El escritor argentino Patricio Pron (Rosario, 1975) ha obtenido con Mañana tendremos otros nombres el Premio Alfaguara de novela 2019, un libro donde retrata a la generación Tinder, aquella en la que unas personas eliminan a otras con un dedo. La historia cuenta la ruptura de una pareja y dibuja la dura radiografía de estos tiempos. La novela es distinta a las anteriores y muestra esas nuevas relaciones de pareja que, hasta ahora, no habían sido contempladas en literatura.
Asimismo, el autor expresa su sorpresa ante un mundo que ofrece a los jóvenes flexibilidad y precariedad en el ámbito laboral y, sin embargo, les demanda relaciones estables en la pareja. Esta es la primera novela en la que su autor se enfrenta al presente “sin rodeos”.
Autor de seis libros de relatos y de seis novelas, dice que esta obra no es autobiográfica, aunque sí le interesaba explorar la posibilidad de que esta novela dijese “cosas del mundo en el cual vivimos”. Todo lo que le interesa de Argentina va con él: discos y libros, el sentido del humor, cierto pesimismo de la razón y un optimismo de la voluntad. Pero advierte que, a veces, “es tan importante el lugar de donde uno viene como lo que uno hace con su vida y los lugares a donde va”.
—'Mañana tendremos otros nombres'. Definitivamente, los títulos extensos pasaron a la historia.
—No es el más corto de mi trayectoria, pero me parecía interesante señalar, desde el título, que esta es una novela distinta a las anteriores.
—Dice el acta del jurado que te concedió el Premio Alfaguara que tu novela es “el mapeo sentimental de una sociedad neurótica donde las relaciones personales son producto de consumo”.
—Cuando un jurado de la calidad y la reputación de este dice algo así del libro de uno es poco lo que uno puede agregar, tan solo celebrar el hecho de haber sido también leído. Efectivamente, coincido con ellos en que esta novela es una especie de intento de trascender la historia de los personajes para abordar de manera más general el modo en que vivimos actualmente.
—Tus personajes, Él y Ella, ya próximos a los cuarenta, son la generación Tinder, personas que se eliminan unas a otras con un dedo.
—Sí. Creo que este es el punto de partida de ellos y diría que su historia es la historia de cómo ellos superan esa condición y aprenden algo de sí mismos y del mundo en el que viven. Diría yo que es la oportunidad que se dan a sí mismos y al otro de evaluar cómo es que amaron y fueron amados en el pasado y se encuentran la posibilidad de amar y ser amados mejor en el futuro. La historia de cómo llegan de un punto a otro es la historia de la novela.
—Dices que un buen personaje es siempre un espejo del lector. ¿Cuánto has puesto de ellos para que se puedan reconocer en estas páginas?
—Cuando uno escribe acerca de la intimidad de unos personajes lo hace inevitablemente acerca de uno mismo, al menos de manera parcial. Sin embargo, este no es un libro autobiográfico. No me interesaba tanto narrar mi propia experiencia como narrar la de otros personajes y comprender cuánto de las experiencias de esas otras personas me concernían a mí mismo.
Esto es también lo que reclamo del lector: que el lector determine cuánto de las historias de los personajes de este libro se vinculan con la suya propia. A eso me refería cuando digo que se trata de un espejo del lector. Al margen de que estos personajes viven en Madrid o tengan profesiones específicas o edades específicas, creo que, en algún sentido, la experiencia de amor que atraviesan son universales y, en ese sentido, el libro está ahí para que el lector se identifique con ellos y los ponga a jugar con las suyas propias.
—Los intercambios escritos que producimos en las redes están creando una especie de “nueva literatura” que a ti te parece muy interesante explorar. ¿Qué le encuentras de novedoso o de adictivo?
—En primer lugar, me interesa el hecho de que no son considerados absolutamente literatura. Esas cosas son consideradas básicamente basura electrónica. Y en segundo lugar, lo que me interesa es en la medida en que las personas emplean más y más su tiempo en ese ámbito que llamamos virtual que en el ámbito real. Y es en esa especie de basura electrónica donde se puede encontrar buena parte de los sueños, de las preocupaciones, de las ambiciones de las personas de tu alrededor.
Lo que vemos allí tal vez no nos agrada particularmente pero es parte de la naturaleza humana en este momento, de la cual desde luego está este mundo de lo virtual que constituye una caja de resonancia.
—Defines este libro como tu novela más esperanzada y esperanzadora.
—Sí. Creo que lo sé. A pesar de que muchos de los desarrollos que aparecen en el libro pueden inducir a cierto pesimismo. Durante los trece o catorce meses en los que transcurre esta historia, los personajes aprenden a conocerse a sí mismos y el mundo en el que viven, y esto, en algún sentido, los salva.
Comprenden la serenidad de tomar por fin las riendas de sus vidas y adquieren una o dos herramientas para hacerlo. Y en ese sentido, su situación es mucho mejor al final de la novela que al principio de ella. Tal vez el lector comparte con los personajes esa experiencia o tal vez adquiera una par de conocimientos del mundo en que vivimos con ellos.
—Tu percepción es que la novela hispanoparlante narra la experiencia amorosa desactualizada. ¿Cómo han cambiado estas relaciones para que tantos escritores se queden fuera del relato?
—De manera general, diría que las luchas que las mujeres han abanderado en las calles en los últimos años es por una mayor soberanía sobre sus vidas, sobre sus cuerpos. Han supuesto una serie transformaciones en la manera en que conseguimos el consentimiento, el deseo, la seducción, la pareja. Y se trata de cambios que, contra lo que podía creer, han venido para quedarse y que la novela contemporánea no podía soslayar si quiere ser una novela realista.
Posiblemente hay muchas personas ahí fuera concibiendo muchas maneras de relación amorosa y esas nuevas parejas tenían que ser contempladas por la literatura tarde o temprano, si la literatura quiere dar cuenta del mundo en que vivimos.
—Uno de los principales cambios tal vez sea el concepto efímero del amor, tan lejos de aquel compromiso para toda la vida que impuso la cultura judeocristiana.
—Parece ser el elemento destacado de esta nueva forma de comprender el vínculo entre el deseo y apego. Y, sin embargo, no es mucho más que una deriva de lo que sucede en el ámbito del trabajo. Hay muchas demandas contradictorias que operan sobre la forma en que vivimos actualmente, se encuentra la de que en el ámbito del trabajo debemos ser flexibles, tenemos que estar dispuestos a cambiar de rubro con facilidad y al mismo tiempo se nos demanda que tengamos relaciones estables, amores estables.
Esa contradicción, desde luego, acabó produciendo muchas frustraciones en muchas personas, que algunas personas han abrazado por completo esta especie de precariedad y que es, digamos, el signo de los tiempos. Y esa precariedad ya no se extiende solamente al ámbito del trabajo sino que alcanza también al ámbito de los afectos.
Y en algún sentido era bastante predecible que pasara eso en un momento u otro. Algunas personas lo celebran, otras condenan ese desarrollo. El caso es que, al margen de lo que podamos pensar sobre él, está aquí y está aquí para quedarse, al parecer.
—Te gusta experimentar, afrontar riesgos, no escribir siempre el mismo libro. ¿Qué aporta esta novela al conjunto de tu obra?
—La diferencia sustancial entre esta novela y las anteriores es que, en ésta, el pasado juega un papel menor y lo hace en virtud de que, sumidos en la vorágine del presente, a menudo olvidamos muchos vínculos que tenemos con el pasado y la forma como el pasado ha transformado o condicionado el presente. Esta es la primera novela mía en la que yo me enfrento al presente sin rodeos, por decirlo así.
—Escribes en tu libro que, cuando una pareja se separa, debería tener también una fórmula para separar los recuerdos. De manera que, al quedarse con la mitad, la carga sería más liviana.
—Se habla mucho en la novela de la maternidad de la experiencia y de la maternidad en la que no pensamos mucho. Cuando pensamos en una separación, pensamos en una separación de bienes que para muchas personas constituye el aspecto más dificultoso de la separación. Pero no pensamos en muchos bienes inmateriales de los que no podemos desprendernos.
Los personajes aspiran a eso en algún sentido. Luego comprenden que esto es imposible y al mismo tiempo indeseable. Tienes esa dificultad y están preguntándose cómo seguir adelante, que es la pregunta que nos hacemos todos cuando rompemos con una pareja.
