La palabra "descomposición" es, probablemente, la que mejor define lo que está ocurriendo en Venezuela desde hace años pero, especialmente, desde febrero. Venezuela se ahoga en su propia sangre mientras que los políticos venezolanos comprometidos se dedican a pleitear al margen de la ciudadanía. Unos ciudadanos comprometidos que –no se puede olvidar- se juegan su integridad física en las calles, ya sea en manifestaciones pacíficas o violentas.
En lo político, la ideología bolivariana no sólo ha dividido al país entre patriotas y enemigos (superemos la clásica división izquierda-derecha), sino que también ha dividido inevitablemente a la oposición.
A principios del mes de febrero podía hablarse sin matices de un bloque opositor, con muchos cabecillas pero un solo líder: Henrique Capriles. Este caraqueño era la esperanza de una clase media que veía con miedo la radicalización del movimiento bolivariano y unas clases altas que deseaban recuperar su status, cada vez más desplazado por el de los nuevos señores bolivarianos.
La reaparición de Leopoldo López en febrero, esta vez como cabeza visible de los ciudadanos que estaban dispuestos a luchar en la calle contra el gobierno madurista, no sólo desplazó temporalmente la figura de Capriles, sino que obligó a una elección, urgida por la creciente represión gubernamental: ¿actuar dentro o fuera de la legalidad? Capriles lo tuvo claro, decidió distanciarse de los radicales y defender los intereses de una minoría, por muy influyente que esta sea.
Esta elección ha dividido aún más a la sociedad venezolana, donde no faltan ciudadanos que acusan a Capriles de traidor, celoso e, incluso, colaboracionista. Una opinión que ganó adeptos cuando la Mesa de Unidad Democrática (MUD), una coalición de partidos no chavistas que lidera el propio Capriles, comenzó el proceso fallido de diálogo con el Gobierno.
Y no es tanto por una cuestión de liderazgo. Al fin y al cabo, durante los últimos meses ha aumentado la desafección de la población por los que deberían estar representándolos. Todos los líderes llaman a la unidad, cada uno desde su esquina, y mientras discuten y se pasean por foros internacionales, los estudiantes y unos pocos ciudadanos comprometidos siguen sacrificando su integridad física –a veces más- ante un gobierno represivo y sin escrúpulos.
Cada vez están más solos, a pesar de su número, y a su causa no contribuyen algunos radicales exaltados que pervierten la causa democrática atentando indiscriminadamente contra cualquier objetivo.
Pero no sólo la oposición da muestras de descomposición. Frente a la figura mesiánica de Hugo Chávez, Nicolás Maduro ha demostrado necesitar de un anillo de hierro tanto de cara a su propia seguridad personal como a la política para poder gobernar.
Y la cabeza pensante de este anillo de hierro ha demostrado ser eficiente. Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, y los suyos han logrado pervertir la mayor parte de las instituciones políticas y judiciales –más de lo que ya lo estaban-, y ya es un hecho la ausencia de separación de poderes en el país.
Lo más preocupante de cara al chavismo puede ser la falta de control efectivo sobre su ala más radical, entre los que destacan los temidos colectivos. Personas comparables con los exaltados de la oposición, siembran el pánico por las calles con total impunidad.
¿Cuál es la principal causa de esta situación? Algunos responden que la política chavista-madurista y la crisis institucional por la que pasa el país; otros afirman que es la manipulación del viejo orden, que desea parar la consolidación de la revolución; otros acusan a las difíciles circunstancias económicas por las que atraviesa el país. Tal vez haya un poco de todo.
No son pocos los sabios que afirman que cuando la gente tiene dinero en los bolsillos, la mayoría de la población pasa de la política. Hay algo de verdad en esa afirmación. Pero lo cierto es que los problemas de abastecimiento, el reparto desigual de materias primas, la inflación y los bajos salarios son un problema que ha profundizado en su crisis económica particular.
