Popular por sus corbatas indiscretas, José María Carrascal (El Vellón, Madrid, 1930), fue marino mercante, profesor de Español, traductor y periodista. Hace poco ha publicado España. La revolución pendiente (1808-2016) y piensa que España está enamorada de su futuro.
Como Antonio Machado, también cree que existen dos Españas. Advierte que el país ha cambiado, pero que los españoles no lo han hecho. Y que ahí, precisamente, radica el problema. Desde que vio a Manuel Fraga luciendo una corbata como las suyas –es decir, excesivamente llamativa–, optó por la discreción. Hasta hoy.
—Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados Unidos. Todos hicieron su revolución. Pero España la sigue teniendo pendiente. ¿Por qué?
—Porque España está enamorada del pasado más que del futuro.
—Una revolución ahora, ¿en qué consistiría? ¿O ya no ha lugar?
—La revolución, tal como la entiendo, tiene solo un sentido. Es el cambio de los usos, no de los abusos. Si es solo contra los abusos, es revuelta.
—¿Todo es por causa de una no maduración democrática?
—Iría más lejos. De un desconcierto de lo que es la democracia por parte de los españoles.
—El primer problema de España es que el ciudadano deje de ser súbdito. ¿Siempre estuvimos sometidos?
—Durante buena parte de nuestra historia, la mayor parte de nuestra historia, en efecto, fuimos súbditos. Y lo más terrible: con nuestra aquiescencia.
—Como Machado, dice usted que las dos Españas son la laica y la religiosa. ¿Todavía andamos por ahí?
—En buena parte, sí. Porque la religión, cuando desaparece, se convierte en ideología. Y en España las ideologías tienen mucho de religiosas. En un lado y otro.
—No estuvimos en las Cruzadas ni en las guerras mundiales. Y dice usted que la Conquista de América fue la continuación de la Reconquista. ¿Siempre nos gusta andar al revés?
—Más que al revés, detrás. Pero el que va detrás tiene que ir luchando con los de delante, que le dan coces. Pero es más ir detrás de los acontecimientos. La catedral de Burgos, del gótico florido, se construyó cuando ya se levantaba la cúpula de San Pedro.
—“España siempre fue un país romántico para los extranjeros”. Pero da la impresión de que ya ha dejado de serlo.
—Conserva buena parte de ese romanticismo. El extranjero ha venido siempre a España a ver lo que su propio país era hacía siglos.
—El mundo ha cambiado tanto que la izquierda no se reconoce a sí misma. ¿Sabe usted para dónde va?
—Eso tendría que preguntárselo a un izquierdista (ríe). Creo que todos estamos hoy bastante despistados, porque estamos entrando en una nueva era.
—En España han cambiado muchas cosas, menos los españoles. ¿Ese es el problema?
—Ese es el problema. Pocos países, o ninguno, en Europa Occidental han cambiado tanto como España en los últimos años. Esto no tiene nada que ver con aquello. Sin embargo, los españoles seguimos siendo los mismos.
—Llegó a España en 1990. Felipe no le gustaba. ¿Prefiere la imagen de González hoy a la de ayer?
—Yo creo que González ha mejorado con el tiempo y tiene cosas francamente buenas y cosas malas, pero en el fondo son buenas. Ejemplos. González fue el que, jugándose el puesto y su papel en la historia, democratizó el PSOE, convirtiéndolo en una socialdemocracia moderna.
Pero, al mismo tiempo, demostró que la izquierda puede ser tan corrupta como la derecha. Parece malo, pero en el fondo es bueno. Porque la izquierda, que nunca había gobernado en España, tenía un halo mágico, un halo espiritual, que no se correspondía con la realidad, porque son humanos.
—Aznar nunca se fió de usted. ¿Sabe por qué?
—A Aznar le dije un día, delante de todos mis colegas: “Usted y yo no podemos ser amigos porque cumplimos funciones distintas en la sociedad”. Y las cosas que hizo bien, las aplaudí. Y las cosas que hizo mal, las critiqué. Lo que ocurrió fue que la mayor parte de mi trabajo, como presentador de televisión, correspondieron con años de Felipe González, con los últimos años.
—Este país ha cambiado. Sus corbatas son más discretas. ¿Usted también ha cambiado?
—Me ha gustado siempre vestir clásicamente. La indumentaria masculina era en mi época muy formal, muy reiterativa. En la corbata era donde podíamos diferenciarnos. Esta es de las que llevaba entonces, porque yo no compro corbatas. Tengo 150, pero tenía 300. El día que vi a Fraga con una corbata así, dije: “Ya se acabó. Esto ha pasado”.
Como Antonio Machado, también cree que existen dos Españas. Advierte que el país ha cambiado, pero que los españoles no lo han hecho. Y que ahí, precisamente, radica el problema. Desde que vio a Manuel Fraga luciendo una corbata como las suyas –es decir, excesivamente llamativa–, optó por la discreción. Hasta hoy.
—Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados Unidos. Todos hicieron su revolución. Pero España la sigue teniendo pendiente. ¿Por qué?
—Porque España está enamorada del pasado más que del futuro.
—Una revolución ahora, ¿en qué consistiría? ¿O ya no ha lugar?
—La revolución, tal como la entiendo, tiene solo un sentido. Es el cambio de los usos, no de los abusos. Si es solo contra los abusos, es revuelta.
—¿Todo es por causa de una no maduración democrática?
—Iría más lejos. De un desconcierto de lo que es la democracia por parte de los españoles.
—El primer problema de España es que el ciudadano deje de ser súbdito. ¿Siempre estuvimos sometidos?
—Durante buena parte de nuestra historia, la mayor parte de nuestra historia, en efecto, fuimos súbditos. Y lo más terrible: con nuestra aquiescencia.
—Como Machado, dice usted que las dos Españas son la laica y la religiosa. ¿Todavía andamos por ahí?
—En buena parte, sí. Porque la religión, cuando desaparece, se convierte en ideología. Y en España las ideologías tienen mucho de religiosas. En un lado y otro.
—No estuvimos en las Cruzadas ni en las guerras mundiales. Y dice usted que la Conquista de América fue la continuación de la Reconquista. ¿Siempre nos gusta andar al revés?
—Más que al revés, detrás. Pero el que va detrás tiene que ir luchando con los de delante, que le dan coces. Pero es más ir detrás de los acontecimientos. La catedral de Burgos, del gótico florido, se construyó cuando ya se levantaba la cúpula de San Pedro.
—“España siempre fue un país romántico para los extranjeros”. Pero da la impresión de que ya ha dejado de serlo.
—Conserva buena parte de ese romanticismo. El extranjero ha venido siempre a España a ver lo que su propio país era hacía siglos.
—El mundo ha cambiado tanto que la izquierda no se reconoce a sí misma. ¿Sabe usted para dónde va?
—Eso tendría que preguntárselo a un izquierdista (ríe). Creo que todos estamos hoy bastante despistados, porque estamos entrando en una nueva era.
—En España han cambiado muchas cosas, menos los españoles. ¿Ese es el problema?
—Ese es el problema. Pocos países, o ninguno, en Europa Occidental han cambiado tanto como España en los últimos años. Esto no tiene nada que ver con aquello. Sin embargo, los españoles seguimos siendo los mismos.
—Llegó a España en 1990. Felipe no le gustaba. ¿Prefiere la imagen de González hoy a la de ayer?
—Yo creo que González ha mejorado con el tiempo y tiene cosas francamente buenas y cosas malas, pero en el fondo son buenas. Ejemplos. González fue el que, jugándose el puesto y su papel en la historia, democratizó el PSOE, convirtiéndolo en una socialdemocracia moderna.
Pero, al mismo tiempo, demostró que la izquierda puede ser tan corrupta como la derecha. Parece malo, pero en el fondo es bueno. Porque la izquierda, que nunca había gobernado en España, tenía un halo mágico, un halo espiritual, que no se correspondía con la realidad, porque son humanos.
—Aznar nunca se fió de usted. ¿Sabe por qué?
—A Aznar le dije un día, delante de todos mis colegas: “Usted y yo no podemos ser amigos porque cumplimos funciones distintas en la sociedad”. Y las cosas que hizo bien, las aplaudí. Y las cosas que hizo mal, las critiqué. Lo que ocurrió fue que la mayor parte de mi trabajo, como presentador de televisión, correspondieron con años de Felipe González, con los últimos años.
—Este país ha cambiado. Sus corbatas son más discretas. ¿Usted también ha cambiado?
—Me ha gustado siempre vestir clásicamente. La indumentaria masculina era en mi época muy formal, muy reiterativa. En la corbata era donde podíamos diferenciarnos. Esta es de las que llevaba entonces, porque yo no compro corbatas. Tengo 150, pero tenía 300. El día que vi a Fraga con una corbata así, dije: “Ya se acabó. Esto ha pasado”.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO