Cualquier manifestación de afecto hacia los demás es un sedante para calmar dolores tanto psicológicos como físicos. Hace tiempo se inició toda una corriente afectiva a través del gesto de repartir abrazos a los demás. Dicha corriente tiene su parte dulce y la posibilidad constatada de hacer daño dependiendo del uso e intenciones. Jugar con la confianza ajena no tiene perdón.
Indudablemente vale más eso que escupir agresividad tanto de obra como de palabra. No exagero diciendo que nuestro mundo está cargado de violencia, desprecio o grave menosprecio del otro. El tema me engancha con las ONG de las que hablaremos en su momento.
En 2004, el australiano Juan Mann (seudónimo de “one man”, un hombre) después de un profundo bache emocional por diversos eventos personales y familiares y tras superar dicha depresión, inició toda una práctica en principio inofensiva, para estimular el deseo de paz a través de la simpatía y el amor. Jipis (hippies) modernos.
Pensaría que el roce hace el cariño y qué mejor que intentarlo enviando energía positiva a través de un gesto cariñoso: una sonrisa y un abrazo. ¡Bonito! El calor de un apretón afectivo quita parte del frío psicológico almacenado en el alma.
Pronto la proposición/idea “abrazos gratis” (Free Hugs) creó todo un movimiento en pro de despertar en los demás deseos de paz, amor e incluso sexo. La iniciativa, partiendo de Australia, rápidamente se extiende creando toda una corriente positiva para repartir y recibir abrazos. “Un abrazo reporta felicidad” podría ser una síntesis de esta corriente.
¿Verdad que suena bonito, ideal, eso de repartir cariño, felicidad, bondad? Y el invento se expandió por el resto del mundo. Y los abrazos sembraron las avenidas de grandes ciudades. El vídeo que ofrezco a continuación muestra un panorama de esta modalidad que, repito, no es novedosa en el momento presente.
Pero los humanoides (no merecen el calificativo de "humanos") pronto tergiversaron la idea original. Y la posible felicidad emanada de esos abrazos regalados, presto se convirtió en pólvora. ¿Cómo no? Los listillos y listillas “hábiles para sacar beneficio o ventaja de cualquier situación” (sic) descubrieron un filón de oro en ese cariñoso y gratis estrujón. Empezaron a abrazar a todo aquel que pensaban que podría necesitar una sobredosis de adrenalina (“carga emocional intensa”) para transmitirles energía, paz o felicidad.
Y por la magia de la bondad nació, creció y se extendió el “timo mimoso o del abrazo”, consistente en desplumar al descuido de joyas y objetos de valor a confiadas personas. Cada vez hay más gentuza que asalta corazones confiados y bondadosos. Qué mala es la soledad y qué fina la ratería de desolladores de lo ajeno.
¿Cómo se desarrolla dicho atraco? Un abrazo cargado de cariño y palabras cordiales que lo envuelven, mientras unas ágiles manos escudriñan bolsillos ajenos. Lo practican en la mayoría de casos chicas de buen parecer, bien vestidas, amables y cariñosas. Si estamos faltos de gestos amables y educados… el resto viene solo.
Su blanco son personas mayores, mujeres y, sobre todo, hombres a los que, incluso, llegan a “ofrecerles” posibles favores sexuales. La oferta crea desconcierto. Que salga el “viejo verde” que cada cual podamos llevar dentro es cuestión de segundos. Perdón por el exabrupto.
Abrazadas, manoseadas, toqueteadas, las víctimas son despojadas de lo que tengan a mano de valor: dinero, reloj, anillo o cadenas de oro. A veces, el asalto se efectúa al salir una persona de sacar dinero del cajero. Están al loro y, cariñosas, advierten de un posible obstáculo o que el suelo resbala. "¡Gracias por su amabilidad!", dice la víctima. Y adiós dinero.
También suelen abordar a las víctimas preguntándoles por una dirección o por un establecimiento señero, incluso pidiendo dinero para una causa humanitaria. Al darles las gracias por su atención viene el despojo de todo lo que pueda caer en sus manos.
Aledaños a las paradas de autobús, de cuando en cuando aparecen personas jóvenes, por lo general mujeres que, afectivas y solidarias, ofrecen ayuda física a muchos mayores que, con los achaques propios de la edad, salen del ambulatorio o se encaminan hacia el mismo. Mimos, zalamerías o incluso abrazos suele ser la liturgia que emplean.
