La vida a ratos es el diario de un personaje curiosamente llamado Juan José Millás, que se muestra libre, neurótico y divertido, irónico e hipocondríaco. Como cada uno cuando nadie nos ve. El autor de esta novela, obviamente, también se llama Juan José Millás (Valencia, 1946) que, entre otros honores y premios, ha conseguido el Nadal de 1990, el Planeta del 2007 y el Nacional de Literatura en su modalidad de Narrativa en el año 2008. También es autor, entre otros títulos, de La soledad era esto, Cuerpo y prótesis, El mundo o Lo que sé de los hombrecillos.
—'La vida a ratos' es un diario que trata de lo que le ocurría pero también de lo que se le ocurría.
—Los diarios, en general, hablan de lo que le ocurre a uno. Y yo, en este caso, he mezclado las dos cosas. Lo que me ocurría y lo que se me ocurría, para borrar nuevas fronteras. De manera que el lector no sabe si lo que está leyendo se me ha ocurrido o me ha ocurrido.
—El personaje de su novela también se llama Juan José Millás. ¿Pura coincidencia con la realidad?
—No. No es una coincidencia en el sentido de casualidad, sino que está absolutamente pensado.
—Las obsesiones que persiguen al Millás novelado protagonizan algunos de los pasajes más absurdos de su diario. ¿Sabe dónde la realidad se evade de la ficción o tampoco le importa?
—Efectivamente, yo nunca he tenido claras las fronteras entre la realidad y la ficción. Entre otras cosas, porque creo que la realidad es un producto de la ficción.
—Usted no lo busca, pero el texto, en ocasiones, nos lleva al humor. ¿Le importa que el lector sonría mientras lee su libro?
—No. No me importa. A veces digo que me molesta porque hablo de cosas muy serias. Pero en el fondo es una pose.
—Escribir una novela insecto siempre fue su gran ambición. ¿Lo ha conseguido?
—Bueno, he escrito muchos cuentos. El cuento se parece mucho a los insectos. Y he escrito novelas que casi tenían el tamaño de un insecto. De manera que no está cumplida del todo, pero casi.
—En este diario de casi cuatro años, el protagonista, tal vez también el autor, se enfrenta a la vejez, al paso inevitable del tiempo. ¿La escritura ayuda a exorcizar a los fantasmas?
—Sí. La escritura tiene efectos curativos.
—Escribió este diario en paralelo a la redacción de otros libros. Dice que fue una escritura “gozosa”.
—Sí. Porque la escribí con la guardia baja. Es decir, cuando tú estás escribiendo una novela, hay momentos en los que te atascas, pasas temporadas improductivas, pero en el diario siempre tienes algo que contar. De manera que este diario me compensaba de los atascos de las novelas que tenía en las manos.
—Al principio, tuvo la fantasía de escribir un diario de la vejez, pero abandonó el proyecto porque, según asegura, la vejez es como ver crecer la hierba.
—Efectivamente. Si tú te pones a ver cómo crece la hierba, la hierba no crece. Pero vas a la cocina, te tomas un café, vuelves y ha crecido. Es decir, crece a traición. A veces llega a traición también.
—Mientras vivimos y el tiempo pasa, hay un mundo que no acaba de irse y uno nuevo que no acaba de nacer. ¿Ha logrado, por fin, articular esos dos mundos o se siente un extranjero en ambos?
—Bueno, yo en lo personal, sí. Pero estamos viviendo una época que se caracteriza precisamente por que el mundo viejo no acaba de morir y el nuevo, que es el relacionado con el que ilusiona nuestras nuevas tecnologías, no acaba de nacer. Y eso es algo que hace que vivamos una época de gran incertidumbre, sobre todo para los jóvenes.
—En su libro aborda temas existenciales, como el suicidio. La actualidad nos devuelve el tema de la eutanasia. ¿Deberíamos tener derecho a administrar nuestras vidas hasta el final?
—Por supuesto. No tengo absolutamente ninguna duda de esto. Y además, legalizar la eutanasia no la hace obligatoria, que es lo que da la impresión que produce a los que están en contra de ella. Es como cuando estaban en contra del divorcio. Oiga, el divorcio no es obligatorio. Si usted no se quiere divorciar, no se divorciará. Pero uno que quiera acabar con su vida, tiene derecho a hacerlo. Incluso, aunque no esté mal.
—Ha optado en esta novela por la fórmula del diario. ¿Qué encuentra en ella que siempre le gustó?
—La verdad es que siempre ambicioné escribir una novela con este formato, que no había hecho nunca. Yo creo que es un formato que es muy relajado, que administra muy bien los tiempos y que coloca muy bien al lector en el punto de vista adecuado para enfrentarse a la novela.
—Millás autor de este libro y Millás protagonista del mismo libro. ¿La intención del escritor es desdoblarse o en ocasiones uno se reconoce en el espejo?