Hasta tal punto ha llegado la mala gestión, que el mismísimo Rafael Correa, presidente de Ecuador y aliado estratégico del chavismo, ha afirmado recientemente que "se han cometido, con mucho respeto, desde mi punto de vista, errores económicos, por ello hay problemas económicos y eso exacerba las contradicciones". Palabra de bolivariano.
En abril, Nicolás Maduró ordenó una subida del 30 por ciento del salario mínimo y de las pensiones con la finalidad de que las familias pudieran afrontar una inflación que se encuentra entre las más altas del mundo.
De acuerdo con los datos oficiales del Banco Central de Venezuela, la inflación se situó en marzo en el 59,4 por ciento anual. Hay voces que afirman que superará el 60 por ciento a finales de este año.
Para que el lector pueda hacerse una idea de la gravedad de la situación le damos el siguiente dato. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística del país, el precio del carro de la compra ronda los 3.730 bolívares al mes. Con la subida del 30 por ciento, el salario mínimo ascendería a los 4.251,78 bolívares al mes (alrededor de 488,73 euros), por lo que se puede apreciar que sólo quedarían 521,78 bolívares al mes para afrontar gastos como el agua, la luz, y los demás gastos que debe afrontar un hogar medio.
Las protestas también han ayudado a achuchar una economía ya maltrecha de por sí por la mala gestión económica. Frente a una previsión de crecimiento del PIB del 1,7 por ciento, actualmente el Fondo Monetario Internacional prevé una reducción del Producto Interior Bruto (PIB) del 0,5 por ciento. Muy lejos del crecimiento de 5,63 por ciento que llegó a alcanzar el país bolivariano en 2012.
Mientras que la descomposición campa a sus anchas por Venezuela, no hay expectativas de cambio. El ritmo caribeño con el que se desarrolla el conflicto gobierno-guarimbas –en la práctica, el diálogo está prácticamente descartado-, no invita a pensar en una rápida solución del conflicto; la oposición sigue descomponiéndose y la ofensiva económica propuesta por Maduro no parece ser solución para un país en el que no queda nada que robar. De ello ya se han encargado los cubanos mandados por los hermanos Castro y un cuerpo de funcionarios tan corrupto como ineficiente.
Venezuela es un caos, y lo peor está por venir. No hay razones para el optimismo.
En lo político, la ideología bolivariana no sólo ha dividido al país entre patriotas y enemigos (superemos la clásica división izquierda-derecha), sino que también ha dividido inevitablemente a la oposición.
A principios del mes de febrero podía hablarse sin matices de un bloque opositor, con muchos cabecillas pero un solo líder: Henrique Capriles. Este caraqueño era la esperanza de una clase media que veía con miedo la radicalización del movimiento bolivariano y unas clases altas que deseaban recuperar su status, cada vez más desplazado por el de los nuevos señores bolivarianos.
La reaparición de Leopoldo López en febrero, esta vez como cabeza visible de los ciudadanos que estaban dispuestos a luchar en la calle contra el gobierno madurista, no sólo desplazó temporalmente la figura de Capriles, sino que obligó a una elección, urgida por la creciente represión gubernamental: ¿actuar dentro o fuera de la legalidad? Capriles lo tuvo claro, decidió distanciarse de los radicales y defender los intereses de una minoría, por muy influyente que esta sea.
Esta elección ha dividido aún más a la sociedad venezolana, donde no faltan ciudadanos que acusan a Capriles de traidor, celoso e, incluso, colaboracionista. Una opinión que ganó adeptos cuando la Mesa de Unidad Democrática (MUD), una coalición de partidos no chavistas que lidera el propio Capriles, comenzó el proceso fallido de diálogo con el Gobierno.
Y no es tanto por una cuestión de liderazgo. Al fin y al cabo, durante los últimos meses ha aumentado la desafección de la población por los que deberían estar representándolos. Todos los líderes llaman a la unidad, cada uno desde su esquina, y mientras discuten y se pasean por foros internacionales, los estudiantes y unos pocos ciudadanos comprometidos siguen sacrificando su integridad física –a veces más- ante un gobierno represivo y sin escrúpulos.
