Escritor de los guiones de la tan celebrada trilogía dirigida por Alejandro González Iñárritu (Amores perros, 21 gramos y Babel), Guillermo Arriaga publica El salvaje, su novela más ambiciosa y extensa, de estructura compleja e impregnada de elementos personales, en la que su personaje, Juan Guillermo, pese a las más terribles pérdidas, es capaz de reconstruir su vida. Dice su autor que fue descubriendo la estructura sobre la marcha, como casi todo lo que hace.
Autor de novelas y cuentos, director y productor de cine, no le gustan que le llamen "guionista". Prefiere ser un escritor de cine. Es alto y fuerte, de mirada confusa, como la del tigre. Fue boxeador en su México natal, cazador paciente y escritor prolífico.
Forzado por el padre, vendió aguacates hasta que logró ganarse por la vida por él mismo, aguacates de la misma finca paterna en la que el hermano, que es veterinario, cría búfalos, caballos, monos o tigres. También él quiso ser veterinario, pero se dio cuenta a tiempo de que le gustaban los animales pero que no quería vivir de ellos. Su primer perro se llamaba King. Ha apadrinado ardillas, gallinas y hasta una serpiente.
No quiere hablar de su amistad rota para siempre con González Iñárritu, cuya mutua colaboración ha producido una de las trilogías más bellas del cine de nuestros días. Le gustaría escribir una nueva novela y dirigir una película. A partir de ahora, advierte, solo escribirá guiones para dirigirlos él.
Tiene una novela inacabada, Los sapitos, que no sabe muy bien qué hacer con ella. No adaptará El salvaje al cine, porque no sabría cómo hacerlo. Le obsesiona la muerte y la violencia, porque son parte inalienable de la vida. Y defiende a su amigo Quentin Tarantino frente a quienes critican injustamente su manera de entender la violencia.
Arriaga ha publicado las novelas Escuadrón Guillotina (1991), Un dulce olor a muerte (1994), El búfalo de la noche (1999) y la colección de cuentos Retorno 201. Su obra ha sido traducida a dieciocho idiomas. En 2008 presentó su primera obra prima como director de cine: The Burning Plain. Además, ha producido y coescrito la historia de Desde allá, primera película iberoamericana en ganar el León de Oro en el Festival de Venecia.
—No sé si es su novela más ambiciosa y personal, pero sí es extensa y muy compleja desde un punto de vista estructural.
—Mira. Es una novela que sí tiene elementos personales, no autobiográficos, más bien vivenciales. He aprovechado experiencias aisladas para juntarlas y por eso he dicho que está basada en hechos reales que nunca sucedieron. Entonces, yo la empecé a escribir con estas vivencias pero sin tener muy claro hacia dónde iba. Todo lo fui escribiendo sobre la marcha. Fui descubriendo la estructura sobre la marcha, como casi todo lo que hago.
—Pero es una estructura compleja, con saltos en el tiempo.
—Va y viene de manera natural porque así es como la fui descubriendo. No es que yo haya tenido ningún plan anterior. Así fue como la fui descubriendo.
—Su personaje, Juan Guillermo, un chico de 17 años, se enfrenta al vértigo violento de todo cuanto le ocurre. Asesinan a su hermano. Mueren sus padres y su abuela. ¿La vida a veces puede ser tan hostil?
—Yo creo que la novela trata sobre todo de cómo alguien que se enfrenta a las más terribles pérdidas, y además terrible abandono, es capaz de reconstruir su vida. De cómo la reconstruye, de cómo el espíritu humano, al fin y al cabo, es indestructible y de qué manera el amor y la amistad se convierten en las vías de recuperación de alguien como él.
—En otra trama paralela, un cazador llamado Amarup persigue un lobo gris entre montañas nevadas. ¿Algún eco de Jack London?
—Sí, claro. No es una influencia en esta historia en particular. Pero, obviamente, si Colmillo se llama Colmillo es por Colmillo Blanco, de Jack London.
—Es su propio homenaje.
—Sí, es un homenaje más bien a Jack London. La historia de Amarup yo no sabía que existía. La verdad. Esa no sé ni siquiera cómo surgió. Yo estaba escribiendo una leyenda y de repente, dije, voy a hablar por aquí de un lobo y lo que pasaba iba a ser un parrafito o dos párrafos que se convirtió luego en una historia propia.
