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Pedimos derechos, no privilegios

Desde hace tiempo, el 8 de Marzo está dedicado, internacionalmente, a reconocer los valores y la labor de la mujer, ya sea joven o vieja, trabajadora, madre, compañera o esposa, casada, soltera o viuda, recordándonos que es parte básica del conjunto humano. El reconocimiento social de que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre es todavía un hecho relativamente reciente en algunos lugares e incompleto o inexistente en otros muchos. Incluso el que sea reconocido en los papeles no lo refrenda la realidad como podemos apreciar mirando a nuestro alrededor. Aún queda mucho por andar.

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Quiero recordar algunos datos de todo un lento y largo recorrido por el reconocimiento de los derechos más elementales para el colectivo femenino. La carrera, por desgracia, pese a estar oficialmente reconocidos toda una serie de derechos, aún no ha terminado para ellas.

Incluso suponiendo que somos parte de un colectivo civilizado, respetuoso, sensible ante la injusticia, sin embargo en nuestro entorno aún estamos lejos de cumplir con dichos derechos. Como prueba de ello recuerdo la gran cantidad de mujeres que son víctimas de la feroz violencia machista. Pero, en fin, también alguien podrá argumentar que mueren muchas personas por otros motivos, lo cual no justifica ni lo uno ni lo otro.

Hagamos un breve repaso al asunto. A través de la historia, la mujer siempre ha estado discriminada. Si partimos de que siempre ha habido un espacio público y otro privado, podemos observar que el primero siempre ha sido ocupado por los varones (la política, la vía pública) y a la mujer se le ha relegado al privado (el hogar, la crianza). Por eso la historia, escrita por los varones, da valor a las hazañas de estos y olvida que la mujer también ha participado en esa historia de manera muy activa.

Las primeras reivindicaciones femeninas, en pro de sus derechos, las podríamos situar en el ámbito de la Revolución Francesa, cuando Olimpia de Gourges, en 1791, escribió la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Al año siguiente, 1792, la inglesa Mary Wolltonecraft publica el libro Vindicación de los derechos de la mujer, reclamando enseñanza gratuita para hombres y mujeres, y el definitivo abandono de los estereotipos patriarcales.

Con la Revolución Industrial, la mujer se incorporará al trabajo fuera del hogar como una asalariada más, hecho que cambia su forma de vida y le hace tomar conciencia de su explotación. El final del siglo XVIII marcará el inicio de una lucha por la igualdad y la liberación del colectivo femenino en Europa y EE UU; uno de sus principales objetivos será conseguir el “derecho a voto” del que la mujer estaba excluida. Ésta será la primera reivindicación de las sufragistas (de sufragio, esto es, voto) durante bastante tiempo.

Por ejemplo, en EE UU, a partir de la Guerra de Secesión (1861) será cuando todos los varones tengan derecho a votar, pero la mujer no lo conseguirá hasta 1920. En el Reino Unido, la lucha por dicho derecho se inicia en 1792, potestad que no tendrán hasta 1918 y sólo para las mujeres mayores de 30 años; finalmente ese derecho será realidad, para todas las mujeres inglesas, en 1926.

En 1968 una huelga de costureras paralizará una fábrica de la Ford en Inglaterra luchando por la igualdad salarial. Reclaman derechos, no privilegios. La hazaña fue magníficamente reflejada en la película Pago justo (Made in Dagenham), que recomiendo a quien le interese [ver película completa en español].

En España no existió un movimiento organizado y sí la obstinación de algunas mujeres cultas. Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán o Federica Montseny, entre otras tantas, levantarán la voz en la reivindicación por la igualdad.

La diputada Clara Campoamor es pieza clave en esta lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. En 1931 se reconoce el derecho al voto para la mujer; esta situación vuelve a cambiar tras la Guerra Civil, ya que la mujer quedó sometida de nuevo al marido en lo social y en lo civil. Habrá que esperar al Referéndum para la reforma política de 1976 y a las elecciones democráticas de 1977 para que la mujer recupere ese derecho perdido.

Modernamente, Simone de Beauvoir en su libro El segundo sexo, afirma que no ha sido la naturaleza la que ha establecido las actividades femeninas, sino un conjunto de prejuicios, costumbres y leyes tendenciosas, que son las que hay que eliminar.

