En la época de mayor apogeo de Los Beatles, allá por la década de los sesenta del siglo pasado, John Lennon realizó unas declaraciones que para algunos fueron motivo de escándalo. Llegó a decir que, en aquellos momentos, Los Beatles eran más famosos que Jesucristo. Y realmente era cierto, puesto que su música y sus canciones llegaban a todos los rincones del planeta; al tiempo que había sociedades y países en los que el cristianismo no había penetrado, por lo que no tenían noticias del fundador del mismo.
Hago este comentario como reflexión de la importancia que comenzaba a adquirir la música a través de unos medios como eran la radio y la televisión. Hoy, con internet como gran protagonista de la comunicación digital, nos vemos inmersos en una cultura en la que se mezclan en una especie de puzle todos los productos audiovisuales, sin saber, en muchos casos, el origen, el sentido o la pertenencia de cada uno de ellos.
Y ya que he comenzado hablando del fenómeno religioso, no debemos olvidar que una parte de la difusión a gran escala de los relatos bíblicos se debe al cine, esa “fábrica de sueños” que ha alimentado la imaginación y la fantasía de varias generaciones, sacándolas de la dura realidad cotidiana para transportarlas a tiempos y lugares míticos en los que acontecían hechos verdaderamente asombrosos.
Bien es cierto que para llevar a cabo esos relatos visuales cargados de espectacularidad es necesario el desembolso de cientos de millones de euros o de dólares, por lo que en su mayoría esas superproducciones procedían y proceden de Hollywood, punto de partida de títulos que han quedado en la memoria de todos.
Siguiendo la estela de estas superproducciones con fondo bíblico, llega a las pantallas de los cines españoles la última que lleva por título Noé, personaje del Antiguo Testamento que fue el encargado de llevar a cabo la salvación de la humanidad, a partir de su familia, y de todas las especies animales, seleccionando una pareja de cada una de ellas, ante el inminente diluvio que descargaría la ira divina por los pecados de los hombres.
Este acontecimiento no es exclusivo de la Biblia, puesto que historiadores y antropólogos han recogido relatos similares en culturas diferentes a la judía, pero que ha sido a través de esta última cómo nos ha llegado a nosotros.
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De todos modos, antes de que conociéramos este último film, protagonizado por el oscarizado actor neozelandés Russell Crowe, ya se habían realizado bastantes películas de corte bíblico: múltiples versiones de la vida de Jesús; también la de Moisés, en el inolvidable título de Los diez mandamientos, que encarnaba Charlton Heston; otras como Quo Vadis o Ben-Hur, en esta última también con el anterior actor, etc.
Este tipo de superproducciones, basadas en la espectacularidad y en los reconocidos nombres de sus protagonistas, alcanzaba a un público muy amplio: niños, jóvenes y mayores, de todas las extracciones sociales y formación cultural.
Para un sector de ese público, era el medio idóneo para acceder a ciertas narraciones, más o menos históricas, en los que se mezclaban judíos, romanos, egipcios, gladiadores, emperadores, centuriones… llegando a formar parte del imaginario colectivo como un lejano y mítico relato en el que la fantasía, la realidad y la leyenda, todo mezclado, venían de la mano de algún personaje famoso, de tal modo que, por ejemplo, un día podía ser Moisés en tierras egipcias y en otro lo encontrábamos en el planeta de los simios, o se le veía haciendo propaganda como presidente de la Asociación Americana del Rifle.
Toda esta especie de “melting pot” de ideas y creencias da lugar a que todo se mezcle, todo se agite en esa coctelera que es la mente, por lo que no es de extrañar que haya gente que sostenga las ideas más inverosímiles con toda la naturalidad del mundo.
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Esta larga reflexión que he hecho está relacionada con una noticia que recientemente he leído en la prensa y que me ha llamado bastante la atención: en ella se nos dice que una cuarta parte de los británicos cree que Superman es un personaje que aparece en la Biblia.
Pero lo más curioso de ello no es que esta idea la tenga la gente más joven que está muy conectada con las redes sociales y a la que le llega un bombardeo imparable de noticias e informaciones de todo tipo. No, precisamente la sostienen adultos de los que podría suponerse que saben diferenciar entre los superhéroes, nacidos en los cómics y más tarde promocionados por Hollywood, y los personajes que se encuentran y se citan en el Antiguo Testamento.
Textualmente la noticia que leí dice así: “Según informa el diario británico Mirror un 25% de los británicos adultos piensa que Superman era un personaje bíblico. No queda ahí la cosa: un tercio de los encuestados considera que el guión de Harry Potter tiene una base religiosa y la misma cantidad no sabe dónde aparecen Adán y Eva, al tiempo que nueve de cada diez individuos entrevistados no ha oído hablar del Rey Salomón”.
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Llama la atención que un público que mayoritariamente se formó leyendo los cómics no sepa que Superman era un superhéroe nacido en las modestas páginas de papel, antes de saltar a la gran pantalla. Es decir, su aparición se produce en aquellos cuentos ilustrados que tanto entusiasmaban a una generación que estaba lejos de soñar que un día llegarían los móviles y las tabletas digitales que se extenderían por todo el orbe, marcando una brecha digital entre las últimas generaciones.
De todos modos, y ante la confusión reinante en algunas mentes, quisiera indicar que recientemente se ha vendido un ejemplar del número uno de Action Comics, perteneciente a la legendaria editorial estadounidense DC Comics.
Aparecido originalmente en 1938, la venta de este ejemplar supera ampliamente la nada desdeñable cifra de dos millones de dólares, puesto que en él se ve la figura de Superman en la portada levantando con toda su energía un automóvil.
Sería muy extenso explicar el largo recorrido que ha tenido la vida de Superman en el papel, en el celuloide y en el soporte digital. Los que sí es seguro que el comprador de ese ejemplar sabía quién era este héroe, dónde apareció, el valor del ejemplar en el mercado estadounidense y que para nada tenía que ver con Noé, Moisés, Sansón o con cualquiera de los otros personajes bíblicos cuyas vidas, más o menos ciertas, han sido llevadas a la gran pantalla.
Hago este comentario como reflexión de la importancia que comenzaba a adquirir la música a través de unos medios como eran la radio y la televisión. Hoy, con internet como gran protagonista de la comunicación digital, nos vemos inmersos en una cultura en la que se mezclan en una especie de puzle todos los productos audiovisuales, sin saber, en muchos casos, el origen, el sentido o la pertenencia de cada uno de ellos.
Y ya que he comenzado hablando del fenómeno religioso, no debemos olvidar que una parte de la difusión a gran escala de los relatos bíblicos se debe al cine, esa “fábrica de sueños” que ha alimentado la imaginación y la fantasía de varias generaciones, sacándolas de la dura realidad cotidiana para transportarlas a tiempos y lugares míticos en los que acontecían hechos verdaderamente asombrosos.
Bien es cierto que para llevar a cabo esos relatos visuales cargados de espectacularidad es necesario el desembolso de cientos de millones de euros o de dólares, por lo que en su mayoría esas superproducciones procedían y proceden de Hollywood, punto de partida de títulos que han quedado en la memoria de todos.
Siguiendo la estela de estas superproducciones con fondo bíblico, llega a las pantallas de los cines españoles la última que lleva por título Noé, personaje del Antiguo Testamento que fue el encargado de llevar a cabo la salvación de la humanidad, a partir de su familia, y de todas las especies animales, seleccionando una pareja de cada una de ellas, ante el inminente diluvio que descargaría la ira divina por los pecados de los hombres.
Este acontecimiento no es exclusivo de la Biblia, puesto que historiadores y antropólogos han recogido relatos similares en culturas diferentes a la judía, pero que ha sido a través de esta última cómo nos ha llegado a nosotros.
