En un reciente encuentro con unos amigos en la cafetería de la Facultad, y en medio de la charla que manteníamos sobre la situación en la que se encuentra nuestro país, uno de ellos, refiriéndose al estado crítico de un sector de la economía, dejó caer la expresión ‘la espada de Damocles’ que pendía sobre ese sector. Al momento de oírla, la mente se me detiene en ella, dado que hacía poco había estado escribiendo sobre un pintor inglés, Richard Westall, que fue conocido, de modo muy especial, por el lienzo que llevaba por título precisamente La espada de Damocles.
Una vez que acaba quien tenía en ese momento la palabra, le hago notar ha utilizado una expresión que, como bien sabemos, su origen se remonta a la mitología grecolatina.
“¿Os habéis parado alguna vez a pensar la cantidad de expresiones que procedentes de las mitologías de la Grecia y la Roma clásicas utilizamos de modo habitual, y, aunque sabemos sus significados en nuestra lengua, desconocemos sus orígenes concretos o no hemos entrado a averiguarlos?”, les indico con la intención de que nos detengamos un momento en esta cuestión y seamos capaces de memorizar algunas de ellas.
Estuvimos de acuerdo en que el significado de ‘la espada de Damocles’ está bastante extendido en la población, y que se emplea cuando se alude al grave riesgo que pende sobre una persona o un grupo y que puede caer sobre sus cabezas en cualquier momento.
Puesto que, tal como he manifestado, tenía muy reciente el comentario sobre el lienzo de Westall, les indico que la expresión ‘la espada de Damocles’ la conocemos por el uso que hicieron de ella los escritores romanos Cicerón y Horacio, que la tomaron prestada del griego Timeo de Tauromenio.
En el relato de Cicerón y Horacio se nos habla de Damocles, un ciudadano de Siracusa que envidiaba al soberano de la ciudad siciliana. El rey, conocedor de este hecho, le propuso ocupar su lugar un día para que conociera los agobios y los riesgos que se asumen cuando se ejerce el poder. Cuando Damocles, tras aceptar la propuesta, se sentó en el trono observó que una espada, sostenida por la crin de un caballo, pendía de punta sobre su cabeza. De este modo, este envidioso ciudadano comprobó que al placer de gobernar lo rodea una atmósfera cargada de amenazas y presiones.
Tras comentarles brevemente su origen, le indico a un compañero que mire un momento su móvil, ya que lo tiene sobre la mesa, para que podamos ver el cuadro de Richard Westall.
Al rato aparece la imagen de La espada de Damocles. La observamos y realizamos algunos comentarios sobre la misma. Por otro lado, los datos referidos a su autor nos indican que fue realizado por el pintor británico Richard Westall, nacido en Reepham en el año 1765, habiendo fallecido a la edad de setenta y años en Londres. Como aspecto a retener, conviene apuntar que Westall se destacó por sus pinturas de corte historicista y las de temas literarios, aunque la fama le llegaría por este cuadro y los retratos que le hizo a Lord Byron.
Por otro lado, en la obra, que se encuadra abiertamente dentro una estética neoclásica, parece que asistimos a una escena teatral, ya que muestra a los personajes como si fueran esculturas congeladas por una instantánea.
Además, el lienzo presenta una particularidad: en la escena se han sustituido a los valerosos jóvenes, descritos por Cicerón y que rodean a Damocles, por vírgenes, quizás por el deseo del pintor de resaltar el lujo y la ostentación con los que convivía el monarca de Siracusa.
La conversación que mantenemos en la cafetería ahora ya se centra de lleno en esta temática. Muy pronto, como era de esperar, uno de los contertulios apunta a ‘el talón de Aquiles’, dicho popular que solemos utilizar para aludir al punto débil de una persona o de una cosa, significado con cierta proximidad con el primero que hemos comentado, ya que ambos anuncian ciertos riesgos que no se tienen en cuenta por quienes pueden sufrirlos.
Brevemente, quisiera apuntar esta expresión proviene de la mitología griega, ya que al nacer Aquiles, hijo del rey Peleo y de Tetis, la diosa del mar, su madre lo intenta hacer inmortal sumergiéndolo en las aguas del río Estigia. Pero su madre no tuvo en cuenta que lo sostenía con la mano por el talón derecho, por lo que acabó siendo vulnerable precisamente en esta zona que quedó sin ser bañada por las aguas.
Continuamos pensando en las posibles expresiones de orígenes grecolatinos. De pronto, y relacionándolas con el nombre de una antigua alumna, le pregunto a una de las compañeras de la tertulia: “¿Te acuerdas de aquella alumna rubia de pelo largo que tuvimos un par de cursos atrás y que se llamaba Ariadna? ¿Sí…? Te lo digo porque, aparte del nombre que nos remitía a la antigua Grecia, yo la relacionaba con la expresión ‘el hilo de Ariadna’ que lo utilizamos cuando nos referimos a una serie de explicaciones y razonamientos que conducen hacia la solución de un problema que parece no tener una salida clara”.
