Estimados lectores, tengo conciencia plena de lo mediocre que resulta empezar una columna apelando a vosotros. Lo sé. Pero hoy es uno de esos días en los que no sé de qué escribir o cómo escribirlo. O lo que es peor, tengo muy claro lo que quiero decir y cómo decirlo, pero pondría a este medio de comunicación en un apuro. Siento auténtica frustración por la repetición electoral. Y hartura, mucha hartura. Pero antes de seguir, os voy a hacer una petición: por favor, en las próximas elecciones, no os abstengáis.
Como sabéis, siempre he advertido contra el “Kennedy español”, siempre encantado de conocerse, así como de los peligros de los extremos, sean por la izquierda o la derecha. Hemos hablado de la mediocridad del Partido Popular y de la crisis adolescente de los naranjitos. Y en días como hoy, duele comprobar que llevábamos razón: no están a la altura.
Asumo que, igual que yo, no sentís especial lástima por los individuos que tendrán que volver a gastarse el dinero de todos en papeletas, correo electoral, eventos, etcétera. Tampoco por la banca y el gran empresariado, que sabemos que siempre acaba sacando beneficio.
Si os soy sincero, no me molesta levantarme un domingo e ir a votar. Otra vez. Voto y me voy a desayunar con mi pareja a una cafetería estupenda que tenemos debajo de casa. Y tan a gusto.
Mi frustración proviene del desasosiego. Las amenazas que nos acechan son muchas e inminentes: el Procés, la desaceleración económica, el Brexit, y un largo etcétera porque, en los últimos años, nos hemos acostumbrado a vivir en el precipicio. Y esas amenazas, que parecen lejanas y extrañas, son las que acaban acusando nuestros bolsillos, cuando no nuestras vidas.
No solo no hay un gobierno estable, sino que el Kennedy español no tuvo ni la decencia de cumplir su deber constitucional de presentar unos presupuestos, se aprueben o no, en los últimos meses de 2018. No tenemos a qué agarrarnos si estalla la tormenta, salvo el gastado recurso de los decretos-leyes y papá Europa –lejos nos queda ya eso de papá Estado–.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Voy a ser franco: me importa un pepino. Me dan igual las teorías judeo-masónicas, las diatribas podemitas, el Falcon y el ingeniero que lo diseñó, las veletas y los diccionarios de latín. Es que me da exactamente lo mismo. Porque, al final, el auténtico efecto de toda esta constelación de irresponsabilidades, planeadas o no, es alejar a la ciudadanía de los asuntos públicos.
Una población hastiada y con miedo al futuro es susceptible de abandonarse a los brazos del primer encamisado populista que se presente. O, peor, de abandonar la res publica con la convicción, difícil de objetar, de que su opinión no importa.
No exagero si afirmo que esta repetición electoral, por lo que implica, es uno de los grandes golpes que ha recibido nuestra democracia desde el Golpe de Estado del 23-F y la cacicada del Procés. Hay mucho ruido, mucha infoxicación y mucho hastío. Jamás ha habido tanto pesimismo en la política española contemporánea.
Jamás ha habido tanto miedo y tanto desaliento. Porque ya hemos perdido la esperanza de que alguien nos salve. No será un desastre inmediato, ni tampoco ofrecerá un cuadro dramático. Será un proceso de putrefacción, peor que la que vivimos con la crisis que no terminamos de cerrar. Un proceso que viviremos como cotidiano. La única esperanza es que se disipen las nubes y podamos sobrevivir hasta que el que sea decida que hemos votado correctamente.
Por todas estas razones, os invito a votar cuando corresponda. A votar por el que queráis. Me da igual si a socialistas, peperos o antitaurinos. Pero votad, aunque sea a un partido minoritario.
Porque si nos abstenemos, ellos ganan. Y no podemos permitirnos bajar los brazos cuando nuestra democracia está en peligro. Es aquí y ahora cuando nos toca demostrar lo que somos. No al día siguiente, para manifestarse como descerebrados contra lo que han votado los pocos que han tenido el valor de hacerlo. Tampoco en redes sociales, donde lloramos con amargura lo que no hay valor de defender en la calle y en las urnas.
