El tema de hoy es controvertido y, a veces, poco conocido, porque preferimos ignorarlo aunque la realidad sea más tozuda que nuestro olvido. Daré un salto desde la llamada “generación sándwich” a la de los “abuelos sándwich”. Usaré la palabra “emparedado” que se define como “porción pequeña de jamón u otra vianda, entre dos rebanadas de pan de molde” (sic).
Posiblemente con estas etiquetas de clasificación hayamos oído mucho o puede que nada sobre este tema, pero todos nosotros, tanto los que ya somos viejos como los que vienen detrás, debiéramos estar al tanto de gran parte de los recovecos que enmarañan el asunto.
El tema de la vejez lo he abordado desde distintos ángulos. Viejos en general; abuelos y sus correspondientes cargas; viejos y soledad. Animé a los lectores a pensar que la vejez puede ser activa, intenté hacer una radiografía de la misma y me pregunté qué podemos hacer con los viejos. Incluso me hice eco de lo que sugería una organización sobre adoptar a un abuelo.
Después de haber invitado al abuelo de mis relatos a leer sobre todo lo relacionado con la vejez, quería sugerirle que la última etapa de las personas es una fase vital a la que tenemos que exprimir y sacarle todo el jugo posible. En aquellas líneas invitaba a otra actividad con un "¿Leemos, abuelo?" salido de la boca del nieto.
Pero de un sector progre y progresista surgieron voces gritando con rencor y clamando ¡a ver cuándo se mueren los putos viejos! Ante dicho rebuzne solo cabría preguntarse si tales voceros no tenían padres o abuelos. Intuyo que la razón era rabia contenida por cuestión de votos. Qué fácil es perder el horizonte y la dignidad.
Hecha esta introducción, que creo es de justicia, entro en materia. Una aclaración simple pero necesaria. La palabra "viejo" la hemos ido arrinconando porque nos parece que es malsonante. No quiero ni pensar cómo nos sonará "ochentón", "senil", "vejestorio", "carcamal", "carroza", "matusalén", "antiguo", "viejo chocho"... Más aceptable puede sonar "anciano", "persona mayor", "patriarca" (¿!?), "nonagenario", "entrado en años"... Y, sobre todo, "abuelo".
Aclarémonos un poco. "Vieja" es la persona que, llegada a una edad determinada, entra en el grupo de los mortales oficialmente jubilados del trabajo habitual, si es que lo tenían. Usar el término "mayor" para referirnos a dichos viejos me parece una patraña lingüística, dado que cualquier humano, conforme cumple años de vida, se va haciendo mayor. El término "mayor" lo utilizamos por aquello del lenguaje políticamente correcto. Mayores serán tanto los abuelos como el padre de la nueva criatura que entra a engrosar un clan familiar.
Por último, la palabra "abuelo", siendo de la misma categoría de las antedichas, no se puede aplicar a todo el mundo porque no toda persona llega a serlo y, sin embargo, la hemos popularizado algo más que las anteriores, quizás porque está cargada de cariño hacia unos retoños que suavemente entran en nuestras vidas: los nietos.
El planteamiento que voy a hacer por una cara rebosa sonrisas y por la otra derrama en más de un momento cansancio, cierta angustia y el dolor propio de unos desgastados cuerpos por el paso de los años.
Hagamos algo de historia. La llamada “generación sándwich” surge en 1981 de la mano de un psicólogo americano y abarca a los nacidos entre 1950 y 1970, los cuales ahora tendrán una edad plena, madura, entre 50 y 70 años. Dicha generación da unos pasos adelante de cara a un futuro mejor y más placentero que el de sus padres. Al menos lo intentan. Las circunstancias sociales y económicas en esos momentos les permitieron parte del llamado Estado del Bienestar.
Luego vendrá la crisis económica a jugarnos una mala pasada. La "generación emparedado" agrupa a personas (hombres o mujeres) obligadas a atender a padres y/o familiares adultos con achaques que van desde poca importancia a una dependencia total o casi total, además de nietos. Los que en la actualidad tienen más de 50 años son los próximos en entrar en dicha clasificación.
Recordemos que el siglo XX empieza revuelto, aguanta dos guerras mundiales y, en nuestro caso una guerra civil que me atrevo a llamar "particular" y que no hemos sido capaces de superar. Prueba de ello es el esparcimiento existente de odio, rencor y desprecio que se extiende cual mancha de aceite.
Dicha expresión da pie a Dorothy Miller, trabajadora social, a trasvasar la clasificación al mundo de los viejos-abuelos que también los llamará "sándwich" y, de paso, reivindica la importante y no fácil labor que estos están llevando a cabo en el ámbito de la familia.
Por necesidades varias, dicho "abuelario" se han convertido en pieza clave a nivel social y económico dentro del clan familiar –y sobre todo afectivo, añado yo–. Según otras fuentes podemos estar hablando de "abuelos esclavos". Los abuelos esclavos son figuras sociales que están en activo como tales desde hace bastante tiempo.
En definitiva, podemos estar hablando de abuelos tiranizados que, con el caramelo de disfrutar de los nietos, son prisioneros de la obligación de ocuparse más ampliamente de ellos. En la actualidad, tanto participa el abuelo como la abuela de dicha faena. El problema se agrava cuando el “abuelario” (él o ella) tiene que atender y/o cuidar el uno del otro o también tiene a su cargo a un familiar dependiente. El tema es complicado.
Los abuelos, en las circunstancias actuales, han pasado de ser un estorbo a convertirse en empleados, explotados, manipulados o exprimidos en algunos casos. No dudo que también son queridos. Simplemente, es indispensable su ayuda física y económica. Son necesarios sus servicios. La inactividad propia de la edad se transforma en un ajetreo entre idas y venidas, que a veces los supera.
Y esos abuelos incapaces de negarle nada a sus hijos vuelven a ser criadores de infantes con un problema añadido: “ya no son lo que eran”, ni física ni psíquicamente, y apencan cuidando nietos hiperactivos y traviesos que rebasan todas sus posibilidades. Digamos que son verdaderas niñeras, solo que acorralados por los achaques propios de la edad, que van creciendo de día en día.
El papel de los abuelos ha cambiado en la sociedad actual de manera estrepitosa, hasta el punto de pasar de abuelos pasivos a activos e imprescindibles en el cuidado de nietos. Remarco “cuidado” y no “educación” adrede. Son aprovechados como sustitutos de la guardería o de la niñera, como consecuencia de unas circunstancias socioeconómicas agobiantes. Pero también como manifestación “del egoísmo de una sociedad que les exige demasiado”. En muchos casos se les está “explotando descaradamente”.
Los "abuelos emparedado" a veces no dan para más y sufren o soportan –como queramos llamarlo– los efectos negativos del cuidador o cuidadora, amén del cansancio personal que, poco a poco, va dejando serias secuelas.
Hipoteca de la propia vida, abandono de las relaciones, frustración por no poder viajar, ante todo porque son necesarios; con problemas de sueño, nervios desbordados y una soledad de fondo profunda. La vida se les escurre entre los dedos de la mano cada vez más rugosos y, por ende, menos sensibles.
Memoria con goteras –incluso con saltos de agua–, huesos protestantes, apetito débil y, como la vida sigue, se echan el saco de los problemas a la espalda y a caminar. Para ello hay que ser emocionalmente fuertes, no tirar la manta porque hay un compromiso con la otra persona (él o ella).
Ocuparse de los demás también tiene su recompensa, sobre todo de los nietos cuando, mimosos, te halagan con un cariñoso "¡abu!". Igualmente de los hijos, a los que están ofreciendo el esfuerzo de la última etapa de su vida y, sobre todo, del compañero o compañera que estén cuidando.
