En tiempos de relatores fallidos, ensayar la primera columna, y comprometerse a pensar desde el sur y desde abajo para un espacio como Andalucía Digital, hoy que priman los quintacolumnistas de toda laya, es cuando menos una temeridad. Pero uno siempre ha estado abonado a tentar la suerte, por esquiva que resulte. Hecha la invitación de mi colega Juan Pablo Bellido, aquí estamos, encontrando nuestra voz.
Dudamos como expresara Ibáñez con la imagen del ciempiés qué pata mover antes, con qué estilo escribir, para qué lectores, con qué agenda de temas y problemas interpelar al lector, nómada itinerante de los dispositivos móviles. Si emular a maestros de la columna como Vázquez Montalbán o retomar el clasicismo de Corpus Barga, o, más bien, quizás, por qué no, pegarnos más a la viva actualidad como el bueno de Francisco Umbral.
La política del estilo, como es sabido, es la política por otros medios. Cambia la forma, ha de cambiar la escritura, no tanto el mensaje. Y pensar en nuestro tiempo cómo pensarnos es, en buena medida, un problema de formas. Pero no tema el lector que nos vayamos por una deriva o disquisición más propia del periodismo y la literatura, que poco conviene a la política, y no hablamos precisamente de la realpolitik, sino de distinguir relato y realidad, el viejo dilema maquiavélico entre ser y apariencia.
Hoy que nuestros responsables públicos basculan, a golpe de encuesta, en la espiral del disimulo discutir de la palabra del verano, y probablemente el año –el relato– es algo más que cuestionar la comunicación política. Se trata, realmente, de comprender un síntoma de nuestro tiempo.
Etimológicamente, relatar significa volver a, llevar unos hechos al conocimiento de alguien, narrar vívidamente un suceso histórico y/o social. Lo curioso del término es que procede del verbo latino refero (volver a llevar). Sobran aquí las palabras, a propósito del inicio de la legislatura y la negociación de un gobierno de progreso. Pues el prefijo fero en la palabra que da origen en latín a relato indica transferir y trasladar o diferir y dilatar.
Y en ello estamos, en procesos psicoanalíticos, narcisistas, de transferencia y de diferimiento, pese a que la raíz latina indica también, en lo correspondiente al verbo fero, las acciones de legislar o producer leyes. Doble paradoja del estado de la nación. Previsible por otra parte, más allá de los actores en escena.
Dice Jacques Rancière que la ficción es la condición para que lo real pueda ser pensado, el problema es cuando lo real deja inane la ficción. Experiencias como el desastre de Macri en Argentina ilustran hasta qué punto la apelación al relato del cambio amenazan con la ruina y producen un hartazgo de incalculables efectos electorales.
De Salvini a Lenín Moreno, de Trump a Bolsonaro, de Sánchez a Iván Duque, vemos cómo las mentiras tienen poco recorrido y alcance, pese a su efectividad en la política del regate corto. En tiempos de grandes turbulencias e incertidumbres, sobran pues los asesores de marketing y estrategias de la imagen electrónica que nos chorrean, como dirían en el país austral, con un discurso de la vacuidad, en el que domina, parafraseando a Marx, pasiones sin verdad; verdades sin pasión; relatos de una historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario, y la caducidad, fatigosa, como vemos en España con la ingobernabilidad y las reiteradas convocatorias electorales, por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente a efectos de inventario y justificación proselitista y partidaria, lo que termina por embotar y decaer el compromiso cívico, tejiendo como están desde Moncloa y las altas instancias del IBEX 35 las más mezquinas intrigas y comedias de mala calidad sobre el sentido de la Constitución y la Democracia.
El imperio de la retórica sin oficio ni beneficio, salvo el siguiente episodio de más de lo mismo, un melodrama, en definitiva, o telefilm de serie B con destino a rellenar minutos en la parrilla de programación a mayor Gloria de la cotización en bolsa va a tener un mal final, vaticinamos.
Pues el mundo de los cuentos y de las cuentas, los universos paralelos, comunicados y complementarios del entre-tenimiento, solo se sostiene si la gente tiene. La pausa del entre presupone más cosas. Si lo que se dice va por un lado mientras lo que ocurre va por otro y la realidad termina por desbordarse en los contornos del relato con toda la crudeza de lo vivido por la gente, que no es precisamente un melodrama, la representación deja de tener valor.
