Tras recuperarse de su enésima operación de cadera (como dirían nuestras madres, "los excesos no pasan en balde"), el rey Juan Carlos ha tenido una agenda de actos muy apretada que lo ha llevado esta semana hasta Emiratos Árabes Unidos junto a una legión de ministros y empresarios españoles con los ojos inyectados en sangre y signos evidentes de hipersalivación ante tantas oportunidades de negocio en el harén del príncipe Al Nahyan.
Juan Carlos cae bien en aquellas lejanas tierras, quizás porque eso de las monarquías suena ya un tanto a reliquias de tiempos más oscuros y son cada vez menos las que se mantienen sólidas en el mundo civilizado a pesar de cacerías, tramas de corrupción y líos de faldas. Los reyes y príncipes del Golfo Pérsico lo tienen más fácil; el petróleo emerge hasta de los lavabos y quien no es admirablemente rico ya tiene suficiente con sobrevivir en un desierto acristalado.
Resulta divertido imaginar una conversación de nuestro monarca con alguno de sus homólogos árabes, quejándose de la prensa, del yerno o de los tocapelotas que le dedican portadas en periódicos satíricos. Con lo fácil que sería colgar a más de uno y problema resuelto, como hacen en esos vergeles de lujo y ostentación cuando la cosa se tuerce. Los sueltan en el jardín y a practicar el tiro.
Igual hasta Juan Carlos tiene la oportunidad de hacer un blanco desde el porche, ya que le han sido vedadas las cacerías africanas o sus incursiones por los bosques rusos, ahora que su amigo Putin no tiene buena prensa. Incluso puede que maneje un arma made in Spain, de las muchas que exporta nuestro país a las democracias emergentes del Golfo.
Pero no seamos maledicientes. Bastante tiene la comitiva española con conseguir un buen puñado de contratos millonarios para acrecentar los ceros en sus respectivas cuentas suizas. Allí están los mandamases de ACS, Airbus, Ferrovial, Cepsa, FCC o Indra, convenientemente escoltados por los ministros de Industria, Exteriores, Defensa y Fomento. Al parecer, Rajoy estaba demasiado ocupado en continuar desaparecido, hasta que la cosa mejore.
Al fin y al cabo, está en juego el metro de Abu Dabi (qué sinsentido, como si los habitantes fuesen a desplazarse bajo tierra teniendo la limusina en la puerta de la mansión), un hospital (se rumorea que podría estar detrás el exconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Risas), una refinería (¿más?), dos museos (para los jeques la Cultura es imprescindible) y la venta de unos cuantos barcos y aviones.
Todo sea por la marca España, aunque ninguno de nosotros vayamos a ver un céntimo o apenas un atisbo de tanta riqueza acumulada en manos de una oligarquía empresarial que se expande en el exterior y mengua al mismo ritmo en nuestro país.
El rey pronunció el lunes su discurso de rigor, y en inglés, para después marcharse a descansar al hotel que le tenía preparado su colega Al Nahyan. Se trata de un alojamiento de siete estrellas (sí, al parecer existen) con un coste de 15.000 euros la noche por suite y mayordomo incluido. Dicen que hasta el omeprazol tiene cobertura de oro puro, y las pastillas de la tensión las dispendia una señorita muy atractiva con sorbitos de champagne del bueno. Así sí se puede reinar.
Como dicen en aquellos lares, lo que pasa en Emiratos se queda en los Emiratos, por lo que Juan Carlos no debe temer otro portazo conyugal a su regreso que le devuelva el púrpura a su ojo real. Suficiente ha tenido con perderse la conmemoración de la República, su fiesta no oficial preferida, con la que sueña cada vez que viaja a los reinos de sus amigos árabes. Lo bien que iba a estar él las mil y una noche que le quedan...
Juan Carlos cae bien en aquellas lejanas tierras, quizás porque eso de las monarquías suena ya un tanto a reliquias de tiempos más oscuros y son cada vez menos las que se mantienen sólidas en el mundo civilizado a pesar de cacerías, tramas de corrupción y líos de faldas. Los reyes y príncipes del Golfo Pérsico lo tienen más fácil; el petróleo emerge hasta de los lavabos y quien no es admirablemente rico ya tiene suficiente con sobrevivir en un desierto acristalado.
Resulta divertido imaginar una conversación de nuestro monarca con alguno de sus homólogos árabes, quejándose de la prensa, del yerno o de los tocapelotas que le dedican portadas en periódicos satíricos. Con lo fácil que sería colgar a más de uno y problema resuelto, como hacen en esos vergeles de lujo y ostentación cuando la cosa se tuerce. Los sueltan en el jardín y a practicar el tiro.
Igual hasta Juan Carlos tiene la oportunidad de hacer un blanco desde el porche, ya que le han sido vedadas las cacerías africanas o sus incursiones por los bosques rusos, ahora que su amigo Putin no tiene buena prensa. Incluso puede que maneje un arma made in Spain, de las muchas que exporta nuestro país a las democracias emergentes del Golfo.
Pero no seamos maledicientes. Bastante tiene la comitiva española con conseguir un buen puñado de contratos millonarios para acrecentar los ceros en sus respectivas cuentas suizas. Allí están los mandamases de ACS, Airbus, Ferrovial, Cepsa, FCC o Indra, convenientemente escoltados por los ministros de Industria, Exteriores, Defensa y Fomento. Al parecer, Rajoy estaba demasiado ocupado en continuar desaparecido, hasta que la cosa mejore.
Al fin y al cabo, está en juego el metro de Abu Dabi (qué sinsentido, como si los habitantes fuesen a desplazarse bajo tierra teniendo la limusina en la puerta de la mansión), un hospital (se rumorea que podría estar detrás el exconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Risas), una refinería (¿más?), dos museos (para los jeques la Cultura es imprescindible) y la venta de unos cuantos barcos y aviones.
Todo sea por la marca España, aunque ninguno de nosotros vayamos a ver un céntimo o apenas un atisbo de tanta riqueza acumulada en manos de una oligarquía empresarial que se expande en el exterior y mengua al mismo ritmo en nuestro país.
El rey pronunció el lunes su discurso de rigor, y en inglés, para después marcharse a descansar al hotel que le tenía preparado su colega Al Nahyan. Se trata de un alojamiento de siete estrellas (sí, al parecer existen) con un coste de 15.000 euros la noche por suite y mayordomo incluido. Dicen que hasta el omeprazol tiene cobertura de oro puro, y las pastillas de la tensión las dispendia una señorita muy atractiva con sorbitos de champagne del bueno. Así sí se puede reinar.
Como dicen en aquellos lares, lo que pasa en Emiratos se queda en los Emiratos, por lo que Juan Carlos no debe temer otro portazo conyugal a su regreso que le devuelva el púrpura a su ojo real. Suficiente ha tenido con perderse la conmemoración de la República, su fiesta no oficial preferida, con la que sueña cada vez que viaja a los reinos de sus amigos árabes. Lo bien que iba a estar él las mil y una noche que le quedan...
JESÚS C. ÁLVAREZ