Remato el tema con una pregunta sin respuesta en muchos de los casos. ¿Quién atiende al cuidador o cuidadora? El síndrome del cuidador queda abierto para otro momento.
Posiblemente con estas etiquetas de clasificación hayamos oído mucho o puede que nada sobre este tema, pero todos nosotros, tanto los que ya somos viejos como los que vienen detrás, debiéramos estar al tanto de gran parte de los recovecos que enmarañan el asunto.
El tema de la vejez lo he abordado desde distintos ángulos. Viejos en general; abuelos y sus correspondientes cargas; viejos y soledad. Animé a los lectores a pensar que la vejez puede ser activa, intenté hacer una radiografía de la misma y me pregunté qué podemos hacer con los viejos. Incluso me hice eco de lo que sugería una organización sobre adoptar a un abuelo.
Después de haber invitado al abuelo de mis relatos a leer sobre todo lo relacionado con la vejez, quería sugerirle que la última etapa de las personas es una fase vital a la que tenemos que exprimir y sacarle todo el jugo posible. En aquellas líneas invitaba a otra actividad con un "¿Leemos, abuelo?" salido de la boca del nieto.
Pero de un sector progre y progresista surgieron voces gritando con rencor y clamando ¡a ver cuándo se mueren los putos viejos! Ante dicho rebuzne solo cabría preguntarse si tales voceros no tenían padres o abuelos. Intuyo que la razón era rabia contenida por cuestión de votos. Qué fácil es perder el horizonte y la dignidad.
Hecha esta introducción, que creo es de justicia, entro en materia. Una aclaración simple pero necesaria. La palabra "viejo" la hemos ido arrinconando porque nos parece que es malsonante. No quiero ni pensar cómo nos sonará "ochentón", "senil", "vejestorio", "carcamal", "carroza", "matusalén", "antiguo", "viejo chocho"... Más aceptable puede sonar "anciano", "persona mayor", "patriarca" (¿!?), "nonagenario", "entrado en años"... Y, sobre todo, "abuelo".
Aclarémonos un poco. "Vieja" es la persona que, llegada a una edad determinada, entra en el grupo de los mortales oficialmente jubilados del trabajo habitual, si es que lo tenían. Usar el término "mayor" para referirnos a dichos viejos me parece una patraña lingüística, dado que cualquier humano, conforme cumple años de vida, se va haciendo mayor. El término "mayor" lo utilizamos por aquello del lenguaje políticamente correcto. Mayores serán tanto los abuelos como el padre de la nueva criatura que entra a engrosar un clan familiar.
Por último, la palabra "abuelo", siendo de la misma categoría de las antedichas, no se puede aplicar a todo el mundo porque no toda persona llega a serlo y, sin embargo, la hemos popularizado algo más que las anteriores, quizás porque está cargada de cariño hacia unos retoños que suavemente entran en nuestras vidas: los nietos.
El planteamiento que voy a hacer por una cara rebosa sonrisas y por la otra derrama en más de un momento cansancio, cierta angustia y el dolor propio de unos desgastados cuerpos por el paso de los años.
Hagamos algo de historia. La llamada “generación sándwich” surge en 1981 de la mano de un psicólogo americano y abarca a los nacidos entre 1950 y 1970, los cuales ahora tendrán una edad plena, madura, entre 50 y 70 años. Dicha generación da unos pasos adelante de cara a un futuro mejor y más placentero que el de sus padres. Al menos lo intentan. Las circunstancias sociales y económicas en esos momentos les permitieron parte del llamado Estado del Bienestar.
Luego vendrá la crisis económica a jugarnos una mala pasada. La "generación emparedado" agrupa a personas (hombres o mujeres) obligadas a atender a padres y/o familiares adultos con achaques que van desde poca importancia a una dependencia total o casi total, además de nietos. Los que en la actualidad tienen más de 50 años son los próximos en entrar en dicha clasificación.
