Hablar de civismo o de buenos modales puede parecer una cursilería. Si buscamos en el diccionario dicho término, encontramos dos significados en apariencia distintos pero creo que complementarios entre sí. La primera definición lo especifica como “celo por las instituciones e intereses de la patria” (sic). Supongo que dicha explicación se nos escapa a la mayoría.
¿Razón? Creo que en sentido amplio no solemos aparecer como muy patrioteros. Si acaso “semos” acérrimos defensores de lo que podríamos llamar la “patria chica”. Sólo me atrevo a afirmar tímidamente que vivimos en un mundo abierto, ecuménico. Ello no significa olvidar los orígenes y sí tener la capacidad de acoplarse allá donde estén las “habichuelas”.
En segundo lugar se define el término civismo como “el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública” (sic). ¡Siempre con las normas! Volver alrededor de lo mismo puede resultar algo aburrido pero creo que es necesario.
La realidad es que poco a poco nos hemos convertido en una sociedad mal-educada, anormal, porque nos hemos relajado a la hora de observar unas pautas elementales de una necesaria cortesía entendida como “acto con que se manifiesta atención o respeto a alguien” (sic).
Reflejo someramente algunos matices de esas reglas perdidas en el ajetreo diario de nuestro con-vivir. La mala educación asentada en nuestro entorno desde hace algún tiempo se manifiesta en conductas irrespetuosas o violentas, en un rechazo de las reglas de juego. Dicho desprecio nos aboca a una moral laxa, de relajación total, hasta el punto de considerar que todo nos está permitido.
Con frecuencia oímos decir que no se puede coartar la libertad personal. Es indudable que cualquier tipo de norma limita mi libre albedrío si por tal entiendo hacer lo que me venga en gana. Quien me reprime es un facha y un tirano. ¿Seguro?
Lamentablemente desde las diversas trincheras se dispara a discreción contra el vecino, a veces exabruptos, otras balas mortíferas a la par que se cacarea y se reclama con la boca llena los Derechos Humanos, sobre todo cuando nos convienen. Contradicciones que no falten en nuestro caminar.
La buena educación no tiene color político: no es ni de derechas ni de izquierdas. Y si no tenemos esto claro, mal vamos. La buena educación nos ayuda a vivir en un mundo más humano donde cada persona sea tenida en cuenta y respetada desde una cortesía de ida y vuelta.
La cortesía implica respeto y afecto, como expresa la definición de la misma. El respeto es parte importante –yo diría que vital– de nuestro convivir. Respeto a la naturaleza. Eso que entendemos como "ecología" y que se nos llena la boca cuando lo proclamamos aunque, a la postre y disimuladamente, pasemos de ello. Respeto a los animales, tanto irracionales como racionales. Los tres nos necesitamos, aunque siendo los humanos los más dañinos también somos los más indefensos.
Incoherencia. Mientras defendemos una Ecología de altos vuelos no tenemos empacho en arrojar al suelo papeles, envases, cristal, restos de comida, desperdicios ¿Ecología casera? Como colofón a todo lo anterior, el llamado "botellón" es sintomático, ejemplar y acusador. Y para qué hablar de los restos sólidos de nuestras queridas mascotas. El artículo Peligro planteaba crudamente dicho asunto.
El respeto a los animales es otro eslabón importante de la cadena. Mascotas se les llama a esos animales de compañía que parece que nos humanizan un poco más. Parece, porque a veces da la impresión de que nos “animalizamos”, olvidando que ante todo somos humanos entre humanos. Carta a una amiga tocaba algo de este punchoso palo que, dicho sea de paso, puede que nos divida aun más. Al tiempo.
El tercer círculo del respeto se sitúa en el terreno de los seres humanos. Me centraré en datos muy concretos que se dan día a día. Ser héroe en un minuto de vital importancia puede resultar hasta fácil, por aquello de actuar por un impulso. Ser educado, respetuoso minuto a minuto es monótono, tedioso y no subes al estrellato.
En el transporte público hay espacios reservados para personas ancianas, discapacitadas, mujeres embarazadas, que con demasiada frecuencia van ocupados por el primero que llega. Ceder la plaza a esas personas, en lo que está reservado, pero mal ocupado o en cualquier otro asiento, eso está pasado de moda.
Hacerse el despistado o la distraída –mujer u hombre– para no ceder el asiento a esa otra persona –hombre o mujer– que tiene dificultades para mantenerse de pie en el autobús, es algo ya tenido por normal. Para este distraimiento viene de maravilla el móvil, que me permite no tener que ver unos ojos suplicantes a la búsqueda de un asiento.
Como estímulo a ese distraimiento, no tenemos sonrojo en reclamar la presencia de mascotas en el transporte público “porque, tanto perros como gatos, son animales de asistencia emocional”. La proposición es de una plataforma de recogida de firmas para que dichos animalitos puedan viajar en el metro.
