Laura Restrepo (Bogotá, 1950) publica Los Divinos, una historia que no la dejaba dormir y que le surgía a borbotones de la sangre, pese a que confiesa que ella es lenta para la escritura. La novela es una ficción, aunque parte de un hecho real: el crimen de Rafael Uribe a la niña Yuliana Samboné. Este joven arquitecto –joven, guapo y carismático, según la autora– secuestró a la criatura, la torturó y la asesinó. Ella tenía siete años. El crimen, contra toda sospecha, conmocionó a Colombia, un país que comenzaba a salir de una guerra que arrastraba desde varias décadas atrás.
La escritora colombiana vive la década de los sesenta con una belleza interior que no esconde su capacidad seductora, su belleza de entonces traducida a la madurez con una mirada profunda de mujer hábil y una precisión en las palabras que mide a su antojo. Su sonrisa es discreta, pero plena.
De aquella juventud que no se atreve a desechar del todo, conserva una melancolía sentimental que controla férreamente. Andaba escribiendo otra novela, cuando se le cruzó la historia de Yuliana en el camino. Y ya no podía pensar en otra cosa.
Cuidó el lenguaje palabra por palabra, como a coma. Dejó fuera de la narración su voz de mujer combativa y se entregó sola a contar esta monstruosidad con la voz de un hombre. No investigó. Los hechos se mostraban contumaces. Solo quería escribir desde dentro del corazón del asesino. El narrador es uno de los cinco amigos. No quería tampoco ponerle adjetivos a la historia.
Ha sido maestra. Ha sido política. Pero ante todo es madre. Es novelista. Sus libros han sido traducidos a veinticinco idiomas y han merecido varias distinciones, como el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Prix France Culture o el premio Grinzane Cavour 2006 a la mejor novela extranjera publicada en Italia.
Profesora emérita de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, ha publicado, entre otros los libros Delirio (2004), Demasiados héroes (2009 y 2015) o Pecado (2016). Ahora que ha encontrado la paz, ha vuelto con la novela que abandonó para escribir Los Divinos.
—'Los Divinos' está basada en un hecho real, en el crimen de Rafael Uribe a la menor Yuliana Samboné. Yuliana fue secuestrada, torturada y asesinada. Tenía siete años. El crimen conmocionó a su país.
—Los Divinos es una novela de ficción y, sin embargo, tiene un detonante en la vida real y en el crimen que acabas de mencionar. El crimen en sí y la conmoción que provocó en el país. Hay crímenes contra las mujeres que resultan ser una radiografía profunda de los países en que vivimos, porque esto sucede en Colombia pero yo creo que situaciones similares, no que estén pasando ahora y antes no, pero que ahora están siendo destapadas en distintas partes del mundo.
Como que toda la capa de eufemismos y de falsos pudores que había sobre el feminicidio, y ni qué hablar del infanticidio, que sí que se tapa, empieza a destaparse y ahí empieza a salir el monstruo que hay detrás. Que no solamente los ejecutores del crimen en sí, sino de alguna manera leyes, instituciones, de procedencia patriarcal que respaldan ese estado de cosas. Todo está saliendo a la luz en el mundo, entonces el país entero.
Colombia es un país familiarizado con la criminalidad desgraciadamente por décadas de guerra, y sin embargo este crimen sacó al país a la calle. La primera pregunta que te hacías era por qué este. Claro, es absolutamente atroz. Pero la movilización que generan estos crímenes también aterradores, masacres de 300 personas, no la había producido.
Creo, simplificando, que básicamente tiene que ver con dos cosas. La primera, la víctima o la víctima absoluta. Imposible una víctima más indefensa y más inofensiva que esta pequeñita de siete años, paupérrima, de un barrio de invasión de familia indígena, desplazados por la violencia. No podían encontrar una víctima a la que fuera más difícil adjudicarle todo aquel tipo de raciocinio, de argumentos mediante el cual la culpabilidad recae sobre la víctima. No podían decir que usara la ropa no sé cómo, ni que estaba borracha. Ahí no cabía. Era la víctima absoluta.
Y por otro lado, el victimario era el culpable absoluto, porque la gente más o menos cataloga las bandas, los guerrilleros, los narcos, los malos, de quienes se sabe que cometen atrocidades y que andan armados. Este era un muchacho que tenía el mundo en la mano. Arquitecto, joven, guapo, carismático. De quien nunca se hubiera esperado que hiciese una cosa así. No porque no las hagan. Lo que se ha visto precisamente es que sí que las hacen. Sino porque son ciudadanos al margen de toda sospecha y que de alguna manera se mantienen por distintos mecanismos fuera del brazo de la ley.
—El arquitecto Rafael Uribe cumple una condena de 58 años en la cárcel. Dices de él y de sus amigos que se les educa como si fueran “amos del universo”, hijos de madre poderosa que, cuando tienen un hijo débil, se dedican a taparle sus debilidades y acaban convirtiéndolo en un monstruo.
—Claro que eso se refiere al Muñeco, que es el asesino en la ficción. Porque yo, sobre el asesino en la vida real, no investigué nada. Yo empecé haciendo la novela y el primer intento de meterme en los zapatos de los muchachos de cierta clase social. De una edad que no es la mía, yo empecé con la hipótesis de que eran hijos de papá, que heredan todo su poder, su carisma, el espacio de influencia que mueven lo heredan de un padre rico que, de alguna manera, les entrega todo el paquete. Y, sin embargo, muy pronto pensé no, estos ya no son hijos de papi.
Yo no sé si aquí el término está tan acuñado, pero en Colombia tú dices "un hijo de papi" y está muy claro a qué te refieres. Pensé no son hijos de papi, son hijos de mami. La poderosa es la madre, que gerenta o es dueña del negocio. O sea, económicamente, la madre que ya cumple un papel decisivo y que utiliza la fuerza que ha ganado para encubrir las debilidades del hijo para suplir los vacíos del hijo, para disfrazar la inercia y la incapacidad del hijo con falsos cuentos hasta que va creando un monstruo que le salta a la yugular.
—Como dice, la novela es ficción. El único elemento verídico es el crimen de la niña. Pero nunca pensó en hacer una reconstrucción periodística de los hechos, acercarse a un reportaje neutral, como 'A sangre fría'.
—Lo descarté desde un principio, Antonio. Primero, porque la prensa había hecho un cubrimiento muy excepcional, exhaustivo. Digamos que el público lector colombiano que iba a ser los primeros receptivos de la novela sabían perfectamente lo que ha pasado. Inclusive internacionalmente era un crimen que ha tenido repercusiones.
