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La locura solidaria del triatleta que completa en solitario el primer Ironman de Dos Hermanas

No pasará a los anales oficiales de la historia deportiva, pero sí a los de una ciudad que ha visto cómo un triatleta, Antonio Manuel Jurado, ha sido capaz de completar el primer Ironman de la historia de Dos Hermanas, en el que empleó más de catorce horas para realizar un total de 226 kilómetros repartidos entre la piscina de Montequinto, las carreteras de la provincia y la circunvalación de Dos Hermanas.

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Y toda esta paliza, con una sola intención: agradecer a las 65 personas que gracias a su gesto deportivo se han hecho donantes de órganos y que hará que, ojalá en todos los casos dentro de muchos, muchos años, puedan servir para salvar la vida de otras personas que los necesiten. "Ellos han sido los verdaderos protagonistas de mi último Ironman. Por ellos decidí no rendirme y tirar adelante con esta aventura con tintes de locura".

Porque, como el propio Antonio Jurado cuenta en su blog, ellos fueron los que le dieron la energía y la calma necesaria para seguir adelante cuando sólo dos días antes de la prueba a la que se había apuntado, el 'Trystrong Barbate', que se debía correr el domingo 29 de mayo, desde la organización informaban a todos los inscritos de su cancelación por una cuestión de permisos de tráfico.

Lo que viene a continuación es el resultado de las impresiones que el propio Antonio Manuel Jurado ha contado a este Diario Digital, con sus vivencias, problemas vividos, emociones y retos, que pudieron ser finalmente vencidos cada vez que se acordaba de cada uno de los/as donantes de órganos que se sumaron al llamamiento que realizó una persona que desde hace ya unos años toda su actividad deportiva la encamina hacia la solidaridad.

"Cuando se suspendió la prueba de Barbate, una de las cosas que más me sorprendió de mí fue que me quedé muy tranquilo. En otra etapa de mi vida seguro me hubiera mosqueado, pero en ese momento pensé que eran cosas que pasaban y sobre las que yo no podía hacer nada. Entonces, tuve claro que, una vez suspendida la prueba, me quedaban dos alternativas, ambas pensando en aquellas personas que se habían comprometido para hacerse en donantes de órganos: una, comunicarle a estas personas la suspensión de la prueba y que ya lo dejaría todo para la siguiente; pero también la de tratar de devolverle a ellos lo que me habían dado. Y, con ese punto de locura, me dije que si no lo hacía en Barbate, completaría la prueba aquí en Dos Hermanas.

Yo llevaba mucho tiempo preparándome para la prueba de Barbate. Hice la Maratón de Sevilla, otra prueba también en abril; en fin, que llevaba casi todo el año mentalizándome para hacerla. Durante la Feria de Sevilla incluso llegué a la zona de Barbate para entrenar en el Parque de la Breña. Pero, claro, si lo quería hacer en Dos Hermanas, tenía que plantearme en poco tiempo dónde y cómo. Y empecé a moverme.

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Al principio, como yo voy a nadar a la piscina del Complejo Deportivo de Montequinto, pensé hacer allí la parte de la natación, algo que finalmente pude conseguir gracias a Ángela, una compañera del trabajo, quien cuando se enteró de la suspensión de la prueba de Barbate me preguntó que qué iba a hacer, y, cuando le dije que quería hacerlo en Dos Hermanas, habló con su pareja, que trabaja precisamente en la piscina de Montequinto, y en poco tiempo me comunicaron que me reservaban para el domingo una calle para mí solo, además de la posibilidad de dejar allí dentro la bicicleta para que, cuando acabara en la piscina, poder comenzar desde allí la siguiente fase.

Mi particular triatlón lo comencé en la piscina a las 09:00 horas y acabé los 3,8 kilómetros, que hice dando 152 largos, sobre las 11:25 horas. Y la verdad es que esta parte para nada se me hizo pesada. Yo creo que fue porque estaba muy motivado y porque constantemente estuve pensando en todas aquellas personas que se han hecho donantes de órganos gracias a mí. El caso es que salí de la natación muy bien y sorprendido de lo fresco que me sentía. Me metí en el vestuario, me cambié, preparé la bicicleta y salí con ella para hacer la prueba ciclista, que consta de 180 kilómetros.

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Cuando la empecé serían las 12:15 horas, y estuve en la bici hasta las 18:30 horas, aproximadamente, completando un circuito que me llevó por Utrera, Montellano y Puerto Serrano, pero con el inconveniente de que cerca de este último lugar sufrí un pinchazo y eso me descolocó un poco, ya que estuve parado cerca de cuarenta minutos. Yo pude arreglar el pinchazo, pero resulta que cuando fui a llenar la rueda, me faltaba el adaptador de la bomba de aire, y solo lo pudo solucionar cuando dos ciclistas que pasaron por allí se acercaron y me echaron una mano. Hasta había llamado por el móvil a mi hermano para que viniera a ayudarme desde Dos Hermanas, pero afortunadamente lo pudo arreglar antes.