Y si no somos capaces de dar esta lección de democracia… ¿Qué puedo decir? Quizá es que no la merezcamos. Que nos invada Alemania, que al menos tiene buena cerveza, y que le den a todo. O Andorra. El que sea. Porque habremos perdido el derecho a ser libres.
Haereticus dixit.
Como sabéis, siempre he advertido contra el “Kennedy español”, siempre encantado de conocerse, así como de los peligros de los extremos, sean por la izquierda o la derecha. Hemos hablado de la mediocridad del Partido Popular y de la crisis adolescente de los naranjitos. Y en días como hoy, duele comprobar que llevábamos razón: no están a la altura.
Asumo que, igual que yo, no sentís especial lástima por los individuos que tendrán que volver a gastarse el dinero de todos en papeletas, correo electoral, eventos, etcétera. Tampoco por la banca y el gran empresariado, que sabemos que siempre acaba sacando beneficio.
Si os soy sincero, no me molesta levantarme un domingo e ir a votar. Otra vez. Voto y me voy a desayunar con mi pareja a una cafetería estupenda que tenemos debajo de casa. Y tan a gusto.
Mi frustración proviene del desasosiego. Las amenazas que nos acechan son muchas e inminentes: el Procés, la desaceleración económica, el Brexit, y un largo etcétera porque, en los últimos años, nos hemos acostumbrado a vivir en el precipicio. Y esas amenazas, que parecen lejanas y extrañas, son las que acaban acusando nuestros bolsillos, cuando no nuestras vidas.
No solo no hay un gobierno estable, sino que el Kennedy español no tuvo ni la decencia de cumplir su deber constitucional de presentar unos presupuestos, se aprueben o no, en los últimos meses de 2018. No tenemos a qué agarrarnos si estalla la tormenta, salvo el gastado recurso de los decretos-leyes y papá Europa –lejos nos queda ya eso de papá Estado–.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Voy a ser franco: me importa un pepino. Me dan igual las teorías judeo-masónicas, las diatribas podemitas, el Falcon y el ingeniero que lo diseñó, las veletas y los diccionarios de latín. Es que me da exactamente lo mismo. Porque, al final, el auténtico efecto de toda esta constelación de irresponsabilidades, planeadas o no, es alejar a la ciudadanía de los asuntos públicos.
Una población hastiada y con miedo al futuro es susceptible de abandonarse a los brazos del primer encamisado populista que se presente. O, peor, de abandonar la res publica con la convicción, difícil de objetar, de que su opinión no importa.
No exagero si afirmo que esta repetición electoral, por lo que implica, es uno de los grandes golpes que ha recibido nuestra democracia desde el Golpe de Estado del 23-F y la cacicada del Procés. Hay mucho ruido, mucha infoxicación y mucho hastío. Jamás ha habido tanto pesimismo en la política española contemporánea.
Jamás ha habido tanto miedo y tanto desaliento. Porque ya hemos perdido la esperanza de que alguien nos salve. No será un desastre inmediato, ni tampoco ofrecerá un cuadro dramático. Será un proceso de putrefacción, peor que la que vivimos con la crisis que no terminamos de cerrar. Un proceso que viviremos como cotidiano. La única esperanza es que se disipen las nubes y podamos sobrevivir hasta que el que sea decida que hemos votado correctamente.
Por todas estas razones, os invito a votar cuando corresponda. A votar por el que queráis. Me da igual si a socialistas, peperos o antitaurinos. Pero votad, aunque sea a un partido minoritario.
Porque si nos abstenemos, ellos ganan. Y no podemos permitirnos bajar los brazos cuando nuestra democracia está en peligro. Es aquí y ahora cuando nos toca demostrar lo que somos. No al día siguiente, para manifestarse como descerebrados contra lo que han votado los pocos que han tenido el valor de hacerlo. Tampoco en redes sociales, donde lloramos con amargura lo que no hay valor de defender en la calle y en las urnas.
Y si no somos capaces de dar esta lección de democracia… ¿Qué puedo decir? Quizá es que no la merezcamos. Que nos invada Alemania, que al menos tiene buena cerveza, y que le den a todo. O Andorra. El que sea. Porque habremos perdido el derecho a ser libres.
Haereticus dixit.
RAFAEL SOTO