Ahí no valían técnicas de novela negra como mantener el suspense en torno al asesino. No se podía. Y es una novela que yo escribí enteramente en mi montaña de los Pirineos aislada, y yo quise hacer uso de ese aislamiento para hacer una novela interior, que los hechos no se la tragaran, y yo creo que es un problema que nos pasa mucho a los escritores hispanoparlantes, que los hechos son muy contundentes y nos vamos por la épica y la intimidad se escapa.
Yo quiero tratar de ver cómo son por dentro estos muchachos que pueden llegar a una cosa así. Cómo su relación, no solamente la del asesino de la víctima, sino la del grupo de los cinco amigos que conforman desde niños este grupo, que ellos mismos llaman Los Tutti Frutti, cómo son sus relaciones con las demás mujeres también, con sus madres, son sus novias, con las empleadas del servicio, que me parece que en países como el mío con una primera escuela de respeto con la mujer.
Porque me parecía que, claro, que el crimen de una niña de siete años es la monstruosa punta del iceberg lo que asoma. Pero me parecía que por detrás tenía que haber una cadena de irrespetos a la mujer. Digamos socialmente tolerable, entre comillas. Pero que no están desconectados del crimen intolerable que es ya el rapto, la tortura, la violación y la muerte de una niña.
Es decir, ese irrespeto por la mujer de todas maneras ancla muy atrás y muy abajo. Y la sociedad tiene un margen de tolerancia grande, hasta que ya el crimen se manifiesta en tal volumen que ahí pasó una atrocidad. Pero cuáles son las raíces de la atrocidad me interesaba a mí verlas.
—Escribía otro libro, pero sucedió el crimen y no podía pensar en otra cosa. Usted que ha nacido en un país que ha convivido con la muerte varias décadas. ¿Qué le conmovió de este hecho?
—Yo escribo. He sido maestra. He sido política. Pero yo soy madre ante todo. Y la idea de que a esa chiquitica le hicieran ese daño, cómo convivir con eso. Y pensar que eso ocurre en una sociedad en la cual, mal que bien, haces parte y que no basta con señalar al asesino y decir es un monstruo, sino que hay que pensar qué estamos haciendo todos nosotros para que una cosa así pueda suceder.
Eso no pasa de la noche a la mañana. Aquí hay abismos sociales brutales que permiten que se abuse de esa forma de una niña, porque la niña no es nadie, la niña no existe en nuestra sociedad. Yo soy lenta para escribir pero este libro salió a borbotones. No me dejaba dormir. De hecho, lo escribí muy rápido.
Poco tiempo después del crimen apareció el libro. Y yo sentía que de pronto con palabras podía hacer una especie de protección de burbuja de protección para esa niña o revertir el tiempo. De hecho, El Hobbit, que es el que narra en tercera persona, que hace parte del grupo pero que está también aterrorizado con el crimen, digamos que rebasa sus márgenes de dudosa moral.
El Hobbit siempre está pensando por qué no nos dimos cuenta antes de que El Muñeco estaba yendo tan lejos, en qué momento lo hubiéramos podido parar, inclusive El Hobbit piensa quizás lo habíamos tenido que haber matado a él. En su delirio de cómo impedir que pasara lo que sucedió.
Entonces, yo pensaba eso. Cómo con palabras revertir el tiempo, frenarlo antes de que pase esto. Proteger a esta chiquita con palabras obviamente no se puede hacer. Pero si tú me preguntas qué era el impulso que me hacía escribir de día y de noche, pues era eso.
—Pero la prisa no le hizo descuidar el lenguaje.
—De hecho, el lenguaje tenía que ser cuidado palabra a palabra y coma por coma, porque una novela escrita en primera persona por uno de los personajes, que mal que bien participa de la trama del asesinato, lo único que el lector iba a tener eran las palabras de ese personaje. Porque ahí no aparece un detective, no aparece alguien que abunde dentro de la ficción, que pudiera dar un correlato de realidad, que te dijera las cosas fueran así o asá.
Lo único que había era la opinión de este muchacho que habla todo el tiempo en primera persona. Entonces yo pensaba lo que tiene el lector, lo que yo entrego son las palabras. Y en las palabras tiene que estar el ADN de lo que son. Por eso lo escribí en bogotano. Tenía que estar escrito en bogotano porque fuera del bogotano los personajes se me desdibujaban.
He pensado el alma de estos personajes tan particulares, estos niños bien, estos narcisos colombianos, pero que en realidad pertenecen a una cultura del hedonismo que puede estar en cualquier parte del mundo, su alma tiene que estar reflejada en la forma como hablan.
—No investigó pero tampoco quiso meterse en quién tiene la culpa. Quiso hacer un universo de ficción pensando que quizás la literatura fuera una herramienta para entender qué pasó.
—Fíjate que, digamos, volviendo al hecho real, que es el detonante de la novela, sucedió que la Justicia se movió muy rápido en Colombia. Entiendo que es de los casos de los últimos años en el mundo del abuso sexual de una mujer el que más rápido recibe una condena. Y una condena radical. Porque le pusieron la pena máxima sin posibilidades de reducción de ningún tipo. Lo capturaron enseguida y a los tres meses ya estaba condenado.
Entonces, por ese lado, lo que en principio fue un gran movilizador de la opinión, porque yo creo que la gente que estaba en la calle pensaba a este no lo tocan, porque a estos no los tocan, pertenecen a esos grupos de poder Los Divinos que, de alguna manera, están al margen de toda sospecha. Están blindados.
Ese malestar espantoso de que no lo van a tocar motivó mucho de la movilización. La justicia operó rápido. Entonces, digamos, la trama suicida estaba resuelta. ¿Qué quedaba? Toda la trama moral y toda la trama social era lo que estaba por debajo. En donde sentía que la ficción era la herramienta más propicia.
—El crimen sucede con un proceso de paz en marcha. Y El Muñeco, cuando mata a la niña, no se oculta, actúa con absoluta impunidad. ¿Qué le movía para actuar así?
