José Luis Ferris (Alicante, 1960) ha obtenido el Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías 2017 con la obra Palabras contra el olvido. Vida y obra de María Teresa León (1903-1988), ahora editado por la Fundación José Manuel Lara. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, es doctor en Literatura Española por la Universidad de Alicante.
Ha publicado los poemarios Piélago (1985), Cetro de cal (1985), Niebla firme (1989) y Poemas del agua y de la noche (2010), así como las novelas Bajarás al reino de la tierra (1999, Premio Azorín), El amor y la nada (2000) y El sueño de Whitman (2010, Premio Málaga).
—María Teresa León es una de las escritoras más deslumbrantes de la Generación del 27. ¿Qué nos dejó en su obra?
—El convertir una voz personal, memorística, de vocación de un tiempo y de una generación propia en una experiencia colectiva, en que su voz siempre es una voz coral. Yo creo que eso es lo más valioso.
—También encarnó el ideal de la “nueva mujer” emancipada que preconizaba la España republicana.
—Completamente. Junto con otras como Maruja Mayo. Pero fue una mujer que tenía muy claro que libertad es el sentido de la vida. Y eso le costó un desgarro como perder a sus dos hijos en manos de su marido cuando se produjo el divorcio y emprender una vida nueva a partir de 1930 con Rafael Alberti. Pero tenía claro el sentido de que una mujer tenía que cumplir sus sueños y ser alguien en una sociedad donde la mujer hasta entonces no tenía sitio.
—Guapa, símbolo político, mujer de Rafael Alberti. ¿Hubiera tenido más repercusión su obra si no hubiese estado casada con el poeta de El Puerto?
—Me gustaría decir lo contrario. Pero hay que reconocer que Alberti fue el personaje que deslumbró y acaparó toda la tensión a lo largo de la vida, fundamentalmente a partir del exilio, que es cuando todo el mundo recordaba a un poeta de una generación con etiqueta propia y, sin embargo, ella quedó en segundo plano.
—Tu obra constituye la primera biografía de María Teresa León. Dibuja su perfil con cuatro o cinco rasgos muy rápidos.
—Bella, temperamental, inmensa capacidad de trabajo, sensible, talentosa y gran escritora.
—Algunos trazos de su biografía siempre se mostraron distorsionados. Como su primer matrimonio o que abandonara a sus dos hijos por Alberti.
—Sí, claro. La mujer que tenía que pasar por ese trance, iba despellejada en vida porque nadie podría aceptar que una mujer se separara del marido pasara lo que pasara. Y ella ese desgarro lo sufre, aunque los hijos la buscaron después. Y su hijo Gonzalo se fue a vivir con ella a Argentina.
Pero, claro, en aquel momento la imagen que quedó de ella es una imagen muy negativa. De una madre sin entrañas. Igual que la imagen de una republicana con pistolas que iba por ahí matando a gente durante la contienda civil.
—Tu biografía está basada en ‘Memoria de la melancolía’ como columna vertebral, pero también a partir de testimonios de quienes la conocieron.
—Memoria de la melancolía es una obra maravillosa, pero también tiene sus distorsiones. No se ajusta en muchos casos a fechas reales ni a episodios tal y como ocurrieron. Hay bastantes elementos de los que no te puedes fiar. Esas memorias las escribió sin respetar ningún aspecto cronológico.
Lo que sí es verdad es que alrededor de ella, y a lo largo de su muerte en el 88, han salido muchos estudios sobre ella, se ha celebrado un centenario, ha habido muchas aportaciones. Y de todas esas aportaciones me he podido valer y nutrir. La arboleda perdida es un libro en el que técnicamente su marido también va a contar las mismas experiencias vividas por los dos en 50 años de estar juntos. Sin embargo, son historias distintas según la voz que las cuenta.
—Su hija Aitana siempre defendió a su madre “con uñas y dientes”. La defendió ¿contra quién?
—La defendió fundamentalmente contra lo que pasó en los últimos años de María Teresa. Cuando Rafael tuvo otras parejas, otras historias de amor, y la prensa empezó a airear titulares del tipo “Rafael Alberti, el poeta de 80 años, se casará en breve por la Iglesia con la joven bióloga catalana Beatriz Amposta”. Esos titulares fueron los que sentaron muy mal. Porque la madre no había muerto. Sí que hubo una gran polémica y ella saltó sobre todo en ese momento. Hubo un enfrentamiento entre padre e hija muy duro en esos años.
—Insistes en la condición moral de María Teresa, que ejerció sin pretenderlo.
—Fue una escritora que puso, al servicio de todos, su propia voz en toda su obra literaria, en sus novelas, en los estudios biográficos, en los ensayos. Cuando digo que pone voz a los demás, digo que está haciendo una labor moral, está acordándose de todos narrando su experiencia que es la experiencia de los que sufren una derrota en una guerra civil y los que tuvieron que pagar a lo largo de muchísimos años con el exilio.
—María Teresa León será la gran memorialista de la catástrofe española. ¿Dejó mucho dolor en sus páginas?
—Dejó mucho dolor. Lo que pasa es que ese dolor está traspasado también de un hilo de mucha sensibilidad y, sobre todo, de un elemento que ella añade a su escritura, que es muy propio, que es el tono lírico. El valor poético de una mujer que no fue poeta, pero que convirtió su prosa en una obra absolutamente plagada de poesía.