El discurso es simple e incitador: "Permítame que le ayude", "no se preocupe", "tenga cuidado"… ¿Altruismo en estado puro? Por desgracia no, ya que tras esos arrumacos supuestamente altruistas se esconden manos largas que jugando con la inseguridad del “desvalido” se apoderarán de su confianza y ¡zas! se aprovechan de bolsillos ajenos.
Cartera o reloj, sortija o cualquier objeto de valor se esfuma “por arte de birlibirloque”, es decir, de manera mágica y sin que se sepa cómo. Rápidamente desaparecen las hábiles rapiñadoras y el abrazo se convierte en hiel, impotencia y rabia. El vídeo que ofrezco a continuación ilustra muy bien las artimañas de estas abrazadoras.
Abrazos gratis. Qué bonito. Una pregunta simple. ¿Desde cuándo un abrazo ha costado dinero? Normalmente era y es tenido por un gesto cariñoso. Abrazar significa “estrechar entre los brazos en señal de cariño” (sic). Es una demostración habitual de cariño que se dispensa entre familiares, amigos y conocidos a los que hace tiempo que no vemos o para despedirnos de ellos porque estaremos algún tiempo sin vernos.
Un abrazo de verdad, sincero, sin trampa ni cartón, habla por sí solo transmitiendo desde protección a seguridad o confianza ante una determinada situación. Es como un bálsamo que ofrece bienestar, salud. El calor humano transmitido por brazos limpios de mugre y malicia nos da fortaleza para afrontar situaciones. La pena es que a veces no es factible detectar los abrazos mugrientos.
Es por todo lo anterior que he recurrido a bautizar estas líneas con el titulo de “abrazos con veneno” para remediar en lo posible y alertar de ese daño que se nos puede hacer camuflando el ungüento del abrazo con el veneno del robo, de la indefensión y la vil mentira.
El mundo moderno nos aísla. Cada cual vamos a nuestro rollo. La prisa se nos adhiere a la suela de los zapatos. No conocemos a casi nadie, sobre todo en las grandes ciudades. Indudablemente este tipo de timo es menos frecuente en los pueblos, donde casi todo el mundo se conoce y, en consecuencia, es más fácil recelar de una persona extraña que se nos acerca cariñosa para darnos un abrazo. Aun así, hay que andar con veinte pares de ojos para “que no nos lo (la) den con queso”. Jugar con la confianza ajena es tan fácil que caemos con frecuencia en las trampas.
Indudablemente vale más eso que escupir agresividad tanto de obra como de palabra. No exagero diciendo que nuestro mundo está cargado de violencia, desprecio o grave menosprecio del otro. El tema me engancha con las ONG de las que hablaremos en su momento.
En 2004, el australiano Juan Mann (seudónimo de “one man”, un hombre) después de un profundo bache emocional por diversos eventos personales y familiares y tras superar dicha depresión, inició toda una práctica en principio inofensiva, para estimular el deseo de paz a través de la simpatía y el amor. Jipis (hippies) modernos.
Pensaría que el roce hace el cariño y qué mejor que intentarlo enviando energía positiva a través de un gesto cariñoso: una sonrisa y un abrazo. ¡Bonito! El calor de un apretón afectivo quita parte del frío psicológico almacenado en el alma.
Pronto la proposición/idea “abrazos gratis” (Free Hugs) creó todo un movimiento en pro de despertar en los demás deseos de paz, amor e incluso sexo. La iniciativa, partiendo de Australia, rápidamente se extiende creando toda una corriente positiva para repartir y recibir abrazos. “Un abrazo reporta felicidad” podría ser una síntesis de esta corriente.
¿Verdad que suena bonito, ideal, eso de repartir cariño, felicidad, bondad? Y el invento se expandió por el resto del mundo. Y los abrazos sembraron las avenidas de grandes ciudades. El vídeo que ofrezco a continuación muestra un panorama de esta modalidad que, repito, no es novedosa en el momento presente.
Pero los humanoides (no merecen el calificativo de "humanos") pronto tergiversaron la idea original. Y la posible felicidad emanada de esos abrazos regalados, presto se convirtió en pólvora. ¿Cómo no? Los listillos y listillas “hábiles para sacar beneficio o ventaja de cualquier situación” (sic) descubrieron un filón de oro en ese cariñoso y gratis estrujón. Empezaron a abrazar a todo aquel que pensaban que podría necesitar una sobredosis de adrenalina (“carga emocional intensa”) para transmitirles energía, paz o felicidad.
