El feminismo es un movimiento, una ideología o, si se prefiere, una perspectiva —no lo tenemos claro—, que promueve la igualdad entre hombres y mujeres. Y calificamos de "feminista" todo lo que facilite esta igualdad. A partir de ahí, todo es ideología.
Ya señalamos en Herejía feminista que el feminismo podía y debía aspirar a la totalidad, pero que era utópico pensar que podría ser homogénea. Quizá, una de las cuestiones que más contribuyen a la ruptura de esa unidad sea la postura con respecto a los trabajos vinculados con el sexo. En especial, la prostitución.
Hay unanimidad en lo que respecta a la prostitución forzada, vinculada con las mafias y con la trata de seres humanos. Sin embargo, la cuestión de la prostitución voluntaria, inherente a la legalización y la consecuente regularización de esta práctica, supone un punto de división tan relevante como visceral.
De hecho, se perdió una oportunidad excelente para debatir la cuestión cuando Pedro Sánchez negó a la Organización de Trabajadoras Sexuales (OTRAS) convertirse en sindicato, siguiendo la línea de una parte del feminismo y negando a otra la oportunidad de exponer sus argumentos.
No creemos que el colectivo Hetaira o la asociación Aprosex, por mencionar algunas de estas organizaciones, estén vendidas al heteropatriarcado, ni que sean menos feministas que las asociaciones que los tachan de estar manipulados por los proxenetas. Tampoco creemos que Amarna Miller, defensora de la legalización, sea menos feminista que la abolicionista Carmen Calvo.
No nos parece lógico defender la libertad de la mujer al mismo tiempo que se le niega hacer lo que se le venga en gana con su cuerpo. Otra cuestión muy diferente es cómo debe regularse este derecho y los controles que requeriría. Para eso están el debate y las referencias internacionales, como los modelos de Holanda y Nueva Zelanda.
A nuestro entender, la misma dimensión moral tiene la defensa de las ‘buenas costumbres’ que el abolicionismo. En un mundo ideal, la prostitución, al igual que el juego, las drogas, el alcohol u otras actividades con mala prensa, no deberían existir o no deberían ser un problema. Pero vivimos en el mundo real: siempre va a haber puteros, alcohólicos, jugadores compulsivos y drogadictos. Por tanto, no vemos razón para que una utopía postergue sine die la protección de quienes ejercen, que son los más indefensos.
El feminismo es plural, y así debe manifestarse en la Opinión Pública. Lo que no es de recibo es que unos cuantos se impongan sobre el resto, no siempre de buenas maneras, y reivindiquen la unidad de un movimiento que, repetimos, no puede ser homogéneo.
Ya señalamos en Herejía feminista que el feminismo podía y debía aspirar a la totalidad, pero que era utópico pensar que podría ser homogénea. Quizá, una de las cuestiones que más contribuyen a la ruptura de esa unidad sea la postura con respecto a los trabajos vinculados con el sexo. En especial, la prostitución.
Hay unanimidad en lo que respecta a la prostitución forzada, vinculada con las mafias y con la trata de seres humanos. Sin embargo, la cuestión de la prostitución voluntaria, inherente a la legalización y la consecuente regularización de esta práctica, supone un punto de división tan relevante como visceral.
De hecho, se perdió una oportunidad excelente para debatir la cuestión cuando Pedro Sánchez negó a la Organización de Trabajadoras Sexuales (OTRAS) convertirse en sindicato, siguiendo la línea de una parte del feminismo y negando a otra la oportunidad de exponer sus argumentos.
No creemos que el colectivo Hetaira o la asociación Aprosex, por mencionar algunas de estas organizaciones, estén vendidas al heteropatriarcado, ni que sean menos feministas que las asociaciones que los tachan de estar manipulados por los proxenetas. Tampoco creemos que Amarna Miller, defensora de la legalización, sea menos feminista que la abolicionista Carmen Calvo.
No nos parece lógico defender la libertad de la mujer al mismo tiempo que se le niega hacer lo que se le venga en gana con su cuerpo. Otra cuestión muy diferente es cómo debe regularse este derecho y los controles que requeriría. Para eso están el debate y las referencias internacionales, como los modelos de Holanda y Nueva Zelanda.
A nuestro entender, la misma dimensión moral tiene la defensa de las ‘buenas costumbres’ que el abolicionismo. En un mundo ideal, la prostitución, al igual que el juego, las drogas, el alcohol u otras actividades con mala prensa, no deberían existir o no deberían ser un problema. Pero vivimos en el mundo real: siempre va a haber puteros, alcohólicos, jugadores compulsivos y drogadictos. Por tanto, no vemos razón para que una utopía postergue sine die la protección de quienes ejercen, que son los más indefensos.
El feminismo es plural, y así debe manifestarse en la Opinión Pública. Lo que no es de recibo es que unos cuantos se impongan sobre el resto, no siempre de buenas maneras, y reivindiquen la unidad de un movimiento que, repetimos, no puede ser homogéneo.
RAFAEL SOTO