Cada vez están más solos, a pesar de su número, y a su causa no contribuyen algunos radicales exaltados que pervierten la causa democrática atentando indiscriminadamente contra cualquier objetivo.
Pero no sólo la oposición da muestras de descomposición. Frente a la figura mesiánica de Hugo Chávez, Nicolás Maduro ha demostrado necesitar de un anillo de hierro tanto de cara a su propia seguridad personal como a la política para poder gobernar.
Y la cabeza pensante de este anillo de hierro ha demostrado ser eficiente. Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, y los suyos han logrado pervertir la mayor parte de las instituciones políticas y judiciales –más de lo que ya lo estaban-, y ya es un hecho la ausencia de separación de poderes en el país.
Lo más preocupante de cara al chavismo puede ser la falta de control efectivo sobre su ala más radical, entre los que destacan los temidos colectivos. Personas comparables con los exaltados de la oposición, siembran el pánico por las calles con total impunidad.
¿Cuál es la principal causa de esta situación? Algunos responden que la política chavista-madurista y la crisis institucional por la que pasa el país; otros afirman que es la manipulación del viejo orden, que desea parar la consolidación de la revolución; otros acusan a las difíciles circunstancias económicas por las que atraviesa el país. Tal vez haya un poco de todo.
No son pocos los sabios que afirman que cuando la gente tiene dinero en los bolsillos, la mayoría de la población pasa de la política. Hay algo de verdad en esa afirmación. Pero lo cierto es que los problemas de abastecimiento, el reparto desigual de materias primas, la inflación y los bajos salarios son un problema que ha profundizado en su crisis económica particular.
Hasta tal punto ha llegado la mala gestión, que el mismísimo Rafael Correa, presidente de Ecuador y aliado estratégico del chavismo, ha afirmado recientemente que "se han cometido, con mucho respeto, desde mi punto de vista, errores económicos, por ello hay problemas económicos y eso exacerba las contradicciones". Palabra de bolivariano.
En abril, Nicolás Maduró ordenó una subida del 30 por ciento del salario mínimo y de las pensiones con la finalidad de que las familias pudieran afrontar una inflación que se encuentra entre las más altas del mundo.
De acuerdo con los datos oficiales del Banco Central de Venezuela, la inflación se situó en marzo en el 59,4 por ciento anual. Hay voces que afirman que superará el 60 por ciento a finales de este año.
Para que el lector pueda hacerse una idea de la gravedad de la situación le damos el siguiente dato. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística del país, el precio del carro de la compra ronda los 3.730 bolívares al mes. Con la subida del 30 por ciento, el salario mínimo ascendería a los 4.251,78 bolívares al mes (alrededor de 488,73 euros), por lo que se puede apreciar que sólo quedarían 521,78 bolívares al mes para afrontar gastos como el agua, la luz, y los demás gastos que debe afrontar un hogar medio.
Las protestas también han ayudado a achuchar una economía ya maltrecha de por sí por la mala gestión económica. Frente a una previsión de crecimiento del PIB del 1,7 por ciento, actualmente el Fondo Monetario Internacional prevé una reducción del Producto Interior Bruto (PIB) del 0,5 por ciento. Muy lejos del crecimiento de 5,63 por ciento que llegó a alcanzar el país bolivariano en 2012.
Mientras que la descomposición campa a sus anchas por Venezuela, no hay expectativas de cambio. El ritmo caribeño con el que se desarrolla el conflicto gobierno-guarimbas –en la práctica, el diálogo está prácticamente descartado-, no invita a pensar en una rápida solución del conflicto; la oposición sigue descomponiéndose y la ofensiva económica propuesta por Maduro no parece ser solución para un país en el que no queda nada que robar. De ello ya se han encargado los cubanos mandados por los hermanos Castro y un cuerpo de funcionarios tan corrupto como ineficiente.
Venezuela es un caos, y lo peor está por venir. No hay razones para el optimismo.
RAFAEL SOTO