Llegado a este punto, lo que denominan la batalla por el relato no deja de ser otra cosa, en fin, que el cutre sainete del reino del filibusterismo. La asunción de una política de bellas palabras, consistente como costumbre en no hacer lo que se dice ni decir lo que se hace, deja de ser funcional.
Y los sofistas perniciosos de la política de lo peor se convierten en todo un peligro: no tanto por lo que dicen si no porque escamotean el contenido en el fragor de la frase y la espuma de la gestualidad malinterpretada de una suerte de culebrón que entretiene mientras nos tienen atentos a la pantalla.
Muchos profesionales de la opinión gratuita han acusado a Pedro Sánchez de ser el Ken de la política, un sinsustancia, un político fatuo de ínfulas incontenibles Pero el problema, como decimos, no es el actor, o los actores, ni el juego narcisista propio de toda representación.
El problema es la política del escamoteo, la prevalencia de un sistema de comunicación política creado para errar, una administración comunicativa hiperinflacionista, absorta en una suerte de autismo, empeñada en que olvidemos la historia y la vida de perversos efectos, como probablemente veamos.
Como suele ser habitual en este tipo de situaciones, esperamos equivocarnos, queda la traca final de la desafección: los jefes se regodearán, empezando por Sánchez, en la satisfacción agridulce de poder acusar a su pueblo de deserción y falta de apoyo, de ser responsables de la restauración neofranquista, y el pueblo replicará que fueron engañados en su manifestación en las urnas.
En definitiva, si bien no hay campo de acción sin discurso, la práctica política como storytelling, ni genera escucha ni tiene eficacia a largo plazo. Antes bien, contribuye al pensamiento cínico, y todos sabemos que tras la razón cínica anida el fascismo: en Estados Unidos, con las fake news, y en España con VOX. Todo consiste en lo mismo: la negación de la realidad para anular la voz de los de abajo, simple y llanamente.
En estas estamos, y en esta disputa el sentido común que es el común del derecho de gentes pasa por pensar las palabras y la comunicación de acuerdo al principio del clinamen. Lo demás es pura tontería. La cuestión es, hasta cuándo soportará la población esta secuela o mala película de una democracia de baja intensidad. ¿Renunciaremos a dejar en manos de asesores de imagen el presente y futuro de nuestra vida en común ? Espero que no, aunque dejen de leernos.
Dudamos como expresara Ibáñez con la imagen del ciempiés qué pata mover antes, con qué estilo escribir, para qué lectores, con qué agenda de temas y problemas interpelar al lector, nómada itinerante de los dispositivos móviles. Si emular a maestros de la columna como Vázquez Montalbán o retomar el clasicismo de Corpus Barga, o, más bien, quizás, por qué no, pegarnos más a la viva actualidad como el bueno de Francisco Umbral.
La política del estilo, como es sabido, es la política por otros medios. Cambia la forma, ha de cambiar la escritura, no tanto el mensaje. Y pensar en nuestro tiempo cómo pensarnos es, en buena medida, un problema de formas. Pero no tema el lector que nos vayamos por una deriva o disquisición más propia del periodismo y la literatura, que poco conviene a la política, y no hablamos precisamente de la realpolitik, sino de distinguir relato y realidad, el viejo dilema maquiavélico entre ser y apariencia.
Hoy que nuestros responsables públicos basculan, a golpe de encuesta, en la espiral del disimulo discutir de la palabra del verano, y probablemente el año –el relato– es algo más que cuestionar la comunicación política. Se trata, realmente, de comprender un síntoma de nuestro tiempo.
Etimológicamente, relatar significa volver a, llevar unos hechos al conocimiento de alguien, narrar vívidamente un suceso histórico y/o social. Lo curioso del término es que procede del verbo latino refero (volver a llevar). Sobran aquí las palabras, a propósito del inicio de la legislatura y la negociación de un gobierno de progreso. Pues el prefijo fero en la palabra que da origen en latín a relato indica transferir y trasladar o diferir y dilatar.
Y en ello estamos, en procesos psicoanalíticos, narcisistas, de transferencia y de diferimiento, pese a que la raíz latina indica también, en lo correspondiente al verbo fero, las acciones de legislar o producer leyes. Doble paradoja del estado de la nación. Previsible por otra parte, más allá de los actores en escena.