—El título Los Divinos tiene también que ver con eso. El desparpajo con que opera en la ficción El Muñeco y en la vida real el asesino. No se preocupó. Quedó grabado en no sé cuántas cámaras de seguridad. Eso te habla de alguien que sabe que no le va a pasar nada. Yo pensaba, tratando de ponerme en los zapatos de El Muñeco, el asesino en mi libro, claro, finalmente este tipo no está matando a nadie. La niña no es nadie. No pasa nada. O como las mujeres que asesinan en México cuando vienen los migrantes indocumentados al tratar de pasar la frontera.
Matan miles de mujeres. Claro, no hay repercusión. Las mujeres no son nadie. No las busca la justicia. No están registradas. No pasa nada. Esa actitud de cazador que tiene el personaje en la novela. Él es un ave rapiña. Desde su penthouse está mirando allá el arrabal como buscando a la presa. Me parece que sintetiza un poco la posición de ese personaje. Exactamente lo mismo que en mis montañas de cazador está esperando el que se abra la temporada de caza para bajar a un jabalí que lo siente por ahí rondar.
—Los Divinos tienen con las mujeres relaciones de desprecio, de idealización, de fracaso. ¿Esa es la causa que impulsa su acción?
—Entiendo tu pregunta. Evidentemente, a pesar de que los otros pueden tener unas relaciones horribles con las mujeres, como suele suceder en toda nuestra sociedad, muchos hombres habituados a tener una relación de desprecio, y a muchas mujeres que además la toleran, pero evidentemente hay algo excepcional en él. Es decir, los otros no van a violar ni asesinar a una niña.
Y la novela, aparte del tratamiento de grupo de la mentalidad colectiva de ese grupo de niños bien, intenta profundizar más en lo que es el propio Muñeco y en la rareza de su acción. Cómo se va hasta el límite y sobrepasa de una manera brutal. Fíjate que era interesante pensar: El Hobbit lo conoce desde niño y lo recuerda de las épocas del colegio donde de verdad el más carismático era él; el buen deportista, el que enamoraba a todas las muchachas, el jefe de la banda de guerra, el que era capaz de hipnotizar, de cautivar, a toda su escuela, haciendo proezas como jefe de la banda de guerra. El más matón a la hora de jugar fútbol.
Era este muchacho más carismático precisamente el que acaba yendo más hondo. Y pensaba: quizás en otra sociedad, este muchacho hubiera podido ser un artista, un buen periodista, hubiera podido ser alguien un poco distinto del molde, no un simple ejecutivo de empresas. Es el único que se anima a salir a la calle.
Hay ciertos rasgos que te hacen pensar que quizás separarse del grupo hubiera podido tener connotaciones positivas. Él frecuenta otras clases sociales. Estos otros niños son niños de club, son niños de discoteca, como circuitos muy restringidos y muy exclusivos de su clase. El Muñeco es más aventurero. El Muñeco se sale. Lo que pasa es que esa misma salida, al caer en el abismo que hay entre las clases sociales en una ciudad como Bogotá, a lo que lleva es a esta monstruosidad.
En ese sentido, yo tengo un amigo muy querido, jesuita, un tipo extraordinario, proveniente de las familias ricas, y ha vivido durante muchos años justamente en el barrio vecino de la niña. Y yo pensaba: mira qué destinos contrapuestos. Hubiera dado otra novela. Interesante la contraposición.
—El narrador es uno de los cinco amigos pero al mismo tiempo no se identifica con ellos. ¿El Hobbit tenía que ser así?
—Claro, porque yo no quería aparecer. Por eso la novela no está contada por mujeres. Si bien es imprescindible que las mujeres nos manifestemos, además con toda la energía y todas las convicciones, tenemos que ser quienes llevamos la vanguardia en eso, de todas maneras se conoce más nuestro punto de vista de absoluto rechazo.
Me interesaba más contarlo desde la perspectiva de un hombre, y de un hombre que pertenece al grupo. Si tú quieres saber cómo son, no puedes empezar con adjetivos que descalifiquen de entrada. Tienes que entrar suave, tratando de acompañar al personaje y, al mismo tiempo, tenía que ser alguien que perteneciera al grupo, pero que fuera un poco distinto, de una clase social diferente, sus padres no son tan ricos como los de los amigos, es un traductor, lo cual hace que él lea.
De alguna manera, El Hobbit es un bicho que no sale de su casa, ha roto los vínculos sociales, se lo pasa viendo con los videojuegos, la televisión. Un personaje encerrado en su propia cueva. Entonces, era el narrador idóneo para mí, porque conoce desde dentro pero me evitaba a mí como autora estar haciendo juicios de valor o poniéndole adjetivos a la historia.
—Le interesaba trabajar en el libro con un concepto nuevo: el hijo de mami. Contra una idea generalizada de que los hombres son violentos y las mujeres buscan la paz. Pero usted no opina así. La mujer puede generar esquemas que lleven a la violencia.
—Mira, es un tema muy resbaloso. Porque, evidentemente, es ese terreno atroz del abuso de la mujer. La víctima es la mujer y el victimario, un hombre. Y en ese sentido está claro que las mujeres, como conjunto, tienen que estar en la vanguardia de la protesta y de la exigencia de que las realidades cambian. Pero al mismo tiempo, simplificar con hombres malos, mujeres buenas, solo lleva a la derrota. Primero, porque no es así.
Hay muchos esquemas donde las mujeres tienen una participación activa. Yo lo he podido ver en otras novelas las realidades en guerra, por ejemplo, en donde quienes impulsan a continuar con la cadena de sangre son las propias mujeres. O escribir reportajes sobre Yemen y Etiopía donde se producen la ablación de la mujer, y allí hablé con muchos hombres jóvenes que dijeron ojalá no mutilaran a las muchachas, porque nosotros no queremos tener un personaje muerto en la cama, quisiéramos tener una vida sexual activa con nuestras esposas y no estarlas lastimando. Y en muchos casos era la abuela la que llevaba a la niña a la cocina.
Entonces, eso no lo puedes ignorar, porque nosotros tenemos que trabajar en nuestro propio campo para romper con sus cadenas de machismo que muchas veces las asimilamos. Decir esto te trae problemas porque, claro, tú no puedes echar la culpa sobre la víctima. Entiendo que es un terreno muy delicado, pero cuántas veces también las madres generamos estos egos monumentales de los hijos que se creen salidos de la nave de Zeus precisamente porque tienen detrás una madre tapando todos sus defectos y auspiciando la desidia en el hijo.
