Los finales tienen que ser siempre felices. No quiero películas o libros que no los tengan. Ya es bastante injusta y difícil la vida como para sufrir en la ficción. Los finales felices me dan ilusión, me hacen creer que todo es posible. Y lo es. La vida es dura, pero también es sorprendente, maravillosa a veces. Todo cambia en un segundo para bien o para mal. Un accidente, por ejemplo, te cambia el mundo, tu mundo. Y un cruce de miradas, también. Y eso es real.
A menudo creo que soy un faro y traigo muchas de las cosas que me ocurren. Es verdad que cuando estoy más optimista y conectada con el universo y creo que algo bueno me puede ocurrir, siempre sucede algún encuentro inolvidable o los hados me mandan un bonito regalo, material o inmaterial. Pero está claro que no tengo superpoderes: solo creo que se puede ver la magia en todas las partes, si conecto con la niña que hay en mí.
El hecho de que respiremos todos los días o que nuestro corazón lata solo, me maravilla. Que las estaciones cambien el color del entorno; que el viento sople el erizándome la piel; que la luz del invierno se azul; que el otoño bañe las tardes de dorado o que las tortugas nada más nacer sepan que tienen que ir al mar; que la música nos cambie la perspectiva e incluso el humor...
Hay tantas cosas maravillosas que, si no se dieran por sabidas, nos dejarían boquiabiertos de manera permanente. Pero estamos metidos dentro de una caja, cegados por una inercia que nos empuja hacia un abismo existencial.
Llevo varios días sintiendo que tengo que ir a pasear a El Retiro. Lo necesito. Necesito conectar con mi esencia de ser vivo, que comparte este mundo con animales y con plantas. Pero mi necesidad es ahogada por la exigencia, sobre todo por cumplir un número de páginas diarias de estudio. Es duro ser opositora. Días y días entre cuatro paredes.
Menos mal que tengo mis películas para evadirme, para viajar desde el sofá, para enamorarme, para llenar de oxígeno mi asistencia, para ser otra persona... Dormir después de un final feliz, ir a la cama en paz con el mundo, sonreír al espejo mientras me lavo los dientes… Eso también es vivir.
A menudo creo que soy un faro y traigo muchas de las cosas que me ocurren. Es verdad que cuando estoy más optimista y conectada con el universo y creo que algo bueno me puede ocurrir, siempre sucede algún encuentro inolvidable o los hados me mandan un bonito regalo, material o inmaterial. Pero está claro que no tengo superpoderes: solo creo que se puede ver la magia en todas las partes, si conecto con la niña que hay en mí.
El hecho de que respiremos todos los días o que nuestro corazón lata solo, me maravilla. Que las estaciones cambien el color del entorno; que el viento sople el erizándome la piel; que la luz del invierno se azul; que el otoño bañe las tardes de dorado o que las tortugas nada más nacer sepan que tienen que ir al mar; que la música nos cambie la perspectiva e incluso el humor...
Hay tantas cosas maravillosas que, si no se dieran por sabidas, nos dejarían boquiabiertos de manera permanente. Pero estamos metidos dentro de una caja, cegados por una inercia que nos empuja hacia un abismo existencial.
Llevo varios días sintiendo que tengo que ir a pasear a El Retiro. Lo necesito. Necesito conectar con mi esencia de ser vivo, que comparte este mundo con animales y con plantas. Pero mi necesidad es ahogada por la exigencia, sobre todo por cumplir un número de páginas diarias de estudio. Es duro ser opositora. Días y días entre cuatro paredes.
Menos mal que tengo mis películas para evadirme, para viajar desde el sofá, para enamorarme, para llenar de oxígeno mi asistencia, para ser otra persona... Dormir después de un final feliz, ir a la cama en paz con el mundo, sonreír al espejo mientras me lavo los dientes… Eso también es vivir.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