Dice Jacques Rancière que la ficción es la condición para que lo real pueda ser pensado, el problema es cuando lo real deja inane la ficción. Experiencias como el desastre de Macri en Argentina ilustran hasta qué punto la apelación al relato del cambio amenazan con la ruina y producen un hartazgo de incalculables efectos electorales.
De Salvini a Lenín Moreno, de Trump a Bolsonaro, de Sánchez a Iván Duque, vemos cómo las mentiras tienen poco recorrido y alcance, pese a su efectividad en la política del regate corto. En tiempos de grandes turbulencias e incertidumbres, sobran pues los asesores de marketing y estrategias de la imagen electrónica que nos chorrean, como dirían en el país austral, con un discurso de la vacuidad, en el que domina, parafraseando a Marx, pasiones sin verdad; verdades sin pasión; relatos de una historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario, y la caducidad, fatigosa, como vemos en España con la ingobernabilidad y las reiteradas convocatorias electorales, por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente a efectos de inventario y justificación proselitista y partidaria, lo que termina por embotar y decaer el compromiso cívico, tejiendo como están desde Moncloa y las altas instancias del IBEX 35 las más mezquinas intrigas y comedias de mala calidad sobre el sentido de la Constitución y la Democracia.
El imperio de la retórica sin oficio ni beneficio, salvo el siguiente episodio de más de lo mismo, un melodrama, en definitiva, o telefilm de serie B con destino a rellenar minutos en la parrilla de programación a mayor Gloria de la cotización en bolsa va a tener un mal final, vaticinamos.
Pues el mundo de los cuentos y de las cuentas, los universos paralelos, comunicados y complementarios del entre-tenimiento, solo se sostiene si la gente tiene. La pausa del entre presupone más cosas. Si lo que se dice va por un lado mientras lo que ocurre va por otro y la realidad termina por desbordarse en los contornos del relato con toda la crudeza de lo vivido por la gente, que no es precisamente un melodrama, la representación deja de tener valor.
Llegado a este punto, lo que denominan la batalla por el relato no deja de ser otra cosa, en fin, que el cutre sainete del reino del filibusterismo. La asunción de una política de bellas palabras, consistente como costumbre en no hacer lo que se dice ni decir lo que se hace, deja de ser funcional.
Y los sofistas perniciosos de la política de lo peor se convierten en todo un peligro: no tanto por lo que dicen si no porque escamotean el contenido en el fragor de la frase y la espuma de la gestualidad malinterpretada de una suerte de culebrón que entretiene mientras nos tienen atentos a la pantalla.
Muchos profesionales de la opinión gratuita han acusado a Pedro Sánchez de ser el Ken de la política, un sinsustancia, un político fatuo de ínfulas incontenibles Pero el problema, como decimos, no es el actor, o los actores, ni el juego narcisista propio de toda representación.
El problema es la política del escamoteo, la prevalencia de un sistema de comunicación política creado para errar, una administración comunicativa hiperinflacionista, absorta en una suerte de autismo, empeñada en que olvidemos la historia y la vida de perversos efectos, como probablemente veamos.
Como suele ser habitual en este tipo de situaciones, esperamos equivocarnos, queda la traca final de la desafección: los jefes se regodearán, empezando por Sánchez, en la satisfacción agridulce de poder acusar a su pueblo de deserción y falta de apoyo, de ser responsables de la restauración neofranquista, y el pueblo replicará que fueron engañados en su manifestación en las urnas.
En definitiva, si bien no hay campo de acción sin discurso, la práctica política como storytelling, ni genera escucha ni tiene eficacia a largo plazo. Antes bien, contribuye al pensamiento cínico, y todos sabemos que tras la razón cínica anida el fascismo: en Estados Unidos, con las fake news, y en España con VOX. Todo consiste en lo mismo: la negación de la realidad para anular la voz de los de abajo, simple y llanamente.
En estas estamos, y en esta disputa el sentido común que es el común del derecho de gentes pasa por pensar las palabras y la comunicación de acuerdo al principio del clinamen. Lo demás es pura tontería. La cuestión es, hasta cuándo soportará la población esta secuela o mala película de una democracia de baja intensidad. ¿Renunciaremos a dejar en manos de asesores de imagen el presente y futuro de nuestra vida en común ? Espero que no, aunque dejen de leernos.
FRANCISCO SIERRA CABALLERO