—Tus personajes, al final, entienden que la pareja no constituye un refugio.
—Ha sido concebida como un refugio, efectivamente, y en algún sentido lo es para muchas personas. Los personajes comprenden, sin embargo, que también es posible pensar en la pareja como un ámbito en el cual se libran algunas de las muchas batallas de nuestra época. Su decisión de quedarse en el centro de la ciudad, su voluntad de poner sus herramientas y su trabajo al servicio de un cierto sentido de comunidad, constituyen formas de resistencia y también suponen pensar en la pareja, en la suya propia, ya no como un refugio sino como un campo de batalla ampliada para las luchas de la época.
—Además del amor, en el libro también hay resonancias al tiempo que vivimos: las relaciones amistosas, la comida, el transporte, los teléfonos, las drogas. Es decir, una novela también de ideas.
—Me interesaba explorar la posibilidad de que esta novela dijese cosas del mundo en el cual vivimos y que ofreciera al lector la posibilidad de pensar con el libro. Los libros buenos son siempre mucho más inteligentes que los que los hemos escrito, y contribuyen a decisiones específicas, a la visión del mundo que el lector tiene de maneras muy particulares. Y me interesaba abundar en esas maneras y contribuir a esos modos más que, digamos, escribir una historia que entretuviera. Aunque, desde luego, esta también pretende entretener a gente.
—Todo lo que te interesa de Argentina va contigo: discos y libros, el sentido del humor, cierto pesimismo de la razón y un optimismo de la voluntad.
—Sí, desde luego. Pero también la identidad. Este es uno de los ejes centrales de esta novela. A veces es tan importante el lugar de donde uno viene como lo que uno hace con su vida y los lugares adonde va. Y los personajes también lo descubren. Comprenden que los nombres a los que responden y con los que se identifican no son solamente los nombres que les han dado sus padres, y que no conocemos en esta novela, sino también y sobre todo los nombres que le daba la persona que amaron.
De tal manera que, si en el futuro, va a amar a otras personas y de manera distinta, van a ser llamadas de otra manera por otras personas. Hay un cuestionamiento de la identidad que me parece importante incluso, aunque desde luego al final no puedes dejar del todo de lado el lugar del cual vienes. Y tampoco tiene mucho sentido hacerlo.
Asimismo, el autor expresa su sorpresa ante un mundo que ofrece a los jóvenes flexibilidad y precariedad en el ámbito laboral y, sin embargo, les demanda relaciones estables en la pareja. Esta es la primera novela en la que su autor se enfrenta al presente “sin rodeos”.
Autor de seis libros de relatos y de seis novelas, dice que esta obra no es autobiográfica, aunque sí le interesaba explorar la posibilidad de que esta novela dijese “cosas del mundo en el cual vivimos”. Todo lo que le interesa de Argentina va con él: discos y libros, el sentido del humor, cierto pesimismo de la razón y un optimismo de la voluntad. Pero advierte que, a veces, “es tan importante el lugar de donde uno viene como lo que uno hace con su vida y los lugares a donde va”.
—'Mañana tendremos otros nombres'. Definitivamente, los títulos extensos pasaron a la historia.
—No es el más corto de mi trayectoria, pero me parecía interesante señalar, desde el título, que esta es una novela distinta a las anteriores.
—Dice el acta del jurado que te concedió el Premio Alfaguara que tu novela es “el mapeo sentimental de una sociedad neurótica donde las relaciones personales son producto de consumo”.
—Cuando un jurado de la calidad y la reputación de este dice algo así del libro de uno es poco lo que uno puede agregar, tan solo celebrar el hecho de haber sido también leído. Efectivamente, coincido con ellos en que esta novela es una especie de intento de trascender la historia de los personajes para abordar de manera más general el modo en que vivimos actualmente.
—Tus personajes, Él y Ella, ya próximos a los cuarenta, son la generación Tinder, personas que se eliminan unas a otras con un dedo.