—Se ha ganado muchos insultos como cazador. Pero para usted la muerte es la esencia de la naturaleza.
—Yo creo que los insultos han venido de gente que no entiende de qué se trata, que no ha estado nunca en una situación de cacería y no sabe de qué está hablando. Entonces, alguien que conoce la naturaleza en profundidad, sabe que la vida y la muerte son parte consustancial de la naturaleza y de la vida misma. Entonces, para poder hablar de la vida al nivel más hondo posible, hay necesariamente que hablar de la muerte.
—Por su extensión, su obra es una novela río porque las acciones de los personajes terminan confluyendo en un mismo punto.
—Yo creo que lo ideal para escribir una novela es que sea orgánica. Se trata de ser lo más orgánico posible. Entonces, espero haberlo logrado. Al no saber de qué se trataba, pues iba inventando sobre la marcha, y tratar de ir armándola en la cabeza, pues tomó su tiempo.
—No le gusta que le llamen "guionista". Prefiere el término "escritor de cine". Cuando escribe, ¿le cuesta adaptarse al género? Por ejemplo, la extensión en el guión y en la novela es diametralmente diferente y condicionante.
—No, no. Me quedan perfectamente claro cuáles son los géneros. He trabajado en radio, he trabajado en televisión, he trabajado en cine, he trabajado el cuento y la novela. Entonces, no me cuesta. Tengo la fortuna de poder irme de un lugar a otro.
—Tiene guardados en el cajón tres novelas y cuatro películas. Después de cinco años dedicados a escribir ‘El salvaje’ habrá quedado extenuado. ¿Por dónde seguirá ahora?
—Por ahora, yo creo que me gustaría escribir otra novela y dirigir una película. Y sigo produciendo cine, que es lo que menos me demanda tiempo. La producción de cine es quizás lo más fácil de hacer, porque lo puedo hacer por Skype, lo puedo revisar, no tengo que dedicar tantas, tantas horas como es escribir.
—¿Y ha pensado en algo concreto ya?
—Estoy ahorita en un incipiente borrador de lo que puede ser una novela.
—Su última incursión en el cine fue como director de la película ‘Lejos de la tierra quemada’ (2008), de la que también escribió el guión. ¿Está pensando en volver a dirigir?
—Sí, claro. De hecho, solo pienso escribir para dirigir yo. Al menos que me pida alguien que respete muchísimo escribir algo, escribiré solo para dirigir yo. Y a mí me gusta mucho dirigir. No quiero trabajar con alguien más.
—Llegó a escribir 150 páginas de la novela ‘Los sapitos’, pero su familia le previno porque “podría dar pistas sobre mi vida a la gente que me tiene ganas”.
—No, no, no. No tiene nada que ver con eso. No, no. Nada, nada. Lo creas o no, lo que no quería yo es dar ideas a los malos, porque es una historia que habla de torturas. Habla de cómo torturar. No quería dar ideas de cómo torturar. No, no. No da ninguna idea de mí mismo. Lo que no quería era darles pistas a los malos para provocar más horrores en otros seres humanos.
—¿Entonces qué hará con ‘Los sapitos’?
—Se lo di a mi editora y mi editora está evaluando qué hacer con ello. No está terminada. Me queda ahí y quizás saque una novela más corta ahora que la realidad superó la ficción. Esta novela la escribí en el ya… ya superó lo que es pues.
—King fue su primer perro. Luego apadrinó ardillas, ratas, gallinas, hasta una serpiente. Como en su novela, se palpa su respeto y amor por los animales. Dice que todos somos animales “en proceso de domesticación”.
—(Ríe). Todos somos animales en proceso de domesticación. Desde chiquitos, los niños de un año o de año y medio sí muerden a otros niños. Cuando son chiquitos. Es un proceso de irlos civilizando.
—‘El salvaje’ no está pensado para el cine. ¿Eso quiere decir que no la adaptará al cine?
—Yo, no. Yo se la dejaré a otro. En caso de que alguien la quiera. Yo no veo cómo puede ser. Yo no la veo en la pantalla. Yo creo que es bastante complicada.
