Los años veinte del siglo pasado fueron alegres pero, al final, terminaron con una gran crisis mundial que preparó el camino hacia la Segunda Guerra Mundial. Los excesos no son buenos: ni tirar el dinero por la ventana, ni malvivir por no gastar.
Si me quedo con lo bueno, fueron años en los que las mujeres cobraron visibilidad, adquirieron derechos y se deshicieron del corsé y de todo aquello que les apretara el cuerpo. Ellas pudieron pensar que todo estaba hecho, que la libertad estaba ya conseguida, pero vendrían años posteriores en los que el largo de la falda volvería a aumentar y, con él, llegarían los retrocesos y las rejas en el hogar. Sobre todo en nuestro país.
Aunque sé que la década empezará con el 2021, deseo desde hoy que estos años veinte del siglo XXI traigan menos hambre, más calma en los corazones, más fraternidad, más justicia social, una educación igualitaria que haga felices a hombres y mujeres. Se necesita una mirada común que haga que nuestra casa esté bien. Y nuestra casa no es más que este bonito planeta azul en el que vivimos con miles de especies, que dan diversidad y colorido a la vida.
Una raza: la humana, tratando de convivir, de respetar, de admirar y de querer todo aquello que nos rodea. Crezco y sigo siendo aquella niña pequeña que quería felicidad y amor para todo el mundo. Mi sensibilidad me impide cerrar los ojos al sufrimiento humano, a la desigualdad, a la injusticia, al egoísmo de unos pocos.
Podría ser tan fácil... Cada uno con una casa, con un trabajo digno, con comida para el día día y ropa que cubra el cuerpo para abrigarlo. Observar la naturaleza, sentir los cambios de estaciones en la piel, verlo todo como un regalo: una mariposa, un río que se pierde, la luz que se filtra por el cristal descubriendo un mundo microscópico, la vuelta de las golondrinas, cielos cambiantes, nacimientos, despedidas, días que se atraviesan con la lentitud con la que cae una hoja...
Mirar con los ojos de un niño o una niña: eso es lo que yo pido para estos veinte...
Si me quedo con lo bueno, fueron años en los que las mujeres cobraron visibilidad, adquirieron derechos y se deshicieron del corsé y de todo aquello que les apretara el cuerpo. Ellas pudieron pensar que todo estaba hecho, que la libertad estaba ya conseguida, pero vendrían años posteriores en los que el largo de la falda volvería a aumentar y, con él, llegarían los retrocesos y las rejas en el hogar. Sobre todo en nuestro país.
Aunque sé que la década empezará con el 2021, deseo desde hoy que estos años veinte del siglo XXI traigan menos hambre, más calma en los corazones, más fraternidad, más justicia social, una educación igualitaria que haga felices a hombres y mujeres. Se necesita una mirada común que haga que nuestra casa esté bien. Y nuestra casa no es más que este bonito planeta azul en el que vivimos con miles de especies, que dan diversidad y colorido a la vida.
Una raza: la humana, tratando de convivir, de respetar, de admirar y de querer todo aquello que nos rodea. Crezco y sigo siendo aquella niña pequeña que quería felicidad y amor para todo el mundo. Mi sensibilidad me impide cerrar los ojos al sufrimiento humano, a la desigualdad, a la injusticia, al egoísmo de unos pocos.
Podría ser tan fácil... Cada uno con una casa, con un trabajo digno, con comida para el día día y ropa que cubra el cuerpo para abrigarlo. Observar la naturaleza, sentir los cambios de estaciones en la piel, verlo todo como un regalo: una mariposa, un río que se pierde, la luz que se filtra por el cristal descubriendo un mundo microscópico, la vuelta de las golondrinas, cielos cambiantes, nacimientos, despedidas, días que se atraviesan con la lentitud con la que cae una hoja...
Mirar con los ojos de un niño o una niña: eso es lo que yo pido para estos veinte...
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