Yo creo que eso hay que mirarlo en cualquier momento. Cuando empezaron las grandes matanzas patrocinadas por Pablo Escobar, yo estuve en uno de los barrios populares en Medellín que era el caldo de cultivo donde él sacaba la institución del sicariato. Yo estuve entrevistando a una mujer que lavaba las camisas ensangrentadas del hijo, sabiendo perfectamente que el hijo había estado matando, sin preguntarle. ¿Por qué? Porque el hijo era el proveedor.
Una familia sin padre, donde el hijo mayor era el sicario y era el que traía el dinero. Esa madre no preguntaba de dónde venía el dinero. El hijo mayor es el más amado por la madre y, al mismo tiempo, es una madre que lo está entregando a la muerte, ¿no? Inclusive había una analogía con la imagen cristiana de la madre que adora al hijo que va a ir a la cruz, la madre que adora al hijo que sabe que se va a morir.
—Este es un crimen que se hace por placer. No hay otros intereses. ¿Ese aspecto es el que lo hace más condenable?
—Claro. Yo creo que tienes razón. Seguramente es igual de condenable que cualquier otra motivación. Violar a una mujer, asesinarla, y más a una niña, no tiene ningún tipo de excusa ni moral ni legal en ninguna circunstancia. Pero quizás aquí la indignación popular fuera todavía más fuerte.
Es sabido que en los sitios donde hay guerra, y esto he podido comprobarlo personalmente en el mundo entero, las mujeres se convierten en motín de guerra. Es decir, violar a la mujer de tu enemigo es parte de tu victoria. Pero aquí, claro, había un componente adicional.
Este niño todo lo tiene. Este muchacho que tiene el mundo en su mano, lo que en Manhattan llaman "uno de los amos del universo", ¿por qué lo hace? Lo hace por placer. Y eso le añade un toque al repudio generalizado. La mató por placer.
—No le interesaba que la novela estuviera narrada por mujeres, como dice. Quería meterse en el corazón de esos niños, en el corazón del asesino. Pero sí encontramos en estas páginas la mirada de Alicia o Malicia.
—Sí. Para mí es interesante Malicia. Y era importante que El Hobbit, que es un tipo bien perceptivo le dijera no Alicia sino Malicia. Por qué ella es Malicia. Ella es Malicia porque ella observa a los muchachos y los conoce. Ella no es ingenua con respecto a cómo es este grupo con el que se está metiendo. Y al mismo tiempo es víctima de sus tratos.
Ella va a confesarle a El Hobbit "yo misma he permitido que me traten como objeto". Entonces, Malicia es doble. No quería yo que la única mujer que aparecía fuera la buena. De alguna manera, contribuye a romper una cierta cadena, pero al mismo tiempo ella no es ajena a un cierto tipo de utilización de la mujer. Ella se da cuenta.
—En la traducción de la obra al inglés, le pidieron que para su publicación le subiera la edad a la niña.
—Afortunadamente, las cosas están cambiando rápidamente en el mundo. Pero eso tiene que ver con el silencio aterrador que pesa sobre el infanticidio. Porque si bien con el feminicidio se ha puesto el grito en el cielo y se ha puesto contra la pared a la justicia para que condene, sobre el infanticidio, en general, todavía pesa un silencio imperdonable. Porque, claro, el silencio lo que hace es facilitar, permitir, que las cosas sigan sucediendo.
Yo creo que tiene que ver, primero, con algo de lo políticamente correcto. No hay que herir la sensibilidad del lector hablándole del crimen contra una niña tan pequeña. Tiene que ver con que la sociedad no puede reconocer que las niñas son víctimas de abuso. Es algo que hay que ir destapando o que hay que destapar de una vez por todas.
La realidad lo que te indica es que el abuso sexual es más frecuente entre menores de edad que sobre mayores. Pero muchas veces se mantiene en el marco de la familia como grandes secretos. Pero luego que sucedió, vinieron casos como el de la chiquita en la India a la que violan masivamente porque ella es musulmana y quienes la violan pertenecen a otro grupo social que la violan y la matan.
Eso tiene repercusiones mundiales y empieza a salir a la luz también las niñas y los niños como víctimas de prostitución, los abusos sexuales, de violación. Y empieza eso también a tener presencia. Es un indicador de cómo cambia de rápido la percepción por cuenta de la movilización que ha habido de las mujeres.
—Dice que su hijo y sus sobrinos le ayudaron a recoger la mirada de esa generación que ronda los 40 años, la generación de estos muchachos.
—Mi sobrino y mi sobrina, que también desde el punto de vista femenino me ayudó mucho. Mi hijo fue directamente decisivo porque fue el que en realidad sabía cómo es esa generación, y esa generación de ciertos niños. Yo he sido maestra de escuela con muchachos de esa edad, pero de otra clase social.
De ese grupo en específico, mi hijo jugaba fútbol con muchachos así y los conocía en el terreno. Y fue clave para mí. Bueno, él escribe también. Está viviendo conmigo aquí en la montaña. Entonces, fue muy interesante la contraposición con él, porque puedes mirar las cosas a través de los ojos de otra generación. Normalmente, los escritores quedamos anclados en la perspectiva de nuestra generación. Y este trabajo conjunto con mi hijo me permitió ver las cosas a través de sus ojos. Fue muy interesante.
—¿Qué puede encontrar el lector en el libro que no estaba en la realidad, en las crónicas periodísticas?
—La búsqueda que a mí me interesaba y que me gustaría compartir con el lector es la interioridad, la intimidad que hay detrás de todo esto. Ya no el marco exterior de los hechos, sino cómo funcionan las cabezas de quienes están operando. Sus vidas familiares, su trayectoria desde la infancia. O sea, si el crimen atroz es la punta del iceberg, yo quería ver lo que hay bajo el agua.
La palabra "monstruo" nos sorprende desde el inicio, porque la palabra "monstruo" viene de "mostrar". El monstruo es lo que se muestra. A partir de ahí, todo es como detonante que de pronto enruta tu pensamiento hacia otro lado. Yo dije: si el asesino es lo que se muestra, si el crimen es lo que se ha mostrado, lo que se ha visto, yo quiero hacer una novela sobre lo que no se ve, lo que es invisible detrás, lo que está tras bambalinas en un crimen. Me pareció que eso era una perspectiva, yo que no soy una experta en novela negra, algo que quizás yo podía aportar.
—¿Y ahora a recuperar la novela que abandonó?
—Sí. Ya la saqué de los cajones y de la memoria del ordenador. Con los proyectos archivados pasa como con los viejos novios, que los miras y uno se pregunta: por qué era que me gustaba tanto (ríe). Qué hacía yo ahí, cuál era la fascinación que ejercía sobre mí. Entonces, estoy un poco en esa fase, tratando de retomar el viejo entusiasmo. Todavía no sé si lo lograré o no.
La escritora colombiana vive la década de los sesenta con una belleza interior que no esconde su capacidad seductora, su belleza de entonces traducida a la madurez con una mirada profunda de mujer hábil y una precisión en las palabras que mide a su antojo. Su sonrisa es discreta, pero plena.
De aquella juventud que no se atreve a desechar del todo, conserva una melancolía sentimental que controla férreamente. Andaba escribiendo otra novela, cuando se le cruzó la historia de Yuliana en el camino. Y ya no podía pensar en otra cosa.
Cuidó el lenguaje palabra por palabra, como a coma. Dejó fuera de la narración su voz de mujer combativa y se entregó sola a contar esta monstruosidad con la voz de un hombre. No investigó. Los hechos se mostraban contumaces. Solo quería escribir desde dentro del corazón del asesino. El narrador es uno de los cinco amigos. No quería tampoco ponerle adjetivos a la historia.
Ha sido maestra. Ha sido política. Pero ante todo es madre. Es novelista. Sus libros han sido traducidos a veinticinco idiomas y han merecido varias distinciones, como el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Prix France Culture o el premio Grinzane Cavour 2006 a la mejor novela extranjera publicada en Italia.
Profesora emérita de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, ha publicado, entre otros los libros Delirio (2004), Demasiados héroes (2009 y 2015) o Pecado (2016). Ahora que ha encontrado la paz, ha vuelto con la novela que abandonó para escribir Los Divinos.
—'Los Divinos' está basada en un hecho real, en el crimen de Rafael Uribe a la menor Yuliana Samboné. Yuliana fue secuestrada, torturada y asesinada. Tenía siete años. El crimen conmocionó a su país.
—Los Divinos es una novela de ficción y, sin embargo, tiene un detonante en la vida real y en el crimen que acabas de mencionar. El crimen en sí y la conmoción que provocó en el país. Hay crímenes contra las mujeres que resultan ser una radiografía profunda de los países en que vivimos, porque esto sucede en Colombia pero yo creo que situaciones similares, no que estén pasando ahora y antes no, pero que ahora están siendo destapadas en distintas partes del mundo.
Como que toda la capa de eufemismos y de falsos pudores que había sobre el feminicidio, y ni qué hablar del infanticidio, que sí que se tapa, empieza a destaparse y ahí empieza a salir el monstruo que hay detrás. Que no solamente los ejecutores del crimen en sí, sino de alguna manera leyes, instituciones, de procedencia patriarcal que respaldan ese estado de cosas. Todo está saliendo a la luz en el mundo, entonces el país entero.
Colombia es un país familiarizado con la criminalidad desgraciadamente por décadas de guerra, y sin embargo este crimen sacó al país a la calle. La primera pregunta que te hacías era por qué este. Claro, es absolutamente atroz. Pero la movilización que generan estos crímenes también aterradores, masacres de 300 personas, no la había producido.
Creo, simplificando, que básicamente tiene que ver con dos cosas. La primera, la víctima o la víctima absoluta. Imposible una víctima más indefensa y más inofensiva que esta pequeñita de siete años, paupérrima, de un barrio de invasión de familia indígena, desplazados por la violencia. No podían encontrar una víctima a la que fuera más difícil adjudicarle todo aquel tipo de raciocinio, de argumentos mediante el cual la culpabilidad recae sobre la víctima. No podían decir que usara la ropa no sé cómo, ni que estaba borracha. Ahí no cabía. Era la víctima absoluta.
Y por otro lado, el victimario era el culpable absoluto, porque la gente más o menos cataloga las bandas, los guerrilleros, los narcos, los malos, de quienes se sabe que cometen atrocidades y que andan armados. Este era un muchacho que tenía el mundo en la mano. Arquitecto, joven, guapo, carismático. De quien nunca se hubiera esperado que hiciese una cosa así. No porque no las hagan. Lo que se ha visto precisamente es que sí que las hacen. Sino porque son ciudadanos al margen de toda sospecha y que de alguna manera se mantienen por distintos mecanismos fuera del brazo de la ley.
—El arquitecto Rafael Uribe cumple una condena de 58 años en la cárcel. Dices de él y de sus amigos que se les educa como si fueran “amos del universo”, hijos de madre poderosa que, cuando tienen un hijo débil, se dedican a taparle sus debilidades y acaban convirtiéndolo en un monstruo.
—Claro que eso se refiere al Muñeco, que es el asesino en la ficción. Porque yo, sobre el asesino en la vida real, no investigué nada. Yo empecé haciendo la novela y el primer intento de meterme en los zapatos de los muchachos de cierta clase social. De una edad que no es la mía, yo empecé con la hipótesis de que eran hijos de papá, que heredan todo su poder, su carisma, el espacio de influencia que mueven lo heredan de un padre rico que, de alguna manera, les entrega todo el paquete. Y, sin embargo, muy pronto pensé no, estos ya no son hijos de papi.
Yo no sé si aquí el término está tan acuñado, pero en Colombia tú dices "un hijo de papi" y está muy claro a qué te refieres. Pensé no son hijos de papi, son hijos de mami. La poderosa es la madre, que gerenta o es dueña del negocio. O sea, económicamente, la madre que ya cumple un papel decisivo y que utiliza la fuerza que ha ganado para encubrir las debilidades del hijo para suplir los vacíos del hijo, para disfrazar la inercia y la incapacidad del hijo con falsos cuentos hasta que va creando un monstruo que le salta a la yugular.
—Como dice, la novela es ficción. El único elemento verídico es el crimen de la niña. Pero nunca pensó en hacer una reconstrucción periodística de los hechos, acercarse a un reportaje neutral, como 'A sangre fría'.
—Lo descarté desde un principio, Antonio. Primero, porque la prensa había hecho un cubrimiento muy excepcional, exhaustivo. Digamos que el público lector colombiano que iba a ser los primeros receptivos de la novela sabían perfectamente lo que ha pasado. Inclusive internacionalmente era un crimen que ha tenido repercusiones.
Ahí no valían técnicas de novela negra como mantener el suspense en torno al asesino. No se podía. Y es una novela que yo escribí enteramente en mi montaña de los Pirineos aislada, y yo quise hacer uso de ese aislamiento para hacer una novela interior, que los hechos no se la tragaran, y yo creo que es un problema que nos pasa mucho a los escritores hispanoparlantes, que los hechos son muy contundentes y nos vamos por la épica y la intimidad se escapa.
Yo quiero tratar de ver cómo son por dentro estos muchachos que pueden llegar a una cosa así. Cómo su relación, no solamente la del asesino de la víctima, sino la del grupo de los cinco amigos que conforman desde niños este grupo, que ellos mismos llaman Los Tutti Frutti, cómo son sus relaciones con las demás mujeres también, con sus madres, son sus novias, con las empleadas del servicio, que me parece que en países como el mío con una primera escuela de respeto con la mujer.
Porque me parecía que, claro, que el crimen de una niña de siete años es la monstruosa punta del iceberg lo que asoma. Pero me parecía que por detrás tenía que haber una cadena de irrespetos a la mujer. Digamos socialmente tolerable, entre comillas. Pero que no están desconectados del crimen intolerable que es ya el rapto, la tortura, la violación y la muerte de una niña.
Es decir, ese irrespeto por la mujer de todas maneras ancla muy atrás y muy abajo. Y la sociedad tiene un margen de tolerancia grande, hasta que ya el crimen se manifiesta en tal volumen que ahí pasó una atrocidad. Pero cuáles son las raíces de la atrocidad me interesaba a mí verlas.
—Escribía otro libro, pero sucedió el crimen y no podía pensar en otra cosa. Usted que ha nacido en un país que ha convivido con la muerte varias décadas. ¿Qué le conmovió de este hecho?
—Yo escribo. He sido maestra. He sido política. Pero yo soy madre ante todo. Y la idea de que a esa chiquitica le hicieran ese daño, cómo convivir con eso. Y pensar que eso ocurre en una sociedad en la cual, mal que bien, haces parte y que no basta con señalar al asesino y decir es un monstruo, sino que hay que pensar qué estamos haciendo todos nosotros para que una cosa así pueda suceder.
Eso no pasa de la noche a la mañana. Aquí hay abismos sociales brutales que permiten que se abuse de esa forma de una niña, porque la niña no es nadie, la niña no existe en nuestra sociedad. Yo soy lenta para escribir pero este libro salió a borbotones. No me dejaba dormir. De hecho, lo escribí muy rápido.
Poco tiempo después del crimen apareció el libro. Y yo sentía que de pronto con palabras podía hacer una especie de protección de burbuja de protección para esa niña o revertir el tiempo. De hecho, El Hobbit, que es el que narra en tercera persona, que hace parte del grupo pero que está también aterrorizado con el crimen, digamos que rebasa sus márgenes de dudosa moral.
El Hobbit siempre está pensando por qué no nos dimos cuenta antes de que El Muñeco estaba yendo tan lejos, en qué momento lo hubiéramos podido parar, inclusive El Hobbit piensa quizás lo habíamos tenido que haber matado a él. En su delirio de cómo impedir que pasara lo que sucedió.
Entonces, yo pensaba eso. Cómo con palabras revertir el tiempo, frenarlo antes de que pase esto. Proteger a esta chiquita con palabras obviamente no se puede hacer. Pero si tú me preguntas qué era el impulso que me hacía escribir de día y de noche, pues era eso.
—Pero la prisa no le hizo descuidar el lenguaje.
—De hecho, el lenguaje tenía que ser cuidado palabra a palabra y coma por coma, porque una novela escrita en primera persona por uno de los personajes, que mal que bien participa de la trama del asesinato, lo único que el lector iba a tener eran las palabras de ese personaje. Porque ahí no aparece un detective, no aparece alguien que abunde dentro de la ficción, que pudiera dar un correlato de realidad, que te dijera las cosas fueran así o asá.
Lo único que había era la opinión de este muchacho que habla todo el tiempo en primera persona. Entonces yo pensaba lo que tiene el lector, lo que yo entrego son las palabras. Y en las palabras tiene que estar el ADN de lo que son. Por eso lo escribí en bogotano. Tenía que estar escrito en bogotano porque fuera del bogotano los personajes se me desdibujaban.
He pensado el alma de estos personajes tan particulares, estos niños bien, estos narcisos colombianos, pero que en realidad pertenecen a una cultura del hedonismo que puede estar en cualquier parte del mundo, su alma tiene que estar reflejada en la forma como hablan.
—No investigó pero tampoco quiso meterse en quién tiene la culpa. Quiso hacer un universo de ficción pensando que quizás la literatura fuera una herramienta para entender qué pasó.
—Fíjate que, digamos, volviendo al hecho real, que es el detonante de la novela, sucedió que la Justicia se movió muy rápido en Colombia. Entiendo que es de los casos de los últimos años en el mundo del abuso sexual de una mujer el que más rápido recibe una condena. Y una condena radical. Porque le pusieron la pena máxima sin posibilidades de reducción de ningún tipo. Lo capturaron enseguida y a los tres meses ya estaba condenado.
Entonces, por ese lado, lo que en principio fue un gran movilizador de la opinión, porque yo creo que la gente que estaba en la calle pensaba a este no lo tocan, porque a estos no los tocan, pertenecen a esos grupos de poder Los Divinos que, de alguna manera, están al margen de toda sospecha. Están blindados.
Ese malestar espantoso de que no lo van a tocar motivó mucho de la movilización. La justicia operó rápido. Entonces, digamos, la trama suicida estaba resuelta. ¿Qué quedaba? Toda la trama moral y toda la trama social era lo que estaba por debajo. En donde sentía que la ficción era la herramienta más propicia.
—El crimen sucede con un proceso de paz en marcha. Y El Muñeco, cuando mata a la niña, no se oculta, actúa con absoluta impunidad. ¿Qué le movía para actuar así?
—El título Los Divinos tiene también que ver con eso. El desparpajo con que opera en la ficción El Muñeco y en la vida real el asesino. No se preocupó. Quedó grabado en no sé cuántas cámaras de seguridad. Eso te habla de alguien que sabe que no le va a pasar nada. Yo pensaba, tratando de ponerme en los zapatos de El Muñeco, el asesino en mi libro, claro, finalmente este tipo no está matando a nadie. La niña no es nadie. No pasa nada. O como las mujeres que asesinan en México cuando vienen los migrantes indocumentados al tratar de pasar la frontera.
Matan miles de mujeres. Claro, no hay repercusión. Las mujeres no son nadie. No las busca la justicia. No están registradas. No pasa nada. Esa actitud de cazador que tiene el personaje en la novela. Él es un ave rapiña. Desde su penthouse está mirando allá el arrabal como buscando a la presa. Me parece que sintetiza un poco la posición de ese personaje. Exactamente lo mismo que en mis montañas de cazador está esperando el que se abra la temporada de caza para bajar a un jabalí que lo siente por ahí rondar.
—Los Divinos tienen con las mujeres relaciones de desprecio, de idealización, de fracaso. ¿Esa es la causa que impulsa su acción?
—Entiendo tu pregunta. Evidentemente, a pesar de que los otros pueden tener unas relaciones horribles con las mujeres, como suele suceder en toda nuestra sociedad, muchos hombres habituados a tener una relación de desprecio, y a muchas mujeres que además la toleran, pero evidentemente hay algo excepcional en él. Es decir, los otros no van a violar ni asesinar a una niña.
Y la novela, aparte del tratamiento de grupo de la mentalidad colectiva de ese grupo de niños bien, intenta profundizar más en lo que es el propio Muñeco y en la rareza de su acción. Cómo se va hasta el límite y sobrepasa de una manera brutal. Fíjate que era interesante pensar: El Hobbit lo conoce desde niño y lo recuerda de las épocas del colegio donde de verdad el más carismático era él; el buen deportista, el que enamoraba a todas las muchachas, el jefe de la banda de guerra, el que era capaz de hipnotizar, de cautivar, a toda su escuela, haciendo proezas como jefe de la banda de guerra. El más matón a la hora de jugar fútbol.
Era este muchacho más carismático precisamente el que acaba yendo más hondo. Y pensaba: quizás en otra sociedad, este muchacho hubiera podido ser un artista, un buen periodista, hubiera podido ser alguien un poco distinto del molde, no un simple ejecutivo de empresas. Es el único que se anima a salir a la calle.
Hay ciertos rasgos que te hacen pensar que quizás separarse del grupo hubiera podido tener connotaciones positivas. Él frecuenta otras clases sociales. Estos otros niños son niños de club, son niños de discoteca, como circuitos muy restringidos y muy exclusivos de su clase. El Muñeco es más aventurero. El Muñeco se sale. Lo que pasa es que esa misma salida, al caer en el abismo que hay entre las clases sociales en una ciudad como Bogotá, a lo que lleva es a esta monstruosidad.
En ese sentido, yo tengo un amigo muy querido, jesuita, un tipo extraordinario, proveniente de las familias ricas, y ha vivido durante muchos años justamente en el barrio vecino de la niña. Y yo pensaba: mira qué destinos contrapuestos. Hubiera dado otra novela. Interesante la contraposición.
—El narrador es uno de los cinco amigos pero al mismo tiempo no se identifica con ellos. ¿El Hobbit tenía que ser así?
—Claro, porque yo no quería aparecer. Por eso la novela no está contada por mujeres. Si bien es imprescindible que las mujeres nos manifestemos, además con toda la energía y todas las convicciones, tenemos que ser quienes llevamos la vanguardia en eso, de todas maneras se conoce más nuestro punto de vista de absoluto rechazo.
Me interesaba más contarlo desde la perspectiva de un hombre, y de un hombre que pertenece al grupo. Si tú quieres saber cómo son, no puedes empezar con adjetivos que descalifiquen de entrada. Tienes que entrar suave, tratando de acompañar al personaje y, al mismo tiempo, tenía que ser alguien que perteneciera al grupo, pero que fuera un poco distinto, de una clase social diferente, sus padres no son tan ricos como los de los amigos, es un traductor, lo cual hace que él lea.
De alguna manera, El Hobbit es un bicho que no sale de su casa, ha roto los vínculos sociales, se lo pasa viendo con los videojuegos, la televisión. Un personaje encerrado en su propia cueva. Entonces, era el narrador idóneo para mí, porque conoce desde dentro pero me evitaba a mí como autora estar haciendo juicios de valor o poniéndole adjetivos a la historia.
—Le interesaba trabajar en el libro con un concepto nuevo: el hijo de mami. Contra una idea generalizada de que los hombres son violentos y las mujeres buscan la paz. Pero usted no opina así. La mujer puede generar esquemas que lleven a la violencia.
—Mira, es un tema muy resbaloso. Porque, evidentemente, es ese terreno atroz del abuso de la mujer. La víctima es la mujer y el victimario, un hombre. Y en ese sentido está claro que las mujeres, como conjunto, tienen que estar en la vanguardia de la protesta y de la exigencia de que las realidades cambian. Pero al mismo tiempo, simplificar con hombres malos, mujeres buenas, solo lleva a la derrota. Primero, porque no es así.
Hay muchos esquemas donde las mujeres tienen una participación activa. Yo lo he podido ver en otras novelas las realidades en guerra, por ejemplo, en donde quienes impulsan a continuar con la cadena de sangre son las propias mujeres. O escribir reportajes sobre Yemen y Etiopía donde se producen la ablación de la mujer, y allí hablé con muchos hombres jóvenes que dijeron ojalá no mutilaran a las muchachas, porque nosotros no queremos tener un personaje muerto en la cama, quisiéramos tener una vida sexual activa con nuestras esposas y no estarlas lastimando. Y en muchos casos era la abuela la que llevaba a la niña a la cocina.
Entonces, eso no lo puedes ignorar, porque nosotros tenemos que trabajar en nuestro propio campo para romper con sus cadenas de machismo que muchas veces las asimilamos. Decir esto te trae problemas porque, claro, tú no puedes echar la culpa sobre la víctima. Entiendo que es un terreno muy delicado, pero cuántas veces también las madres generamos estos egos monumentales de los hijos que se creen salidos de la nave de Zeus precisamente porque tienen detrás una madre tapando todos sus defectos y auspiciando la desidia en el hijo.
Yo creo que eso hay que mirarlo en cualquier momento. Cuando empezaron las grandes matanzas patrocinadas por Pablo Escobar, yo estuve en uno de los barrios populares en Medellín que era el caldo de cultivo donde él sacaba la institución del sicariato. Yo estuve entrevistando a una mujer que lavaba las camisas ensangrentadas del hijo, sabiendo perfectamente que el hijo había estado matando, sin preguntarle. ¿Por qué? Porque el hijo era el proveedor.