—Boxeador en su México natal, cazador paciente, escritor prolífico. ¿Qué más esconde su currículum que se pueda contar?
—Mira, ahí en la finca que tú fuiste, se cultivaban aguacates, y mi padre me mandaba a venderlos a los mercados. Ahí andaba yo vendiendo. Escribí cuentos infantiles en un suplemento para niños. Tenía yo 18, 19 años. Fui oyente de Veterinaria. Traté de ser veterinario. Pero me di cuenta yendo a clases con mi hermano veterinario que una cosa es que amara yo a los animales y otra es vivir de los animales. Pero yo ayudé a operar a unos perros y a unos gatos.
—Obsesión con la muerte, la violencia, las relaciones y el choque de opuestos. ¿De dónde le vienen esas ganas?
—No. Yo creo que lo que tengo es un amor por la vida en la cual la violencia es un componente. Yo de niño tuve episodios de violencia en la calle. Niño, niño. Te estoy hablando de 8 o 9 años. Que de alguna manera sí me marcaron. No me traumatizaron porque no siento tener ningún tipo de trauma, pero sí me marcaron. De tal manera que ahora es un componente pero, en el fondo, de lo que trata mi obra siempre es el poder de la vida. En todos los casos.
—No le gusta la violencia de Tarantino. ¿Porque es falsa o porque se divierte con ella? Como usted dice: “La violencia siempre tiene consecuencias”.
—Mira. Quentin es amigo. Yo creo que se le ha criticado injustamente. Creo que lo que él quiere hacer es una sátira sobre lo absurdo de la violencia. Yo no creo que lo haga de una manera superficial. Yo creo que lo que quiere es llevarla al extremo para condenarla a través de la sátira.
—¿El cazador y el escritor qué tienen en común además de la paciencia y de intentar dar en el blanco?
—Pues yo creo que la obsesión. En la cacería soy muy obsesionado. En la literatura soy bastante obsesionado. Yo no dejo de levantarme todas las mañanas a cazar aunque haga un frío bestial. O sea, no paro. Igual con la novela. Así esté muy agotado, siempre trato de tener por lo menos un cierto grado de líneas por día. Aunque esté exhausto.
—Esa obsesión ya la tenía con ‘El salvaje’. Empezó a escribirla cuando tenía 14 o 15 años, a través de vivencias que tuvo en el barrio donde vivía.
—Sí. Lo que pasa es que son historias que me parecían interesantes contar. Creo que ese mundo de azoteas en el que crecí era interesante. Entonces, sí quería ver cómo se podía madurar la historia para poder por fin contarla. Pero tuvieron que pasar muchos años para que eso sucediera.
—‘El salvaje’ no es una novela autobiográfica, pero sí quería que hubiera confusión sobre ese aspecto.
—Sí. Sobre todo, con el nombre, Guillermo. Solamente. La gente a veces dice qué le habrá pasado, le habrá pasado aquello, pero es nada más un juego.
—México es uno de los países más violentos del mundo. ¿Hay solución?
—Yo no creo que sea uno de los países más violentos. Lo que tenemos es grandes publicistas. Y los publicistas son el narco. México tiene un promedio de trece asesinatos por cada 100.000 habitantes. En Estados Unidos, hay ciudades que tienen 52, como Washington, como Memphis, como Nueva Orleans. Pero no tienen tan buenos publicistas.
El índice de asesinatos, por ejemplo, de Río de Janeiro, supera a todo el país. Entonces, es un poco injusta esta imagen como el país más violento del mundo. Es un país donde hay zonas muy particulares, muy constreñidas, pero no es uno de los países más violentos del mundo.
Mira. Yo vivía en Nueva York en los años setenta. Eso sí era violencia. Esa la veías todos los días en la calle. No había un momento en que no vieras un asalto, un asesinato, una transacción, una detención policíaca. Todo el tiempo estaba el crimen en Nueva York cuando yo vivía allí en los años setenta. Entonces, me parece un poco injusto ese calificativo a México.
—No le sorprendió que Donald Trump alcanzara la presidencia. De hecho, usted anunció que iba a pasar. ¿Arrepentido de sus pronósticos?
