A la par que coherencia, en la fuerza que algunas personas desconocían hasta las elecciones del 25 de mayo demandan ética en el ejercicio de la política. Proponen convergencia con otras fuerzas políticas –esto es: diálogo, negociación, consenso, Política- y, al igual que su misma irrupción, supone un motor de cambio para la forma de hacer política y para los aparatos que progresivamente hurtaron la capacidad de decidir de la ciudadanía y fueron restando legitimidad popular a los liderazgos y a sus proyectos políticos para subordinar el interés común en intereses propios.
Está forzando una renovación en conjunto. Atañe al sistema y al principio de representación de la ciudadanía en las administraciones públicas. Asume la máxima manifestada en sucesivas protestas ciudadanas donde se demandaba la democratización de nuestras instituciones y mayores cotas de participación en la toma de decisiones, tras la eclosión de los movimientos sociales en los últimos años.
El éxito de Podemos, más allá de lograr la confianza de 1,2 millones de personas en unas elecciones, reside en la promesa de cambio. El temor de otros partidos está en el potencial de esta promesa.
Es un mensaje que cala en una ciudadanía que observa cómo la impunidad reina en las élites de poder: sea en el seno de la Corona española hundida en su ilegitimidad; en el partido que sostiene la acción del Gobierno de Mariano Rajoy cuestionado por los sobresueldos y las cuentas de sus patriotas autoridades en paraísos fiscales mientras se recortan derechos, libertades y servicios; en el caso del PSOE con sucesivos escándalos y posicionamientos que lo alejan de postulados que llevan en sus siglas y de ser una alternativa de Gobierno.
Pero también en el caso de la patronal con el expresidente de los empresarios, Gerardo Díaz Ferrán, encarcelado por sus abusos; de instituciones hondamente antidemocráticas como el Fondo Monetario Internacional, o hasta de las fuerzas sindicales, con el escándalo que ensombrece la acción y la imagen de UGT, también en Andalucía, lo que denota que la acción desde los más diversos ámbitos del ejercicio de la política (la toma de decisiones en instituciones, gobierno, oposición, empresariado, sindicatos) no estuvo regida por el interés de servir al bien común.
Si estas acciones no estuvieron encaminadas a servir a la ciudadanía ¿A qué intereses se subordinaron? Los partidos políticos, la banca acreedora, el gran capital y los intereses de los medios de comunicación tradicionales han jugado un papel determinante. Lo siguen jugando.
En este marco, el profesor universitario Pablo Iglesias anunció que la campaña de Podemos no subordinaría su discurso al interés de bancos o amigotes que puedan condicionar luego la acción de esta fuerza en las administraciones públicas, sustituyendo el gobierno por el bien común en un gobierno por el sostén de privilegios y la devolución de favores.
Esto le da legitimidad popular a sus decisiones, y les permite marcar distancia ante las presiones de los lobbies que dan forma a las políticas que nos han traído hasta esta crisis: amnistías fiscales, subidas de impuestos, recortes en los derechos laborales y en los salarios, o pactos entre PP y PSOE para garantizarse la vara de mando ante sus superiores (la banca y el gran capital) que han sustituido a las bases y a la militancia en la toma de decisiones.
Del análisis de referentes de nuestra vida política, como el expresidente Felipe González, subyace una paradoja. El viejo líder socialista que dio forma al Estado Social en España, a instancias de la ciudadanía que lo elevó a la Presidencia, es hoy a Podemos lo que los grises fueron al joven que se hacía llamar Isidoro en los años previos a la Transición en este país.
Esto nos lleva a una reflexión. ¿Por qué la ciudadanía precisa de apuestas como la que hacen visibles hoy Pablo Iglesias, Íñigo Errejón o Jesús Jurado, y un sinfín de anónimos que con su labor han dado forma a una opción de cambio factible?
Desde el bipartidismo que ha edificado nuestro sistema democrático se tilda de "extremismo" o de "bolivariano" (de la caricatura que desean vendernos de Hispanoamérica y su bagaje en las salidas ante la crisis) las demandas de respeto a las bases de nuestro propio ordenamiento, que propone Podemos.
