Sería genial que desde pequeños nos educaran para que viéramos a todas las personas normales, sin miradas lastimeras, ni condescendencia. Sin risas de superioridad, sin hacer daño... Cuatro ojos, mariquita, marimacho, cojo, lisiado, cegato, dumbo, bizco, jorobado, pava, tonto, retrasado... Todos estos insultos no nacen con nosotros, no vienen en nuestro ADN. De hecho, los niños pequeños no ven diferencias: todos son sus amigos. El problema es cuando los adultos los van aleccionando para que se rían del otro porque es diferente.
¿Existe la normalidad? ¿No es normal ser diferente? Si existe un Dios que nos hizo a su imagen y semejanza, ¿no somos todos dignos de amor y respeto? Los olmos no echan peras, ni lo necesitan: dan sombra, oxígeno y belleza al paisaje. Cada uno de nosotros nace con un don especial. El problema viene cuando nos aplastan las palabras ajenas y no nos dejan ser lo que estamos llamados a ser. Y, lo que es peor, nos impiden encontrar el regalo que nos viene dado.
Para ser feliz no hay que tener las dos piernas, los dos ojos, los dos brazos, ni un cuerpo perfecto. La clave la encontré escuchando a uno de los protagonistas de la película Campeones, Jesús, que tiene problemas de visión: "Me han querido mucho". El amor a nuestra imperfección, a esa imperfección que todos traemos de serie, es lo que nos hace abrirnos y florecer, es nuestra agua de mayo.
Si desde pequeños todos somos queridos y aceptados, somos parte de una normalidad que nos es sinónimo de ser todos clones iguales, el resultado es una sociedad menos dividida, más feliz y menos crispada.
Cerca de mi casa hay un pequeño campo de fútbol donde, el otro dí,a dos padres se peleaban ante la mirada atónita de sus pequeños hijos. Se decían de todo, se insultaban, amenazaban y querían hacer valer la superioridad del otro. Eran dos bestias a las que les daban igual sus hijos.
Lo primero, porque los dejaron desatendidos mientras daban rienda suelta a su ira y, lo segundo, porque les estaban enseñando a aquellas pequeñas criaturas que los sábados no eran días para divertirse jugando al fútbol sino para seguir compitiendo y ser el mejor, aunque hubiese que pisotear a alguien. ¡Qué pena!
Hay gente que es buena jugando al fútbol, otros lo son pintando, resolviendo problemas de matemáticas o cantando. Y todos son necesarios y todos caben en este paraguas gigante que es el mundo. El que se crea superior que se vaya solo al desierto, que reflexione allí, bajo el sol y el frío y que nos deje al resto ser felices siendo imperfectos.
¿Existe la normalidad? ¿No es normal ser diferente? Si existe un Dios que nos hizo a su imagen y semejanza, ¿no somos todos dignos de amor y respeto? Los olmos no echan peras, ni lo necesitan: dan sombra, oxígeno y belleza al paisaje. Cada uno de nosotros nace con un don especial. El problema viene cuando nos aplastan las palabras ajenas y no nos dejan ser lo que estamos llamados a ser. Y, lo que es peor, nos impiden encontrar el regalo que nos viene dado.
Para ser feliz no hay que tener las dos piernas, los dos ojos, los dos brazos, ni un cuerpo perfecto. La clave la encontré escuchando a uno de los protagonistas de la película Campeones, Jesús, que tiene problemas de visión: "Me han querido mucho". El amor a nuestra imperfección, a esa imperfección que todos traemos de serie, es lo que nos hace abrirnos y florecer, es nuestra agua de mayo.
Si desde pequeños todos somos queridos y aceptados, somos parte de una normalidad que nos es sinónimo de ser todos clones iguales, el resultado es una sociedad menos dividida, más feliz y menos crispada.
Cerca de mi casa hay un pequeño campo de fútbol donde, el otro dí,a dos padres se peleaban ante la mirada atónita de sus pequeños hijos. Se decían de todo, se insultaban, amenazaban y querían hacer valer la superioridad del otro. Eran dos bestias a las que les daban igual sus hijos.
Lo primero, porque los dejaron desatendidos mientras daban rienda suelta a su ira y, lo segundo, porque les estaban enseñando a aquellas pequeñas criaturas que los sábados no eran días para divertirse jugando al fútbol sino para seguir compitiendo y ser el mejor, aunque hubiese que pisotear a alguien. ¡Qué pena!
Hay gente que es buena jugando al fútbol, otros lo son pintando, resolviendo problemas de matemáticas o cantando. Y todos son necesarios y todos caben en este paraguas gigante que es el mundo. El que se crea superior que se vaya solo al desierto, que reflexione allí, bajo el sol y el frío y que nos deje al resto ser felices siendo imperfectos.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