Sería esta compañera la que se lanzara a explicarnos el origen etimológico de la frase: “La expresión nace de Ariadna, personaje mitológico griego e hija del rey Minos de Creta, lugar en el que se encuentra el Minotauro dentro de un laberinto. Cuando llega Teseo para librar a la ciudad del monstruo, al que tenían que entregar anualmente siete hombres jóvenes y siete doncellas como tributo, Ariadna, enamorada del héroe, le facilita una espada y un hilo para encontrar la salida del laberinto, una vez que le hubiera dado muerte al Minotauro”.
El tiempo se nos está acabando, puesto que se acerca la hora en la que tenemos que retomar las clases. El suficiente para que alguien apuntara una cuarta expresión que, por ahora, parecía una forma geométrica perfecta, pues nos recordaba a los cuatro vértices de un cuadrado imaginario que encerraba dentro de sí un conjunto de problemas que amenazantes condicionaban el rumbo de muchas vidas. Se trataba de ‘la caja de Pandora’ que en medio de la charla terminó por salir a colación.
“La caja de Pandora”, comentó uno de los contertulios, “la solemos utilizar cuando de pronto salen a la luz todos los problemas y conflictos que han quedado ocultos durante tiempo”.
“Su origen etimológico hay que buscarlo en uno de los mitos griegos, aquel que tiene su origen en la valentía desplegada por el titán Prometeo, el mismo que provoca la furia de Zeus, el mayor de los dioses del Olimpo, cuando arrebata el fuego de los dioses para entregárselos a los hombres”.
“Ante semejante osadía”, continuó con su explicación, “Zeus convoca a los dioses del Olimpo, de modo que cada uno de ellos le entrega una desgracia para ser guardado en la caja que se le entrega a Pandora. Esta, una vez casada con Prometeo, y debido a su ingenuidad, destapa la caja para ver qué contiene, de modo que se esparcen todos los males entre los hombres”.
Miramos el reloj, de gran tamaño, que hay en la pared enfrente al lugar en el que nos encontramos y nos damos cuenta de que faltan solo unos minutos para las doce del mediodía, hora en la que tenemos que reanudar las clases. En esos momentos me viene a la mente la expresión ‘el nudo gordiano’, pero ya no teníamos más tiempo. Nos levantamos, pues, y caminamos hacia la puerta con la sensación de haber penetrado en un mundo bastante ajeno al que ahora tenemos que abordar con los alumnos.
Una vez que acaba quien tenía en ese momento la palabra, le hago notar ha utilizado una expresión que, como bien sabemos, su origen se remonta a la mitología grecolatina.
“¿Os habéis parado alguna vez a pensar la cantidad de expresiones que procedentes de las mitologías de la Grecia y la Roma clásicas utilizamos de modo habitual, y, aunque sabemos sus significados en nuestra lengua, desconocemos sus orígenes concretos o no hemos entrado a averiguarlos?”, les indico con la intención de que nos detengamos un momento en esta cuestión y seamos capaces de memorizar algunas de ellas.
Estuvimos de acuerdo en que el significado de ‘la espada de Damocles’ está bastante extendido en la población, y que se emplea cuando se alude al grave riesgo que pende sobre una persona o un grupo y que puede caer sobre sus cabezas en cualquier momento.
Puesto que, tal como he manifestado, tenía muy reciente el comentario sobre el lienzo de Westall, les indico que la expresión ‘la espada de Damocles’ la conocemos por el uso que hicieron de ella los escritores romanos Cicerón y Horacio, que la tomaron prestada del griego Timeo de Tauromenio.
En el relato de Cicerón y Horacio se nos habla de Damocles, un ciudadano de Siracusa que envidiaba al soberano de la ciudad siciliana. El rey, conocedor de este hecho, le propuso ocupar su lugar un día para que conociera los agobios y los riesgos que se asumen cuando se ejerce el poder. Cuando Damocles, tras aceptar la propuesta, se sentó en el trono observó que una espada, sostenida por la crin de un caballo, pendía de punta sobre su cabeza. De este modo, este envidioso ciudadano comprobó que al placer de gobernar lo rodea una atmósfera cargada de amenazas y presiones.
Tras comentarles brevemente su origen, le indico a un compañero que mire un momento su móvil, ya que lo tiene sobre la mesa, para que podamos ver el cuadro de Richard Westall.