Conclusión. Emocionalmente me satisface viajar con mi mascota pero la educación más elemental no atiende al beneficio de esos viejos achacosos, con dificultades y a los que no le presto la mínima atención. "Contradicciones emocionales" las llamaremos, por no emplear otro calificativo más bruto.
Hablo de valores cívicos, los cuales son básicos en una sociedad madura, educada en la libertad, en la responsabilidad y en el respeto al próximo (prójimo) como complemento para el desarrollo personal. Civismo que comporta una dosis de empatía sazonada con algo de afabilidad y consideración hacia el otro porque, en definitiva, la buena educación solo exige respeto a los demás.
La empatía se entiende como la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos, es ser capaz de ponerse en la piel del otro con todas las consecuencias que ello comporta. Pero la empatía no está de moda. Ha sido desplazada por la antipatía, que es “un sentimiento de aversión y rechazo hacia una persona, animal o cosa”.
Está claro que vivimos en una sociedad irritada, egoísta, donde cada cual va a la suya; donde respeto, cortesía, deferencia se han quedado como palabras obsoletas y caducas. En su lugar aparece un despatarre mental y por qué no, también físico.
Hablemos también del despatarre (perdón, manspreading) que viene de lejos. Como un problema cargado de distintos enfoques aparece en 2013. El término inglés se acuña en 2014 y en 2015 es aceptado por el diccionario Oxford.
¿Dé que estamos hablando? El asunto, de ser un mal hábito, pasa a ser una provocación machista, un acoso sexual que debe pagarse caro. Según un sector, es una mala práctica, sintomática de un patriarcado opresor. ¿Provocación intencionada? Pues ¡que les corten los cojones!
¿Afecta sólo a las mujeres? No hay que ser un lince para comprobar que no. Afecta a cualquiera que esté sentado al lado del espatarrado, igual que incordia un macho o una hembra que estén muy gordos (¡incorrecto!).
Creo que nos pasamos algunos pueblos. Lo siento mucho por machos y hembras pero el problema es mucho más simple: falta de respeto, de consideración para con los demás, tan grave como el no valorar al anciano, a la embarazada, al minusválido que necesitan sentarse dadas sus dificultades.
Alguien ha dicho que a lo mejor lo que necesitamos sea un transporte público sin asientos. Toda recomendación de civismo es de agradecer pero en este caso sería un perjuicio mayor. Lo que más llama la atención es con la facilidad que recurrimos a “que le corten la cabeza...”.
Despatarre total el de un activismo de escaparate que clama pro Derechos Humanos y, sin embargo, ante crímenes de lesa majestad, barbaridades de bulto contra las mujeres (piensen en algunas sociedades muy mediatizadas por la religión, costumbres, normas...) callamos y no nos acordamos de dichos derechos.
¿Razón? Creo que en sentido amplio no solemos aparecer como muy patrioteros. Si acaso “semos” acérrimos defensores de lo que podríamos llamar la “patria chica”. Sólo me atrevo a afirmar tímidamente que vivimos en un mundo abierto, ecuménico. Ello no significa olvidar los orígenes y sí tener la capacidad de acoplarse allá donde estén las “habichuelas”.
En segundo lugar se define el término civismo como “el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública” (sic). ¡Siempre con las normas! Volver alrededor de lo mismo puede resultar algo aburrido pero creo que es necesario.
La realidad es que poco a poco nos hemos convertido en una sociedad mal-educada, anormal, porque nos hemos relajado a la hora de observar unas pautas elementales de una necesaria cortesía entendida como “acto con que se manifiesta atención o respeto a alguien” (sic).
Reflejo someramente algunos matices de esas reglas perdidas en el ajetreo diario de nuestro con-vivir. La mala educación asentada en nuestro entorno desde hace algún tiempo se manifiesta en conductas irrespetuosas o violentas, en un rechazo de las reglas de juego. Dicho desprecio nos aboca a una moral laxa, de relajación total, hasta el punto de considerar que todo nos está permitido.
Con frecuencia oímos decir que no se puede coartar la libertad personal. Es indudable que cualquier tipo de norma limita mi libre albedrío si por tal entiendo hacer lo que me venga en gana. Quien me reprime es un facha y un tirano. ¿Seguro?
Lamentablemente desde las diversas trincheras se dispara a discreción contra el vecino, a veces exabruptos, otras balas mortíferas a la par que se cacarea y se reclama con la boca llena los Derechos Humanos, sobre todo cuando nos convienen. Contradicciones que no falten en nuestro caminar.
La buena educación no tiene color político: no es ni de derechas ni de izquierdas. Y si no tenemos esto claro, mal vamos. La buena educación nos ayuda a vivir en un mundo más humano donde cada persona sea tenida en cuenta y respetada desde una cortesía de ida y vuelta.
La cortesía implica respeto y afecto, como expresa la definición de la misma. El respeto es parte importante –yo diría que vital– de nuestro convivir. Respeto a la naturaleza. Eso que entendemos como "ecología" y que se nos llena la boca cuando lo proclamamos aunque, a la postre y disimuladamente, pasemos de ello. Respeto a los animales, tanto irracionales como racionales. Los tres nos necesitamos, aunque siendo los humanos los más dañinos también somos los más indefensos.
Incoherencia. Mientras defendemos una Ecología de altos vuelos no tenemos empacho en arrojar al suelo papeles, envases, cristal, restos de comida, desperdicios ¿Ecología casera? Como colofón a todo lo anterior, el llamado "botellón" es sintomático, ejemplar y acusador. Y para qué hablar de los restos sólidos de nuestras queridas mascotas. El artículo Peligro planteaba crudamente dicho asunto.
El respeto a los animales es otro eslabón importante de la cadena. Mascotas se les llama a esos animales de compañía que parece que nos humanizan un poco más. Parece, porque a veces da la impresión de que nos “animalizamos”, olvidando que ante todo somos humanos entre humanos. Carta a una amiga tocaba algo de este punchoso palo que, dicho sea de paso, puede que nos divida aun más. Al tiempo.
El tercer círculo del respeto se sitúa en el terreno de los seres humanos. Me centraré en datos muy concretos que se dan día a día. Ser héroe en un minuto de vital importancia puede resultar hasta fácil, por aquello de actuar por un impulso. Ser educado, respetuoso minuto a minuto es monótono, tedioso y no subes al estrellato.
En el transporte público hay espacios reservados para personas ancianas, discapacitadas, mujeres embarazadas, que con demasiada frecuencia van ocupados por el primero que llega. Ceder la plaza a esas personas, en lo que está reservado, pero mal ocupado o en cualquier otro asiento, eso está pasado de moda.
Hacerse el despistado o la distraída –mujer u hombre– para no ceder el asiento a esa otra persona –hombre o mujer– que tiene dificultades para mantenerse de pie en el autobús, es algo ya tenido por normal. Para este distraimiento viene de maravilla el móvil, que me permite no tener que ver unos ojos suplicantes a la búsqueda de un asiento.
Como estímulo a ese distraimiento, no tenemos sonrojo en reclamar la presencia de mascotas en el transporte público “porque, tanto perros como gatos, son animales de asistencia emocional”. La proposición es de una plataforma de recogida de firmas para que dichos animalitos puedan viajar en el metro.
Conclusión. Emocionalmente me satisface viajar con mi mascota pero la educación más elemental no atiende al beneficio de esos viejos achacosos, con dificultades y a los que no le presto la mínima atención. "Contradicciones emocionales" las llamaremos, por no emplear otro calificativo más bruto.
Hablo de valores cívicos, los cuales son básicos en una sociedad madura, educada en la libertad, en la responsabilidad y en el respeto al próximo (prójimo) como complemento para el desarrollo personal. Civismo que comporta una dosis de empatía sazonada con algo de afabilidad y consideración hacia el otro porque, en definitiva, la buena educación solo exige respeto a los demás.
La empatía se entiende como la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos, es ser capaz de ponerse en la piel del otro con todas las consecuencias que ello comporta. Pero la empatía no está de moda. Ha sido desplazada por la antipatía, que es “un sentimiento de aversión y rechazo hacia una persona, animal o cosa”.
Está claro que vivimos en una sociedad irritada, egoísta, donde cada cual va a la suya; donde respeto, cortesía, deferencia se han quedado como palabras obsoletas y caducas. En su lugar aparece un despatarre mental y por qué no, también físico.
Hablemos también del despatarre (perdón, manspreading) que viene de lejos. Como un problema cargado de distintos enfoques aparece en 2013. El término inglés se acuña en 2014 y en 2015 es aceptado por el diccionario Oxford.
¿Dé que estamos hablando? El asunto, de ser un mal hábito, pasa a ser una provocación machista, un acoso sexual que debe pagarse caro. Según un sector, es una mala práctica, sintomática de un patriarcado opresor. ¿Provocación intencionada? Pues ¡que les corten los cojones!
¿Afecta sólo a las mujeres? No hay que ser un lince para comprobar que no. Afecta a cualquiera que esté sentado al lado del espatarrado, igual que incordia un macho o una hembra que estén muy gordos (¡incorrecto!).
Creo que nos pasamos algunos pueblos. Lo siento mucho por machos y hembras pero el problema es mucho más simple: falta de respeto, de consideración para con los demás, tan grave como el no valorar al anciano, a la embarazada, al minusválido que necesitan sentarse dadas sus dificultades.
Alguien ha dicho que a lo mejor lo que necesitamos sea un transporte público sin asientos. Toda recomendación de civismo es de agradecer pero en este caso sería un perjuicio mayor. Lo que más llama la atención es con la facilidad que recurrimos a “que le corten la cabeza...”.
Despatarre total el de un activismo de escaparate que clama pro Derechos Humanos y, sin embargo, ante crímenes de lesa majestad, barbaridades de bulto contra las mujeres (piensen en algunas sociedades muy mediatizadas por la religión, costumbres, normas...) callamos y no nos acordamos de dichos derechos.
PEPE CANTILLO