La Casa Blanca ha metido la pata de una forma increíble. Hace unos días facilitó una lista de altos cargos que asistirían a un acto en Afganistán con motivo de la visita del presidente Barack Obama. Los muy torpes se olvidaron de borrar el nombre del jefe de estación de la CIA. Un pecado nada venial que puede haber obligado al servicio de inteligencia a tener que prescindir de sus servicios.
Estos fallos son poco frecuentes. Aunque los espías acuden a muchos actos oficiales en Estados Unidos y en cualquier país del mundo, sus nombres nunca aparecen. La identidad de un espía es algo que todo el mundo protege, porque de saberse quién es su vida puede correr peligro y, en cualquier caso, se acabó su imprescindible clandestinidad.
En Estados Unidos hubo un caso que de error sin premeditación no tuvo nada durante el mandato del presidente Bush II. La agente de la CIA Valerie Plame se encontró con que su identidad era desvelada en la prensa.
Ella supo desde el primer momento que la filtración era una venganza de la administración republicana motivada por las declaraciones públicas de su marido. Diplomático acreditado, se negó a admitir las mentiras del equipo de Bush sobre la posibilidad de que el Irak de Sadam Huseim tuviera armas de destrucción masiva. Nunca se lo perdonaron y les importó un bledo sacar a la luz la identidad de su mujer, una espía.
En España tenemos un caso bastante llamativo. Durante el mandato de Javier Calderón en el CESID –ahora CNI- durante el periodo 1996-2000, el presidente de Canarias, Manuel Hermoso, le telefoneó para preguntarle si Tomás Van de Walle había trabajado para ellos.
La razón de su preocupación estaba en que unos meses antes había nombrado a un director general y, varias semanas después, la prensa había descubierto que había sido espía y había actuado irregularmente en El Salvador, lo que le obligó a dimitir. Alguien le había susurrado que Van de Walle también había sido agente y no quería que el caso se repitiera.
La ley prohibe que cualquiera, y más al director del espionaje, facilite esa información, pero Calderón le confirmó sus sospechas. El nombramiento fue suspendido y Gabriel Mato fue nombrado en su lugar consejero de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Cuando todo estaba hecho, el presidente canario recibió una llamada del CESID. Le informaron de que el director se había equivocado y que el que había sido espía era el tío de Van de Walle. Un gran error que dejó al político sin cargo. Nadie dijo nada de la violación de la Ley de Secretos Oficiales.
Estos fallos son poco frecuentes. Aunque los espías acuden a muchos actos oficiales en Estados Unidos y en cualquier país del mundo, sus nombres nunca aparecen. La identidad de un espía es algo que todo el mundo protege, porque de saberse quién es su vida puede correr peligro y, en cualquier caso, se acabó su imprescindible clandestinidad.
En Estados Unidos hubo un caso que de error sin premeditación no tuvo nada durante el mandato del presidente Bush II. La agente de la CIA Valerie Plame se encontró con que su identidad era desvelada en la prensa.
Ella supo desde el primer momento que la filtración era una venganza de la administración republicana motivada por las declaraciones públicas de su marido. Diplomático acreditado, se negó a admitir las mentiras del equipo de Bush sobre la posibilidad de que el Irak de Sadam Huseim tuviera armas de destrucción masiva. Nunca se lo perdonaron y les importó un bledo sacar a la luz la identidad de su mujer, una espía.
En España tenemos un caso bastante llamativo. Durante el mandato de Javier Calderón en el CESID –ahora CNI- durante el periodo 1996-2000, el presidente de Canarias, Manuel Hermoso, le telefoneó para preguntarle si Tomás Van de Walle había trabajado para ellos.
La razón de su preocupación estaba en que unos meses antes había nombrado a un director general y, varias semanas después, la prensa había descubierto que había sido espía y había actuado irregularmente en El Salvador, lo que le obligó a dimitir. Alguien le había susurrado que Van de Walle también había sido agente y no quería que el caso se repitiera.
La ley prohibe que cualquiera, y más al director del espionaje, facilite esa información, pero Calderón le confirmó sus sospechas. El nombramiento fue suspendido y Gabriel Mato fue nombrado en su lugar consejero de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Cuando todo estaba hecho, el presidente canario recibió una llamada del CESID. Le informaron de que el director se había equivocado y que el que había sido espía era el tío de Van de Walle. Un gran error que dejó al político sin cargo. Nadie dijo nada de la violación de la Ley de Secretos Oficiales.
FERNANDO RUEDA