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Aureliano Sáinz | Los rostros de Van Gogh (1)

Quienes visiten por estas fechas Madrid, y vayan con tiempo suficiente, les aconsejaría que se acercaran al Museo del Prado, dado que hasta el 29 de septiembre hay una magnífica exposición que lleva por título Velázquez, Rembrandt, Vermeer. Miradas afines.



Pero no voy a hablar de esta exposición, sino de la coincidencia que existe entre la temática común que se busca en estos tres genios de la pintura y la dirección de una tesis doctoral de la que se me ha solicitado la orientación y que tiene como tema el autorretrato dentro de la pintura estudiado desde la perspectiva psicológica. Es decir, ser capaces de comprender cómo se ven a sí mismos algunos grandes artistas en distintos momentos de sus vidas.

Hemos de tener en cuenta que la autoimagen, es decir, la idea que proyectamos hacia los demás de nosotros mismos se remonta varios siglos atrás, especialmente, a partir del Renacimiento. En nuestro tiempo, en el que estamos saturados de fotografías y de selfies, pareciera que hubiera perdido interés; sin embargo, no es lo mismo la fotografía, con todas sus manipulaciones posibles, que la pintura o del dibujo, en los que, curiosamente, hay más sinceridad que en las estudiadas poses con las que nos mostramos.

Dado que me parece de gran interés abordar esta temática, quisiera comenzar por uno de los pintores que estuvo haciéndose retratos con sus pinceles en los últimos años de su tortuosa vida. Me refiero a uno de los más conocidos internacionalmente: Vincent van Gogh, ya que la vida y la obra del genial artista holandés suscitan gran fascinación, no solo entre los amantes del arte sino en la mayoría de la gente profana en el campo de la pintura.

Para que podamos ver el máximo número de sus autorretratos, los iré intercalando de manera cronológica en la descripción de su vida. Así, y al final de cada uno de los dos artículos, indicaré las fechas de sus realizaciones con breves apuntes acerca de los mismos.



Izquierda: 1. Autorretrato con pipa. París, primavera de 1886.
Derecha: 2. Autorretrato. París, otoño de 1886.


La vida y la obra de Vincent van Gogh, tras su muerte, ha ejercido un enorme interés a lo largo del tiempo; quizás se deba a que llevó una existencia fuera de los convencionalismos sociales, junto a la búsqueda desesperada de un motivo que le diera sentido. Además de los aspectos humanos, también sorprende el uso apasionado de los colores en sus lienzos, con trazos rápidos y violentos, por lo cual los estudiosos sitúan su obra dentro del postimpresionismo, aunque, a fin de cuentas, sus trabajos tan personales no se adscriben a una corriente pictórica determinada.

Desde el punto de vista humano, conviene recordar que nunca llegó a conocer realmente ni el amor ni la amistad, esos dos grandes motores anímicos tan necesarios para afrontar los retos de la vida, a pesar de que los buscó desesperadamente. En medio de este desierto anímico, aparece como un oasis la figura de su hermano Theo, que se volcó en su ayuda, ejerciendo de padre protector y de leal amigo. Pero, en el caso de Vincent, un buen hermano no fue suficiente para sacarle del infierno en el que le tocó vivir.

A mi modo de ver, ambos personajes, Vincent y Theo, ilustran de manera paradigmática cómo las vivencias de la infancia marcan el carácter y la trayectoria emocional de las personas, aspectos que venimos estudiando a través de los dibujos de los niños. Por otro lado, la idea de felicidad se nos antoja como objetivo casi inalcanzable cuando en los inicios de la vida se ha penetrado en las profundidades de la soledad, del miedo y de la rigidez moral por parte de los padres. Estas son razones significativas por la que realizamos un breve recorrido en su biografía, ahondando en sus rasgos psicológicos y mostrando algunos de los numerosos autorretratos que se hizo especialmente en sus últimos años.



Izquierda: 3. Autorretrato con sombrero de paja. París, verano de 1887.
Derecha: 4. Autorretrato con sombrero de paja. París, verano de 1887.


Recordemos que Vincent Wilhem van Gogh, tal era su nombre completo, nació en Groot-Zundert, localidad situada el sur de los Países Bajos, el 30 de marzo de 1853. En este pueblecito, de mayoría católica, su padre ejercía como pastor protestante de la pequeña parroquia de Zundert.

De su infancia hay un dato significativo que conviene tener en cuenta, dado que a esta circunstancia sus biógrafos le atribuyen el origen de su desequilibrio mental: vino al mundo exactamente un año después que el primogénito de la familia, un niño que nació muerto y al que los padres habían puesto los mismos nombres que a Vincent. Ese bebé fue enterrado en el cementerio protestante que rodeaba a la capilla, el mismo lugar en el que jugó durante su primera infancia.

Este hecho, a todas luces, lo marcó profundamente. Desde nuestra perspectiva, no se acaba de comprender cómo a unos padres se les ocurre ponerle el mismo nombre de un niño fallecido, sabiendo que iba a contemplarlo enterrado todos los días y con su propio nombre impreso en una lápida mortuoria, recordándole su propia muerte.

En este clima de rigor familiar Vincent fue creciendo, al tiempo que la familia iba incrementándose, ya que tuvo otros cinco hermanos: dos varones y tres chicas, aunque solo con Theo, dos años menor que él, mantuvo una relación de camaradería, tal como se refleja en la correspondencia que ambos hermanos sostuvieron durante muchos años.