Recordemos que el siglo XX empieza revuelto, aguanta dos guerras mundiales y, en nuestro caso una guerra civil que me atrevo a llamar "particular" y que no hemos sido capaces de superar. Prueba de ello es el esparcimiento existente de odio, rencor y desprecio que se extiende cual mancha de aceite.
Dicha expresión da pie a Dorothy Miller, trabajadora social, a trasvasar la clasificación al mundo de los viejos-abuelos que también los llamará "sándwich" y, de paso, reivindica la importante y no fácil labor que estos están llevando a cabo en el ámbito de la familia.
Por necesidades varias, dicho "abuelario" se han convertido en pieza clave a nivel social y económico dentro del clan familiar –y sobre todo afectivo, añado yo–. Según otras fuentes podemos estar hablando de "abuelos esclavos". Los abuelos esclavos son figuras sociales que están en activo como tales desde hace bastante tiempo.
En definitiva, podemos estar hablando de abuelos tiranizados que, con el caramelo de disfrutar de los nietos, son prisioneros de la obligación de ocuparse más ampliamente de ellos. En la actualidad, tanto participa el abuelo como la abuela de dicha faena. El problema se agrava cuando el “abuelario” (él o ella) tiene que atender y/o cuidar el uno del otro o también tiene a su cargo a un familiar dependiente. El tema es complicado.
Los abuelos, en las circunstancias actuales, han pasado de ser un estorbo a convertirse en empleados, explotados, manipulados o exprimidos en algunos casos. No dudo que también son queridos. Simplemente, es indispensable su ayuda física y económica. Son necesarios sus servicios. La inactividad propia de la edad se transforma en un ajetreo entre idas y venidas, que a veces los supera.
Y esos abuelos incapaces de negarle nada a sus hijos vuelven a ser criadores de infantes con un problema añadido: “ya no son lo que eran”, ni física ni psíquicamente, y apencan cuidando nietos hiperactivos y traviesos que rebasan todas sus posibilidades. Digamos que son verdaderas niñeras, solo que acorralados por los achaques propios de la edad, que van creciendo de día en día.
El papel de los abuelos ha cambiado en la sociedad actual de manera estrepitosa, hasta el punto de pasar de abuelos pasivos a activos e imprescindibles en el cuidado de nietos. Remarco “cuidado” y no “educación” adrede. Son aprovechados como sustitutos de la guardería o de la niñera, como consecuencia de unas circunstancias socioeconómicas agobiantes. Pero también como manifestación “del egoísmo de una sociedad que les exige demasiado”. En muchos casos se les está “explotando descaradamente”.
Los "abuelos emparedado" a veces no dan para más y sufren o soportan –como queramos llamarlo– los efectos negativos del cuidador o cuidadora, amén del cansancio personal que, poco a poco, va dejando serias secuelas.
Hipoteca de la propia vida, abandono de las relaciones, frustración por no poder viajar, ante todo porque son necesarios; con problemas de sueño, nervios desbordados y una soledad de fondo profunda. La vida se les escurre entre los dedos de la mano cada vez más rugosos y, por ende, menos sensibles.
Memoria con goteras –incluso con saltos de agua–, huesos protestantes, apetito débil y, como la vida sigue, se echan el saco de los problemas a la espalda y a caminar. Para ello hay que ser emocionalmente fuertes, no tirar la manta porque hay un compromiso con la otra persona (él o ella).
Ocuparse de los demás también tiene su recompensa, sobre todo de los nietos cuando, mimosos, te halagan con un cariñoso "¡abu!". Igualmente de los hijos, a los que están ofreciendo el esfuerzo de la última etapa de su vida y, sobre todo, del compañero o compañera que estén cuidando.
Remato el tema con una pregunta sin respuesta en muchos de los casos. ¿Quién atiende al cuidador o cuidadora? El síndrome del cuidador queda abierto para otro momento.
PEPE CANTILLO