Por desgracia, es relativamente frecuente conocer casos de una violencia tan inaudita que enseguida pensamos que sus autores han de ser, necesariamente, personas aquejadas de algún trastorno mental o psíquico. Que no están bien, solemos decir cuando leemos esas noticias para explicar la sinrazón de sus actos. Nos cuesta comprender, y aun más aceptar, que tal maldad proceda de alguien perfectamente cuerdo y con pleno dominio de sus facultades mentales.
Sin embargo, la maldad con la que obran es manifiesta y no tiene excusa. No deriva de ningún problema psicológico. Existe la pura maldad. Y eso hace que hombres y mujeres malos abunden más de lo que sospechamos, disfrazados con la careta de normalidad y hasta con un comportamiento de aparente amabilidad y corrección.
Salen a trabajar, hacen deporte, pasean a sus hijos cogidos de la mano de sus parejas y viven a nuestro lado como un vecino cualquiera. Pero se trata de una estrategia perfectamente elaborada. Intentan engañar a su entorno para cometer sus desmanes irracionales sin peligro a ser descubiertos, igual que el ladrón oculta su rostro para no ser identificado. Se camuflan tras una vida presuntamente anodina y vulgar. Y de vulgar no tiene nada, pues secuestran, abusan, torturan y matan sin escrúpulos ni remordimientos a víctimas aleatorias e inocentes.
El asesino de la joven Diana Quer, por fin detenido e interrogado por la Guardia Civil para que confesara y revelara el paradero del cadáver de la chica, es una muestra de persona mala, sin causa ni excusa patológica. No es ningún enfermo, no sufre ninguna dolencia psiquiátrica que le impulse a violar o matar, sino que lo hace por mero placer y maldad.
Tanto es así que, sintiéndose impune tras 17 meses de su última fechoría sin que la Policía pudiera detenerlo por falta de pruebas, intentó repetir su “hazaña” y secuestrar a otra joven de su área. Fue su mayor equivocación, porque así confirmó todas las sospechas que recaían sobre él, permitiendo incluso que, enfrentada a tales indicios, su esposa admitiera la falsedad de una coartada que la convierte en cómplice.
Para la familia que padece con la maldad desatada de estas personas, queda el consuelo de conocer el final luctuoso de una pesadilla que sólo el paso del tiempo podrá mitigar, no eliminar completamente. Nadie olvida la muerte violenta de un ser querido.
Pero en otras muchas ocasiones, tal desenlace no se produce nunca, lo que mantiene en un sinvivir a unos familiares que desconocen qué ha pasado con las víctimas, dónde se hallan y quién o quiénes son los culpables de su desaparición. La maldad, en estos casos, no se ensaña sólo con la víctima, sino que golpea y perdura con el desconcierto de la familia, que jamás renuncia a averiguar cualquier indicio, por remoto que sea, que pueda ayudar a esclarecer lo sucedido.
Es el caso del asesinato de la joven sevillana Marta del Castillo, cuyo autor confeso se encuentra en la cárcel sin revelar dónde ocultó el cadáver. Los padres de la niña no dejan de sufrir desde entonces por una ausencia que ocupa todo el espacio y el tiempo de sus existencias, esperanzados en un milagro y sin poder llevar flores a una lápida que no dejará de recordarles que el mal existe, puesto que allí descansa una víctima inocente de dicha maldad. Mientras el asesino duerme tranquilo en una cárcel, esos familiares de la víctima apenas pueden conciliar el sueño sin pastillas ni pesadillas.
Y, como estos, muchos otros casos recientes evidencian la plena vigencia del mal, de la pura maldad que anida en personas dispuestas a secuestrar y matar a desconocidos o conocidos, familiares o no, sin motivo aparente. Simplemente por causar daño y dar rienda suelta a sus instintos bestiales.
Como el de Mari Luz Cortés, la niña de cinco años, hallada en la ría de Huelva, asesinada por un vecino. O Jeremy Vargas, el chaval de siete años secuestrado en Gran Canarias y que sigue sin aparecer, aunque el presunto autor del crimen esté entre rejas sin aclarar lo sucedido.