Perciben como una amenaza que se apueste por la igualdad de las personas ante la ley para terminar con la impunidad, por la redistribución de la riqueza y ese principio de solidaridad que se traduce en una progresión fiscal para que la construcción de nuestra sociedad sea equilibrada y no a costa de dejar a otros colectivos en las cunetas, o que se haga una defensa de los derechos a los que la ciudadanía debe tener acceso: la Educación –no para dogmatizar a las personas, sino para hacerlas libres- y la Sanidad –porque la salud no puede ser un negocio y no puede estar sujeta a intereses de rentabilidad que no sea la rentabilidad social- u otros como la Vivienda, que es un derecho y no un negocio.
De las plazas del 15-M en 2011 se hicieron muchas lecturas. Una corriente minoritaria en la opinión pública, apostó en aquel contexto, por ejemplo, por paralizar los desahucios. Mientras los medios ("los brazos ejecutores del sistema", según el teórico Helbert Schiller) criminalizaban estas acciones, las personas que las protagonizaban advertían que el desahucio era un drama social, además de un abuso, y señalaban a los responsables de estas ejecuciones hipotecarias.
Esta corriente minoritaria logró hacerse mayoritaria en la opinión pública, y dio lugar a un posicionamiento de la Unión Europea en la que advertía a España de la ilegalidad de nuestra Ley Hipotecaria.
Podemos es ciudadanía: consecuencia de un tiempo donde la conciencia social cobra importancia. De ahí que los viejos eslóganes y los líderes de sonrisas y selfies causen hoy rubor ante amplias capas de nuestra sociedad que los miran con pasmo, preguntándose cómo los viejos partidos se muestran incapaces de ofrecer una respuesta a un sistema que ya se ha derrumbado, al menos en la manera en que venía reproduciéndose hasta 2011.
Podemos es una buena noticia, con independencia de que se comparta la ideología de esta fuerza que irrumpe en nuestro sistema para cambiarlo, porque ha logrado situar una alternativa donde decían que era imposible que emergiese, y porque su acción cuestiona al sistema y necesariamente fuerza al avance de todas y cada una de las fichas del tablero.
En lo que a partir de ahora pueda traducirse la opción Podemos, una vez que han logrado hacerse visibles y acceder a las administraciones, tomarán partido infinidad de variables y la honestidad de las personas que se acerquen a hacer y a servir a la ciudadanía.
Está forzando una renovación en conjunto. Atañe al sistema y al principio de representación de la ciudadanía en las administraciones públicas. Asume la máxima manifestada en sucesivas protestas ciudadanas donde se demandaba la democratización de nuestras instituciones y mayores cotas de participación en la toma de decisiones, tras la eclosión de los movimientos sociales en los últimos años.
El éxito de Podemos, más allá de lograr la confianza de 1,2 millones de personas en unas elecciones, reside en la promesa de cambio. El temor de otros partidos está en el potencial de esta promesa.
Es un mensaje que cala en una ciudadanía que observa cómo la impunidad reina en las élites de poder: sea en el seno de la Corona española hundida en su ilegitimidad; en el partido que sostiene la acción del Gobierno de Mariano Rajoy cuestionado por los sobresueldos y las cuentas de sus patriotas autoridades en paraísos fiscales mientras se recortan derechos, libertades y servicios; en el caso del PSOE con sucesivos escándalos y posicionamientos que lo alejan de postulados que llevan en sus siglas y de ser una alternativa de Gobierno.
Pero también en el caso de la patronal con el expresidente de los empresarios, Gerardo Díaz Ferrán, encarcelado por sus abusos; de instituciones hondamente antidemocráticas como el Fondo Monetario Internacional, o hasta de las fuerzas sindicales, con el escándalo que ensombrece la acción y la imagen de UGT, también en Andalucía, lo que denota que la acción desde los más diversos ámbitos del ejercicio de la política (la toma de decisiones en instituciones, gobierno, oposición, empresariado, sindicatos) no estuvo regida por el interés de servir al bien común.
Si estas acciones no estuvieron encaminadas a servir a la ciudadanía ¿A qué intereses se subordinaron? Los partidos políticos, la banca acreedora, el gran capital y los intereses de los medios de comunicación tradicionales han jugado un papel determinante. Lo siguen jugando.
