Resulta en verdad sorprendente el silencio y la sordina que sobre Bárcenas parece haberse apoderado de quienes no hace tanto eran sus cotidianos voceros y muy tonantes heraldos de próximas y atómicas revelaciones que no iban a dejar vivo en política ni al electricista de la sede. A Rajoy ya lo habían matado cinco veces.
El caso Gürtel es, junto al de los ERE andaluces, el Everest de la corrupción política, uno de los “ochomiles” que sobresalen en tantas y tan variadas cordilleras del trinque, el fraude y la estafa. El auténtico estercolero, aunque muy untado de brillantina, eso sí, que aposentó sus reales en los centros de decisión del PP exige la depuración penal y política hasta sus últimas consecuencias.
Ni la una ni la otra se ha realizado. Y en la parte que le toca tiene que ver la actitud del presidente de pretender sellar la sentina de la fosa séptica en vez de proceder a su limpieza a fondo y con lejía. Es de esperar, y que no haya de ser otro lustro, que algún día la justicia proceda de una vez por todas y veamos a la tropa de una vez en el banquillo.
Entre quienes habrán de ser juzgados hay quienes fueron cargos muy relevantes en el PP, el que más su propio gerente y luego tesorero, Luis Bárcenas, para algunos, entre los que me incluyo, y todo en grado de presunción, el verdadero “padrino” de toda la trama, a quien había de rendirse cuentas, pagar por la protección y sin cuya connivencia y amparo no eran posibles los suculentos trapicheos de todos.
Pero he aquí que cuando el ahora inquilino de la prisión de Soto del Real se creía una vez más a salvo, ya le habían pasado rozando otros casos y siempre había hurtado el cuerpo, y que la bala judicial le había pasado rozando y se había sobreseído su caso, vino a descubrirse, por el oloroso rastro del dinero, que no era una sardinilla, sino que era el mismísimo pez gordo.
Y el tiburón Bárcenas, prendido en el anzuelo de sus cuentas ocultas por medio mundo, se enfureció, comenzó a agitar los mares y a enseñar atroces filas de dientes. Y se puso a hablar con todo el que quería oírle y escribirle, de casi todo y de casi todos, acusando selectivamente a quien le interesaba, borrando a sus amigos y la época esencial donde habían medrado y hasta concelebrado grandes bodas, para centrarse en aquellos de quienes buscaba vengarse: Mariano Rajoy y, en especial, María Dolores de Cospedal, su archienemiga y quien más hizo por desalojarlo de Génova. De casi todos pero con una excepción clamorosa: de lo suyo, de él mismo, de sus fortunas, de sus delitos. De eso, nada.
Cuatro horas con Pedro J., que fue el postre después de muchas otras con varios que aceptaron convertirse en sus mensajeros, lo encumbraron a la fama. Todos los días abría las tertulias y los telediarios.
Hubo hasta quienes ya le iban dando pátina de héroe arrepentido, de gran acusador y de regenerador de la vida pública. Fray Bárcenas llegaba a parecer en ciertos lados. Era el ariete contra el PP, contra el Gobierno, contra el sistema y había por los cenáculos quien ya hablaba de gobiernos de notables para salvar España.
Pero de lo suyo, de lo que hizo, de lo que tenía, de cómo se lo embolsaba, de eso, si es que le preguntaron, ni una palabra. De su propia banda, de él mismo y de su “negocio”, nada de nada.
Esa era la piedra, la base esencial, que impedía creer nada y que cupiera siempre la sospecha de que mentía aunque estuviera diciendo una verdad a medias. Porque en lo que no podía creerse nunca era en la inocencia del –vuelvo a escribir "presunto"- jefe de la banda.
Y ahora ya calmadas las aguas y sin cámaras ante la cárcel, llega la revelación última, ante la que tantos callan. Que esa caja B de la que tanto y tanto se metía y se sacaba, de la que se ha escrito para llenar la biblioteca de Alejandría entera, era una caja que, en efecto, estaba en Génova y era del PP, pero llevaba la B por Bárcenas.
Porque era la caja de Bárcenas, el que pedía y daba, el que cobraba y repartía y, como bien dice el viejo dicho, quien parte y reparte se lleva la mejor parte. Así, de un golpe, al que se le ha seguido la pista cerca de medio millón de euros y lo que se pudo rondar durante años.
Y eso es lo que ahora señala el juez Ruz y se silencia lo que se puede por ciertos lados, que quien metía la mano, también en esa caja, era Luis Bárcenas porque era, si no su propia caja, sí quien la manejaba a su antojo y albedrío.
El dedo de la justicia vuelve a señalar después de tanto parecer ir corriendo a donde señalaba Bárcenas, que habrá que ir y mirar por supuesto, al propio dedo señalador. A la Gürtel y a sus cabecillas, a quienes de una vez por todas, por justicia para ellos y para la sociedad entera, ha de juzgarse cuanto antes y sin más demoras.
Dicho lo cual, hay que decir de inmediato que no pretenda el PP decir que no eran suyos y que eran unos malos que les robaban a ellos. Los tenían dentro, los tenían arriba, lo hacían en su nombre y por sus cargos políticos. Nos robaban a todos. Eran PP y, más allá de lo que sentencie el tribunal, habrá el PP de responder ante la sociedad por ello.
