro que fue un niño risueño, un niño con ganas de vivir y con un futuro. No son invisibles, solo personas que se perdieron en el camino. Nos podía pasar a cualquiera. Muchas veces solo depende del lugar en que la cigüeña te deje, o de una pérdida dolorosa, o de un momento juvenil de búsqueda de identidad en el que se cruza la persona equivocada. Somos tan frágiles…
Me hago mayor, soy plenamente consciente de mi inmortalidad, todo me puede pasar… Soy muy sensible y quizá la soledad que me ha acompañado en esta noche perfecta para el paseo no ha respetado la puerta de mi casa y se ha colado mientras abría. No es la soledad brillante a la que muchas veces busco: ésta es fría, tan fría que rasga el cordón umbilical que me conecta con la realidad. Menos mal que te tengo a ti, que siempre me comprendes.
Bueno mañana será otro día. Lo bueno y lo malo pasan.
Quiere volver a ser ese yo libre, esa chica que suspiraba y escuchaba música en la noche abrazada a una almohada, mientras su mente se poblaba de mágicas historias. Siempre le ha costado vivir la realidad: ella prefiere soñar e imaginar sin límites; ella quiere ser la protagonista de los libros que piensa en escribir con sus pasos.
Olor a azahar perdido en la noche oscura, aroma de flores blancas que se desmayan sin remedio. Gente que no pasa, que no está, que no existe. Alguien a lo lejos con un carro lleno, pero no, no es uno de esos egoístas que han decido arrasar los supermercados. Es “solo” uno de esos indigentes que pasean con un carro recogiendo lo que otros tiraron como inservible.
La chica siempre piensa: “¿Cómo llegó esta persona a esa situación?”. Seguro que fue un niño risueño, un niño con ganas de vivir y con un futuro. No son invisibles, solo personas que se perdieron en el camino. Nos podía pasar a cualquiera. Muchas veces solo depende del lugar en que la cigüeña te deje, o de una pérdida dolorosa, o de un momento juvenil de búsqueda de identidad en el que se cruza la persona equivocada. Somos tan frágiles…
Me hago mayor, soy plenamente consciente de mi inmortalidad, todo me puede pasar… Soy muy sensible y quizá la soledad que me ha acompañado en esta noche perfecta para el paseo no ha respetado la puerta de mi casa y se ha colado mientras abría. No es la soledad brillante a la que muchas veces busco: ésta es fría, tan fría que rasga el cordón umbilical que me conecta con la realidad. Menos mal que te tengo a ti, que siempre me comprendes.
Bueno mañana será otro día. Lo bueno y lo malo pasan.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