Nadie elige dónde nacer, aunque no podemos decir que no hayamos intentado descifrar estos códigos a lo largo de la historia. Y es que es sabido por todos que son muchos los grandes científicos que han intentado descifrar el porqué de nacer en un lugar u otro. Además, son muchas las disciplinas científicas y no científicas que intentan dar respuesta a estas preguntas, sin haber alcanzado, de momento, ninguna conclusión firme y contundente que sostenga que nacemos en tal o cual lugar porque es lo que nosotros elegimos. Incluso me atrevo a decir que muchos de nosotros nos hemos preguntado alguna vez por qué nacimos donde nacimos. Lo cierto es que aún quedan muchos enigmas que se escapan a nuestras privilegiadas mentes.
Sea como fuere, el lugar en el que nacemos es ese maravilloso microespacio en el universo en el que nos construimos como personas y como seres. Sin lugar a dudas, por esa dependencia de los otros con la que nacemos, somos seres sociales por naturaleza, y aprendemos de y a través de esas relaciones que vamos ejerciendo a lo largo de nuestras vidas.
El municipio, la sociedad y el núcleo familiar en el que nacemos son portadores de una historia, que es rica en conocimiento y en costumbres y constituye un soporte importante para el desarrollo de la persona, involucrándola de lleno en ese acontecer cotidiano y en un aprendizaje evolutivo que le lleva a poder tener herramientas para convivir en la sociedad a la que se pertenenece.
La familia es el soporte vital de aprendizaje del individuo desde el momento en que es concebido, de ahí la importancia del grupo familiar y de sus aportes a la construcción de los sujetos. Se trata de una transmisión sin precedentes desde los primeros meses de vida y, debido a esa dependencia con la que nacemos los seres humanos, estamos en permanente interacción con la retroalimentación de conocimiento que nuestro grupo familiar nos va transmitiendo gracias el vínculo que nos une.
El municipio, su cultura y los grupos que se mueven dentro del mismo son otra parte importante en la construcción de nuestro yo, así como de nuestro yo social. Por eso, la importancia de territorializar las acciones y políticas públicas resulta fundamental.
El municipio es, en definitiva, el microespacio donde el ser humano se forja como ser individual y social, donde realmente se pueden producir los cambios. Estamos siempre reclamando leyes para todo aquello que no nos gusta o que se sale de lo que históricamente está bien visto y aceptado. Sin embargo, son pocas las veces que buscamos el cambio desde la interactuación y el vínculo, llegando en muchas de las ocasiones a ignorar por completo que no existe cambio que sea firme y prolongado en el tiempo si no existe una necesidad social que lo impulse.
El valor más grande que hasta ahora existió es el de la familia, ocultando tras estas instituciones familiares grandes secretos que han transcendido de generación a generación. Pero, por suerte y poco a poco, los modelos de familia están cambiando, convirtiéndose en grupos más abiertos, más responsables con la gran labor que desempeñan en la construcción de sus miembros y, por tanto, liberando a los futuros ciudadanos de las grandes cargas históricas que reprimían y enfermaban al individuo.
Para Pichón Rivière, el ser humano se define como social a partir de la concepción del sujeto, que se va configurando en la trama compleja de los vínculos y en la red que se entreteje alrededor del mismo. Siempre se ha entendido que la Psicología Social es la psicología de los grupos y no es así: la Psicología Social, aun en el caso del menor de sus átomos, es el vínculo pero, también, es el sujeto en su mundo interno-externo y la forma en la que se constituye como tal en los diferentes procesos de interacción.
Estos apuntes sobre Psicología Social nos vienen muy bien para ratificar la importancia de trabajar desde los municipios y desde los grupos de pertenencia para que los cambios sean posibles. La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son locales, están diseñados y son para las personas.
Los ODS no son grandes retos que no se van a poder realizar: son problemas de la vida cotidiana, de la vida de los municipios que hay que solucionar y que, en consecuencia, nos ayudarán a tener municipios más volcados con sus ciudadanos y ciudadanos más involucrados con sus políticos, que se centrarán en trabajar para y por las personas.
Por tanto, tenemos las herramientas y, entre muchas otras, está la Psicología Social, que nació en Estados Unidos gracias a aquellos científicos que se fueron huyendo de la Guerra Civil y buscando respuestas a las causas que motivaron este conflicto armado. Esta corriente fue tomando fuerza y consistencia en toda América pero, sin embargo, en los países europeos aún la consideran como una materia menor dentro de la Psicología, fruto de esa absurda manía europea de querer meter todo en compartimentos estancos.
