El escritor José María Merino (A Coruña, 1941) recupera en su última novela, Musa Décima, la figura de una mujer desconocida, Oliva Sabuco, quien publicó en 1587 Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, un tratado muy próximo a la medicina naturista de nuestros días, en el que ya proponía que, para mantener una buena salud, se precisaba respirar aire puro, hacer ejercicio y comer moderadamente. Lope de Vega la llamó "musa décima".
Tiene los ojos muy azules, el tono de su voz es apasionado y su oratoria es correcta y bien hilvanada. El entusiasmo con el que describe el perfil de esta mujer, de quien aventura una relación con Lope en la novela, no le lleva a elevar el tono de su discurso. Tiene una sonrisa bondadosa y es elegante en sus ademanes. Viste chaqueta negra y pantalón gris, camisa rosa de rayas blancas. Es doctor honoris causa por la Universidad de León y miembro de la Real Academia Española.
Comenzó escribiendo poesía y se dio a conocer como narrador en 1976 con Novela de Andrés Choz. Su novela La orilla oscura (1985) fue galardonada con el Premio de la Crítica. Ha publicado además la trilogía novelesca Las crónicas mestizas, así como Las visiones de Lucrecia (1996), Premio Miguel Delibes de Narrativa; El heredero (2003), Premio Ramón Gómez de la Serna de Narrativa; y El lugar sin culpa (2007), Premio de Narrativa Gonzalo Torrente Balllester. El río del Edén (2012) recibió el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica de Castilla y León.
—‘Musa décima’ recupera la figura de una mujer desconocida, Oliva Sabuco, y la convierte en un personaje actual. ¿Qué le llamó la atención de esta mujer?
—Bueno, una anécdota personal. El libro, en la edición que yo tengo, la cuarta edición, de 1728, estaba en mi casa, porque mi padre era bibliófilo. Le parecía que el mayor patrimonio que podía tener eran libros, y lo había comprado él. Cuando yo lo vi de chaval, yo tendría 12 o 13 años, me llamó la atención la piel de pergamino, el modo de impresión, las viñetas, y leí el prólogo. El prólogo es una dedicatoria al rey Felipe II muy osada. Yo la vi como muy cercana a mí. Aquello me llamó la atención.
Años después descubrí un libro, que es una antología muy bien hecha por Florentino Torner en los años de la República, en la colección Biblioteca de la Cultura, de Aguilar, y lo volví a encontrar en una librería de viejo, y me costó muy barato. Lo compré y entonces en el prólogo venía el testamento del padre donde el padre le negaba la autoría a doña Oliva. Y entonces, me dije "qué historia, aquí hay una historia, este enigma es muy interesante".
Pasaron los años y yo tenía ahí en la cabeza que eso era una novela. Pero a mí me gustaba que fuese una novela que pudiese insertar en el tiempo de hoy. Que no fuese una novela histórica sino que la historia, la peripecia de Oliva, sus relaciones familiares, matrimoniales, pudiese yo mismo insertarlas en el mundo de hoy. Y al final, dándole vueltas, lo conseguí.
—Efectivamente, en 1587 ella publica ‘Nueva filosofía de la naturaleza del hombre’. Pero su biografía está llena de vacíos. ¿Qué más sabemos de ella?
—Muy poco, muy poco. Incluso la gente que más se ha dedicado a estudiarla, sabe poco. Hay un profesor en Albacete que se llama Ricardo González, que yo lo cito, porque este libro yo no lo planteé como un ensayo, sino como una novela, pero quise que el que acabase de leer el libro supiese tanto como yo de todas las vueltas que le he dado a Oliva. Incluso del libro de doña Oliva, porque lo que más me costó fue resumir de una manera dramática un poco los capítulos sustantivos. Y sabemos muy poco.
Sabemos que apareció este libro en 1587. Ella fue considerada una mujer genial. "Musa décima" la llamó Lope de Vega en un poema. Pero pasaron los años y, cuando apareció a principios del siglo XX ese testamento, lo poco que sabíamos ya se incrementó porque desapareció del mapa.
—¿Tal como era Lope con las mujeres, se deduce o se puede deducir que hubiera alguna relación entre ellos?
—Yo creo que no. Yo aventuro en la novela una relación con Lope, incluso con Cervantes. A mí Cervantes me vino muy bien porque en esa época él era comisario de abastos para la Armada Invencible. Viaja mucho por La Mancha y seguramente por Alcaraz.