O el del padre que mató y quemó a sus hijos Ruth y José, de seis y dos años, respectivamente, por hacer daño a la madre de la que se había divorciado. Incluso el de Rocío Wanninkhof, la joven de 19 años que fue agredida brutalmente hasta causarle la muerte, cuando regresaba a su casa en Mijas, Málaga, por el británico Tony King, que sólo pudo ser arrestado y condenado años después, cuando ya había acabado con la vida de una segunda víctima, Sonia Carabantes, en el pueblo de Coín, también de Málaga.
También demuestra la existencia del mal esos hombres que maltratan, pegan y asesinan a sus parejas o exparejas al no aceptar la ruptura de la relación, trufada de abusos y amenazas. Se trata de una violencia machista de la que el 80 por ciento de los casos no se denuncia por miedo o sometimiento de la víctima.
O esas tres violaciones que se producen cada día en España y que afecta a mujeres y niños, sin que la educación obligatoria ni el progreso material logren erradicar esta lacra de la sociedad. O la maldad que impulsa a proxenetas, pederastas y violadores de toda condición a satisfacer sus instintos sin que ninguna causa orgánica ni psíquica los justifique, ni los daños irreparables que ocasionan en sus víctimas los frene o el miedo a ser castigados por la justicia los disuada.
Lo hacen porque sí, por diversión o puro placer. Como esos adolescentes que se dedican a mortificar y quemar mendigos que duermen en los cajeros automáticos, en estaciones de metro o entre cartones en medio de la calle. Raro es el día en que no se conoce un nuevo episodio de esta violencia gratuita e irracional.
Hay que ser muy malo para hacer cosas así, pero se hacen y lo hacen personas normales que disfrutan haciéndolo. Detrás de esos actos no hay ninguna locura, ninguna psicopatía ni ninguna alteración patológica de sus conductas. Simplemente, carecen de frenos morales, éticos o cívicos que sublimen sus instintos.
Es la maldad en estado puro lo que les hace sentirse fuertes, dominantes y superiores ante sus víctimas, y por eso las atacan. Por ello es necesario saberlo y no confiarse. Porque existe la pura maldad y habita entre nosotros. Tened cuidado.
Sin embargo, la maldad con la que obran es manifiesta y no tiene excusa. No deriva de ningún problema psicológico. Existe la pura maldad. Y eso hace que hombres y mujeres malos abunden más de lo que sospechamos, disfrazados con la careta de normalidad y hasta con un comportamiento de aparente amabilidad y corrección.
Salen a trabajar, hacen deporte, pasean a sus hijos cogidos de la mano de sus parejas y viven a nuestro lado como un vecino cualquiera. Pero se trata de una estrategia perfectamente elaborada. Intentan engañar a su entorno para cometer sus desmanes irracionales sin peligro a ser descubiertos, igual que el ladrón oculta su rostro para no ser identificado. Se camuflan tras una vida presuntamente anodina y vulgar. Y de vulgar no tiene nada, pues secuestran, abusan, torturan y matan sin escrúpulos ni remordimientos a víctimas aleatorias e inocentes.
El asesino de la joven Diana Quer, por fin detenido e interrogado por la Guardia Civil para que confesara y revelara el paradero del cadáver de la chica, es una muestra de persona mala, sin causa ni excusa patológica. No es ningún enfermo, no sufre ninguna dolencia psiquiátrica que le impulse a violar o matar, sino que lo hace por mero placer y maldad.
Tanto es así que, sintiéndose impune tras 17 meses de su última fechoría sin que la Policía pudiera detenerlo por falta de pruebas, intentó repetir su “hazaña” y secuestrar a otra joven de su área. Fue su mayor equivocación, porque así confirmó todas las sospechas que recaían sobre él, permitiendo incluso que, enfrentada a tales indicios, su esposa admitiera la falsedad de una coartada que la convierte en cómplice.