En conclusión, si verdaderamente queremos que desastres como el del Amazonas, el de la listeriosis o el del Open Arms dejen de existir, tenemos que comenzar a compartir conocimientos y experiencias científicas que nos ayuden a llegar a los municipios y a sus personas (a sus ciudadanos) para que desde la interacción podamos cambiar los microespacios de pertenencia, convirtiendo esos pequeños gestos en grandes acciones con resultados efectivos desde y para las personas.
Sea como fuere, el lugar en el que nacemos es ese maravilloso microespacio en el universo en el que nos construimos como personas y como seres. Sin lugar a dudas, por esa dependencia de los otros con la que nacemos, somos seres sociales por naturaleza, y aprendemos de y a través de esas relaciones que vamos ejerciendo a lo largo de nuestras vidas.
El municipio, la sociedad y el núcleo familiar en el que nacemos son portadores de una historia, que es rica en conocimiento y en costumbres y constituye un soporte importante para el desarrollo de la persona, involucrándola de lleno en ese acontecer cotidiano y en un aprendizaje evolutivo que le lleva a poder tener herramientas para convivir en la sociedad a la que se pertenenece.
La familia es el soporte vital de aprendizaje del individuo desde el momento en que es concebido, de ahí la importancia del grupo familiar y de sus aportes a la construcción de los sujetos. Se trata de una transmisión sin precedentes desde los primeros meses de vida y, debido a esa dependencia con la que nacemos los seres humanos, estamos en permanente interacción con la retroalimentación de conocimiento que nuestro grupo familiar nos va transmitiendo gracias el vínculo que nos une.
El municipio, su cultura y los grupos que se mueven dentro del mismo son otra parte importante en la construcción de nuestro yo, así como de nuestro yo social. Por eso, la importancia de territorializar las acciones y políticas públicas resulta fundamental.
El municipio es, en definitiva, el microespacio donde el ser humano se forja como ser individual y social, donde realmente se pueden producir los cambios. Estamos siempre reclamando leyes para todo aquello que no nos gusta o que se sale de lo que históricamente está bien visto y aceptado. Sin embargo, son pocas las veces que buscamos el cambio desde la interactuación y el vínculo, llegando en muchas de las ocasiones a ignorar por completo que no existe cambio que sea firme y prolongado en el tiempo si no existe una necesidad social que lo impulse.
El valor más grande que hasta ahora existió es el de la familia, ocultando tras estas instituciones familiares grandes secretos que han transcendido de generación a generación. Pero, por suerte y poco a poco, los modelos de familia están cambiando, convirtiéndose en grupos más abiertos, más responsables con la gran labor que desempeñan en la construcción de sus miembros y, por tanto, liberando a los futuros ciudadanos de las grandes cargas históricas que reprimían y enfermaban al individuo.
Para Pichón Rivière, el ser humano se define como social a partir de la concepción del sujeto, que se va configurando en la trama compleja de los vínculos y en la red que se entreteje alrededor del mismo. Siempre se ha entendido que la Psicología Social es la psicología de los grupos y no es así: la Psicología Social, aun en el caso del menor de sus átomos, es el vínculo pero, también, es el sujeto en su mundo interno-externo y la forma en la que se constituye como tal en los diferentes procesos de interacción.
Estos apuntes sobre Psicología Social nos vienen muy bien para ratificar la importancia de trabajar desde los municipios y desde los grupos de pertenencia para que los cambios sean posibles. La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son locales, están diseñados y son para las personas.
Los ODS no son grandes retos que no se van a poder realizar: son problemas de la vida cotidiana, de la vida de los municipios que hay que solucionar y que, en consecuencia, nos ayudarán a tener municipios más volcados con sus ciudadanos y ciudadanos más involucrados con sus políticos, que se centrarán en trabajar para y por las personas.
Por tanto, tenemos las herramientas y, entre muchas otras, está la Psicología Social, que nació en Estados Unidos gracias a aquellos científicos que se fueron huyendo de la Guerra Civil y buscando respuestas a las causas que motivaron este conflicto armado. Esta corriente fue tomando fuerza y consistencia en toda América pero, sin embargo, en los países europeos aún la consideran como una materia menor dentro de la Psicología, fruto de esa absurda manía europea de querer meter todo en compartimentos estancos.
En conclusión, si verdaderamente queremos que desastres como el del Amazonas, el de la listeriosis o el del Open Arms dejen de existir, tenemos que comenzar a compartir conocimientos y experiencias científicas que nos ayuden a llegar a los municipios y a sus personas (a sus ciudadanos) para que desde la interacción podamos cambiar los microespacios de pertenencia, convirtiendo esos pequeños gestos en grandes acciones con resultados efectivos desde y para las personas.
MERCEDES C. BELLOSO