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De todos modos, antes de que conociéramos este último film, protagonizado por el oscarizado actor neozelandés Russell Crowe, ya se habían realizado bastantes películas de corte bíblico: múltiples versiones de la vida de Jesús; también la de Moisés, en el inolvidable título de Los diez mandamientos, que encarnaba Charlton Heston; otras como Quo Vadis o Ben-Hur, en esta última también con el anterior actor, etc.
Este tipo de superproducciones, basadas en la espectacularidad y en los reconocidos nombres de sus protagonistas, alcanzaba a un público muy amplio: niños, jóvenes y mayores, de todas las extracciones sociales y formación cultural.
Para un sector de ese público, era el medio idóneo para acceder a ciertas narraciones, más o menos históricas, en los que se mezclaban judíos, romanos, egipcios, gladiadores, emperadores, centuriones… llegando a formar parte del imaginario colectivo como un lejano y mítico relato en el que la fantasía, la realidad y la leyenda, todo mezclado, venían de la mano de algún personaje famoso, de tal modo que, por ejemplo, un día podía ser Moisés en tierras egipcias y en otro lo encontrábamos en el planeta de los simios, o se le veía haciendo propaganda como presidente de la Asociación Americana del Rifle.
Toda esta especie de “melting pot” de ideas y creencias da lugar a que todo se mezcle, todo se agite en esa coctelera que es la mente, por lo que no es de extrañar que haya gente que sostenga las ideas más inverosímiles con toda la naturalidad del mundo.
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Esta larga reflexión que he hecho está relacionada con una noticia que recientemente he leído en la prensa y que me ha llamado bastante la atención: en ella se nos dice que una cuarta parte de los británicos cree que Superman es un personaje que aparece en la Biblia.
Pero lo más curioso de ello no es que esta idea la tenga la gente más joven que está muy conectada con las redes sociales y a la que le llega un bombardeo imparable de noticias e informaciones de todo tipo. No, precisamente la sostienen adultos de los que podría suponerse que saben diferenciar entre los superhéroes, nacidos en los cómics y más tarde promocionados por Hollywood, y los personajes que se encuentran y se citan en el Antiguo Testamento.
Textualmente la noticia que leí dice así: “Según informa el diario británico Mirror un 25% de los británicos adultos piensa que Superman era un personaje bíblico. No queda ahí la cosa: un tercio de los encuestados considera que el guión de Harry Potter tiene una base religiosa y la misma cantidad no sabe dónde aparecen Adán y Eva, al tiempo que nueve de cada diez individuos entrevistados no ha oído hablar del Rey Salomón”.
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Llama la atención que un público que mayoritariamente se formó leyendo los cómics no sepa que Superman era un superhéroe nacido en las modestas páginas de papel, antes de saltar a la gran pantalla. Es decir, su aparición se produce en aquellos cuentos ilustrados que tanto entusiasmaban a una generación que estaba lejos de soñar que un día llegarían los móviles y las tabletas digitales que se extenderían por todo el orbe, marcando una brecha digital entre las últimas generaciones.
De todos modos, y ante la confusión reinante en algunas mentes, quisiera indicar que recientemente se ha vendido un ejemplar del número uno de Action Comics, perteneciente a la legendaria editorial estadounidense DC Comics.
Aparecido originalmente en 1938, la venta de este ejemplar supera ampliamente la nada desdeñable cifra de dos millones de dólares, puesto que en él se ve la figura de Superman en la portada levantando con toda su energía un automóvil.
Sería muy extenso explicar el largo recorrido que ha tenido la vida de Superman en el papel, en el celuloide y en el soporte digital. Los que sí es seguro que el comprador de ese ejemplar sabía quién era este héroe, dónde apareció, el valor del ejemplar en el mercado estadounidense y que para nada tenía que ver con Noé, Moisés, Sansón o con cualquiera de los otros personajes bíblicos cuyas vidas, más o menos ciertas, han sido llevadas a la gran pantalla.
AURELIANO SÁINZ