El caso Gürtel es, junto al de los ERE andaluces, el Everest de la corrupción política, uno de los “ochomiles” que sobresalen en tantas y tan variadas cordilleras del trinque, el fraude y la estafa. El auténtico estercolero, aunque muy untado de brillantina, eso sí, que aposentó sus reales en los centros de decisión del PP exige la depuración penal y política hasta sus últimas consecuencias.
Ni la una ni la otra se ha realizado. Y en la parte que le toca tiene que ver la actitud del presidente de pretender sellar la sentina de la fosa séptica en vez de proceder a su limpieza a fondo y con lejía. Es de esperar, y que no haya de ser otro lustro, que algún día la justicia proceda de una vez por todas y veamos a la tropa de una vez en el banquillo.
Entre quienes habrán de ser juzgados hay quienes fueron cargos muy relevantes en el PP, el que más su propio gerente y luego tesorero, Luis Bárcenas, para algunos, entre los que me incluyo, y todo en grado de presunción, el verdadero “padrino” de toda la trama, a quien había de rendirse cuentas, pagar por la protección y sin cuya connivencia y amparo no eran posibles los suculentos trapicheos de todos.
Pero he aquí que cuando el ahora inquilino de la prisión de Soto del Real se creía una vez más a salvo, ya le habían pasado rozando otros casos y siempre había hurtado el cuerpo, y que la bala judicial le había pasado rozando y se había sobreseído su caso, vino a descubrirse, por el oloroso rastro del dinero, que no era una sardinilla, sino que era el mismísimo pez gordo.
Y el tiburón Bárcenas, prendido en el anzuelo de sus cuentas ocultas por medio mundo, se enfureció, comenzó a agitar los mares y a enseñar atroces filas de dientes. Y se puso a hablar con todo el que quería oírle y escribirle, de casi todo y de casi todos, acusando selectivamente a quien le interesaba, borrando a sus amigos y la época esencial donde habían medrado y hasta concelebrado grandes bodas, para centrarse en aquellos de quienes buscaba vengarse: Mariano Rajoy y, en especial, María Dolores de Cospedal, su archienemiga y quien más hizo por desalojarlo de Génova. De casi todos pero con una excepción clamorosa: de lo suyo, de él mismo, de sus fortunas, de sus delitos. De eso, nada.
Cuatro horas con Pedro J., que fue el postre después de muchas otras con varios que aceptaron convertirse en sus mensajeros, lo encumbraron a la fama. Todos los días abría las tertulias y los telediarios.
Hubo hasta quienes ya le iban dando pátina de héroe arrepentido, de gran acusador y de regenerador de la vida pública. Fray Bárcenas llegaba a parecer en ciertos lados. Era el ariete contra el PP, contra el Gobierno, contra el sistema y había por los cenáculos quien ya hablaba de gobiernos de notables para salvar España.
Pero de lo suyo, de lo que hizo, de lo que tenía, de cómo se lo embolsaba, de eso, si es que le preguntaron, ni una palabra. De su propia banda, de él mismo y de su “negocio”, nada de nada.
Esa era la piedra, la base esencial, que impedía creer nada y que cupiera siempre la sospecha de que mentía aunque estuviera diciendo una verdad a medias. Porque en lo que no podía creerse nunca era en la inocencia del –vuelvo a escribir "presunto"- jefe de la banda.
Y ahora ya calmadas las aguas y sin cámaras ante la cárcel, llega la revelación última, ante la que tantos callan. Que esa caja B de la que tanto y tanto se metía y se sacaba, de la que se ha escrito para llenar la biblioteca de Alejandría entera, era una caja que, en efecto, estaba en Génova y era del PP, pero llevaba la B por Bárcenas.
Porque era la caja de Bárcenas, el que pedía y daba, el que cobraba y repartía y, como bien dice el viejo dicho, quien parte y reparte se lleva la mejor parte. Así, de un golpe, al que se le ha seguido la pista cerca de medio millón de euros y lo que se pudo rondar durante años.
Y eso es lo que ahora señala el juez Ruz y se silencia lo que se puede por ciertos lados, que quien metía la mano, también en esa caja, era Luis Bárcenas porque era, si no su propia caja, sí quien la manejaba a su antojo y albedrío.
El dedo de la justicia vuelve a señalar después de tanto parecer ir corriendo a donde señalaba Bárcenas, que habrá que ir y mirar por supuesto, al propio dedo señalador. A la Gürtel y a sus cabecillas, a quienes de una vez por todas, por justicia para ellos y para la sociedad entera, ha de juzgarse cuanto antes y sin más demoras.
Dicho lo cual, hay que decir de inmediato que no pretenda el PP decir que no eran suyos y que eran unos malos que les robaban a ellos. Los tenían dentro, los tenían arriba, lo hacían en su nombre y por sus cargos políticos. Nos robaban a todos. Eran PP y, más allá de lo que sentencie el tribunal, habrá el PP de responder ante la sociedad por ello.
ANTONIO PÉREZ HENARES