Al rato aparece la imagen de La espada de Damocles. La observamos y realizamos algunos comentarios sobre la misma. Por otro lado, los datos referidos a su autor nos indican que fue realizado por el pintor británico Richard Westall, nacido en Reepham en el año 1765, habiendo fallecido a la edad de setenta y años en Londres. Como aspecto a retener, conviene apuntar que Westall se destacó por sus pinturas de corte historicista y las de temas literarios, aunque la fama le llegaría por este cuadro y los retratos que le hizo a Lord Byron.
Por otro lado, en la obra, que se encuadra abiertamente dentro una estética neoclásica, parece que asistimos a una escena teatral, ya que muestra a los personajes como si fueran esculturas congeladas por una instantánea.
Además, el lienzo presenta una particularidad: en la escena se han sustituido a los valerosos jóvenes, descritos por Cicerón y que rodean a Damocles, por vírgenes, quizás por el deseo del pintor de resaltar el lujo y la ostentación con los que convivía el monarca de Siracusa.
La conversación que mantenemos en la cafetería ahora ya se centra de lleno en esta temática. Muy pronto, como era de esperar, uno de los contertulios apunta a ‘el talón de Aquiles’, dicho popular que solemos utilizar para aludir al punto débil de una persona o de una cosa, significado con cierta proximidad con el primero que hemos comentado, ya que ambos anuncian ciertos riesgos que no se tienen en cuenta por quienes pueden sufrirlos.
Brevemente, quisiera apuntar esta expresión proviene de la mitología griega, ya que al nacer Aquiles, hijo del rey Peleo y de Tetis, la diosa del mar, su madre lo intenta hacer inmortal sumergiéndolo en las aguas del río Estigia. Pero su madre no tuvo en cuenta que lo sostenía con la mano por el talón derecho, por lo que acabó siendo vulnerable precisamente en esta zona que quedó sin ser bañada por las aguas.
Continuamos pensando en las posibles expresiones de orígenes grecolatinos. De pronto, y relacionándolas con el nombre de una antigua alumna, le pregunto a una de las compañeras de la tertulia: “¿Te acuerdas de aquella alumna rubia de pelo largo que tuvimos un par de cursos atrás y que se llamaba Ariadna? ¿Sí…? Te lo digo porque, aparte del nombre que nos remitía a la antigua Grecia, yo la relacionaba con la expresión ‘el hilo de Ariadna’ que lo utilizamos cuando nos referimos a una serie de explicaciones y razonamientos que conducen hacia la solución de un problema que parece no tener una salida clara”.
Sería esta compañera la que se lanzara a explicarnos el origen etimológico de la frase: “La expresión nace de Ariadna, personaje mitológico griego e hija del rey Minos de Creta, lugar en el que se encuentra el Minotauro dentro de un laberinto. Cuando llega Teseo para librar a la ciudad del monstruo, al que tenían que entregar anualmente siete hombres jóvenes y siete doncellas como tributo, Ariadna, enamorada del héroe, le facilita una espada y un hilo para encontrar la salida del laberinto, una vez que le hubiera dado muerte al Minotauro”.
El tiempo se nos está acabando, puesto que se acerca la hora en la que tenemos que retomar las clases. El suficiente para que alguien apuntara una cuarta expresión que, por ahora, parecía una forma geométrica perfecta, pues nos recordaba a los cuatro vértices de un cuadrado imaginario que encerraba dentro de sí un conjunto de problemas que amenazantes condicionaban el rumbo de muchas vidas. Se trataba de ‘la caja de Pandora’ que en medio de la charla terminó por salir a colación.
“La caja de Pandora”, comentó uno de los contertulios, “la solemos utilizar cuando de pronto salen a la luz todos los problemas y conflictos que han quedado ocultos durante tiempo”.
“Su origen etimológico hay que buscarlo en uno de los mitos griegos, aquel que tiene su origen en la valentía desplegada por el titán Prometeo, el mismo que provoca la furia de Zeus, el mayor de los dioses del Olimpo, cuando arrebata el fuego de los dioses para entregárselos a los hombres”.
“Ante semejante osadía”, continuó con su explicación, “Zeus convoca a los dioses del Olimpo, de modo que cada uno de ellos le entrega una desgracia para ser guardado en la caja que se le entrega a Pandora. Esta, una vez casada con Prometeo, y debido a su ingenuidad, destapa la caja para ver qué contiene, de modo que se esparcen todos los males entre los hombres”.
Miramos el reloj, de gran tamaño, que hay en la pared enfrente al lugar en el que nos encontramos y nos damos cuenta de que faltan solo unos minutos para las doce del mediodía, hora en la que tenemos que reanudar las clases. En esos momentos me viene a la mente la expresión ‘el nudo gordiano’, pero ya no teníamos más tiempo. Nos levantamos, pues, y caminamos hacia la puerta con la sensación de haber penetrado en un mundo bastante ajeno al que ahora tenemos que abordar con los alumnos.
AURELIANO SÁINZ