Han transcurrido algo más de dos siglos y aunque, en teoría, la mujer ha conseguido la mayoría de metas marcadas, en realidad falta mucho hasta lograr la plena igualdad. Es cierto que las leyes la garantizan pero la mentalidad y las actitudes de muchas personas no han cambiado o lo hacen lentamente. Por eso en la sociedad actual, como rémora de un sedimento patriarcal, quedan rasgos sexistas y comportamientos discriminatorios respecto a las mujeres.

Hay que repetir que la mujer ha estado discriminada en todos los aspectos de la vida; por eso, lo que reivindica es superar todo tipo de segregación hasta conseguir la plena igualdad. Dichas reivindicaciones se han de plasmar en lo social rompiendo las barreras entre la vida privada y la vida pública y que pueda desarrollar todo su potencial humano donde quiera.

En lo político, al obtener el derecho al voto y, en igualdad, poder ocupar los mismos cargos públicos que el hombre. Está garantizado el voto, pero la igualdad plena aún no está conseguida. En lo laboral ha de conquistar que a similar trabajo corresponda igual salario.

En lo civil ha de obtener la igualdad real de derechos. En la educación hay que hacer posible una co-educación real, por la que se enseñen los mismos valores y se eduque en igualdad. Y finalmente, en lo sexual se deben aplicar las mismas reglas de juego para ambos sexos, separando sexualidad y procreación.



En conclusión, podemos afirmar que, puesto que la mujer ha estado apartada de la vida pública, la historia política y cultural siempre la ha escrito el varón; que la mujer ha sido educada para estar sometida y hasta cuando suponíamos que se habían dado importantes pasos al frente salta la liebre del sometimiento.

Como botón de muestra sirve el discutido librito (¿libelo?) Cásate y sé sumisa, de Costanza Miriano, cuya polémica está servida, aunque no lo hayamos leído, porque encierra todo el sedimento patriarcal subyacente en nuestra cultura.

Recalco que hay temas de mayor calado a los que no damos importancia por considerar que siempre han sido así. Por ejemplo, los valores que tradicionalmente se transmiten a los varones son distintos a los transferidos con sutileza a las mujeres. La publicidad es un claro ejemplo de dicha dicotomía.

Mucho ha llovido desde aquellos primeros pasos en pro de la igualdad, por desgracia aún no conseguida pese al esfuerzo de las mujeres y también hombres, y a la labor de organizaciones como Unicef, Amnistía Internacional y otras muchas que luchan por la igualdad.

En este desdichado tema, la realidad es más contumaz, porque una cuestión es lo que predicamos de cara a la galería y otra distinta la intrarealidad de cada casa. A los hechos me remito con el triste tema de la violencia doméstica, silenciada incluso por la misma mujer en muchos de los casos.

En estos días, prensa y televisión han ofrecido información sobre el tema, como era de esperar. Hasta el Gobierno ha dicho “mu” con un Plan de Igualdad dotado con millones de euros. Pero toda medida será papel mojado si no somos capaces de cambiar actitudes y, hasta el momento, dicha frontera está bastante cerrada, aunque es innegable que hemos dado pasos muy importantes.

Pienso que nuestra conciencia está encerrada entre dos valvas, como un mejillón, porque vivimos aferrados a la roca de los prejuicios, aunque nos mostremos convencidos y hasta comestibles. Hay que formatear conciencias.

Datos para pensar. Para desgracia de ellas y oprobio nuestro ¿están tan oprimidas que jamás serán libres? ¿Las hemos engatusado con manzanas de esplendor, belleza, luces de Bohemia, etc., para que sigan siendo las reinas de un Edén idílico en el que cuentan poco? Si es así, hemos sido muy hábiles al darle la vuelta al mito de Eva y la manzana.

Hay que plantar cara (a riesgo de que nos la partan) y decir basta a toda situación de opresión. Dar consejos es fácil, cumplirlos es arriesgado, pero la igualdad, y reparar la injusticia exige un cambio de actitud, sobre todo en el hombre. Valores como empatía, respeto, solidaridad y otros, dignifican; contravalores como violencia, humillación, desprecio, denigran a quienes los practican.

PEPE CANTILLO
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