Y por la magia de la bondad nació, creció y se extendió el “timo mimoso o del abrazo”, consistente en desplumar al descuido de joyas y objetos de valor a confiadas personas. Cada vez hay más gentuza que asalta corazones confiados y bondadosos. Qué mala es la soledad y qué fina la ratería de desolladores de lo ajeno.
¿Cómo se desarrolla dicho atraco? Un abrazo cargado de cariño y palabras cordiales que lo envuelven, mientras unas ágiles manos escudriñan bolsillos ajenos. Lo practican en la mayoría de casos chicas de buen parecer, bien vestidas, amables y cariñosas. Si estamos faltos de gestos amables y educados… el resto viene solo.
Su blanco son personas mayores, mujeres y, sobre todo, hombres a los que, incluso, llegan a “ofrecerles” posibles favores sexuales. La oferta crea desconcierto. Que salga el “viejo verde” que cada cual podamos llevar dentro es cuestión de segundos. Perdón por el exabrupto.
Abrazadas, manoseadas, toqueteadas, las víctimas son despojadas de lo que tengan a mano de valor: dinero, reloj, anillo o cadenas de oro. A veces, el asalto se efectúa al salir una persona de sacar dinero del cajero. Están al loro y, cariñosas, advierten de un posible obstáculo o que el suelo resbala. "¡Gracias por su amabilidad!", dice la víctima. Y adiós dinero.
También suelen abordar a las víctimas preguntándoles por una dirección o por un establecimiento señero, incluso pidiendo dinero para una causa humanitaria. Al darles las gracias por su atención viene el despojo de todo lo que pueda caer en sus manos.
Aledaños a las paradas de autobús, de cuando en cuando aparecen personas jóvenes, por lo general mujeres que, afectivas y solidarias, ofrecen ayuda física a muchos mayores que, con los achaques propios de la edad, salen del ambulatorio o se encaminan hacia el mismo. Mimos, zalamerías o incluso abrazos suele ser la liturgia que emplean.
El discurso es simple e incitador: "Permítame que le ayude", "no se preocupe", "tenga cuidado"… ¿Altruismo en estado puro? Por desgracia no, ya que tras esos arrumacos supuestamente altruistas se esconden manos largas que jugando con la inseguridad del “desvalido” se apoderarán de su confianza y ¡zas! se aprovechan de bolsillos ajenos.
Cartera o reloj, sortija o cualquier objeto de valor se esfuma “por arte de birlibirloque”, es decir, de manera mágica y sin que se sepa cómo. Rápidamente desaparecen las hábiles rapiñadoras y el abrazo se convierte en hiel, impotencia y rabia. El vídeo que ofrezco a continuación ilustra muy bien las artimañas de estas abrazadoras.
Abrazos gratis. Qué bonito. Una pregunta simple. ¿Desde cuándo un abrazo ha costado dinero? Normalmente era y es tenido por un gesto cariñoso. Abrazar significa “estrechar entre los brazos en señal de cariño” (sic). Es una demostración habitual de cariño que se dispensa entre familiares, amigos y conocidos a los que hace tiempo que no vemos o para despedirnos de ellos porque estaremos algún tiempo sin vernos.
Un abrazo de verdad, sincero, sin trampa ni cartón, habla por sí solo transmitiendo desde protección a seguridad o confianza ante una determinada situación. Es como un bálsamo que ofrece bienestar, salud. El calor humano transmitido por brazos limpios de mugre y malicia nos da fortaleza para afrontar situaciones. La pena es que a veces no es factible detectar los abrazos mugrientos.
Es por todo lo anterior que he recurrido a bautizar estas líneas con el titulo de “abrazos con veneno” para remediar en lo posible y alertar de ese daño que se nos puede hacer camuflando el ungüento del abrazo con el veneno del robo, de la indefensión y la vil mentira.
El mundo moderno nos aísla. Cada cual vamos a nuestro rollo. La prisa se nos adhiere a la suela de los zapatos. No conocemos a casi nadie, sobre todo en las grandes ciudades. Indudablemente este tipo de timo es menos frecuente en los pueblos, donde casi todo el mundo se conoce y, en consecuencia, es más fácil recelar de una persona extraña que se nos acerca cariñosa para darnos un abrazo. Aun así, hay que andar con veinte pares de ojos para “que no nos lo (la) den con queso”. Jugar con la confianza ajena es tan fácil que caemos con frecuencia en las trampas.
PEPE CANTILLO