Recientemente ha aparecido en lengua francesa el libro Le tout dernier été (El último verano) de la escritora Anne Bert en el que narra su lucha para que el Gobierno francés le reconociera el derecho a una muerte digna ante la enfermedad incurable que padecía. Tuvo que ser en Bélgica, el país vecino que tiene legalizada la eutanasia desde el año 2002, el que la acogiera para poder dar fin a los padecimientos de ELA (esclerosis lateral amiotrófica), enfermedad degenerativa del sistema nervioso.
La lectura de esta noticia en la prensa coincidía con la nueva lectura que yo estaba llevando del apasionado y apasionante libro de Ramón Sampedro que tituló Cartas desde el infierno y que vio la luz, inicialmente, en 1996, aunque tuvo una reedición ocho años después.
El caso de Ramón Sampedro fue conocido en todo el país por su reivindicación al derecho a morir con dignidad, tras muchas e infructuosas peticiones al Gobierno de nuestro país.
Para quienes no conozcan el caso de este gallego, quisiera traer la escueta biografía que asoma en los inicios de su libro en el que aparecían publicadas las cartas con las que respondía a las misivas recibidas de distintas gentes interesadas en su caso. También en el libro se incluyen los distintos poemas que escribió, así como sus reflexiones sobre la vida, la muerte, el amor y la libertad de los seres humanos.
“Ramón Sampedro nació el 5 de enero de 1943 en Xuño, una pequeña aldea de la provincia de La Coruña. A los 22 años se embarcó en un mercante noruego en el que trabajó como mecánico. Con él recorrió cuarenta y nueve puertos de todo el mundo. Esta experiencia formó parte de sus mejores recuerdos. El 23 de agosto de 1968 cayó en el agua desde una roca. La marea había bajado. El choque de la cabeza contra la arena le produjo la fractura de la séptima vértebra cervical…”.
“…Durante treinta años vivió su tetraplejía soñando con la libertad a través de la muerte. Su demanda jurídica llegó hasta el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sin que llegase a prosperar. En los medios de comunicación reivindicó su derecho a una muerte digna y en enero de 1998, en secreto y probablemente asistido por una mano amiga, consiguió su propósito”.
Quienes vieron la película Mar adentro, de Alejandro Amenábar, sobre la vida de Ramón Sampedro pudieron conocer, a través de la excelente interpretación de Javier Bardem, a un hombre razonable, tranquilo, paciente, cargado de ternura, pero con una firmeza incontestable sobre el derecho de todos los seres humanos a decidir en último término sobre sus propias vidas. Y, lógicamente, era inflexible en este punto que le afectaba directamente.
Han pasado casi veinte años desde que se despidiera de una existencia que él rechazaba, al estar imposibilitado de realizar cualquier actividad que no fuera pensar. Desde entonces, han sido varios los países que han legalizado la eutanasia. En la actualidad, lo está en Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Colombia, Estados Unidos (en los estados de Oregón, Washington, Montana, Vermont y California), al tiempo que en Suiza el suicidio médicamente asistido está reconocido en toda la confederación.
A pesar de que en nuestro país, según datos del CIS, la mayor parte de la población española está a favor de que se legalice la muerte digna para enfermos terminales o para casos como el de Ramón Sampedro, lo cierto es que los partidos mayoritarios se han configurado como una barrera para evitar que se estudie y se debata la posible legalización en España.
Tal como apuntaba anteriormente, el regreso a la lectura del libro de Ramón Sampedro me ha vuelto a situar ante la honesta sinceridad y valentía con las que este tetrapléjico afrontaba la cruel e inhumana realidad en la vivía, solo amortiguada por el cariño y atenciones que le dispensaban su familia y aquellos amigos que acudían a charlar con él.
Considero que para aquellos que pudieran estar interesados en el tema, lo mejor que se puede hacer es acceder el libro completo, ya que su lectura de ningún modo les defraudará. Sin embargo, y para que se tenga una visión aproximada de las ideas que Sampedro defendía en sus cartas, me he permitido extraer diez frases que, ordenadas a modo de aforismos, nos aproximan a su pensamiento.
1. “Nunca me harán creer con sus fundamentos de derecho que proteger la vida humana en contra de la voluntad personal es un acto noble, racional, humano, justo y bueno”.
2. “No creo que la tolerancia sea un síntoma de debilidad de la persona. Creo más bien todo lo contrario. La tolerancia es una virtud reservada a los seres ética y moralmente superiores”.
3. “Desear la eutanasia no es, precisamente, estar desesperado, triste o necesitado de cariño. Es buscar la sensatez en la razón humana. La razón humana es lo que debe prevalecer”.
4. “La eutanasia es una forma racional y humana de ayudar. Solo a personas sin criterio propio y aterrorizadas por el mito del padre se les puede hacer creíble tamaña barbaridad: sacralizar el sufrimiento me parece la forma más cruel de la esclavitud”.
5. “El concepto constitucional de la dignidad de la persona no puede quedarse a la altura de un simple derecho a que la persona no puede ser torturada, humillada, por el poder y la autoridad del Estado. Se tendría que entender que la persona tiene el derecho a no ser humillada por la tortura del sufrimiento inútil, irremediable y atroz”.
6. “Personalmente, pienso que para tolerar la eutanasia, o el derecho a morir con dignidad, se necesita amar de verdad a las personas y a la vida, y tener un profundo sentido de la bondad”.
7. “Otra de las consignas malvadas que andan por ahí sueltas es de que a las masas hay que darles lo que quieren ver y oír a través de los medios de comunicación. El fin es entretenernos. Luego, ya vendrán los pícaros a ofrecernos sus protectoras religiones, con todo tipo de sectas y dioses diversos”.
8. “¿Cómo nos educaron? Pues como les indicaron que debían hacerlo. Tomando el chantaje emocional del deseo de premio y el temor del castigo como base”.
9. “Lo que deberían enseñarnos, desde que nacemos, es sentido crítico. Deberían explicarnos el origen de la vida y la evolución de las especies. Seríamos más humildes y bastantes más humanos”.
10. “No soy ningún experto, pero creo que la etapa evolutiva del ser humano como creyente tiene que dar el paso siguiente –ya lo está dando– hacia la razón crítica, pura y científica que supere toda superstición. Entre ellas la del tabú y terror a su mortalidad”.
Para cerrar este breve recorrido por un tema que, tarde o temprano, tendrá que ser abordado en nuestro país, quisiera indicar que hay una organización que trabaja tenazmente porque el derecho a morir como seres humanos, la Asociación Derecho a Morir Dignamente, que, fundada en 1984 y legalizada en diciembre de ese mismo año, lucha porque el final de la vida no sea un camino lleno de sufrimientos inútiles.
Como bien dice Ramón Sampedro, los pícaros de las distintas religiones han construido todo su entramado sobre el temor profundo a la muerte, oponiéndose de la forma más tenaz a que la eutanasia, o muerte digna, sea reconocida legalmente como un derecho. Y es que cuando el ser humano sea capaz de mirar de frente a su final personal y pueda reducir el miedo a su desaparición acabarán esos tutelajes que, a fin de cuentas, son cadenas que le atan a una existencia que le reducen las posibilidades de gozar de una vida con mayor plenitud.
La lectura de esta noticia en la prensa coincidía con la nueva lectura que yo estaba llevando del apasionado y apasionante libro de Ramón Sampedro que tituló Cartas desde el infierno y que vio la luz, inicialmente, en 1996, aunque tuvo una reedición ocho años después.
El caso de Ramón Sampedro fue conocido en todo el país por su reivindicación al derecho a morir con dignidad, tras muchas e infructuosas peticiones al Gobierno de nuestro país.
Para quienes no conozcan el caso de este gallego, quisiera traer la escueta biografía que asoma en los inicios de su libro en el que aparecían publicadas las cartas con las que respondía a las misivas recibidas de distintas gentes interesadas en su caso. También en el libro se incluyen los distintos poemas que escribió, así como sus reflexiones sobre la vida, la muerte, el amor y la libertad de los seres humanos.
“Ramón Sampedro nació el 5 de enero de 1943 en Xuño, una pequeña aldea de la provincia de La Coruña. A los 22 años se embarcó en un mercante noruego en el que trabajó como mecánico. Con él recorrió cuarenta y nueve puertos de todo el mundo. Esta experiencia formó parte de sus mejores recuerdos. El 23 de agosto de 1968 cayó en el agua desde una roca. La marea había bajado. El choque de la cabeza contra la arena le produjo la fractura de la séptima vértebra cervical…”.
“…Durante treinta años vivió su tetraplejía soñando con la libertad a través de la muerte. Su demanda jurídica llegó hasta el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sin que llegase a prosperar. En los medios de comunicación reivindicó su derecho a una muerte digna y en enero de 1998, en secreto y probablemente asistido por una mano amiga, consiguió su propósito”.
Quienes vieron la película Mar adentro, de Alejandro Amenábar, sobre la vida de Ramón Sampedro pudieron conocer, a través de la excelente interpretación de Javier Bardem, a un hombre razonable, tranquilo, paciente, cargado de ternura, pero con una firmeza incontestable sobre el derecho de todos los seres humanos a decidir en último término sobre sus propias vidas. Y, lógicamente, era inflexible en este punto que le afectaba directamente.