Ha publicado los poemarios Piélago (1985), Cetro de cal (1985), Niebla firme (1989) y Poemas del agua y de la noche (2010), así como las novelas Bajarás al reino de la tierra (1999, Premio Azorín), El amor y la nada (2000) y El sueño de Whitman (2010, Premio Málaga).
—María Teresa León es una de las escritoras más deslumbrantes de la Generación del 27. ¿Qué nos dejó en su obra?
—El convertir una voz personal, memorística, de vocación de un tiempo y de una generación propia en una experiencia colectiva, en que su voz siempre es una voz coral. Yo creo que eso es lo más valioso.
—También encarnó el ideal de la “nueva mujer” emancipada que preconizaba la España republicana.
—Completamente. Junto con otras como Maruja Mayo. Pero fue una mujer que tenía muy claro que libertad es el sentido de la vida. Y eso le costó un desgarro como perder a sus dos hijos en manos de su marido cuando se produjo el divorcio y emprender una vida nueva a partir de 1930 con Rafael Alberti. Pero tenía claro el sentido de que una mujer tenía que cumplir sus sueños y ser alguien en una sociedad donde la mujer hasta entonces no tenía sitio.
—Guapa, símbolo político, mujer de Rafael Alberti. ¿Hubiera tenido más repercusión su obra si no hubiese estado casada con el poeta de El Puerto?
—Me gustaría decir lo contrario. Pero hay que reconocer que Alberti fue el personaje que deslumbró y acaparó toda la tensión a lo largo de la vida, fundamentalmente a partir del exilio, que es cuando todo el mundo recordaba a un poeta de una generación con etiqueta propia y, sin embargo, ella quedó en segundo plano.
—Tu obra constituye la primera biografía de María Teresa León. Dibuja su perfil con cuatro o cinco rasgos muy rápidos.
—Bella, temperamental, inmensa capacidad de trabajo, sensible, talentosa y gran escritora.
—Algunos trazos de su biografía siempre se mostraron distorsionados. Como su primer matrimonio o que abandonara a sus dos hijos por Alberti.
—Sí, claro. La mujer que tenía que pasar por ese trance, iba despellejada en vida porque nadie podría aceptar que una mujer se separara del marido pasara lo que pasara. Y ella ese desgarro lo sufre, aunque los hijos la buscaron después. Y su hijo Gonzalo se fue a vivir con ella a Argentina.
Pero, claro, en aquel momento la imagen que quedó de ella es una imagen muy negativa. De una madre sin entrañas. Igual que la imagen de una republicana con pistolas que iba por ahí matando a gente durante la contienda civil.
—Tu biografía está basada en ‘Memoria de la melancolía’ como columna vertebral, pero también a partir de testimonios de quienes la conocieron.
—Memoria de la melancolía es una obra maravillosa, pero también tiene sus distorsiones. No se ajusta en muchos casos a fechas reales ni a episodios tal y como ocurrieron. Hay bastantes elementos de los que no te puedes fiar. Esas memorias las escribió sin respetar ningún aspecto cronológico.
Lo que sí es verdad es que alrededor de ella, y a lo largo de su muerte en el 88, han salido muchos estudios sobre ella, se ha celebrado un centenario, ha habido muchas aportaciones. Y de todas esas aportaciones me he podido valer y nutrir. La arboleda perdida es un libro en el que técnicamente su marido también va a contar las mismas experiencias vividas por los dos en 50 años de estar juntos. Sin embargo, son historias distintas según la voz que las cuenta.
—Su hija Aitana siempre defendió a su madre “con uñas y dientes”. La defendió ¿contra quién?
—La defendió fundamentalmente contra lo que pasó en los últimos años de María Teresa. Cuando Rafael tuvo otras parejas, otras historias de amor, y la prensa empezó a airear titulares del tipo “Rafael Alberti, el poeta de 80 años, se casará en breve por la Iglesia con la joven bióloga catalana Beatriz Amposta”. Esos titulares fueron los que sentaron muy mal. Porque la madre no había muerto. Sí que hubo una gran polémica y ella saltó sobre todo en ese momento. Hubo un enfrentamiento entre padre e hija muy duro en esos años.
—Insistes en la condición moral de María Teresa, que ejerció sin pretenderlo.
—Fue una escritora que puso, al servicio de todos, su propia voz en toda su obra literaria, en sus novelas, en los estudios biográficos, en los ensayos. Cuando digo que pone voz a los demás, digo que está haciendo una labor moral, está acordándose de todos narrando su experiencia que es la experiencia de los que sufren una derrota en una guerra civil y los que tuvieron que pagar a lo largo de muchísimos años con el exilio.
—María Teresa León será la gran memorialista de la catástrofe española. ¿Dejó mucho dolor en sus páginas?
—Dejó mucho dolor. Lo que pasa es que ese dolor está traspasado también de un hilo de mucha sensibilidad y, sobre todo, de un elemento que ella añade a su escritura, que es muy propio, que es el tono lírico. El valor poético de una mujer que no fue poeta, pero que convirtió su prosa en una obra absolutamente plagada de poesía.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO