La escritora cordobesa Remedios Zafra (Zuheros, 1973) ha ganado el Premio Anagrama de Ensayo, dotado con 8.000 euros, por su obra El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Denuncia su autora que “cargamos de ilusiones y expectativas a los niños y jóvenes mientras se mantiene un mundo digital desigual y precarizado”. Y es contundente sobre sus consecuencias: “La emancipación económica es fundamental para garantizar una libertad creativa”.
Profesora de la Universidad de Sevilla, especializada en el estudio crítico de la cultura contemporánea, cuenta con una dilatada bibliografía, traducida al inglés y al italiano, centrada principalmente en una mirada crítica sobre el mundo actual y el estudio sobre la identidad y género. Es autora, entre otros, de los libros (h)adas. Mujeres que crean, programan, prosumen, teclean, Un cuarto propio conectado o Netianas. N(h)hacer mujer en Internet.
—Con ‘El entusiasmo’ ha conseguido el premio Anagrama de Ensayo. Un género que para usted es subversivo porque pretende hacer el mundo pensativo. ¿Ese es el valor de su ensayo?
—En gran medida, sí. Creo que en los tiempos rápidos de ahora donde parece importar más la impresión que la concentración y el tuit o el titular frente al contenido, el ensayo tiene la responsabilidad de permitirnos pensar con mayor profundidad las cosas, ayudarnos a valorar y afrontar la complejidad, a menudo simplificada por la “apariencia”.
—La pregunta se la hace usted misma, pero yo se la reboto. En estos tiempos que corren, ¿es necesario el ensayo?
—El ensayo para mí es la reflexión profunda y matizada de un sujeto posicionado. En ese sentido y en línea con lo anterior, sí creo que es muy necesario. Entre otras cosas, para equilibrar un mundo que tiende a acumular mucha información pero que, para hacerla operativa, parece reducirla a píldoras breves que puedan circular más rápido y ser desechables. Claro que estas formas de comunicar pueden tener sin duda otros valores, pero creo que prescinden de otros necesarios para enfrentarnos al mundo de manera crítica y comprometida.
—Todo parte de la frase de un alumno suyo: “Nos han hecho creer que somos libres… y que seremos capaces de conseguir aquello que nos propongamos”. ¿Ahí germina la frustración? ¿En los sueños enterrados o imposibles?
—Creo que sobre todo germina en las expectativas que constantemente terminan por “aplazarse”. Los estudiantes son con frecuencia “grandes maestros”. Es una responsabilidad estar alerta a ser sensibles a lo que está pasando en el mundo más allá de las aulas. Creo que en los tiempos de ahora cargamos de ilusiones y expectativas a los niños y jóvenes mientras se mantiene un mundo desigual y precarizado que termina por orientar a muchos a cadenas de trabajos mal pagados o no pagados.
—Su libro ayuda a entender a esta generación, que también es la suya, que nació en las últimas décadas del siglo XX, que vivió sin épica ni grandes relatos pero sí “con expectativas”, hasta que la crisis nos hundió en el abismo de la precariedad y la desilusión. Dice usted que la precariedad nos ha convertido a todos en productores creativos. ¿El problema radica en que el sueño nunca se materializa en un trabajo remunerado?
—La posibilidad de que “todos seamos productores” en la Red es maravillosa y a mí al menos me parece revolucionaria, pero tiene la contrapartida del la ceguera que genera el “exceso” y, en consecuencia, de la consolidación de nuevas formas de “valor” que parecen primar pagos con visibilidad.
Creo que para quienes habitan la pobreza, la emancipación económica es fundamental para garantizar una libertad creativa. Solo pueden vivir de la “visibilidad” los que ya tienen unos recursos y un sustento material de vida garantizado.
—El entusiasmo y la vocación son la única carta de presentación de un trabajador hipermotivado que solo aspira a una beca o un trabajo precarios. ¿No le parece un futuro demasiado estrecho?
—Creo que los trabajadores creativos aspiran a vivir de su trabajo, pero que lo que en muchos casos se encuentran son becas y trabajos temporales. Y esto es una de las cuestiones de época a las que apunta el libro, a la advertencia de cómo esta temporalidad y precariedad está aumentando.
—La academia, que usted conoce bien, tampoco ayuda mucho a salir de este bucle con sus índices de impacto y sus procesos de evaluación permanente, donde todo se cuantifica y nada se cualifica.
—Pienso que la academia ha cedido a la primacía de los criterios del mercado y que precisa mucha autocrítica para recomponer otros valores que no limiten la calidad y aportación de los investigadores a un número de artículos o a un lugar en una base de datos. Sin minusvalorar estos criterios, pienso que deben ponerse en conversación con otros.
—La burocratización de la vida de estos trabajadores corre el riesgo de neutralizarlos, de que se apaguen sus pasiones intelectuales. Como usted dice, de que se pierda la libertad que convierte la creatividad humana en algo transformador.
—Lo que observo entre compañeros y estudiantes de las que aún llamamos áreas de Humanidades y Ciencias Sociales es que muchas personas brillantes andan neutralizadas en precariedad, burocracias infinitas y exigencias numéricas de evaluación, intentando un suelo más firme para poder dedicarse por fin a investigar o a crear pero, sin ese tiempo y sin ese suelo, su libertad se ve muy mermada.
—‘El entusiasmo’ también sugiere cómo, en este espacio en el que se entrecruzan redes y neoliberalismo, el sistema contribuye a romper los lazos de solidaridad entre iguales. La competitividad tal vez pueda llegar más lejos aún.
—Las personas queremos superarnos y los que tenemos al lado son siempre referencia para crecer, aprender y mejorar. Sin embargo, la competitividad se ha convertido en algo naturalizado y perverso allí donde prima la menor inversión y el mayor beneficio o el unos pocos ganan mucho y una mayoría luchan por poco. Como si no hubiera “trabajo para todos” y fuera necesario convertir al amigo en contrincante. Pienso que esta competitividad puede ser una aliada de la desarticulación política al romper lazos entre iguales.
—Usted habla de dos tipos de entusiasmo: el que habla de la exaltación derivada de una pasión intelectual o creativa y aquel otro que se alimenta de la maquinaria y de la velocidad productivas en el marco capitalista.
—El entusiasmo íntimo tiene que ver con la pasión sincera por crear y hacer. Frente a ese otro entusiasmo inducido o fingido que contribuye a alimentar la productividad y es estimulado en las personas más precarias que esperan vivir de su vocación.
—El mal de estos jóvenes no solo se mueve en la precariedad de sus trabajos temporales sino también en sus vidas permanentemente conectadas.
—No es un mal, sino una singularidad. Claramente el mundo que narro en El entusiasmo tiene potencias y limitaciones y está cargado de aristas que podemos convertir en cosas fascinantes y también en “lo mismo de siempre”. Me parece que mi responsabilidad como pensadora es reforzar los enfoques críticos que nos permitan ayudar a ver no ya “una determinada verdad” sino los mecanismos que permiten diseñar verdades hoy.
—Las redes sociales permiten a los usuarios mostrar una imagen mejorada de sí mismos y una vida llena de momentos especiales. ¿A dónde nos conducen estos comportamientos en tiempos precarios?
—Reconforta y entretiene, ocupa nuestros tiempos y se convierte en una nueva “necesidad de época”. Dedicarnos a gestionar nuestras redes que además “tratan de nosotros mismos” es algo que hemos normalizado. Difícilmente un adolescente (un joven o un adulto) resistirá no volver allí donde él es el protagonista. ¿A dónde nos conduce? De momento, a un escenario distinto donde no cabe olvidar que además de usuarios y productores terminamos siendo también el “producto” de esas redes.
—Su libro pretende operar como un espejo en los trabajadores contemporáneos. Pero la pregunta es otra y, a la vez, la misma: ¿A quién verán cuando se vean proyectados en el espejo?
—Supongo que cuando hoy nos miramos al espejo vemos multitud de máscaras que nos representan social, cultural y laboralmente. A mí lo que me parece importante es poder contribuir a crear condiciones de mayor igualdad y libertad donde cada cual pueda ver en ese espejo “lo que quiera ver”, es decir, donde las personas puedan crearse sus máscaras cotidianas pero también puedan despojarse de ellas para pensarse y construirse con mayor libertad.