—Bueno, más que desdoblarse es representarse. Yo digo que qué relación hay entre un plano de la ciudad de Sevilla y Sevilla. Evidentemente, el plano de Sevilla no es Sevilla pero la representa. El Juan José Millás de esta novela no es el Juan José Millás real, pero lo representa.
—'La vida a ratos' es un diario que trata de lo que le ocurría pero también de lo que se le ocurría.
—Los diarios, en general, hablan de lo que le ocurre a uno. Y yo, en este caso, he mezclado las dos cosas. Lo que me ocurría y lo que se me ocurría, para borrar nuevas fronteras. De manera que el lector no sabe si lo que está leyendo se me ha ocurrido o me ha ocurrido.
—El personaje de su novela también se llama Juan José Millás. ¿Pura coincidencia con la realidad?
—No. No es una coincidencia en el sentido de casualidad, sino que está absolutamente pensado.
—Las obsesiones que persiguen al Millás novelado protagonizan algunos de los pasajes más absurdos de su diario. ¿Sabe dónde la realidad se evade de la ficción o tampoco le importa?
—Efectivamente, yo nunca he tenido claras las fronteras entre la realidad y la ficción. Entre otras cosas, porque creo que la realidad es un producto de la ficción.
—Usted no lo busca, pero el texto, en ocasiones, nos lleva al humor. ¿Le importa que el lector sonría mientras lee su libro?
—No. No me importa. A veces digo que me molesta porque hablo de cosas muy serias. Pero en el fondo es una pose.
—Escribir una novela insecto siempre fue su gran ambición. ¿Lo ha conseguido?
—Bueno, he escrito muchos cuentos. El cuento se parece mucho a los insectos. Y he escrito novelas que casi tenían el tamaño de un insecto. De manera que no está cumplida del todo, pero casi.
—En este diario de casi cuatro años, el protagonista, tal vez también el autor, se enfrenta a la vejez, al paso inevitable del tiempo. ¿La escritura ayuda a exorcizar a los fantasmas?
—Sí. La escritura tiene efectos curativos.
—Escribió este diario en paralelo a la redacción de otros libros. Dice que fue una escritura “gozosa”.
—Sí. Porque la escribí con la guardia baja. Es decir, cuando tú estás escribiendo una novela, hay momentos en los que te atascas, pasas temporadas improductivas, pero en el diario siempre tienes algo que contar. De manera que este diario me compensaba de los atascos de las novelas que tenía en las manos.
—Al principio, tuvo la fantasía de escribir un diario de la vejez, pero abandonó el proyecto porque, según asegura, la vejez es como ver crecer la hierba.
—Efectivamente. Si tú te pones a ver cómo crece la hierba, la hierba no crece. Pero vas a la cocina, te tomas un café, vuelves y ha crecido. Es decir, crece a traición. A veces llega a traición también.
—Mientras vivimos y el tiempo pasa, hay un mundo que no acaba de irse y uno nuevo que no acaba de nacer. ¿Ha logrado, por fin, articular esos dos mundos o se siente un extranjero en ambos?
—Bueno, yo en lo personal, sí. Pero estamos viviendo una época que se caracteriza precisamente por que el mundo viejo no acaba de morir y el nuevo, que es el relacionado con el que ilusiona nuestras nuevas tecnologías, no acaba de nacer. Y eso es algo que hace que vivamos una época de gran incertidumbre, sobre todo para los jóvenes.
—En su libro aborda temas existenciales, como el suicidio. La actualidad nos devuelve el tema de la eutanasia. ¿Deberíamos tener derecho a administrar nuestras vidas hasta el final?
—Por supuesto. No tengo absolutamente ninguna duda de esto. Y además, legalizar la eutanasia no la hace obligatoria, que es lo que da la impresión que produce a los que están en contra de ella. Es como cuando estaban en contra del divorcio. Oiga, el divorcio no es obligatorio. Si usted no se quiere divorciar, no se divorciará. Pero uno que quiera acabar con su vida, tiene derecho a hacerlo. Incluso, aunque no esté mal.
—Ha optado en esta novela por la fórmula del diario. ¿Qué encuentra en ella que siempre le gustó?
—La verdad es que siempre ambicioné escribir una novela con este formato, que no había hecho nunca. Yo creo que es un formato que es muy relajado, que administra muy bien los tiempos y que coloca muy bien al lector en el punto de vista adecuado para enfrentarse a la novela.
—Millás autor de este libro y Millás protagonista del mismo libro. ¿La intención del escritor es desdoblarse o en ocasiones uno se reconoce en el espejo?
—Bueno, más que desdoblarse es representarse. Yo digo que qué relación hay entre un plano de la ciudad de Sevilla y Sevilla. Evidentemente, el plano de Sevilla no es Sevilla pero la representa. El Juan José Millás de esta novela no es el Juan José Millás real, pero lo representa.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO