La Semana Santa nazarena encuentra en su Madrugá la fuerza del Gran Poder. No se entiende, si no, que pese a lo intempestivo de la hora, jóvenes, mayores, impedidos y enfermos acudan a su encuentro. No se entiende, si no, la gran cantidad de personas que caminan tras él por promesa o devoción, y que marchan en silencio y perfectamente organizados en filas de a dos, cual tramo de nazarenos.
Se puede afirmar con rotundidad que hizo una de esas Madrugá perfectas en cuanto a lo meteorológico: sin una nube que enturbiara el cielo y una temperatura en la que una simple rebeca o chaqueta bastaba para soportar el fresco; eso sí, el viento que apareció con los primeros rayos de sol hizo que aumentara la sensación de frío, pero ni mucho menos llegó a mayores.
Y en medio de esta atmósfera se produjo un año más el encuentro del Señor de la Madrugá con sus devotos. Así, cuando las puertas de su Capilla se abrieron e iniciaron sus pasos los nazarenos del primer tramo que seguían a la Cruz de Guía, en este punto concreto de la calle Real Utrera no se cabía. Es una estampa que se dibuja cada año; por tanto, no sorprende a nadie, pero eso no quiere decir que no deje de impresionar.
Si a todo ello se añade la penumbra que dibuja el camino que marcan con su leve luz los cirios, y la sombra que recorta en el cielo la figura del Gran Poder, con su túnica morada y su rostro moreno, y sólo contrarrestada por las velas que guardan los faroles, se recrea un ambiente de necesario recogimiento para sentir, más que ver, el paso firme del Señor.
En el recorrido de los pasos del Gran Poder y de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, junto con San Juan Evangelista, se realizó con todo rigor y siguiendo el horario previsto. Nada, por tanto, se deja a la improvisación, y todo, salvo el corazón de los costaleros, que obedecen, en el caso del Misterio, a la voz firme de su capataz, Diego Gómez Romero, se desarrolla según lo previsto. Eso sí, siempre en esta ocasión estuvo presente la memoria de José Manuel Domínguez Marín, antiguo hermano mayor, y a quien fueron dedicados muchos de sus rezos.
En el Gran Poder son siempre emocionantes las presentaciones ante las hermandades con las que se encuentra en su caminar, por cómo se manda el paso del Señor, por cómo los costaleros mueven esa gran estructura, y, está claro, por lo que representa esta figura en Dos Hermanas. Todo lo demás es rigurosidad, sincronización, organización casi al milímetro de lo que hay que hacer, como si todo estuviera perfectamente estudiado. Sensación, claro, que ayuda al realce de esta cofradía.
El Palio, pese a que tampoco lleva música tras de sí, es otra cosa. Su caminar parece más urgente, como no queriendo quedarse rezagado, lo que tal vez quite algo de lucimiento a su presencia. Y aunque hay en esta Hermandad fervientes devotos de la Virgen, está claro que el protagonismo se lo lleva la imagen del Señor. Eso sí, esa entrada en la Carrera Oficial del Palio precedido de un grupo de pequeños y pequeñas monaguillos, con sus canastillas negras, que reparten estampitas con los rostros de las imágenes titulares de esta Hermandad, dibuja una estampa tremendamente agradable y simpática.
Se puede afirmar con rotundidad que hizo una de esas Madrugá perfectas en cuanto a lo meteorológico: sin una nube que enturbiara el cielo y una temperatura en la que una simple rebeca o chaqueta bastaba para soportar el fresco; eso sí, el viento que apareció con los primeros rayos de sol hizo que aumentara la sensación de frío, pero ni mucho menos llegó a mayores.
Y en medio de esta atmósfera se produjo un año más el encuentro del Señor de la Madrugá con sus devotos. Así, cuando las puertas de su Capilla se abrieron e iniciaron sus pasos los nazarenos del primer tramo que seguían a la Cruz de Guía, en este punto concreto de la calle Real Utrera no se cabía. Es una estampa que se dibuja cada año; por tanto, no sorprende a nadie, pero eso no quiere decir que no deje de impresionar.
Si a todo ello se añade la penumbra que dibuja el camino que marcan con su leve luz los cirios, y la sombra que recorta en el cielo la figura del Gran Poder, con su túnica morada y su rostro moreno, y sólo contrarrestada por las velas que guardan los faroles, se recrea un ambiente de necesario recogimiento para sentir, más que ver, el paso firme del Señor.
En el recorrido de los pasos del Gran Poder y de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, junto con San Juan Evangelista, se realizó con todo rigor y siguiendo el horario previsto. Nada, por tanto, se deja a la improvisación, y todo, salvo el corazón de los costaleros, que obedecen, en el caso del Misterio, a la voz firme de su capataz, Diego Gómez Romero, se desarrolla según lo previsto. Eso sí, siempre en esta ocasión estuvo presente la memoria de José Manuel Domínguez Marín, antiguo hermano mayor, y a quien fueron dedicados muchos de sus rezos.
En el Gran Poder son siempre emocionantes las presentaciones ante las hermandades con las que se encuentra en su caminar, por cómo se manda el paso del Señor, por cómo los costaleros mueven esa gran estructura, y, está claro, por lo que representa esta figura en Dos Hermanas. Todo lo demás es rigurosidad, sincronización, organización casi al milímetro de lo que hay que hacer, como si todo estuviera perfectamente estudiado. Sensación, claro, que ayuda al realce de esta cofradía.
El Palio, pese a que tampoco lleva música tras de sí, es otra cosa. Su caminar parece más urgente, como no queriendo quedarse rezagado, lo que tal vez quite algo de lucimiento a su presencia. Y aunque hay en esta Hermandad fervientes devotos de la Virgen, está claro que el protagonismo se lo lleva la imagen del Señor. Eso sí, esa entrada en la Carrera Oficial del Palio precedido de un grupo de pequeños y pequeñas monaguillos, con sus canastillas negras, que reparten estampitas con los rostros de las imágenes titulares de esta Hermandad, dibuja una estampa tremendamente agradable y simpática.
FRANCISCO GIL CHAPARRO / REDACCIÓN