—Sí. Creo que este es el punto de partida de ellos y diría que su historia es la historia de cómo ellos superan esa condición y aprenden algo de sí mismos y del mundo en el que viven. Diría yo que es la oportunidad que se dan a sí mismos y al otro de evaluar cómo es que amaron y fueron amados en el pasado y se encuentran la posibilidad de amar y ser amados mejor en el futuro. La historia de cómo llegan de un punto a otro es la historia de la novela.
—Dices que un buen personaje es siempre un espejo del lector. ¿Cuánto has puesto de ellos para que se puedan reconocer en estas páginas?
—Cuando uno escribe acerca de la intimidad de unos personajes lo hace inevitablemente acerca de uno mismo, al menos de manera parcial. Sin embargo, este no es un libro autobiográfico. No me interesaba tanto narrar mi propia experiencia como narrar la de otros personajes y comprender cuánto de las experiencias de esas otras personas me concernían a mí mismo.
Esto es también lo que reclamo del lector: que el lector determine cuánto de las historias de los personajes de este libro se vinculan con la suya propia. A eso me refería cuando digo que se trata de un espejo del lector. Al margen de que estos personajes viven en Madrid o tengan profesiones específicas o edades específicas, creo que, en algún sentido, la experiencia de amor que atraviesan son universales y, en ese sentido, el libro está ahí para que el lector se identifique con ellos y los ponga a jugar con las suyas propias.
—Los intercambios escritos que producimos en las redes están creando una especie de “nueva literatura” que a ti te parece muy interesante explorar. ¿Qué le encuentras de novedoso o de adictivo?
—En primer lugar, me interesa el hecho de que no son considerados absolutamente literatura. Esas cosas son consideradas básicamente basura electrónica. Y en segundo lugar, lo que me interesa es en la medida en que las personas emplean más y más su tiempo en ese ámbito que llamamos virtual que en el ámbito real. Y es en esa especie de basura electrónica donde se puede encontrar buena parte de los sueños, de las preocupaciones, de las ambiciones de las personas de tu alrededor.
Lo que vemos allí tal vez no nos agrada particularmente pero es parte de la naturaleza humana en este momento, de la cual desde luego está este mundo de lo virtual que constituye una caja de resonancia.
—Defines este libro como tu novela más esperanzada y esperanzadora.
—Sí. Creo que lo sé. A pesar de que muchos de los desarrollos que aparecen en el libro pueden inducir a cierto pesimismo. Durante los trece o catorce meses en los que transcurre esta historia, los personajes aprenden a conocerse a sí mismos y el mundo en el que viven, y esto, en algún sentido, los salva.
Comprenden la serenidad de tomar por fin las riendas de sus vidas y adquieren una o dos herramientas para hacerlo. Y en ese sentido, su situación es mucho mejor al final de la novela que al principio de ella. Tal vez el lector comparte con los personajes esa experiencia o tal vez adquiera una par de conocimientos del mundo en que vivimos con ellos.
—Tu percepción es que la novela hispanoparlante narra la experiencia amorosa desactualizada. ¿Cómo han cambiado estas relaciones para que tantos escritores se queden fuera del relato?
—De manera general, diría que las luchas que las mujeres han abanderado en las calles en los últimos años es por una mayor soberanía sobre sus vidas, sobre sus cuerpos. Han supuesto una serie transformaciones en la manera en que conseguimos el consentimiento, el deseo, la seducción, la pareja. Y se trata de cambios que, contra lo que podía creer, han venido para quedarse y que la novela contemporánea no podía soslayar si quiere ser una novela realista.
Posiblemente hay muchas personas ahí fuera concibiendo muchas maneras de relación amorosa y esas nuevas parejas tenían que ser contempladas por la literatura tarde o temprano, si la literatura quiere dar cuenta del mundo en que vivimos.
—Uno de los principales cambios tal vez sea el concepto efímero del amor, tan lejos de aquel compromiso para toda la vida que impuso la cultura judeocristiana.
—Parece ser el elemento destacado de esta nueva forma de comprender el vínculo entre el deseo y apego. Y, sin embargo, no es mucho más que una deriva de lo que sucede en el ámbito del trabajo. Hay muchas demandas contradictorias que operan sobre la forma en que vivimos actualmente, se encuentra la de que en el ámbito del trabajo debemos ser flexibles, tenemos que estar dispuestos a cambiar de rubro con facilidad y al mismo tiempo se nos demanda que tengamos relaciones estables, amores estables.