Lo que sí es cierto, lo cito también sin perder la perspectiva narrativa, que Lope alaba en un momento a una serie de mujeres famosas de su época y una de ellas es Oliva Sabuco, musa décima. Fue un libro que tiró varias ediciones, que se tradujo a muchas lenguas. En Inglaterra influyó la teoría del sistema nervioso que ella apunta. Bueno, yo creo que pudieron conocerse perfectamente.
—El libro lo publica a los 25 años y plantea ya ideas muy actuales sobre las pasiones, los sentimientos y la medicina.
—Cuando he escrito alguna novela histórica, me hubiera gustado imbricar en la novela histórica el tiempo contemporáneo. Y en este caso, cuando ya trabajé a fondo con el libro, me di cuenta de que era un precedente de lo que ahora llamamos "medicina naturista".
Es una mujer que defiende respirar aire puro, hacer ejercicio, comer moderadamente. Ella dice cómo es posible que los campesinos que tienen menos dinero, que comen teóricamente peor y tal, mueren mucho más tarde y más sanos que los de las ciudades. Me pareció muy moderno ese naturismo.
Y cuando analiza los sentimientos, los "afectos" que ella llama, pues me parece un precedente de la psicología contemporánea. O sea, que realmente es un libro que tiene en eso mucho sentido. Y eso me llamó la atención y quise transmitirlo.
—Sus teorías influyeron en toda Europa hasta que, a principios del siglo XX, el descubrimiento de unos documentos, como decía, atribuyen el libro al padre. No sé qué hay de verdad en la autoría de la obra. Pero a usted le pareció que el enigma tenía una novela. ¿Pero quién fue el autor?
—En la novela apunto un montón de cosas. O sea, yo he querido hacer una novela entretenida y que la gente que la lea aprenda cosas, como yo he aprendido. Por ejemplo, descubrí las academias del Siglo de Oro. Resulta que España estaba plagada de lugares donde se reunía, digamos, la gente culta del lugar y se dedicaba a hablar de los clásicos o hablar de literatura y tal. Y yo me he inventado, que no sé si existió o no, la academia de Alcaraz.
Yo pensé que había unos cogollitos renacentistas y que esta mujer pudo asistir a cogollitos renacentistas de su pueblo, oír lo que hablaba la gente y escribir, no sé si motu proprio o de las cosas que aprendía sobre los clásicos. Ella, por ejemplo, manejó muy bien el latín, y pudo escribir el libro.
Yo no defiendo, lo que sí estoy en contra es de negar la autoría porque ella tuviese 25 años. Porque, según eso, Marcelino Menéndez Pelayo fue doctor a los 18 años y catedrático a los 22. ¿Por qué no Oliva, si tiene una formación en ese mundo al margen de la Universidad? Cervantes tampoco fue a la Universidad. Entonces, ¿por qué negarlo? Desde luego, lo que no acepto es que ese microtestamento destruya la autoría de Oliva Sabuco.
—Esta ambición por apropiarse del trabajo intelectual de otros, como se ve, no es algo actual, pero tal vez hoy esos hábitos se hayan extendido más con Internet.
—Bueno, al incrustar la novela en nuestro tiempo, quise que viésemos cómo el padre, que está separado de la madre, menosprecia a doña Oliva, pero él utiliza el trabajo que está haciendo su esposa para hacer un ensayo. Ensayo que, a su vez, un amigo publica en una colección bajo su nombre. Incluso la biografía tratada por una joven novelista, Amada Marina, se convierte en una novela.
Yo he jugado también con el mundo de la apropiación indebida en toda la novela. Eso no es de un tiempo o de otro, sino que nos pertenece, como el mundo de los afectos y de las pasiones. Yo he querido jugar con él en el tiempo contemporáneo.
—O sea, ha querido conectar el siglo XVI con los días de hoy y que los asuntos del libro de Oliva sean determinantes en el presente, concretamente en el caso de Berta.
—Sí, sí. He querido totalmente ver cómo en el siglo XXI tenemos comportamientos con cosas similares a las del siglo XVI. Y además, he incluido también la situación en la cual estamos ahora: el paro juvenil, la multiplicidad de mendigos, la penetración de anglicismos. Yo he querido hacer una novela contemporánea pero que esté un poco penetrada por la historia del Siglo de Oro de doña Oliva.
—Entrelaza dos tiempos narrativos. Pero el relato sucede en el presente.
—Sí. Sucede en el presente.
—Dice usted: “Estamos acostumbrados a creer que todo es normal, pero a mí me parece todo raro”. ¿Qué no le encaja en la vida?
—(Ríe). Bueno, yo siempre he escrito desde la perspectiva de lo raro. Es decir, a mí me gusta decir que la realidad no necesita ser verosímil. La ficción, sí. La realidad es la realidad. Entonces, en la realidad pueden pasar las cosas más absurdas. Al mismo tiempo superponerse un accidente a un terremoto, a un tsunami y a la caída de un avión. O sea, es así de absurdo. Pero la ficción tiene que racionalizar la realidad. Darle un orden a la realidad. Bueno, en cierto modo yo aquí, utilizando tiempos distintos, intento dar un orden comprensible y verosímil.
—El libro de Oliva Sabuco era revolucionario para la época. Como decía, afirmaba que lo sano era llevar una dieta adecuada, hacer ejercicio o respirar aire sano. Hoy resultaría muy actual.
—Yo creo que el libro sí te da esa dimensión. Es un libro que te da una dimensión de un pensamiento muy fresco. Desde luego, la dedicatoria a Felipe II tiene que ser de una mujer con toda seguridad. Pero luego, el primer coloquio del libro, cuando dice deben los hombres pensar con quién se casan y las mujeres con quién contraen matrimonio porque hay que elegir muy bien a la pareja para ver cuál va a ser la estirpe, la progenie y tal. Cuando se cita a los hombres, se cita a las mujeres. Es decir, es una cosa muy poco común en su época. Y ella, desde luego, todo el planteamiento que hace, psicológico y médico, es un planteamiento correspondiente con cosas que pensamos ahora.
—Pero curiosamente, en algunos aspectos, también mantenía una concepción bastante contraria a la doctrina oficial de la Iglesia.
—Pues claro. En la edición que yo tengo, de 1728, la licencia y el privilegio siguen siendo de ella, por lo tanto ese testamento del padre nunca se aplicó. Otra cosa que hay que decir es que los hermanos nunca exigieron aplicarlo. Era un libro que producía dinero. Entonces, ¿por qué nadie reivindicó el libro?
La edición que yo tengo contiene el expurgatorio de la Santa Inquisición. El defender la larga vida a base un poco de cuidar la salud, caramba, pues yo estoy seguro que no estaba bien visto por muchos obispos y clérigos, por ejemplo.
—Sin embargo, en el testamento decía también el padre que dejó que ella firmara el libro “por darle honra”. Vaya contradicción.
—Ah, sí. Es lo que yo digo. Pues vaya una honra que le das, si luego dices que es una impostora.
—¿Puede decirse que este es un libro diferente en su obra?
—Pues yo creo que sí. Yo lo he planteado de una manera distinta. Creo que es un libro diferente. Hombre, tendrá manías que uno no puede renunciar a ellas, pero yo creo que es un libro diferente a los anteriores míos.
—El libro está ilustrado. No es la primera vez que lo hace. Fotos, grabados del libro de Oliva. Incluso viñetas propias.
—Sí, sí. Viñetas que teóricamente son de un dibujante frustrado o de un mediocre dibujante de cómic, con lo cual yo salvo mi responsabilidad, que es Rai. El dibujo lo he utilizado en muchos libros. Siempre me ha gustado meter algo gráfico en los libros. Aquí ya lo hice con toda tranquilidad.
—Con este libro también quería jugar con el tiempo. Dice usted: “Somos tiempo, ya que estamos destinados a desaparecer”.
—Pues sí. Somos tiempo. Y además, el tiempo, según Stephen Hopkins, es una flecha irreversible. Pero la memoria, nuestra memoria, contradice las teorías de la física totalmente. Con la memoria viajamos. Y con la literatura también, porque la literatura es tiempo y, cuando volvemos a abrir el libro, el Quijote por ejemplo, esta vez el tiempo del Quijote empieza a funcionar frente a nosotros. Yo creo que la ficción tiene esa virtud de ser tiempo en conserva, tiempo que está ahí esperando que lo abras.
—“La literatura me ha enseñado a escribir”. ¿Es esta su mejor novela?
—Aquí he metido, desde luego, muchas cosas que a veces he tenido la tentación pero no he tenido la sabiduría para ello. Por ejemplo, yo esto lo quise hacer con la novela de Lucrecia de León pero no fui capaz de encajar en tiempos también del Siglo de Oro en un tiempo contemporáneo. Entonces, hice una novela histórica canónica. Pero en este caso, sí. Yo creo que he dado una vuelta de tuerca y yo, desde luego, no estoy especulante, pero modestamente estoy satisfecho del logro.
Tiene los ojos muy azules, el tono de su voz es apasionado y su oratoria es correcta y bien hilvanada. El entusiasmo con el que describe el perfil de esta mujer, de quien aventura una relación con Lope en la novela, no le lleva a elevar el tono de su discurso. Tiene una sonrisa bondadosa y es elegante en sus ademanes. Viste chaqueta negra y pantalón gris, camisa rosa de rayas blancas. Es doctor honoris causa por la Universidad de León y miembro de la Real Academia Española.
Comenzó escribiendo poesía y se dio a conocer como narrador en 1976 con Novela de Andrés Choz. Su novela La orilla oscura (1985) fue galardonada con el Premio de la Crítica. Ha publicado además la trilogía novelesca Las crónicas mestizas, así como Las visiones de Lucrecia (1996), Premio Miguel Delibes de Narrativa; El heredero (2003), Premio Ramón Gómez de la Serna de Narrativa; y El lugar sin culpa (2007), Premio de Narrativa Gonzalo Torrente Balllester. El río del Edén (2012) recibió el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica de Castilla y León.
—‘Musa décima’ recupera la figura de una mujer desconocida, Oliva Sabuco, y la convierte en un personaje actual. ¿Qué le llamó la atención de esta mujer?
—Bueno, una anécdota personal. El libro, en la edición que yo tengo, la cuarta edición, de 1728, estaba en mi casa, porque mi padre era bibliófilo. Le parecía que el mayor patrimonio que podía tener eran libros, y lo había comprado él. Cuando yo lo vi de chaval, yo tendría 12 o 13 años, me llamó la atención la piel de pergamino, el modo de impresión, las viñetas, y leí el prólogo. El prólogo es una dedicatoria al rey Felipe II muy osada. Yo la vi como muy cercana a mí. Aquello me llamó la atención.
Años después descubrí un libro, que es una antología muy bien hecha por Florentino Torner en los años de la República, en la colección Biblioteca de la Cultura, de Aguilar, y lo volví a encontrar en una librería de viejo, y me costó muy barato. Lo compré y entonces en el prólogo venía el testamento del padre donde el padre le negaba la autoría a doña Oliva. Y entonces, me dije "qué historia, aquí hay una historia, este enigma es muy interesante".
Pasaron los años y yo tenía ahí en la cabeza que eso era una novela. Pero a mí me gustaba que fuese una novela que pudiese insertar en el tiempo de hoy. Que no fuese una novela histórica sino que la historia, la peripecia de Oliva, sus relaciones familiares, matrimoniales, pudiese yo mismo insertarlas en el mundo de hoy. Y al final, dándole vueltas, lo conseguí.
—Efectivamente, en 1587 ella publica ‘Nueva filosofía de la naturaleza del hombre’. Pero su biografía está llena de vacíos. ¿Qué más sabemos de ella?
—Muy poco, muy poco. Incluso la gente que más se ha dedicado a estudiarla, sabe poco. Hay un profesor en Albacete que se llama Ricardo González, que yo lo cito, porque este libro yo no lo planteé como un ensayo, sino como una novela, pero quise que el que acabase de leer el libro supiese tanto como yo de todas las vueltas que le he dado a Oliva. Incluso del libro de doña Oliva, porque lo que más me costó fue resumir de una manera dramática un poco los capítulos sustantivos. Y sabemos muy poco.
Sabemos que apareció este libro en 1587. Ella fue considerada una mujer genial. "Musa décima" la llamó Lope de Vega en un poema. Pero pasaron los años y, cuando apareció a principios del siglo XX ese testamento, lo poco que sabíamos ya se incrementó porque desapareció del mapa.
—¿Tal como era Lope con las mujeres, se deduce o se puede deducir que hubiera alguna relación entre ellos?
—Yo creo que no. Yo aventuro en la novela una relación con Lope, incluso con Cervantes. A mí Cervantes me vino muy bien porque en esa época él era comisario de abastos para la Armada Invencible. Viaja mucho por La Mancha y seguramente por Alcaraz.
Lo que sí es cierto, lo cito también sin perder la perspectiva narrativa, que Lope alaba en un momento a una serie de mujeres famosas de su época y una de ellas es Oliva Sabuco, musa décima. Fue un libro que tiró varias ediciones, que se tradujo a muchas lenguas. En Inglaterra influyó la teoría del sistema nervioso que ella apunta. Bueno, yo creo que pudieron conocerse perfectamente.
—El libro lo publica a los 25 años y plantea ya ideas muy actuales sobre las pasiones, los sentimientos y la medicina.
—Cuando he escrito alguna novela histórica, me hubiera gustado imbricar en la novela histórica el tiempo contemporáneo. Y en este caso, cuando ya trabajé a fondo con el libro, me di cuenta de que era un precedente de lo que ahora llamamos "medicina naturista".
Es una mujer que defiende respirar aire puro, hacer ejercicio, comer moderadamente. Ella dice cómo es posible que los campesinos que tienen menos dinero, que comen teóricamente peor y tal, mueren mucho más tarde y más sanos que los de las ciudades. Me pareció muy moderno ese naturismo.
Y cuando analiza los sentimientos, los "afectos" que ella llama, pues me parece un precedente de la psicología contemporánea. O sea, que realmente es un libro que tiene en eso mucho sentido. Y eso me llamó la atención y quise transmitirlo.
—Sus teorías influyeron en toda Europa hasta que, a principios del siglo XX, el descubrimiento de unos documentos, como decía, atribuyen el libro al padre. No sé qué hay de verdad en la autoría de la obra. Pero a usted le pareció que el enigma tenía una novela. ¿Pero quién fue el autor?
—En la novela apunto un montón de cosas. O sea, yo he querido hacer una novela entretenida y que la gente que la lea aprenda cosas, como yo he aprendido. Por ejemplo, descubrí las academias del Siglo de Oro. Resulta que España estaba plagada de lugares donde se reunía, digamos, la gente culta del lugar y se dedicaba a hablar de los clásicos o hablar de literatura y tal. Y yo me he inventado, que no sé si existió o no, la academia de Alcaraz.
Yo pensé que había unos cogollitos renacentistas y que esta mujer pudo asistir a cogollitos renacentistas de su pueblo, oír lo que hablaba la gente y escribir, no sé si motu proprio o de las cosas que aprendía sobre los clásicos. Ella, por ejemplo, manejó muy bien el latín, y pudo escribir el libro.
Yo no defiendo, lo que sí estoy en contra es de negar la autoría porque ella tuviese 25 años. Porque, según eso, Marcelino Menéndez Pelayo fue doctor a los 18 años y catedrático a los 22. ¿Por qué no Oliva, si tiene una formación en ese mundo al margen de la Universidad? Cervantes tampoco fue a la Universidad. Entonces, ¿por qué negarlo? Desde luego, lo que no acepto es que ese microtestamento destruya la autoría de Oliva Sabuco.
—Esta ambición por apropiarse del trabajo intelectual de otros, como se ve, no es algo actual, pero tal vez hoy esos hábitos se hayan extendido más con Internet.
—Bueno, al incrustar la novela en nuestro tiempo, quise que viésemos cómo el padre, que está separado de la madre, menosprecia a doña Oliva, pero él utiliza el trabajo que está haciendo su esposa para hacer un ensayo. Ensayo que, a su vez, un amigo publica en una colección bajo su nombre. Incluso la biografía tratada por una joven novelista, Amada Marina, se convierte en una novela.
Yo he jugado también con el mundo de la apropiación indebida en toda la novela. Eso no es de un tiempo o de otro, sino que nos pertenece, como el mundo de los afectos y de las pasiones. Yo he querido jugar con él en el tiempo contemporáneo.
—O sea, ha querido conectar el siglo XVI con los días de hoy y que los asuntos del libro de Oliva sean determinantes en el presente, concretamente en el caso de Berta.
—Sí, sí. He querido totalmente ver cómo en el siglo XXI tenemos comportamientos con cosas similares a las del siglo XVI. Y además, he incluido también la situación en la cual estamos ahora: el paro juvenil, la multiplicidad de mendigos, la penetración de anglicismos. Yo he querido hacer una novela contemporánea pero que esté un poco penetrada por la historia del Siglo de Oro de doña Oliva.
—Entrelaza dos tiempos narrativos. Pero el relato sucede en el presente.
—Sí. Sucede en el presente.
—Dice usted: “Estamos acostumbrados a creer que todo es normal, pero a mí me parece todo raro”. ¿Qué no le encaja en la vida?
—(Ríe). Bueno, yo siempre he escrito desde la perspectiva de lo raro. Es decir, a mí me gusta decir que la realidad no necesita ser verosímil. La ficción, sí. La realidad es la realidad. Entonces, en la realidad pueden pasar las cosas más absurdas. Al mismo tiempo superponerse un accidente a un terremoto, a un tsunami y a la caída de un avión. O sea, es así de absurdo. Pero la ficción tiene que racionalizar la realidad. Darle un orden a la realidad. Bueno, en cierto modo yo aquí, utilizando tiempos distintos, intento dar un orden comprensible y verosímil.
—El libro de Oliva Sabuco era revolucionario para la época. Como decía, afirmaba que lo sano era llevar una dieta adecuada, hacer ejercicio o respirar aire sano. Hoy resultaría muy actual.
—Yo creo que el libro sí te da esa dimensión. Es un libro que te da una dimensión de un pensamiento muy fresco. Desde luego, la dedicatoria a Felipe II tiene que ser de una mujer con toda seguridad. Pero luego, el primer coloquio del libro, cuando dice deben los hombres pensar con quién se casan y las mujeres con quién contraen matrimonio porque hay que elegir muy bien a la pareja para ver cuál va a ser la estirpe, la progenie y tal. Cuando se cita a los hombres, se cita a las mujeres. Es decir, es una cosa muy poco común en su época. Y ella, desde luego, todo el planteamiento que hace, psicológico y médico, es un planteamiento correspondiente con cosas que pensamos ahora.
—Pero curiosamente, en algunos aspectos, también mantenía una concepción bastante contraria a la doctrina oficial de la Iglesia.
—Pues claro. En la edición que yo tengo, de 1728, la licencia y el privilegio siguen siendo de ella, por lo tanto ese testamento del padre nunca se aplicó. Otra cosa que hay que decir es que los hermanos nunca exigieron aplicarlo. Era un libro que producía dinero. Entonces, ¿por qué nadie reivindicó el libro?
La edición que yo tengo contiene el expurgatorio de la Santa Inquisición. El defender la larga vida a base un poco de cuidar la salud, caramba, pues yo estoy seguro que no estaba bien visto por muchos obispos y clérigos, por ejemplo.
—Sin embargo, en el testamento decía también el padre que dejó que ella firmara el libro “por darle honra”. Vaya contradicción.
—Ah, sí. Es lo que yo digo. Pues vaya una honra que le das, si luego dices que es una impostora.
—¿Puede decirse que este es un libro diferente en su obra?
—Pues yo creo que sí. Yo lo he planteado de una manera distinta. Creo que es un libro diferente. Hombre, tendrá manías que uno no puede renunciar a ellas, pero yo creo que es un libro diferente a los anteriores míos.
—El libro está ilustrado. No es la primera vez que lo hace. Fotos, grabados del libro de Oliva. Incluso viñetas propias.
—Sí, sí. Viñetas que teóricamente son de un dibujante frustrado o de un mediocre dibujante de cómic, con lo cual yo salvo mi responsabilidad, que es Rai. El dibujo lo he utilizado en muchos libros. Siempre me ha gustado meter algo gráfico en los libros. Aquí ya lo hice con toda tranquilidad.
—Con este libro también quería jugar con el tiempo. Dice usted: “Somos tiempo, ya que estamos destinados a desaparecer”.
—Pues sí. Somos tiempo. Y además, el tiempo, según Stephen Hopkins, es una flecha irreversible. Pero la memoria, nuestra memoria, contradice las teorías de la física totalmente. Con la memoria viajamos. Y con la literatura también, porque la literatura es tiempo y, cuando volvemos a abrir el libro, el Quijote por ejemplo, esta vez el tiempo del Quijote empieza a funcionar frente a nosotros. Yo creo que la ficción tiene esa virtud de ser tiempo en conserva, tiempo que está ahí esperando que lo abras.
—“La literatura me ha enseñado a escribir”. ¿Es esta su mejor novela?
—Aquí he metido, desde luego, muchas cosas que a veces he tenido la tentación pero no he tenido la sabiduría para ello. Por ejemplo, yo esto lo quise hacer con la novela de Lucrecia de León pero no fui capaz de encajar en tiempos también del Siglo de Oro en un tiempo contemporáneo. Entonces, hice una novela histórica canónica. Pero en este caso, sí. Yo creo que he dado una vuelta de tuerca y yo, desde luego, no estoy especulante, pero modestamente estoy satisfecho del logro.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
REPORTAJE GRÁFICO: ELISA ARROYO
REPORTAJE GRÁFICO: ELISA ARROYO