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Juan Eladio Palmis | Siempre hay críos que lo paguen

La triste realidad es que la verdad suele caminar por veredas donde apenas existe la luz. Y la mentira, la gran mentira humana, camina por amplias alamedas y recibe todo tipo de alumbrado. Y podemos afirmar lo anterior con rotundidad porque desgraciadamente es así, y la historia, la mayoría de lo escrito un siglo y el siguiente, aunque varíen las reglas ortográficas, la sustancia de lo que va a los renglones suele caminar en la citada línea de desinformación que cree grupo, que genere animadversión u odio y, a ser posible, de ese tipo de odio irreversible, que no se acaba ni con el paso del tiempo.



El pueblo judío, los judíos, desde hace siglos, han sido considerados como los “críos a pagar” cualquier desaliño social, grande o pequeño, puestos siempre en el punto de mira de la mayoría de las sociedades conocidas hasta ahora. Y claro, si se aplica el razonamiento de que si todas las sociedades han coincidido en su animadversión hacia los judíos, el asunto tiene que está más claro que el agua, y los judíos son los culpables de todo.

Y no es que los judíos en comunidad sean unos angelicos llegados de los cielos para redimir a los hombres al estilo clásico. Un estilo, por cierto, tan clásico y clasista que, a mi entender, falta porque se haya redimido un solo pueblo de la tierra para poder ponerlo de ejemplo en eso de lo bien que nos va el acatar unas normas impuestas, las más de la veces a nivel de jefe de tribu o del hechicero, los cuales ninguno de los dos suele ir a cazar y esperan en el poblado poniéndole pegas a todo y a diario.

Es probable que lo más científico, sensato y verídico sobre los judíos, lo escribiera el baenense Don José Amador de Los Ríos. Y con una claridad que le dio su gran conocimiento sobre las juderías en la península Ibérica, no tuvo pelos en su pluma cuando escribió que todo el seno del denominado cristianismo son los propios judíos, a los cuales, desde siempre, como receptores de todas las crueldades que se denominaron judiegas o juderías, se les ha considerado y tenidos por expertos envenenadores de masas.

De ahí que en la temprana fecha para nosotros de 1345, en Alemania se dijo que los hebreos habían envenenado todos los pozos de agua, y la epidemia de cólera que afectó a toda Europa y diezmó a prácticamente toda su población, se le achacó a la maldad judía, y por eso casi se exterminaron para la fecha en toda la citada Europa occidental.

España, aunque estaba en Europa, pero, como ahora, no es Europa ni se le parece desde lejos, con un retraso, como ahora, de unos cuarenta años, para el año de 1391, diciendo que dios excitó a la generosa muchedumbre para vengar y defender los sagrados cánones, regó desde Córdoba a Toledo, pasando por todas la villas ibéricas, un degüello generalizado de judíos que a pique estuvo de acabar con todos ellos.

Tantos siglos de odios, de marcar una diabólica diferencia separadora de hombres en razón del rezo, no solo es que desde el minuto primero ha empobrecido a la gente, a la sociedad, sino que un mundo basado en la mentira asesina, acaparadora de bienes de otros en beneficio de una secta determinada, nos ha llevado a donde estamos, con ciencia y tecnología para que no pasara hambre ni sed ni un solo ser vivo de este planeta, y, por el contrario, hasta el lenguaje que empleamos es muy parecido, por no decir que es el mismo, que se empleaba en aquellos tiempos cuando el llamado sistema bailaba alegremente viendo como las harapientas y analfabetas muchedumbres dirigidas, eran empujadas a exterminar a sus semejantes por mandatos de dioses con espada, que, no quedan muy propios cuando se les pone hoy pilotando un bombardero, o sobre la cubierta de un porta-aviones invisibles que matan y vuelven a la base sin más.

Mi admirado don José Amador de Los Ríos a todos esos degüellos los llamó matanzas. Y para la fecha de muy próxima la mitad del siglo XIX, que fue cuando el excelente humanista escribió sobre los hebreos, era necesario tener una valentía de renglón, una valentía por la verdad de las cosas, que en estos tiempos de ahora que tanto presumimos ni se conoce desde lejos, porque la inmensa mayoría de los escritos nacen orientados con un fin determinado a la orden de algún grupo determinado que no suele dar la cara.

En verdad que ruboriza y se siente vergüenza ajena cuando uno piensa que los cristianos vaticanos se autodenominaban a sí mismos como "lindos", mientras que para los judíos, los adjetivos de "marranos" o "tornadizos" era lo más suave que se podía ver escrito. Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS
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