En este marco, el profesor universitario Pablo Iglesias anunció que la campaña de Podemos no subordinaría su discurso al interés de bancos o amigotes que puedan condicionar luego la acción de esta fuerza en las administraciones públicas, sustituyendo el gobierno por el bien común en un gobierno por el sostén de privilegios y la devolución de favores.
Esto le da legitimidad popular a sus decisiones, y les permite marcar distancia ante las presiones de los lobbies que dan forma a las políticas que nos han traído hasta esta crisis: amnistías fiscales, subidas de impuestos, recortes en los derechos laborales y en los salarios, o pactos entre PP y PSOE para garantizarse la vara de mando ante sus superiores (la banca y el gran capital) que han sustituido a las bases y a la militancia en la toma de decisiones.
Del análisis de referentes de nuestra vida política, como el expresidente Felipe González, subyace una paradoja. El viejo líder socialista que dio forma al Estado Social en España, a instancias de la ciudadanía que lo elevó a la Presidencia, es hoy a Podemos lo que los grises fueron al joven que se hacía llamar Isidoro en los años previos a la Transición en este país.
Esto nos lleva a una reflexión. ¿Por qué la ciudadanía precisa de apuestas como la que hacen visibles hoy Pablo Iglesias, Íñigo Errejón o Jesús Jurado, y un sinfín de anónimos que con su labor han dado forma a una opción de cambio factible?
Desde el bipartidismo que ha edificado nuestro sistema democrático se tilda de "extremismo" o de "bolivariano" (de la caricatura que desean vendernos de Hispanoamérica y su bagaje en las salidas ante la crisis) las demandas de respeto a las bases de nuestro propio ordenamiento, que propone Podemos.
Perciben como una amenaza que se apueste por la igualdad de las personas ante la ley para terminar con la impunidad, por la redistribución de la riqueza y ese principio de solidaridad que se traduce en una progresión fiscal para que la construcción de nuestra sociedad sea equilibrada y no a costa de dejar a otros colectivos en las cunetas, o que se haga una defensa de los derechos a los que la ciudadanía debe tener acceso: la Educación –no para dogmatizar a las personas, sino para hacerlas libres- y la Sanidad –porque la salud no puede ser un negocio y no puede estar sujeta a intereses de rentabilidad que no sea la rentabilidad social- u otros como la Vivienda, que es un derecho y no un negocio.
De las plazas del 15-M en 2011 se hicieron muchas lecturas. Una corriente minoritaria en la opinión pública, apostó en aquel contexto, por ejemplo, por paralizar los desahucios. Mientras los medios ("los brazos ejecutores del sistema", según el teórico Helbert Schiller) criminalizaban estas acciones, las personas que las protagonizaban advertían que el desahucio era un drama social, además de un abuso, y señalaban a los responsables de estas ejecuciones hipotecarias.
Esta corriente minoritaria logró hacerse mayoritaria en la opinión pública, y dio lugar a un posicionamiento de la Unión Europea en la que advertía a España de la ilegalidad de nuestra Ley Hipotecaria.
Podemos es ciudadanía: consecuencia de un tiempo donde la conciencia social cobra importancia. De ahí que los viejos eslóganes y los líderes de sonrisas y selfies causen hoy rubor ante amplias capas de nuestra sociedad que los miran con pasmo, preguntándose cómo los viejos partidos se muestran incapaces de ofrecer una respuesta a un sistema que ya se ha derrumbado, al menos en la manera en que venía reproduciéndose hasta 2011.
Podemos es una buena noticia, con independencia de que se comparta la ideología de esta fuerza que irrumpe en nuestro sistema para cambiarlo, porque ha logrado situar una alternativa donde decían que era imposible que emergiese, y porque su acción cuestiona al sistema y necesariamente fuerza al avance de todas y cada una de las fichas del tablero.
En lo que a partir de ahora pueda traducirse la opción Podemos, una vez que han logrado hacerse visibles y acceder a las administraciones, tomarán partido infinidad de variables y la honestidad de las personas que se acerquen a hacer y a servir a la ciudadanía.
JUAN C. ROMERO