Como es de suponer, su vida en el seno de la familia estaba marcada por las estrictas pautas religiosas. Así, las lecturas diarias de la Biblia eran un rito que la cohesionaban. Estas lecturas crearon un fervor religioso en el pequeño Vincent, de modo que pronto le hicieron creer en la posibilidad de salvar de la pobreza a sus convecinos a través del amor y las oraciones. Y es que la enorme pobreza en la que vivían los campesinos y los mineros de la zona le empezó a angustiar desde muy temprano.



Izquierda: 5. Autorretrato. Otoño, París, 1887.
Derecha: 6. Autorretrato con sombrero de fieltro gris. Invierno, París, 1887.


Con el paso del tiempo comprobaría que con oraciones no se salía de la pobreza. No obstante, su sincera simpatía por los trabajadores que vivían de la tierra la plasmaría en las temáticas de sus primeros lienzos, en los que reflejaba la dureza de la vida de las familias más modestas de su pequeño pueblo.

Cuando cumple los 16 años, sus padres le envían a trabajar a La Haya como dependiente de la galería de arte Goupil, donde pasará tres años. Comprueba que la vida en la ciudad es muy distinta a la de su pequeño pueblo, por lo que su naturaleza retraída le aísla de una gente que tiene unas costumbres y valores muy distintos a los suyos. El carácter taciturno y huraño que durante estos años va forjándose empezaba a adueñarse de su rostro, que, como veremos, lo expresará en sus futuros autorretratos.

Cansado del trabajo en La Haya, Vincent pidió ser trasladado a la sucursal de Goupil en París, y, poco después, a la de Londres. Allí, en la gran ciudad inglesa, se enamora de una chica llamada Úrsula Loyer, hija de la patrona de la pensión en la que se aloja.

Muy pronto conoce lo que es la decepción amorosa, puesto que sus pretensiones de acercamiento son rechazadas por Úrsula. Esto le causa una profunda depresión. Busca salir de este estado de postración alejándose de quien le ha desdeñado, por lo que decide volver a París para distanciarse de la persona que le ha hundido anímicamente.

Decepcionado, decide dar un giro en su vida y encauzarla hacia la religión. Es por lo que, en 1876, y con veintitrés años, retorna al Reino Unido, pero en esta ocasión para trabajar con un pastor metodista en las afueras de Londres.



Izquierda: 7. Autorretrato (dedicado a Paul Gauguin). Arles, septiembre de 1888.
Derecha: 8. Autorretrato. Arles, noviembre-diciembre de 1888.


De nuevo, el contacto con la pobreza da lugar a que su misticismo aumente día a día. Ahora se encuentra convencido de que su vida está destinada a servir a Dios, y la mejor forma es haciéndose sacerdote como su padre.

Para lograrlo, se desplaza a Ámsterdam con el fin de realizar los estudios de Teología necesarios para alcanzar el reconocimiento como pastor protestante. Allí, sin embargo, conocerá otro de los fracasos que marcarán su vida: finalmente es suspendido por el tribunal que lo examina.

El gran desengaño que siente al ver que las puertas hacia los estudios de Teología se le cierran es el origen de que Vincent pierda la fe y empiece a enfocar su vida a través de la pintura. Se inicia, pues, con ese doble fracaso íntimo, el nuevo camino del que sería uno de los mayores pintores que ha dado el mundo del arte. Pero también el tortuoso camino hacia la locura.

* * * * *

Quisiera apuntar que los autorretratos presentados corresponden, lógicamente, a su última etapa pictórica, que es cuando comienza a plasmar su rostro en los lienzos.

1. Autorretrato con pipa. París, primavera de 1886.
2. Autorretrato. París, otoño de 1886.

El rostro retraído, distante y triste será una constante a lo largo de los muchos autorretratos que Vincent van Gogh se hizo en sus últimos cuatro años de vida. Como podemos observar en los números 1 y 2, ambos corresponden a 1886, cuando había cumplido 33 años. El primero en la primavera y el segundo en el otoño de ese mismo año. En ambos casos se muestra con abundancia de tonalidades ocres y fondos oscuros, cromatismos que evitará en los siguientes trabajos.

3. Autorretrato con sombrero de paja. París, verano de 1887.
4. Autorretrato con sombrero de paja. París, verano de 1887.

Durante su estancia en París en el verano de 1887, Vincent realizó varios autorretratos que mantienen bastante similitud entre ellos, de ahí que reciban la misma denominación. A diferencia de los realizados en el año precedente, la luminosidad se muestra al acudir al color amarillo como gran protagonista del nº 3, al tiempo que, en el nº 4, incluye un tono azul cerúleo en la camisa que porta.

5. Autorretrato. Otoño, París, 1887.
6. Autorretrato con sombrero de fieltro gris. Invierno, París, 1887.

Pasado el verano, los retratos que Van Gogh realiza de sí mismo difieren de los del tiempo veraniego. En los nº 5 y 6 lo encontramos con rostro frontal, aunque su mirada sea esquiva. En ambos casos aparece portando un sombrero de fieltro. La imagen 6 es de gran potencia, dado que desde su mirada parecen surgir rayos que se dispersan por el rostro, al tiempo que el fondo está construido con pinceladas que giran alrededor de su cabeza.

7. Autorretrato (dedicado a Paul Gauguin). Arles, septiembre de 1888.
8. Autorretrato. Arles, noviembre-diciembre de 1888.

La última etapa de su vida, tal como veremos en la siguiente entrega, Vincent la pasa en Arles, pueblo del sur francés. Es su período más fructífero desde el punto de vista de la producción pictórica, aunque el más dramático para el artista holandés.

AURELIANO SÁINZ
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