Profesora de la Universidad de Sevilla, especializada en el estudio crítico de la cultura contemporánea, cuenta con una dilatada bibliografía, traducida al inglés y al italiano, centrada principalmente en una mirada crítica sobre el mundo actual y el estudio sobre la identidad y género. Es autora, entre otros, de los libros (h)adas. Mujeres que crean, programan, prosumen, teclean, Un cuarto propio conectado o Netianas. N(h)hacer mujer en Internet.
—Con ‘El entusiasmo’ ha conseguido el premio Anagrama de Ensayo. Un género que para usted es subversivo porque pretende hacer el mundo pensativo. ¿Ese es el valor de su ensayo?
—En gran medida, sí. Creo que en los tiempos rápidos de ahora donde parece importar más la impresión que la concentración y el tuit o el titular frente al contenido, el ensayo tiene la responsabilidad de permitirnos pensar con mayor profundidad las cosas, ayudarnos a valorar y afrontar la complejidad, a menudo simplificada por la “apariencia”.
—La pregunta se la hace usted misma, pero yo se la reboto. En estos tiempos que corren, ¿es necesario el ensayo?
—El ensayo para mí es la reflexión profunda y matizada de un sujeto posicionado. En ese sentido y en línea con lo anterior, sí creo que es muy necesario. Entre otras cosas, para equilibrar un mundo que tiende a acumular mucha información pero que, para hacerla operativa, parece reducirla a píldoras breves que puedan circular más rápido y ser desechables. Claro que estas formas de comunicar pueden tener sin duda otros valores, pero creo que prescinden de otros necesarios para enfrentarnos al mundo de manera crítica y comprometida.
—Todo parte de la frase de un alumno suyo: “Nos han hecho creer que somos libres… y que seremos capaces de conseguir aquello que nos propongamos”. ¿Ahí germina la frustración? ¿En los sueños enterrados o imposibles?
—Creo que sobre todo germina en las expectativas que constantemente terminan por “aplazarse”. Los estudiantes son con frecuencia “grandes maestros”. Es una responsabilidad estar alerta a ser sensibles a lo que está pasando en el mundo más allá de las aulas. Creo que en los tiempos de ahora cargamos de ilusiones y expectativas a los niños y jóvenes mientras se mantiene un mundo desigual y precarizado que termina por orientar a muchos a cadenas de trabajos mal pagados o no pagados.
—Su libro ayuda a entender a esta generación, que también es la suya, que nació en las últimas décadas del siglo XX, que vivió sin épica ni grandes relatos pero sí “con expectativas”, hasta que la crisis nos hundió en el abismo de la precariedad y la desilusión. Dice usted que la precariedad nos ha convertido a todos en productores creativos. ¿El problema radica en que el sueño nunca se materializa en un trabajo remunerado?
—La posibilidad de que “todos seamos productores” en la Red es maravillosa y a mí al menos me parece revolucionaria, pero tiene la contrapartida del la ceguera que genera el “exceso” y, en consecuencia, de la consolidación de nuevas formas de “valor” que parecen primar pagos con visibilidad.
Creo que para quienes habitan la pobreza, la emancipación económica es fundamental para garantizar una libertad creativa. Solo pueden vivir de la “visibilidad” los que ya tienen unos recursos y un sustento material de vida garantizado.
—El entusiasmo y la vocación son la única carta de presentación de un trabajador hipermotivado que solo aspira a una beca o un trabajo precarios. ¿No le parece un futuro demasiado estrecho?
—Creo que los trabajadores creativos aspiran a vivir de su trabajo, pero que lo que en muchos casos se encuentran son becas y trabajos temporales. Y esto es una de las cuestiones de época a las que apunta el libro, a la advertencia de cómo esta temporalidad y precariedad está aumentando.
—La academia, que usted conoce bien, tampoco ayuda mucho a salir de este bucle con sus índices de impacto y sus procesos de evaluación permanente, donde todo se cuantifica y nada se cualifica.
—Pienso que la academia ha cedido a la primacía de los criterios del mercado y que precisa mucha autocrítica para recomponer otros valores que no limiten la calidad y aportación de los investigadores a un número de artículos o a un lugar en una base de datos. Sin minusvalorar estos criterios, pienso que deben ponerse en conversación con otros.
—La burocratización de la vida de estos trabajadores corre el riesgo de neutralizarlos, de que se apaguen sus pasiones intelectuales. Como usted dice, de que se pierda la libertad que convierte la creatividad humana en algo transformador.
—Lo que observo entre compañeros y estudiantes de las que aún llamamos áreas de Humanidades y Ciencias Sociales es que muchas personas brillantes andan neutralizadas en precariedad, burocracias infinitas y exigencias numéricas de evaluación, intentando un suelo más firme para poder dedicarse por fin a investigar o a crear pero, sin ese tiempo y sin ese suelo, su libertad se ve muy mermada.
—‘El entusiasmo’ también sugiere cómo, en este espacio en el que se entrecruzan redes y neoliberalismo, el sistema contribuye a romper los lazos de solidaridad entre iguales. La competitividad tal vez pueda llegar más lejos aún.
—Las personas queremos superarnos y los que tenemos al lado son siempre referencia para crecer, aprender y mejorar. Sin embargo, la competitividad se ha convertido en algo naturalizado y perverso allí donde prima la menor inversión y el mayor beneficio o el unos pocos ganan mucho y una mayoría luchan por poco. Como si no hubiera “trabajo para todos” y fuera necesario convertir al amigo en contrincante. Pienso que esta competitividad puede ser una aliada de la desarticulación política al romper lazos entre iguales.
—Usted habla de dos tipos de entusiasmo: el que habla de la exaltación derivada de una pasión intelectual o creativa y aquel otro que se alimenta de la maquinaria y de la velocidad productivas en el marco capitalista.
—El entusiasmo íntimo tiene que ver con la pasión sincera por crear y hacer. Frente a ese otro entusiasmo inducido o fingido que contribuye a alimentar la productividad y es estimulado en las personas más precarias que esperan vivir de su vocación.
—El mal de estos jóvenes no solo se mueve en la precariedad de sus trabajos temporales sino también en sus vidas permanentemente conectadas.
—No es un mal, sino una singularidad. Claramente el mundo que narro en El entusiasmo tiene potencias y limitaciones y está cargado de aristas que podemos convertir en cosas fascinantes y también en “lo mismo de siempre”. Me parece que mi responsabilidad como pensadora es reforzar los enfoques críticos que nos permitan ayudar a ver no ya “una determinada verdad” sino los mecanismos que permiten diseñar verdades hoy.
—Las redes sociales permiten a los usuarios mostrar una imagen mejorada de sí mismos y una vida llena de momentos especiales. ¿A dónde nos conducen estos comportamientos en tiempos precarios?
—Reconforta y entretiene, ocupa nuestros tiempos y se convierte en una nueva “necesidad de época”. Dedicarnos a gestionar nuestras redes que además “tratan de nosotros mismos” es algo que hemos normalizado. Difícilmente un adolescente (un joven o un adulto) resistirá no volver allí donde él es el protagonista. ¿A dónde nos conduce? De momento, a un escenario distinto donde no cabe olvidar que además de usuarios y productores terminamos siendo también el “producto” de esas redes.
—Su libro pretende operar como un espejo en los trabajadores contemporáneos. Pero la pregunta es otra y, a la vez, la misma: ¿A quién verán cuando se vean proyectados en el espejo?
—Supongo que cuando hoy nos miramos al espejo vemos multitud de máscaras que nos representan social, cultural y laboralmente. A mí lo que me parece importante es poder contribuir a crear condiciones de mayor igualdad y libertad donde cada cual pueda ver en ese espejo “lo que quiera ver”, es decir, donde las personas puedan crearse sus máscaras cotidianas pero también puedan despojarse de ellas para pensarse y construirse con mayor libertad.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO