Orgullo de ser humano, de tener un ADN único e irrepetible, de ser libre, de decidir, de sentir, de pensar diferente. Dejemos ya de joder a los demás exigiéndoles ser unos modelos que nosotros no somos ni en sueños. ¿Quién tiene derecho a decirle a alguien cómo vivir o cómo sentir? Como si algunos de nosotros pudiéramos decidir o elegir los sentimientos.
Cuando veo a los que se dedican a odiar, a criticar, a culpabilizar al otro siempre pienso lo mismo: “Tiene que ser un desgraciado con una mierda de vida”. Llevar el día a día propio y atender a nuestros seres queridos ya es suficiente como para estar pendiente de si el vecino o la vecina sale con cuatro o es transformista, o asexual...
A mí, la verdad, es que no me queda tiempo ni ganas de observar y, mucho menos, de criticar a los demás por su estilo de vida. Siempre he sabido que no respondo a esa perfección de la que me hablaban los curas o las maestras. Solo soy un ser humano que lleva su existencia, su paso por este planeta, lo mejor que puede, sin creerme mejor que nadie y que tiene muy asumido que es totalmente falible.
Cuando algún energúmeno critica o mira desde arriba a una persona por ser homosexual, bisexual, transexual o lo que le dé la gana ser, mi mente racional, que es muy potente, mira con extrañeza al exaltado. “¿Será gilipollas este tío?”, pienso, porque para mi parte izquierda del cerebro es incomprensible que se ataque por tener gustos diferentes. Para esa parte del cerebro es igual que gritarle a una persona porque le guste la cerveza o no le guste el vino.
Lo que cada uno hagamos con nuestro cuerpo y con nuestro tiempo no le importa a nadie. A ver si se enteran que ya se acabó la esclavitud, los siervos de la gleba y el Tercer Estado y que no somos propiedad de nadie.
A mí me daría pudor decirle a alguien cómo tiene que amar. Quien piensa que se puede controlar todo es un idiota que no sabe que, aunque humanos, no dejamos de ser pura química, seres llenos de electrones y protones que nos hacen atraernos. Y el amor o la atracción sexual no tienen explicación.
Yo más bien creo que hay mucho por ahí suelto que no acepta que “le ponen” los de su mismo sexo, que su piel se eriza más con un cuerpo al que su sometida mente califica de “prohibido”. Y esa frustración provoca ira y odio.
Estoy tratando de recordar la última vez que vi un cura heterosexual... El clero está lleno de gais, ejerzan o no de ello. Algunos han visto en la institución la forma de acallar sus pensamientos y sentimientos y poder seguir formando parte de su familia.
También he conocido hombres homosexuales casados para guardar las apariencias y que llevan doble vida. Todos ellos atrapados en realidades que odian, tirando la oportunidad de ser honestos con ellos mismos y no dañar a otra persona que desconoce ese doble juego.
Si Dios nos hizo a todos a su imagen y semejanza, si es infalible, ¿quién eres tú para cuestionar su obra? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra y, si la tira, que sepa que será juzgado con la misma vara de medir que utiliza con los demás... Y no lo digo yo, lo dice la Biblia, ese libro que leen muchos de los energúmenos que acusan con el dedo.
Cuando veo a los que se dedican a odiar, a criticar, a culpabilizar al otro siempre pienso lo mismo: “Tiene que ser un desgraciado con una mierda de vida”. Llevar el día a día propio y atender a nuestros seres queridos ya es suficiente como para estar pendiente de si el vecino o la vecina sale con cuatro o es transformista, o asexual...
A mí, la verdad, es que no me queda tiempo ni ganas de observar y, mucho menos, de criticar a los demás por su estilo de vida. Siempre he sabido que no respondo a esa perfección de la que me hablaban los curas o las maestras. Solo soy un ser humano que lleva su existencia, su paso por este planeta, lo mejor que puede, sin creerme mejor que nadie y que tiene muy asumido que es totalmente falible.
Cuando algún energúmeno critica o mira desde arriba a una persona por ser homosexual, bisexual, transexual o lo que le dé la gana ser, mi mente racional, que es muy potente, mira con extrañeza al exaltado. “¿Será gilipollas este tío?”, pienso, porque para mi parte izquierda del cerebro es incomprensible que se ataque por tener gustos diferentes. Para esa parte del cerebro es igual que gritarle a una persona porque le guste la cerveza o no le guste el vino.
Lo que cada uno hagamos con nuestro cuerpo y con nuestro tiempo no le importa a nadie. A ver si se enteran que ya se acabó la esclavitud, los siervos de la gleba y el Tercer Estado y que no somos propiedad de nadie.
A mí me daría pudor decirle a alguien cómo tiene que amar. Quien piensa que se puede controlar todo es un idiota que no sabe que, aunque humanos, no dejamos de ser pura química, seres llenos de electrones y protones que nos hacen atraernos. Y el amor o la atracción sexual no tienen explicación.
Yo más bien creo que hay mucho por ahí suelto que no acepta que “le ponen” los de su mismo sexo, que su piel se eriza más con un cuerpo al que su sometida mente califica de “prohibido”. Y esa frustración provoca ira y odio.
Estoy tratando de recordar la última vez que vi un cura heterosexual... El clero está lleno de gais, ejerzan o no de ello. Algunos han visto en la institución la forma de acallar sus pensamientos y sentimientos y poder seguir formando parte de su familia.
También he conocido hombres homosexuales casados para guardar las apariencias y que llevan doble vida. Todos ellos atrapados en realidades que odian, tirando la oportunidad de ser honestos con ellos mismos y no dañar a otra persona que desconoce ese doble juego.
Si Dios nos hizo a todos a su imagen y semejanza, si es infalible, ¿quién eres tú para cuestionar su obra? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra y, si la tira, que sepa que será juzgado con la misma vara de medir que utiliza con los demás... Y no lo digo yo, lo dice la Biblia, ese libro que leen muchos de los energúmenos que acusan con el dedo.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