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Voluntariado y solidaridad

La llamada "aldea global" en la que vivimos impide desviar la mirada ante los problemas de gran cantidad de personas que malviven, tanto cerca de nosotros como en otras partes del planeta. Y como no queremos hacer oídos sordos a esa realidad que nos circunda, la sociedad civil, de la que formamos parte, se embarca voluntariamente en una actitud de ayuda, procurando el bien ajeno aun a costa del propio. Esa es la clave para, partiendo del cimiento ético del valor de la solidaridad, fundamentar y apreciar el sentido altruista del voluntariado. Vayamos por partes.

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Los humanos, a través de la historia, hemos asumido un compromiso con la solidaridad que al hacerse realidad en el otro se convierte en generosidad. Según Adela Cortina “el descubrimiento de ese vínculo misterioso es lo que nos lleva a compartir lo que no puede exigirse como un derecho ni darse como un deber, porque entra en el ancho camino de la gratuidad” (Alianza y contrato, Ed. Trotta, pág. 171).

La solidaridad, valor íntimamente imbricado con la empatía, hace referencia a entrega, a justicia, a ayuda para un determinado colectivo necesitado de ella; implica cooperación, tolerancia, compartir, dar y sobre todo darse.

Afinando un poco, con la empatía puedo ponerme en el lugar del otro, sentir su problema, pero no comprometerme más allá de unas determinadas circunstancias. Ser solidario no sólo es ponerse en el lugar del otro sino darse al otro.

Podemos afirmar, sin menosprecio ni demérito para nadie, que la solidaridad es un valor distinto de la caridad. La primera no surge de una actitud compasiva sino de una entrega máxima que se materializa en un esfuerzo por integrar al otro, facilitando su desarrollo y tratando de conseguir que pueda valerse por sí mismo; mientras que la caridad, en el sentido tradicional, es más pasiva y no se adentra en las circunstancias vitales de la persona necesitada. En otras palabras, la solidaridad es activa, se compromete a más, incluso traspasa las fronteras de los países.

En resumen, la caridad se basa en un sentimiento religioso de ayuda, por supuesto nada despreciable, y la solidaridad en una actitud moral de entrega que convierte dicha ayuda en una obligación ética en la medida en que se vincula como valor con la justicia social. Dar limosna es bastante fácil, incluso cuando no se dispone de mucho; darse es otro cantar.

Matiza Victoria Camps en su libro Los valores de la Educación (Anaya, pág. 116): “la solidaridad sólo depende de la creación de hábitos cívicos que muestren la deferencia y el respeto que nos merece el otro. Hábitos que si no son inculcados desde la infancia ya no aparecen nunca. La solidaridad es una expresión del sentimiento, no funciona como un deber frío e impuesto desde la autoridad”.

Y en ese contexto de entrega, y tomando la Justicia –con mayúscula- como horizonte a alcanzar, se mueve toda la labor del voluntariado. El largo camino de la humanidad está empedrado de encuentros y desencuentros, de odio y violencia pero también de cariño y entrega.

¿Qué eran en su inicio los primeros asentamientos, las tribus, los pueblos, los gremios, incluso los modernos sindicatos? Eran la ayuda mutua, al principio por interés, para sobrevivir, para defenderse, para hacer proyectos en común.

Hablamos del carácter de reciprocidad de la sociedad a lo largo de la historia, y en este costal de la ayuda, el voluntariado, especialmente en el siglo XX, trabaja en defensa de parcelas esenciales como la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad que permita insertar plenamente al ser humano en la comunidad.

Posiblemente el vocablo "voluntariado" nunca ha estado tan en boca como ahora, tanto en su cara positiva, refrendada por la ardua labor realizada, desde distintas plataformas, por un colectivo de buena gente; como rechazada, en su cara negativa, por las marrullerías de cínicos depredadores que no tienen empacho en usar, en beneficio propio y no para lo que fueron licitados, fondos destinados a ayudas concretas.

La Ley del Voluntariado de la Comunidad Valenciana, en su declaración de intenciones dice: “…el voluntariado es el conjunto de actividades de interés general que, respetando los principios de no discriminación, solidaridad, pluralismo y aquellos que inspiran la convivencia democrática, se desarrollen por personas físicas para la mejora de la calidad de vida de otras personas o de la colectividad”. “Voluntaria es la persona que dedica parte de su tiempo, libre y altruistamente, a actividades no en favor de sí mismo sino de los demás y de los intereses sociales colectivos”.

Con amargura debo decir que ambas definiciones suenan bastante bien; que las leyes suelen ser buenas en la mayoría de casos; su interpretación ya no tanto. El escamoteo vendrá por otros derroteros, lamentablemente.

Por ello, en nuestra sociedad no todas las actividades e iniciativas deben estar bajo la dependencia del Estado; entre otras razones porque la intervención política –siendo benigno mi juicio- comporta “control” e incluso “parcialidad” en la gestión de fondos, por lo que ser independientes del mismo permite trabajar con mayor libertad e imparcialidad.

En nuestro entorno las organizaciones cívicas son algunas de las formas que tenemos los ciudadanos para participar e intervenir en la sociedad en la que vivimos. Dentro de ellas, tienen especial protagonismo las llamadas Organizaciones no Gubernamentales (ONG). Quizá deberían llamarse, con más propiedad, organizaciones Cívicas, para dejar claro su carácter estrictamente social.

Son organizaciones humanitarias que desarrollan sus actividades en un ámbito tanto nacional como internacional. Cito algunas de ellas, a sabiendas de que faltan más: Amnistía Internacional, Cruz Roja, Green Peace, Médicos sin Fronteras, Intermón, Cáritas, Asociación Pro-Derechos Humanos, etc.

Según la revista Consumer, en un 80 por ciento nos sentimos solidarios y sólo un 20 por ciento colabora de algún modo. Reitero que, a lo largo de su trayectoria, algunas de estas asociaciones han desviado fondos en su provecho y no para lo que iban destinados. La mano del ser humano, a veces, es muy larga; pero a pesar de todo sigue en marcha la labor de mucha gente que desde el anonimato pelea por el bienestar de una parte de la humanidad herida de desamparo, de necesidad. Su labor es impagable. ¡Gracias!

Unas reflexiones. ¿Somos realmente solidarios? En el sótano de nuestros sentimientos y deseos puede que resida la solidaridad, aunque a veces le cueste aflorar. Es posible que dicha semilla no germine debidamente por falta de riego o porque prevalecen las formas de colaboración más pasivas y tradicionales, que van desde la donación de ropa usada a la limosna al pobre de la esquina. Ciertamente no todos podemos ser voluntarios, pero hay múltiples alternativas para arrimar el hombre.

Mi reconocimiento y gratitud a todas esas
personas anónimas que tienden manos a los demás.

PEPE CANTILLO
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