Pero insisto en que se trató de un momento delicado, al que se añadió el tremendo calor que hacía, lo que me llevó a tener que parar en varias gasolineras para repostar agua, de forma que los treinta últimos kilómetros se me hicieron muy pesados. Pero, bueno, al final pude completarlo, pudiendo llegar ya a mi casa, que era el punto donde tenía previsto hacer la transición de la bici a la carrera, y donde me esperaban además mi mujer y mis niños.

La verdad es que yo llegué a casa muy cansado, pero cuando vi a mis hijos me dije que no podía renunciar; no quería que me vieran rendirme, y, pese a que hacía mucho tiempo que yo no había sufrido tanto en una prueba, sobre las 18:30 horas empecé la última etapa, que era la de la carrera, en la que debía completar 42,2 kilómetros. Pero justo cuando empecé a correr, me di cuenta de lo cascado que estaba, porque yo suelo hacer esa misma ruta todos los días corriendo, y me di cuenta en seguida que no podría hacerlo en los tiempos que habituaba, de forma que bajé el ritmo e incluso me planteé que en los momentos que ya no pudiera más, hacerlo incluso andando. Pero, eso sí, sin dejar de pensar siempre que en el punto donde me encontraba me obligaba a terminar con este reto. Y así fue.

El trayecto que cogí fue el que hago habitualmente para entrenar, que es salir de mi casa, en Vistazul, y coger por el carril bici de la circunvalación norte de Dos Hermanas, hasta llegar a la altura del Mary's Place, en la avenida de Adolfo Suárez, donde se completaban justo los cinco kilómetros, para desde allí iniciar el regreso. Ese trayecto de ida y vuelta lo tuve que hacer cuatro veces para completar la distancia de la maratón.

La mayor parte de este tiempo lo hice sólo, pero hubo momentos en los que algunos amigos que sabían lo que iba a hacer, fueron a buscarme y me estuvieron acompañando durante unos momentos y, sobre todo, dándome muchos ánimos. Este fue el caso, por ejemplo, de los hermanos Ivana, Vanesa y Nandi Benítez, que me dieron una Coca-Cola que me ayudó bastante por cierto; de un amigo de Bellavista, Manu, que me buscó en su moto, y de Abraham, un chaval de 18 años, que es un gran atleta y una gran persona y que se animó a hacer algunos kilómetros conmigo. Y la verdad es que todo esto me ayudó bastante para venirme arriba. Bueno, justo también cuando corría la última vuelta, siendo ya de noche, otro amigo, José Luis, que había estado pasando el día en Cádiz, me encontró en su bicicleta de montaña y me estuvo también acompañando unos instantes.

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Así, hasta que cuando encaraba los últimos metros y vi por fin la puerta de mi casa a lo lejos, me quedé con una impresión que no se me olvidará en la vida. Allí me esperaban mi mujer y mis niños, de 12 y 9 años de edad, que habían fabricado una pancarta a modo de Meta, y con los que me fundí en un abrazo.

Ya en casa, estuve estirando un rato, me duché y cené luego una tortilla que había hecho mi mujer, aunque tampoco tenía mucha hambre. Estuvimos sentado un rato charlando, sobre todo con mi mujer diciéndome que había hecho una auténtica locura, y pese a que intenté acostarme pronto, la verdad es que me costó mucho trabajo quedarme dormido. Después de una paliza como la que me acababa de dar, el cuerpo lo tienes tan alterado que a final puede más el estrés que todo el cansancio físico que pudiera tener. Pero, por lo menos, me encontraba ya muy tranquilo y con la satisfacción de que había cumplido con mi reto.

Desde luego, hay mucha gente que no entenderá esto que hice, pero el sentido que yo le veo es que, al final, dentro de muchos, muchos años, sabré que habrá personas que han recibido un órgano para poder vivir procedente de alguno de los 65 donantes que yo he conseguido gracias a esta prueba. El mundo sé que no se cambia con lo yo he hecho, pero el mío particular, desde luego que sí. Sé que es un pequeño granito de arena, pero seguro que va a ayudar a muchas personas.

Lo que no sé es si volveré a hacer esto otro año. Nunca se puede decir que de este agua no beberé, pero ya he comprobado que hacerlo en solitario es un poco temerario y no creo que lo repita, porque es la carrera más dura que he hecho en mi vida. Eso sí, en mi mente permanecerá para siempre, junto con los nombres de las 65 personas que se han comprometido a donar sus órganos y a los que se lo debo todo: Marina, Álex, Ana, José, Ángela, Tobi, Cristina, Blanca, Jesús, Pepe, Raúl, Inma, Frank, Antonio, Caro, Edurne, Norber, Dani, Encarni, Alfie, Manu, Van Kerkof, Eduardo, Juanma, Conchi, Juan, Adela, María, Pepe, Charo, Toni, Carlos, María, José Luis, María José, María José, Rocío, Beatriz, José Antonio, Fran, Semi, Rocío, Esther, Rosa, Ana, Sole, Sete, Darío, Mari, Manuel, Rocío, Muna, Manolo, Alberto, Marta, Manuel, Catalina, Aurora, Miriam, Jesús, Trinidad, Antonio, Francisco, Reyes y José Antonio.

FRANCISCO GIL / REDACCIÓN
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