Nicolás Maduro ha radicalizado el movimiento chavista ante la necesidad de afianzarse en su doble papel: presidente de la República de Venezuela y líder del chavismo. Hugo Chávez aunó estos dos papeles hasta el punto de alcanzar tintes totalitarios, pero con la legitimidad de una amplia mayoría ganada en las urnas. Una legitimidad que Maduro no ha podido heredar. El presidente venezolano sigue la estela del Comandante, pero es de esperar que, poco a poco, Maduro tome decisiones arriesgadas, alejadas del chavismo más ortodoxo.
No fue complicado para Maduro hacerse con el rol de líder del movimiento chavista, bastando para eso la orden del Comandante. O al menos en un principio. El primer examen de Maduro fue la adopción del segundo papel: la presidencia de la República. En principio, tras la muerte de Chávez, el presidente de la Asamblea Nacional debería de haberse hecho con la presidencia hasta que se celebraran elecciones, ya que el difunto no logró jurar su cargo en vida, tal y como establece la Constitución de Venezuela en su artículo 233.
La presión chavista logró que Maduro ocupara temporalmente la presidencia, pero la Sala Constitucional del Tribunal Supremo dejó claro que era necesario convocar elecciones. Una prueba que Maduro superaría con estrechez. Representando al Partido Socialista Unido de Venezuela, y apoyado por el Gran Polo Patriótico, ganó con un parco 50,61 por ciento de los votos, frente al 49,12 conseguido por Henrique Capriles.
Aunque los resultados le dieron legitimidad jurídica –no sin acusaciones de manipulación electoral-, lo cierto es que no fueron pocos los analistas que comprendieron la falta de apoyos del nuevo presidente electo tanto dentro como fuera del chavismo.
Desde aquellas elecciones, Maduro ha llevado a cabo una política continuista que intentó reforzar su principal argumento legitimador: su nombramiento por Chávez. Y no le han faltado razones para intentar radicalizar el chavismo. El nuevo presidente no solo ha tenido que soportar los embistes de una debilitada oposición, sino que también ha tenido que sobrellevar todo tipo de acusaciones. Una de las más graves fue, sin duda, la de haber nacido en Colombia, y no en Venezuela, lo que lo habría deslegitimado para ocupar la presidencia de acuerdo con la Constitución.
Hasta ahora, pocos han sido los discursos en los que Maduro no ha hecho referencia al Comandante, del mismo modo que tampoco han sido pocos los líderes mundiales que no han recibido de sus propias manos una imagen del Padre de la patria.
También ha intentado reforzar su control del Ejército a través de la renovación de varios altos cargos. Ha llegado hasta tal extremo el enaltecimiento de Chávez que, incluso, el presidente venezolano ha llegado a afirmar la visualización milagrosa de su rostro en unas obras del metro de Caracas.
Sin embargo, la situación ha cambiado en las últimas semanas o, más bien, los acontecimientos van a obligar a un cambio. De acuerdo a la tradición chavista de renovar las carteras ministeriales anualmente –salvo en 2013 por la defunción de Chávez-, han aparecido nombres nuevos en el chavismo. A la vez, se han afianzado otros, o bien han alcanzado puestos de mayor responsabilidad.
También se han renovado otros puestos no ejecutivos, como el de la presidencia de la Asamblea Nacional, en manos de Diosdado Cabello, reforzándose su papel como número dos del chavismo. Este hecho supone un incipiente paso adelante por parte de Maduro, que poco a poco está creando su propio círculo de confianza.
Otro hecho fundamental ha sido el brutal asesinato de Mónica Spear, Miss Venezuela 2004. Después de este luctuoso acontecimiento, se ha producido todo un movimiento en contra de la violencia en el país bolivariano, que empieza a concienciarse aún más, si cabe, de la gravedad de este problema.
Frente a las circunstancias de Chávez, más preocupado por la intervención foránea en los asuntos venezolanos y por mejorar la maltrecha economía del país, Maduro asume el reto de tener que afrontar de forma urgente tanto la violencia como la pobreza como algunas de las principales preocupaciones del ciudadano medio. Por lo pronto, se encuentra en negociaciones con el opositor Henrique Capriles para consensuar un nuevo plan de seguridad nacional, cosa que probablemente Chávez nunca hubiera hecho.
En los próximos meses –incluso años- es de esperar que, ante la necesidad de legitimarse tanto moral como jurídicamente, Maduro siga radicalizando el chavismo, pero también es de esperar que surjan poco a poco fracturas internas dentro del movimiento más ortodoxo. Chávez es ya un mito y, por tanto, sus ideas han sido idealizadas más que nunca. Una idealización que no casa bien con el pragmatismo que imponen los asuntos de Estado.
No fue complicado para Maduro hacerse con el rol de líder del movimiento chavista, bastando para eso la orden del Comandante. O al menos en un principio. El primer examen de Maduro fue la adopción del segundo papel: la presidencia de la República. En principio, tras la muerte de Chávez, el presidente de la Asamblea Nacional debería de haberse hecho con la presidencia hasta que se celebraran elecciones, ya que el difunto no logró jurar su cargo en vida, tal y como establece la Constitución de Venezuela en su artículo 233.
La presión chavista logró que Maduro ocupara temporalmente la presidencia, pero la Sala Constitucional del Tribunal Supremo dejó claro que era necesario convocar elecciones. Una prueba que Maduro superaría con estrechez. Representando al Partido Socialista Unido de Venezuela, y apoyado por el Gran Polo Patriótico, ganó con un parco 50,61 por ciento de los votos, frente al 49,12 conseguido por Henrique Capriles.
Aunque los resultados le dieron legitimidad jurídica –no sin acusaciones de manipulación electoral-, lo cierto es que no fueron pocos los analistas que comprendieron la falta de apoyos del nuevo presidente electo tanto dentro como fuera del chavismo.
Desde aquellas elecciones, Maduro ha llevado a cabo una política continuista que intentó reforzar su principal argumento legitimador: su nombramiento por Chávez. Y no le han faltado razones para intentar radicalizar el chavismo. El nuevo presidente no solo ha tenido que soportar los embistes de una debilitada oposición, sino que también ha tenido que sobrellevar todo tipo de acusaciones. Una de las más graves fue, sin duda, la de haber nacido en Colombia, y no en Venezuela, lo que lo habría deslegitimado para ocupar la presidencia de acuerdo con la Constitución.
Hasta ahora, pocos han sido los discursos en los que Maduro no ha hecho referencia al Comandante, del mismo modo que tampoco han sido pocos los líderes mundiales que no han recibido de sus propias manos una imagen del Padre de la patria.
También ha intentado reforzar su control del Ejército a través de la renovación de varios altos cargos. Ha llegado hasta tal extremo el enaltecimiento de Chávez que, incluso, el presidente venezolano ha llegado a afirmar la visualización milagrosa de su rostro en unas obras del metro de Caracas.
Sin embargo, la situación ha cambiado en las últimas semanas o, más bien, los acontecimientos van a obligar a un cambio. De acuerdo a la tradición chavista de renovar las carteras ministeriales anualmente –salvo en 2013 por la defunción de Chávez-, han aparecido nombres nuevos en el chavismo. A la vez, se han afianzado otros, o bien han alcanzado puestos de mayor responsabilidad.
También se han renovado otros puestos no ejecutivos, como el de la presidencia de la Asamblea Nacional, en manos de Diosdado Cabello, reforzándose su papel como número dos del chavismo. Este hecho supone un incipiente paso adelante por parte de Maduro, que poco a poco está creando su propio círculo de confianza.
Otro hecho fundamental ha sido el brutal asesinato de Mónica Spear, Miss Venezuela 2004. Después de este luctuoso acontecimiento, se ha producido todo un movimiento en contra de la violencia en el país bolivariano, que empieza a concienciarse aún más, si cabe, de la gravedad de este problema.
Frente a las circunstancias de Chávez, más preocupado por la intervención foránea en los asuntos venezolanos y por mejorar la maltrecha economía del país, Maduro asume el reto de tener que afrontar de forma urgente tanto la violencia como la pobreza como algunas de las principales preocupaciones del ciudadano medio. Por lo pronto, se encuentra en negociaciones con el opositor Henrique Capriles para consensuar un nuevo plan de seguridad nacional, cosa que probablemente Chávez nunca hubiera hecho.
En los próximos meses –incluso años- es de esperar que, ante la necesidad de legitimarse tanto moral como jurídicamente, Maduro siga radicalizando el chavismo, pero también es de esperar que surjan poco a poco fracturas internas dentro del movimiento más ortodoxo. Chávez es ya un mito y, por tanto, sus ideas han sido idealizadas más que nunca. Una idealización que no casa bien con el pragmatismo que imponen los asuntos de Estado.
RAFAEL SOTO