Una familia sin padre, donde el hijo mayor era el sicario y era el que traía el dinero. Esa madre no preguntaba de dónde venía el dinero. El hijo mayor es el más amado por la madre y, al mismo tiempo, es una madre que lo está entregando a la muerte, ¿no? Inclusive había una analogía con la imagen cristiana de la madre que adora al hijo que va a ir a la cruz, la madre que adora al hijo que sabe que se va a morir.
—Este es un crimen que se hace por placer. No hay otros intereses. ¿Ese aspecto es el que lo hace más condenable?
—Claro. Yo creo que tienes razón. Seguramente es igual de condenable que cualquier otra motivación. Violar a una mujer, asesinarla, y más a una niña, no tiene ningún tipo de excusa ni moral ni legal en ninguna circunstancia. Pero quizás aquí la indignación popular fuera todavía más fuerte.
Es sabido que en los sitios donde hay guerra, y esto he podido comprobarlo personalmente en el mundo entero, las mujeres se convierten en motín de guerra. Es decir, violar a la mujer de tu enemigo es parte de tu victoria. Pero aquí, claro, había un componente adicional.
Este niño todo lo tiene. Este muchacho que tiene el mundo en su mano, lo que en Manhattan llaman "uno de los amos del universo", ¿por qué lo hace? Lo hace por placer. Y eso le añade un toque al repudio generalizado. La mató por placer.
—No le interesaba que la novela estuviera narrada por mujeres, como dice. Quería meterse en el corazón de esos niños, en el corazón del asesino. Pero sí encontramos en estas páginas la mirada de Alicia o Malicia.
—Sí. Para mí es interesante Malicia. Y era importante que El Hobbit, que es un tipo bien perceptivo le dijera no Alicia sino Malicia. Por qué ella es Malicia. Ella es Malicia porque ella observa a los muchachos y los conoce. Ella no es ingenua con respecto a cómo es este grupo con el que se está metiendo. Y al mismo tiempo es víctima de sus tratos.
Ella va a confesarle a El Hobbit "yo misma he permitido que me traten como objeto". Entonces, Malicia es doble. No quería yo que la única mujer que aparecía fuera la buena. De alguna manera, contribuye a romper una cierta cadena, pero al mismo tiempo ella no es ajena a un cierto tipo de utilización de la mujer. Ella se da cuenta.
—En la traducción de la obra al inglés, le pidieron que para su publicación le subiera la edad a la niña.
—Afortunadamente, las cosas están cambiando rápidamente en el mundo. Pero eso tiene que ver con el silencio aterrador que pesa sobre el infanticidio. Porque si bien con el feminicidio se ha puesto el grito en el cielo y se ha puesto contra la pared a la justicia para que condene, sobre el infanticidio, en general, todavía pesa un silencio imperdonable. Porque, claro, el silencio lo que hace es facilitar, permitir, que las cosas sigan sucediendo.
Yo creo que tiene que ver, primero, con algo de lo políticamente correcto. No hay que herir la sensibilidad del lector hablándole del crimen contra una niña tan pequeña. Tiene que ver con que la sociedad no puede reconocer que las niñas son víctimas de abuso. Es algo que hay que ir destapando o que hay que destapar de una vez por todas.
La realidad lo que te indica es que el abuso sexual es más frecuente entre menores de edad que sobre mayores. Pero muchas veces se mantiene en el marco de la familia como grandes secretos. Pero luego que sucedió, vinieron casos como el de la chiquita en la India a la que violan masivamente porque ella es musulmana y quienes la violan pertenecen a otro grupo social que la violan y la matan.
Eso tiene repercusiones mundiales y empieza a salir a la luz también las niñas y los niños como víctimas de prostitución, los abusos sexuales, de violación. Y empieza eso también a tener presencia. Es un indicador de cómo cambia de rápido la percepción por cuenta de la movilización que ha habido de las mujeres.
—Dice que su hijo y sus sobrinos le ayudaron a recoger la mirada de esa generación que ronda los 40 años, la generación de estos muchachos.
—Mi sobrino y mi sobrina, que también desde el punto de vista femenino me ayudó mucho. Mi hijo fue directamente decisivo porque fue el que en realidad sabía cómo es esa generación, y esa generación de ciertos niños. Yo he sido maestra de escuela con muchachos de esa edad, pero de otra clase social.
De ese grupo en específico, mi hijo jugaba fútbol con muchachos así y los conocía en el terreno. Y fue clave para mí. Bueno, él escribe también. Está viviendo conmigo aquí en la montaña. Entonces, fue muy interesante la contraposición con él, porque puedes mirar las cosas a través de los ojos de otra generación. Normalmente, los escritores quedamos anclados en la perspectiva de nuestra generación. Y este trabajo conjunto con mi hijo me permitió ver las cosas a través de sus ojos. Fue muy interesante.
—¿Qué puede encontrar el lector en el libro que no estaba en la realidad, en las crónicas periodísticas?
—La búsqueda que a mí me interesaba y que me gustaría compartir con el lector es la interioridad, la intimidad que hay detrás de todo esto. Ya no el marco exterior de los hechos, sino cómo funcionan las cabezas de quienes están operando. Sus vidas familiares, su trayectoria desde la infancia. O sea, si el crimen atroz es la punta del iceberg, yo quería ver lo que hay bajo el agua.
La palabra "monstruo" nos sorprende desde el inicio, porque la palabra "monstruo" viene de "mostrar". El monstruo es lo que se muestra. A partir de ahí, todo es como detonante que de pronto enruta tu pensamiento hacia otro lado. Yo dije: si el asesino es lo que se muestra, si el crimen es lo que se ha mostrado, lo que se ha visto, yo quiero hacer una novela sobre lo que no se ve, lo que es invisible detrás, lo que está tras bambalinas en un crimen. Me pareció que eso era una perspectiva, yo que no soy una experta en novela negra, algo que quizás yo podía aportar.
—¿Y ahora a recuperar la novela que abandonó?
—Sí. Ya la saqué de los cajones y de la memoria del ordenador. Con los proyectos archivados pasa como con los viejos novios, que los miras y uno se pregunta: por qué era que me gustaba tanto (ríe). Qué hacía yo ahí, cuál era la fascinación que ejercía sobre mí. Entonces, estoy un poco en esa fase, tratando de retomar el viejo entusiasmo. Todavía no sé si lo lograré o no.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
REPORTAJE GRÁFICO: ELISA ARROYO
REPORTAJE GRÁFICO: ELISA ARROYO