Para la familia que padece con la maldad desatada de estas personas, queda el consuelo de conocer el final luctuoso de una pesadilla que sólo el paso del tiempo podrá mitigar, no eliminar completamente. Nadie olvida la muerte violenta de un ser querido.
Pero en otras muchas ocasiones, tal desenlace no se produce nunca, lo que mantiene en un sinvivir a unos familiares que desconocen qué ha pasado con las víctimas, dónde se hallan y quién o quiénes son los culpables de su desaparición. La maldad, en estos casos, no se ensaña sólo con la víctima, sino que golpea y perdura con el desconcierto de la familia, que jamás renuncia a averiguar cualquier indicio, por remoto que sea, que pueda ayudar a esclarecer lo sucedido.
Es el caso del asesinato de la joven sevillana Marta del Castillo, cuyo autor confeso se encuentra en la cárcel sin revelar dónde ocultó el cadáver. Los padres de la niña no dejan de sufrir desde entonces por una ausencia que ocupa todo el espacio y el tiempo de sus existencias, esperanzados en un milagro y sin poder llevar flores a una lápida que no dejará de recordarles que el mal existe, puesto que allí descansa una víctima inocente de dicha maldad. Mientras el asesino duerme tranquilo en una cárcel, esos familiares de la víctima apenas pueden conciliar el sueño sin pastillas ni pesadillas.
Y, como estos, muchos otros casos recientes evidencian la plena vigencia del mal, de la pura maldad que anida en personas dispuestas a secuestrar y matar a desconocidos o conocidos, familiares o no, sin motivo aparente. Simplemente por causar daño y dar rienda suelta a sus instintos bestiales.
Como el de Mari Luz Cortés, la niña de cinco años, hallada en la ría de Huelva, asesinada por un vecino. O Jeremy Vargas, el chaval de siete años secuestrado en Gran Canarias y que sigue sin aparecer, aunque el presunto autor del crimen esté entre rejas sin aclarar lo sucedido.
O el del padre que mató y quemó a sus hijos Ruth y José, de seis y dos años, respectivamente, por hacer daño a la madre de la que se había divorciado. Incluso el de Rocío Wanninkhof, la joven de 19 años que fue agredida brutalmente hasta causarle la muerte, cuando regresaba a su casa en Mijas, Málaga, por el británico Tony King, que sólo pudo ser arrestado y condenado años después, cuando ya había acabado con la vida de una segunda víctima, Sonia Carabantes, en el pueblo de Coín, también de Málaga.
También demuestra la existencia del mal esos hombres que maltratan, pegan y asesinan a sus parejas o exparejas al no aceptar la ruptura de la relación, trufada de abusos y amenazas. Se trata de una violencia machista de la que el 80 por ciento de los casos no se denuncia por miedo o sometimiento de la víctima.
O esas tres violaciones que se producen cada día en España y que afecta a mujeres y niños, sin que la educación obligatoria ni el progreso material logren erradicar esta lacra de la sociedad. O la maldad que impulsa a proxenetas, pederastas y violadores de toda condición a satisfacer sus instintos sin que ninguna causa orgánica ni psíquica los justifique, ni los daños irreparables que ocasionan en sus víctimas los frene o el miedo a ser castigados por la justicia los disuada.
Lo hacen porque sí, por diversión o puro placer. Como esos adolescentes que se dedican a mortificar y quemar mendigos que duermen en los cajeros automáticos, en estaciones de metro o entre cartones en medio de la calle. Raro es el día en que no se conoce un nuevo episodio de esta violencia gratuita e irracional.
Hay que ser muy malo para hacer cosas así, pero se hacen y lo hacen personas normales que disfrutan haciéndolo. Detrás de esos actos no hay ninguna locura, ninguna psicopatía ni ninguna alteración patológica de sus conductas. Simplemente, carecen de frenos morales, éticos o cívicos que sublimen sus instintos.
Es la maldad en estado puro lo que les hace sentirse fuertes, dominantes y superiores ante sus víctimas, y por eso las atacan. Por ello es necesario saberlo y no confiarse. Porque existe la pura maldad y habita entre nosotros. Tened cuidado.
DANIEL GUERRERO