Han pasado casi veinte años desde que se despidiera de una existencia que él rechazaba, al estar imposibilitado de realizar cualquier actividad que no fuera pensar. Desde entonces, han sido varios los países que han legalizado la eutanasia. En la actualidad, lo está en Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Colombia, Estados Unidos (en los estados de Oregón, Washington, Montana, Vermont y California), al tiempo que en Suiza el suicidio médicamente asistido está reconocido en toda la confederación.
A pesar de que en nuestro país, según datos del CIS, la mayor parte de la población española está a favor de que se legalice la muerte digna para enfermos terminales o para casos como el de Ramón Sampedro, lo cierto es que los partidos mayoritarios se han configurado como una barrera para evitar que se estudie y se debata la posible legalización en España.
Tal como apuntaba anteriormente, el regreso a la lectura del libro de Ramón Sampedro me ha vuelto a situar ante la honesta sinceridad y valentía con las que este tetrapléjico afrontaba la cruel e inhumana realidad en la vivía, solo amortiguada por el cariño y atenciones que le dispensaban su familia y aquellos amigos que acudían a charlar con él.
Considero que para aquellos que pudieran estar interesados en el tema, lo mejor que se puede hacer es acceder el libro completo, ya que su lectura de ningún modo les defraudará. Sin embargo, y para que se tenga una visión aproximada de las ideas que Sampedro defendía en sus cartas, me he permitido extraer diez frases que, ordenadas a modo de aforismos, nos aproximan a su pensamiento.
1. “Nunca me harán creer con sus fundamentos de derecho que proteger la vida humana en contra de la voluntad personal es un acto noble, racional, humano, justo y bueno”.
2. “No creo que la tolerancia sea un síntoma de debilidad de la persona. Creo más bien todo lo contrario. La tolerancia es una virtud reservada a los seres ética y moralmente superiores”.
3. “Desear la eutanasia no es, precisamente, estar desesperado, triste o necesitado de cariño. Es buscar la sensatez en la razón humana. La razón humana es lo que debe prevalecer”.
4. “La eutanasia es una forma racional y humana de ayudar. Solo a personas sin criterio propio y aterrorizadas por el mito del padre se les puede hacer creíble tamaña barbaridad: sacralizar el sufrimiento me parece la forma más cruel de la esclavitud”.
5. “El concepto constitucional de la dignidad de la persona no puede quedarse a la altura de un simple derecho a que la persona no puede ser torturada, humillada, por el poder y la autoridad del Estado. Se tendría que entender que la persona tiene el derecho a no ser humillada por la tortura del sufrimiento inútil, irremediable y atroz”.
6. “Personalmente, pienso que para tolerar la eutanasia, o el derecho a morir con dignidad, se necesita amar de verdad a las personas y a la vida, y tener un profundo sentido de la bondad”.
7. “Otra de las consignas malvadas que andan por ahí sueltas es de que a las masas hay que darles lo que quieren ver y oír a través de los medios de comunicación. El fin es entretenernos. Luego, ya vendrán los pícaros a ofrecernos sus protectoras religiones, con todo tipo de sectas y dioses diversos”.
8. “¿Cómo nos educaron? Pues como les indicaron que debían hacerlo. Tomando el chantaje emocional del deseo de premio y el temor del castigo como base”.
9. “Lo que deberían enseñarnos, desde que nacemos, es sentido crítico. Deberían explicarnos el origen de la vida y la evolución de las especies. Seríamos más humildes y bastantes más humanos”.
10. “No soy ningún experto, pero creo que la etapa evolutiva del ser humano como creyente tiene que dar el paso siguiente –ya lo está dando– hacia la razón crítica, pura y científica que supere toda superstición. Entre ellas la del tabú y terror a su mortalidad”.
Para cerrar este breve recorrido por un tema que, tarde o temprano, tendrá que ser abordado en nuestro país, quisiera indicar que hay una organización que trabaja tenazmente porque el derecho a morir como seres humanos, la Asociación Derecho a Morir Dignamente, que, fundada en 1984 y legalizada en diciembre de ese mismo año, lucha porque el final de la vida no sea un camino lleno de sufrimientos inútiles.
Como bien dice Ramón Sampedro, los pícaros de las distintas religiones han construido todo su entramado sobre el temor profundo a la muerte, oponiéndose de la forma más tenaz a que la eutanasia, o muerte digna, sea reconocida legalmente como un derecho. Y es que cuando el ser humano sea capaz de mirar de frente a su final personal y pueda reducir el miedo a su desaparición acabarán esos tutelajes que, a fin de cuentas, son cadenas que le atan a una existencia que le reducen las posibilidades de gozar de una vida con mayor plenitud.
AURELIANO SÁINZ