Esa contradicción, desde luego, acabó produciendo muchas frustraciones en muchas personas, que algunas personas han abrazado por completo esta especie de precariedad y que es, digamos, el signo de los tiempos. Y esa precariedad ya no se extiende solamente al ámbito del trabajo sino que alcanza también al ámbito de los afectos.
Y en algún sentido era bastante predecible que pasara eso en un momento u otro. Algunas personas lo celebran, otras condenan ese desarrollo. El caso es que, al margen de lo que podamos pensar sobre él, está aquí y está aquí para quedarse, al parecer.
—Te gusta experimentar, afrontar riesgos, no escribir siempre el mismo libro. ¿Qué aporta esta novela al conjunto de tu obra?
—La diferencia sustancial entre esta novela y las anteriores es que, en ésta, el pasado juega un papel menor y lo hace en virtud de que, sumidos en la vorágine del presente, a menudo olvidamos muchos vínculos que tenemos con el pasado y la forma como el pasado ha transformado o condicionado el presente. Esta es la primera novela mía en la que yo me enfrento al presente sin rodeos, por decirlo así.
—Escribes en tu libro que, cuando una pareja se separa, debería tener también una fórmula para separar los recuerdos. De manera que, al quedarse con la mitad, la carga sería más liviana.
—Se habla mucho en la novela de la maternidad de la experiencia y de la maternidad en la que no pensamos mucho. Cuando pensamos en una separación, pensamos en una separación de bienes que para muchas personas constituye el aspecto más dificultoso de la separación. Pero no pensamos en muchos bienes inmateriales de los que no podemos desprendernos.
Los personajes aspiran a eso en algún sentido. Luego comprenden que esto es imposible y al mismo tiempo indeseable. Tienes esa dificultad y están preguntándose cómo seguir adelante, que es la pregunta que nos hacemos todos cuando rompemos con una pareja.
—Tus personajes, al final, entienden que la pareja no constituye un refugio.
—Ha sido concebida como un refugio, efectivamente, y en algún sentido lo es para muchas personas. Los personajes comprenden, sin embargo, que también es posible pensar en la pareja como un ámbito en el cual se libran algunas de las muchas batallas de nuestra época. Su decisión de quedarse en el centro de la ciudad, su voluntad de poner sus herramientas y su trabajo al servicio de un cierto sentido de comunidad, constituyen formas de resistencia y también suponen pensar en la pareja, en la suya propia, ya no como un refugio sino como un campo de batalla ampliada para las luchas de la época.
—Además del amor, en el libro también hay resonancias al tiempo que vivimos: las relaciones amistosas, la comida, el transporte, los teléfonos, las drogas. Es decir, una novela también de ideas.
—Me interesaba explorar la posibilidad de que esta novela dijese cosas del mundo en el cual vivimos y que ofreciera al lector la posibilidad de pensar con el libro. Los libros buenos son siempre mucho más inteligentes que los que los hemos escrito, y contribuyen a decisiones específicas, a la visión del mundo que el lector tiene de maneras muy particulares. Y me interesaba abundar en esas maneras y contribuir a esos modos más que, digamos, escribir una historia que entretuviera. Aunque, desde luego, esta también pretende entretener a gente.
—Todo lo que te interesa de Argentina va contigo: discos y libros, el sentido del humor, cierto pesimismo de la razón y un optimismo de la voluntad.
—Sí, desde luego. Pero también la identidad. Este es uno de los ejes centrales de esta novela. A veces es tan importante el lugar de donde uno viene como lo que uno hace con su vida y los lugares adonde va. Y los personajes también lo descubren. Comprenden que los nombres a los que responden y con los que se identifican no son solamente los nombres que les han dado sus padres, y que no conocemos en esta novela, sino también y sobre todo los nombres que le daba la persona que amaron.
De tal manera que, si en el futuro, va a amar a otras personas y de manera distinta, van a ser llamadas de otra manera por otras personas. Hay un cuestionamiento de la identidad que me parece importante incluso, aunque desde luego al final no puedes dejar del todo de lado el lugar del cual vienes. Y tampoco tiene mucho sentido hacerlo.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO