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María Jesús Sánchez | Dualidad

Mi esencia es la calma, pero siempre escucho a la voz que grita y la hago mía. Ansia de paz y dulzura contra rigidez y exigencia. ¿Por qué sigo el mismo camino que no quiero andar? Incoherencia. Maldita palabra. Me hago las mismas preguntas que el protagonista de Rayuela: Hacer... ¿para qué? ¿Para existir? ¿Para llenar los días?



Últimamente he empezado a sufrir el peor de los calvarios: la indecisión. Un día me levanté sintiendo mi cuerpo mortal, notando que el tiempo me lleva al galope y queriendo saber para qué estoy yo aquí. La pregunta con miles de respuestas o seguida de un silencio absoluto.

Mi mente tiró por un camino pedregoso que no lleva a ningún lado pero que le da la sensación de estar haciendo algo. No me decido. En la administración de mis minutos siempre hay una alternativa: si voy por una calle, podría haber ido por la otra; si leo, pienso que debería estar viendo llover; si paseo, pienso en la película que no veo.

Rascando en este sinsentido que no me deja vivir hallo una paradoja: por un lado, quiero agarrar el tiempo y que no se me escape en cosas superfluas; y por el otro, derramo mis días en la zozobra de sentir que había otra opción mejor.

Me miro al espejo y me digo que todo es vano, que voy a envejecer y que la barca no para. Quiero volver a una adolescencia sin metas, sin rumbo, llena de días y de risas. De niños, el futuro no existe;el tiempo, tampoco. Somos eternos.

Me falla la concentración. Los estímulos que me rodean no ayudan. ¿Hacer tantas cosas para qué? El sentido de la vida no está ahí, sino en la quietud, en el baile de las hojas de un álamo blanco. Intentaré callar a la voz, creo que tengo un conjuro: solo podemos hacer una cosa a la vez y ésta será la que tengamos que vivir...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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