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Andrés Suárez: “Los creadores de canciones esperamos y aguardamos a nuestras musas. Que haberlas, haylas”

Andrés Suárez (Ferrol, 1983) se halla inmerso en una permanente morriña. Ahora publica su primer libro, Más allá de mis canciones, que ha hecho coincidir con la gira por su último disco, Desde una ventana. A los diez años monta su primer grupo en su ciudad natal. Desde entonces pasa por distintos grupos de pop y rock hasta viajar a Santiago de Compostela. Allí se hace cantautor, actúa por los locales de la zona vieja y graba su primer disco, De ida, con una distribución de casi tres mil copias y que le lleva de gira por todo el país. De ahí, hasta ahora.



—Dieciocho relatos ilustrados que parten de las canciones más emblemáticas. ¿Qué dices aquí que no hayas contado antes en tus canciones?

—Dice lo que no tuve tiempo de cantar. Hablando del tiempo, las canciones duran tres minutos o cuatro. El libro es infinito. Tienes que atreverte a escribir la palabra fin. Yo quería jugar con el libre tiempo, cosa que en mi trabajo habitual no puedo, y contar toda la verdad.

—De crío, ibas por los bares de Ferrol con más de un grupo. En Madrid, tocabas en el metro. ¿Te costó acostumbrarte a los escenarios de los garitos?

—El escenario grande, el público grande, a veces es más difícil de conquistar. Sin embargo, creo que los grandes escenarios son la suma de los pequeños conciertos.

—La edición de este libro, 'Más allá de mis canciones', coincide con la gira por tu álbum 'Desde una ventana'.

—Así es. Trato de compaginar ambas cosas porque se suman. Primos hermanos o se parecen, pero no es lo mismo ser poeta que escritor de canciones. Yo no juego a ser poeta. No soy poeta. Aparecen poetas como Téllez, Ruibal, como García Montero. Pero yo no soy poeta, soy escritor de canciones que bebe todo cuanto puede de la poesía.

—Te repites mucho, dios. Siempre hablas de tu mar, de tu Galicia. “Si hablase de otro paisaje estaría mintiendo”. ¿No te abandona la morriña?

—Jamás. Este es mi estado de melancólica permanencia a mi origen, a mi raíz. Soy hijo y nieto de marineros. Donde me crié, mi ventana daba al mar. Mi jardín era de arena. Entonces, yo jamás me despegaré de Pantín ni de Ferrol. Ni queriendo.

—Marta Belvehí ilustra, en el libro, con luz, tus momentos grises. ¿Qué ha visto en tu dolor que tú desconocías?

—Tal vez mi esperanza cuando yo creí que no la había. Yo creo que en los bares que frecuenté no había siquiera las musas que yo buscaba. Los poetas y los escritores malditos, que frecuentaban conmigo la noche, sí las encontraban. Yo, no. Ahora me encuentro en un café y en un amanecer enterándome de todo. No sé qué es lo que vio pero sacó una sonrisa a mi llanto.

—“No hay nada como enfrentarse a una hoja en blanco”. ¿Así es ese reto?

—Los creadores de canciones esperamos y aguardamos a nuestras musas. Que haberlas, haylas. Llegas a un hotel, con un vino de más, y te salen dos discos de golpe. Y luego, pues estás un año sin ser capaz de escribir nada. Otra cosa es mimar el oficio añejo de escritor. Y tú sabes, mucho mejor que yo. El levantarte a las seis de la mañana y olvidarte de hacer algo publicable, llorar el papel que escribes, romper 2.000 hojas sin estar satisfecho. A eso me refiero. A que por primera vez en mi vida traté de batirme a mí mismo, de ser capaz de estar a gusto con algo escrito por mí.

—Serrat, Sabina, Antonio Vega y otros. Pero siempre recuerdas a Enrique Urquijo.

—Creo que fue de las personas más sensibles que ha habido en este país y en este mundo musical. Escribió: “Cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario”. Nadie fue tan sincero.

—“De Madrid para arriba todo es norte”, dices. ¿Cómo ves el sur?

—El sur es un planeta distinto al que frecuento. Creo que hay un humor elegante, la tierra más musical que he pisado, el que en marzo haya gente bañándose en el mar y cantando con una guitarra, sin camiseta, como sucedió en mi primer viaje a Cádiz. No es que sea un lugar distinto del país. Es otro planeta. Y es tan real y tan sincero. Y me atrae tanto que por eso le escribo más canciones que a mi propio norte. Hay quien se cabrea conmigo porque hablo más de Andalucía que de Galicia, sin ser andaluz.

—La gente ve al cantautor, aunque sea un tópico, como un tío triste, tímido, agotado.

—Absolutamente. Los cantautores jamás desaparecimos. Estamos en el mejor lugar posible, que es en los bares, donde encontrar algo. A mí me duele, cuando hago doce horas en avión, llego a México y me hablan de Víctor Manuel o de Ruibal como dioses. No es que no suceda en España y no sean queridos, pero allá lo son más. Aman más la palabra. No sé. Creo que debería tenerse un mínimo más de respeto y de cariño a la palabra cantautor, por lo que artísticamente y socialmente han dejado en nuestro país.

—No reniegas de Internet, agradeces su exposición gratuita, pero prefieres los discos, sobre todo los vinilos.

—Porque soy un romántico. Walt Disney hizo mucho daño. Echo de menos la fotografía y el diseño, el compartir un disco, pasárselo a un colega o a un amor.

—Esta frase es tuya: “Aún no sé si el amor es un arte”. ¿Por qué tantas dudas si es lo único que nos vuelve locos?

(Ríe). Porque es tan destructivo. Porque sales repleto de vida y de cicatrices y encima vuelves. Entonces, no sé si es algo capaz de mudarte la piel o arrancártela en otras ocasiones. Debe ser considerado arte.

—“El sexo es la única verdad horizontal”. Se ve que nunca te has muerto.

(Ríe). No. Resucito a ratos. Me dejo resucitar. Hay no muertes muy dulces.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ANDRÉS SUÁREZ (WEB OFICIAL)
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