—(Ríe). No. Yo creo que era para poner en guardia de lo que venía. Ahora, también dije que Trump se iba a estrellar a 180 kilómetros por hora contra el muro. Pues ya está sucediendo. No ha podido levantar los fondos para construirlo. No era tan sencillo como él creía.
—No le gustan Los Beatles. Prefiere a Jimmy Hendrix porque interpreta mejor el mundo en el que usted creció.
—Sí. Yo creo que Los Beatles es un gran grupo. No voy a negar ni su calidad ni su influencia en la música contemporánea. Pero no es un grupo que a mí me diga cosas importantes. No es alguien que yo escucharía para inspirarme. No es alguien que me acompañó en ningún momento de mi vida.
Rosas en el mar, de Massiel, marca una época en mi vida. Los Beatles no la marcan de ninguna manera. Como el viento, de Miguel Ríos, es una canción que me marca. Pero en mi pasado histórico musical no hay ninguna canción de Los Beatles que yo diga me recuerda esto o me emocionó.
—Serás el único.
—La mayor parte de mis amigos comparten lo mismo que yo. He estado en una cena con un amigo mío de la preparatoria y yo dije: “Le gustan Los Beatles”. “No, a mí no me gustan nada”, dijo. No nos gustan. Punto. No nos hablan, no nos dicen.
—Dice usted: “El momento de América Latina va a llegar a través de la cultura”.
—Estoy completamente comprometido. Si algo tienen que ofrecer, por lo menos mi país, es la cultura. Creo que la cultura mexicana es muy poderosa. Lo veo. Desde la culinaria hasta la música, al cine, etcétera. Por ejemplo, en Sant Jordi se sentó junto a mí una mujer andaluza que escribió una biografía de Frida Kahlo. Tenemos una gran potencia cultural y creo que es lo que va a rescatar a México de estos ominosos tiempos.
—“Envejecer se ha convertido en algo obsceno”. ¿Le asusta o le conmueve el paso del tiempo?
—No, no. No me asusta A veces, me enoja. Pero no me asusta. Me enoja porque ya no puedo hacer cosas que estaba acostumbrado a hacer. A mí me gustaría estar jugando a fútbol todo el día. Me encantaría jugar a fútbol y a básquet. Entonces, me da rabia ya no poder hacerlo con la misma frecuencia.
Autor de novelas y cuentos, director y productor de cine, no le gustan que le llamen "guionista". Prefiere ser un escritor de cine. Es alto y fuerte, de mirada confusa, como la del tigre. Fue boxeador en su México natal, cazador paciente y escritor prolífico.
Forzado por el padre, vendió aguacates hasta que logró ganarse por la vida por él mismo, aguacates de la misma finca paterna en la que el hermano, que es veterinario, cría búfalos, caballos, monos o tigres. También él quiso ser veterinario, pero se dio cuenta a tiempo de que le gustaban los animales pero que no quería vivir de ellos. Su primer perro se llamaba King. Ha apadrinado ardillas, gallinas y hasta una serpiente.
No quiere hablar de su amistad rota para siempre con González Iñárritu, cuya mutua colaboración ha producido una de las trilogías más bellas del cine de nuestros días. Le gustaría escribir una nueva novela y dirigir una película. A partir de ahora, advierte, solo escribirá guiones para dirigirlos él.
Tiene una novela inacabada, Los sapitos, que no sabe muy bien qué hacer con ella. No adaptará El salvaje al cine, porque no sabría cómo hacerlo. Le obsesiona la muerte y la violencia, porque son parte inalienable de la vida. Y defiende a su amigo Quentin Tarantino frente a quienes critican injustamente su manera de entender la violencia.
Arriaga ha publicado las novelas Escuadrón Guillotina (1991), Un dulce olor a muerte (1994), El búfalo de la noche (1999) y la colección de cuentos Retorno 201. Su obra ha sido traducida a dieciocho idiomas. En 2008 presentó su primera obra prima como director de cine: The Burning Plain. Además, ha producido y coescrito la historia de Desde allá, primera película iberoamericana en ganar el León de Oro en el Festival de Venecia.
—No sé si es su novela más ambiciosa y personal, pero sí es extensa y muy compleja desde un punto de vista estructural.
