Hay lugares mágicos y gente mágica más cerca de lo que creemos. No son personas que tengan alas, ni orejas puntiagudas; no pueden volar pero sí son capaces de ver en el corazón y en el alma de los demás. Hoy me ha vuelto a pasar. De nuevo me ha atendido esa chica con nombre de princesa, Beatriz, que siempre me sonríe y me adivina el estado de ánimo.
Beatriz me cuida con su presencia y cercanía. Ella siente cuando no me hallo, cuando estoy sola en la oscuridad de mis luchas internas; cuando el mundo se convierte en un terreno agreste en el que el sol no nace.
Llevo un tiempo yendo a esa peluquería y ya la busco como un cachorro a su nuevo amo. Con cariño. Ese cariño nace de esos finos lazos de amistad que se dan entre las mujeres y que permiten obviar las palabras. Las sonrisas hablan más.
En este momento estoy más asentada, el alambre ha bajado cerca de la tierra y el vértigo es menor. Sigo siendo la equilibrista, pero las caídas duelen menos. Sin embargo, recuerdo cuando hace pocos meses la tristeza se había instalado dentro de mi corazón y éste le había cogido cariño. Ninguno quería soltar al otro. A veces era difícil diferenciarlos. Me costaba caminar; sonreír era un esfuerzo sobrehumano y mi piel estaba tan fría que no era capaz de relacionarse con nadie.
Ese día ella me vio venir, vio el grito de auxilio ahogado en mis ojos. Algo dentro de mí sí quería seguir viviendo, seguir sintiendo... Cuando terminó de peinarme le pidió a una compañera que le trajera una cosa...
Cerré los ojos como ella me dijo. Empecé a notar el suave roce en mi mejilla del colorete, el rímel me hizo cosquillas en las pestañas y el lápiz de labios me dibujó una sonrisa. Cuando volví a ver la luz, en el espejo había una chica joven con los labios rojos y mirada curiosa que se buscaba y no se reconocía.
Aquella tarde no sólo me regaló una sesión de maquillaje. Me hizo un inmenso regalo: me trajo de nuevo al calorcito de la vida, pinchó el globo negro que me impedía tener contacto con la realidad y coloreó mi día. Hay mucha gente que no sabe que hace magia...
Beatriz me cuida con su presencia y cercanía. Ella siente cuando no me hallo, cuando estoy sola en la oscuridad de mis luchas internas; cuando el mundo se convierte en un terreno agreste en el que el sol no nace.
Llevo un tiempo yendo a esa peluquería y ya la busco como un cachorro a su nuevo amo. Con cariño. Ese cariño nace de esos finos lazos de amistad que se dan entre las mujeres y que permiten obviar las palabras. Las sonrisas hablan más.
En este momento estoy más asentada, el alambre ha bajado cerca de la tierra y el vértigo es menor. Sigo siendo la equilibrista, pero las caídas duelen menos. Sin embargo, recuerdo cuando hace pocos meses la tristeza se había instalado dentro de mi corazón y éste le había cogido cariño. Ninguno quería soltar al otro. A veces era difícil diferenciarlos. Me costaba caminar; sonreír era un esfuerzo sobrehumano y mi piel estaba tan fría que no era capaz de relacionarse con nadie.
Ese día ella me vio venir, vio el grito de auxilio ahogado en mis ojos. Algo dentro de mí sí quería seguir viviendo, seguir sintiendo... Cuando terminó de peinarme le pidió a una compañera que le trajera una cosa...
Cerré los ojos como ella me dijo. Empecé a notar el suave roce en mi mejilla del colorete, el rímel me hizo cosquillas en las pestañas y el lápiz de labios me dibujó una sonrisa. Cuando volví a ver la luz, en el espejo había una chica joven con los labios rojos y mirada curiosa que se buscaba y no se reconocía.
Aquella tarde no sólo me regaló una sesión de maquillaje. Me hizo un inmenso regalo: me trajo de nuevo al calorcito de la vida, pinchó el globo negro que me impedía tener contacto con la realidad y coloreó mi día. Hay mucha gente que no sabe que hace magia...
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