—Mira. Es una novela que sí tiene elementos personales, no autobiográficos, más bien vivenciales. He aprovechado experiencias aisladas para juntarlas y por eso he dicho que está basada en hechos reales que nunca sucedieron. Entonces, yo la empecé a escribir con estas vivencias pero sin tener muy claro hacia dónde iba. Todo lo fui escribiendo sobre la marcha. Fui descubriendo la estructura sobre la marcha, como casi todo lo que hago.
—Pero es una estructura compleja, con saltos en el tiempo.
—Va y viene de manera natural porque así es como la fui descubriendo. No es que yo haya tenido ningún plan anterior. Así fue como la fui descubriendo.
—Su personaje, Juan Guillermo, un chico de 17 años, se enfrenta al vértigo violento de todo cuanto le ocurre. Asesinan a su hermano. Mueren sus padres y su abuela. ¿La vida a veces puede ser tan hostil?
—Yo creo que la novela trata sobre todo de cómo alguien que se enfrenta a las más terribles pérdidas, y además terrible abandono, es capaz de reconstruir su vida. De cómo la reconstruye, de cómo el espíritu humano, al fin y al cabo, es indestructible y de qué manera el amor y la amistad se convierten en las vías de recuperación de alguien como él.
—En otra trama paralela, un cazador llamado Amarup persigue un lobo gris entre montañas nevadas. ¿Algún eco de Jack London?
—Sí, claro. No es una influencia en esta historia en particular. Pero, obviamente, si Colmillo se llama Colmillo es por Colmillo Blanco, de Jack London.
—Es su propio homenaje.
—Sí, es un homenaje más bien a Jack London. La historia de Amarup yo no sabía que existía. La verdad. Esa no sé ni siquiera cómo surgió. Yo estaba escribiendo una leyenda y de repente, dije, voy a hablar por aquí de un lobo y lo que pasaba iba a ser un parrafito o dos párrafos que se convirtió luego en una historia propia.
—Se ha ganado muchos insultos como cazador. Pero para usted la muerte es la esencia de la naturaleza.
—Yo creo que los insultos han venido de gente que no entiende de qué se trata, que no ha estado nunca en una situación de cacería y no sabe de qué está hablando. Entonces, alguien que conoce la naturaleza en profundidad, sabe que la vida y la muerte son parte consustancial de la naturaleza y de la vida misma. Entonces, para poder hablar de la vida al nivel más hondo posible, hay necesariamente que hablar de la muerte.
—Por su extensión, su obra es una novela río porque las acciones de los personajes terminan confluyendo en un mismo punto.
—Yo creo que lo ideal para escribir una novela es que sea orgánica. Se trata de ser lo más orgánico posible. Entonces, espero haberlo logrado. Al no saber de qué se trataba, pues iba inventando sobre la marcha, y tratar de ir armándola en la cabeza, pues tomó su tiempo.
—No le gusta que le llamen "guionista". Prefiere el término "escritor de cine". Cuando escribe, ¿le cuesta adaptarse al género? Por ejemplo, la extensión en el guión y en la novela es diametralmente diferente y condicionante.
—No, no. Me quedan perfectamente claro cuáles son los géneros. He trabajado en radio, he trabajado en televisión, he trabajado en cine, he trabajado el cuento y la novela. Entonces, no me cuesta. Tengo la fortuna de poder irme de un lugar a otro.
—Tiene guardados en el cajón tres novelas y cuatro películas. Después de cinco años dedicados a escribir ‘El salvaje’ habrá quedado extenuado. ¿Por dónde seguirá ahora?
—Por ahora, yo creo que me gustaría escribir otra novela y dirigir una película. Y sigo produciendo cine, que es lo que menos me demanda tiempo. La producción de cine es quizás lo más fácil de hacer, porque lo puedo hacer por Skype, lo puedo revisar, no tengo que dedicar tantas, tantas horas como es escribir.
—¿Y ha pensado en algo concreto ya?
—Estoy ahorita en un incipiente borrador de lo que puede ser una novela.
—Su última incursión en el cine fue como director de la película ‘Lejos de la tierra quemada’ (2008), de la que también escribió el guión. ¿Está pensando en volver a dirigir?
—Sí, claro. De hecho, solo pienso escribir para dirigir yo. Al menos que me pida alguien que respete muchísimo escribir algo, escribiré solo para dirigir yo. Y a mí me gusta mucho dirigir. No quiero trabajar con alguien más.
—Llegó a escribir 150 páginas de la novela ‘Los sapitos’, pero su familia le previno porque “podría dar pistas sobre mi vida a la gente que me tiene ganas”.
—No, no, no. No tiene nada que ver con eso. No, no. Nada, nada. Lo creas o no, lo que no quería yo es dar ideas a los malos, porque es una historia que habla de torturas. Habla de cómo torturar. No quería dar ideas de cómo torturar. No, no. No da ninguna idea de mí mismo. Lo que no quería era darles pistas a los malos para provocar más horrores en otros seres humanos.
—¿Entonces qué hará con ‘Los sapitos’?
—Se lo di a mi editora y mi editora está evaluando qué hacer con ello. No está terminada. Me queda ahí y quizás saque una novela más corta ahora que la realidad superó la ficción. Esta novela la escribí en el ya… ya superó lo que es pues.
—King fue su primer perro. Luego apadrinó ardillas, ratas, gallinas, hasta una serpiente. Como en su novela, se palpa su respeto y amor por los animales. Dice que todos somos animales “en proceso de domesticación”.
—(Ríe). Todos somos animales en proceso de domesticación. Desde chiquitos, los niños de un año o de año y medio sí muerden a otros niños. Cuando son chiquitos. Es un proceso de irlos civilizando.
—‘El salvaje’ no está pensado para el cine. ¿Eso quiere decir que no la adaptará al cine?
—Yo, no. Yo se la dejaré a otro. En caso de que alguien la quiera. Yo no veo cómo puede ser. Yo no la veo en la pantalla. Yo creo que es bastante complicada.
—Boxeador en su México natal, cazador paciente, escritor prolífico. ¿Qué más esconde su currículum que se pueda contar?
—Mira, ahí en la finca que tú fuiste, se cultivaban aguacates, y mi padre me mandaba a venderlos a los mercados. Ahí andaba yo vendiendo. Escribí cuentos infantiles en un suplemento para niños. Tenía yo 18, 19 años. Fui oyente de Veterinaria. Traté de ser veterinario. Pero me di cuenta yendo a clases con mi hermano veterinario que una cosa es que amara yo a los animales y otra es vivir de los animales. Pero yo ayudé a operar a unos perros y a unos gatos.
—Obsesión con la muerte, la violencia, las relaciones y el choque de opuestos. ¿De dónde le vienen esas ganas?
—No. Yo creo que lo que tengo es un amor por la vida en la cual la violencia es un componente. Yo de niño tuve episodios de violencia en la calle. Niño, niño. Te estoy hablando de 8 o 9 años. Que de alguna manera sí me marcaron. No me traumatizaron porque no siento tener ningún tipo de trauma, pero sí me marcaron. De tal manera que ahora es un componente pero, en el fondo, de lo que trata mi obra siempre es el poder de la vida. En todos los casos.
—No le gusta la violencia de Tarantino. ¿Porque es falsa o porque se divierte con ella? Como usted dice: “La violencia siempre tiene consecuencias”.
—Mira. Quentin es amigo. Yo creo que se le ha criticado injustamente. Creo que lo que él quiere hacer es una sátira sobre lo absurdo de la violencia. Yo no creo que lo haga de una manera superficial. Yo creo que lo que quiere es llevarla al extremo para condenarla a través de la sátira.
—¿El cazador y el escritor qué tienen en común además de la paciencia y de intentar dar en el blanco?
—Pues yo creo que la obsesión. En la cacería soy muy obsesionado. En la literatura soy bastante obsesionado. Yo no dejo de levantarme todas las mañanas a cazar aunque haga un frío bestial. O sea, no paro. Igual con la novela. Así esté muy agotado, siempre trato de tener por lo menos un cierto grado de líneas por día. Aunque esté exhausto.
—Esa obsesión ya la tenía con ‘El salvaje’. Empezó a escribirla cuando tenía 14 o 15 años, a través de vivencias que tuvo en el barrio donde vivía.
—Sí. Lo que pasa es que son historias que me parecían interesantes contar. Creo que ese mundo de azoteas en el que crecí era interesante. Entonces, sí quería ver cómo se podía madurar la historia para poder por fin contarla. Pero tuvieron que pasar muchos años para que eso sucediera.
—‘El salvaje’ no es una novela autobiográfica, pero sí quería que hubiera confusión sobre ese aspecto.
—Sí. Sobre todo, con el nombre, Guillermo. Solamente. La gente a veces dice qué le habrá pasado, le habrá pasado aquello, pero es nada más un juego.
—México es uno de los países más violentos del mundo. ¿Hay solución?
—Yo no creo que sea uno de los países más violentos. Lo que tenemos es grandes publicistas. Y los publicistas son el narco. México tiene un promedio de trece asesinatos por cada 100.000 habitantes. En Estados Unidos, hay ciudades que tienen 52, como Washington, como Memphis, como Nueva Orleans. Pero no tienen tan buenos publicistas.
El índice de asesinatos, por ejemplo, de Río de Janeiro, supera a todo el país. Entonces, es un poco injusta esta imagen como el país más violento del mundo. Es un país donde hay zonas muy particulares, muy constreñidas, pero no es uno de los países más violentos del mundo.
Mira. Yo vivía en Nueva York en los años setenta. Eso sí era violencia. Esa la veías todos los días en la calle. No había un momento en que no vieras un asalto, un asesinato, una transacción, una detención policíaca. Todo el tiempo estaba el crimen en Nueva York cuando yo vivía allí en los años setenta. Entonces, me parece un poco injusto ese calificativo a México.
—No le sorprendió que Donald Trump alcanzara la presidencia. De hecho, usted anunció que iba a pasar. ¿Arrepentido de sus pronósticos?
—(Ríe). No. Yo creo que era para poner en guardia de lo que venía. Ahora, también dije que Trump se iba a estrellar a 180 kilómetros por hora contra el muro. Pues ya está sucediendo. No ha podido levantar los fondos para construirlo. No era tan sencillo como él creía.
—No le gustan Los Beatles. Prefiere a Jimmy Hendrix porque interpreta mejor el mundo en el que usted creció.
—Sí. Yo creo que Los Beatles es un gran grupo. No voy a negar ni su calidad ni su influencia en la música contemporánea. Pero no es un grupo que a mí me diga cosas importantes. No es alguien que yo escucharía para inspirarme. No es alguien que me acompañó en ningún momento de mi vida.
Rosas en el mar, de Massiel, marca una época en mi vida. Los Beatles no la marcan de ninguna manera. Como el viento, de Miguel Ríos, es una canción que me marca. Pero en mi pasado histórico musical no hay ninguna canción de Los Beatles que yo diga me recuerda esto o me emocionó.
—Serás el único.
—La mayor parte de mis amigos comparten lo mismo que yo. He estado en una cena con un amigo mío de la preparatoria y yo dije: “Le gustan Los Beatles”. “No, a mí no me gustan nada”, dijo. No nos gustan. Punto. No nos hablan, no nos dicen.
—Dice usted: “El momento de América Latina va a llegar a través de la cultura”.
—Estoy completamente comprometido. Si algo tienen que ofrecer, por lo menos mi país, es la cultura. Creo que la cultura mexicana es muy poderosa. Lo veo. Desde la culinaria hasta la música, al cine, etcétera. Por ejemplo, en Sant Jordi se sentó junto a mí una mujer andaluza que escribió una biografía de Frida Kahlo. Tenemos una gran potencia cultural y creo que es lo que va a rescatar a México de estos ominosos tiempos.
—“Envejecer se ha convertido en algo obsceno”. ¿Le asusta o le conmueve el paso del tiempo?
—No, no. No me asusta A veces, me enoja. Pero no me asusta. Me enoja porque ya no puedo hacer cosas que estaba acostumbrado a hacer. A mí me gustaría estar jugando a fútbol todo el día. Me encantaría jugar a fútbol y a básquet. Entonces, me da rabia ya no poder hacerlo con la misma frecuencia.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
REPORTAJE GRÁFICO: ELISA ARROYO
REPORTAJE GRÁFICO: ELISA ARROYO