Hay vidas que son sorprendentes por distintas razones. Una de ellas es la longevidad que alcanzan algunas personas, por ejemplo, las centenarias, es decir, aquellas que llegan a la cifra de cien años. Si a ello le sumamos la lucidez y la vitalidad que a lo largo del tiempo pudieran haber desplegado, acaban convirtiéndose en ejemplos admirables para el resto de los humanos.
Es el caso del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, ya que vino al mundo el 15 de diciembre de 1907, dejándonos el 5 de diciembre de 2012, a punto de cumplir los 105 años de vida. Toda una existencia que cubre el siglo XX y los inicios del actual.
Antes de que falleciera este genial arquitecto, los españoles tuvimos la enorme suerte de que realizara, ya entrados en este milenio, una de sus últimas obras: el Centro Cultural de Avilés, también llamado Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer.
Pero, al igual que con los anteriores arquitectos tratados, y antes de comentar su única obra en nuestro país, conviene que conozcamos algunos datos de su biografía. Tal como he apuntado, Niemeyer nació en Río de Janeiro a comienzos del siglo pasado, por lo que, sin lugar a dudas, se puede considerar como uno de los autores que han marcado la historia de la arquitectura contemporánea.
Curiosamente, sus padres, Oscar y Delfina, no estaban muy seguros del futuro de su hijo, pues como buen carioca vivía con total despreocupación, tanto que hasta la edad de 21 años no terminó los estudios de Secundaria.
Como en algunos casos sucede, tiene que ser la sensatez femenina la que se diera cuenta de sus capacidades y le pusiera los pies en el suelo, estimulándole y sabiendo las grandes dotes de las que disponía. Esto viene a cuento, puesto que a esa misma edad de 21 años se casa con Annita Baldo que le anima a matricularse en la rama de Arquitectura de la Escola Nacional de Belas Artes. Finalmente acaba graduándose en 1934, es decir, contando 27 años.
El gran talento que poseía comienza a verse pronto en el ámbito profesional, por lo que se une al equipo del renombrado arquitecto brasileño Lúcio Costa, quien colaboraba con Le Corbusier, uno de los grandes nombres de la arquitectura de todos los tiempos.
La influencia de Le Corbusier será muy fuerte en Niemeyer, ya que, siguiendo los pasos del autor suizo, toma el hormigón armado como material básico para sus proyectos en los que predominarán las líneas y los planos curvos, alejándose de la rigidez de la línea recta y de los planos ortogonales, tan habituales en la construcción.
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Su inclinación por los planos curvados la encontramos en la Iglesia de Pampulha, dedicada a San Francisco, templo que realizaría en 1940 por encargo de Juscelino Kubitschek, quien se convertiría años más tarde en presidente de Brasil.
Para comprender los planteamientos constructivos del arquitecto brasileño, extraigo una frase suya que ha sido muy divulgada: “No es el ángulo oblicuo lo que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer amada…”.
La iglesia de Pampulha le dio fama por todo el país, ya que rompía con los cánones tradicionales de la arquitectura religiosa al optar por unos tejados que recordaban las montañas del entorno en el que estaba ubicada.
Puede resultar un tanto sorprendente que Niemeyer, a lo largo de su carrera, proyectara tantos edificios religiosos, ya que, incluso teniendo un claro reconocimiento profesional en su país, en 1945 se afilia al Partido Comunista de Brasil, al que pertenecerá hasta su fallecimiento.
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La fama de Oscar Niemeyer salta al plano internacional cuando es invitado por el ya presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, para que proyectara los edificios más emblemáticos que se iban a realizar en la nueva capital de ese enorme país, ciudad que recibiría el nombre de Brasilia. De este modo, Lúcio Costa se encargaría del urbanismo de la nueva ciudad, al tiempo que Niemeyer de proyectar los edificios oficiales.
Uno de esos edificios singulares será la Catedral de Brasilia, que, de nuevo, rompe con los conceptos tradicionales de los templos católicos. Comenzada en 1958, e inaugurada en 1970, nos muestra una estructura asombrosa, gestada alrededor de una planta circular y con unos enormes pilares de hormigón armado, que, a modo de arcos curvados parabólicos, miran hacia el exterior rodeando el conjunto.
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Otro de los edificios singulares de Niemeyer en Brasilia es el conjunto arquitectónico del Congreso Nacional (Cámara de Diputados y Senado Federal). Así, dos torres gemelas de 28 plantas, algo descentradas respecto al eje, se elevan desde las desiguales cúpulas cóncavas y convexas del Senado y la Cámara de Diputados para formar el Congreso.
Para entender la relevancia de estas obras, tomo el siguiente párrafo del arquitecto Philip Jodidio: “El trabajo de Brasilia bastaría para colocar a Niemeyer en el panteón de los arquitectos modernos. Pocos arquitectos contemporáneos, si es que hay alguno, pueden presumir de haber construido una ciudad, y nada menos que la capital de uno de los mayores países del mundo”.
La fama de Niemeyer se extiende por todos los países, siendo curioso que en 1963, por un lado, fuera nombrado miembro honorario del Instituto Americano de Arquitectos de Estados Unidos, al tiempo que ese mismo año recibe el Premio Lenin de la Paz por parte de las autoridades soviéticas.
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La popularidad de Niemeyer era tal que, a pesar de su militancia comunista, le llegaban encargos en distintos continentes (América, Europa y África), obras que, en palabras del citado Philip Jodidio, eran “monumentos al capitalismo”, en el sentido de que su talento también servía para importantes empresas, como la potente editorial italiana Mondadori. Así, en 1968, para esta editorial proyecta en Segrete (Milán) un edificio rectangular, cubierto por un largo pórtico de hormigón armado de 200 metros de longitud.
La grandiosidad y belleza de este edificio se complementa con los jardines que lo rodean. Al respecto, Pietro Porcini apuntaba: “La mayoría de los arquitectos han abandonado, por cobardía o por dinero, el mundo de las cosas construidas en armonía con la naturaleza, lo que ha dado al nacimiento de ciudades feas (…). Del arquitecto paisajista depende buscar el modo de remediarlo, pero ello requiere un arquitecto capaz de reflexionar antes de actuar”.
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En 1964, se produjo un golpe militar en Brasil. Al año siguiente, doscientos profesores, entre ellos Oscar Niemeyer, renuncian a sus puestos en la Universidad de Brasilia, en protesta contra la política universitaria. Niemeyer se vio obligado a exiliarse, eligiendo París como lugar de residencia. Los trabajos se le multiplican. De ellos destacaría la Universidad de Constantina en Argelia y la sede del Partido Comunista Francés ubicada en París.
Sobre la Universidad de Constantina que mostramos, el propio autor diría: “Mi idea de universidad se basa en la centralización y la flexibilidad, y por esta razón rechacé la universidad tradicional, con sus decenas de edificios, uno por facultad, lo que ocupa demasiado terreno y requiere onerosas estructuras… La universidad del futuro será, sin lugar a dudas, más flexible, más cercana a los estudiantes y eliminará las separaciones entre facultades, en un diálogo continuo a través de intercambio de conocimientos”.
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En 1988, habiendo cumplido los 80 años, Oscar Niemeyer recibe el premio Pritzker de Arquitectura, como reconocimiento a una dilatada obra que se prolongaría nada menos que durante veinticuatro años más, pues hasta su fallecimiento estuvo en plena facultad de forma para seguir proyectando.
Tal como he indicado al comienzo del artículo, los españoles hemos tenido la suerte de que este genial arquitecto proyectara en la ciudad asturiana de Avilés su Centro Cultural. Teniendo en cuenta que había creado grandes edificios, en este caso, nos deja en herencia un homenaje a esas curvas, a esas cúpulas y a esos planos ondulados que tanto caracterizaban su obra.
Para finalizar, recomendaría al lector o lectora de esta serie sobre los grandes arquitectos contemporáneos que si tuviera la oportunidad de encontrarse en esta localidad asturiana no dejara de visitar este centro, pues dentro de la arquitectura actual hay pequeñas y grandes maravillas que conviene conocer como parte del genio humano.
Es el caso del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, ya que vino al mundo el 15 de diciembre de 1907, dejándonos el 5 de diciembre de 2012, a punto de cumplir los 105 años de vida. Toda una existencia que cubre el siglo XX y los inicios del actual.
Antes de que falleciera este genial arquitecto, los españoles tuvimos la enorme suerte de que realizara, ya entrados en este milenio, una de sus últimas obras: el Centro Cultural de Avilés, también llamado Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer.
Pero, al igual que con los anteriores arquitectos tratados, y antes de comentar su única obra en nuestro país, conviene que conozcamos algunos datos de su biografía. Tal como he apuntado, Niemeyer nació en Río de Janeiro a comienzos del siglo pasado, por lo que, sin lugar a dudas, se puede considerar como uno de los autores que han marcado la historia de la arquitectura contemporánea.
Curiosamente, sus padres, Oscar y Delfina, no estaban muy seguros del futuro de su hijo, pues como buen carioca vivía con total despreocupación, tanto que hasta la edad de 21 años no terminó los estudios de Secundaria.
Como en algunos casos sucede, tiene que ser la sensatez femenina la que se diera cuenta de sus capacidades y le pusiera los pies en el suelo, estimulándole y sabiendo las grandes dotes de las que disponía. Esto viene a cuento, puesto que a esa misma edad de 21 años se casa con Annita Baldo que le anima a matricularse en la rama de Arquitectura de la Escola Nacional de Belas Artes. Finalmente acaba graduándose en 1934, es decir, contando 27 años.
El gran talento que poseía comienza a verse pronto en el ámbito profesional, por lo que se une al equipo del renombrado arquitecto brasileño Lúcio Costa, quien colaboraba con Le Corbusier, uno de los grandes nombres de la arquitectura de todos los tiempos.
La influencia de Le Corbusier será muy fuerte en Niemeyer, ya que, siguiendo los pasos del autor suizo, toma el hormigón armado como material básico para sus proyectos en los que predominarán las líneas y los planos curvos, alejándose de la rigidez de la línea recta y de los planos ortogonales, tan habituales en la construcción.
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Su inclinación por los planos curvados la encontramos en la Iglesia de Pampulha, dedicada a San Francisco, templo que realizaría en 1940 por encargo de Juscelino Kubitschek, quien se convertiría años más tarde en presidente de Brasil.
Para comprender los planteamientos constructivos del arquitecto brasileño, extraigo una frase suya que ha sido muy divulgada: “No es el ángulo oblicuo lo que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer amada…”.
La iglesia de Pampulha le dio fama por todo el país, ya que rompía con los cánones tradicionales de la arquitectura religiosa al optar por unos tejados que recordaban las montañas del entorno en el que estaba ubicada.
Puede resultar un tanto sorprendente que Niemeyer, a lo largo de su carrera, proyectara tantos edificios religiosos, ya que, incluso teniendo un claro reconocimiento profesional en su país, en 1945 se afilia al Partido Comunista de Brasil, al que pertenecerá hasta su fallecimiento.
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La fama de Oscar Niemeyer salta al plano internacional cuando es invitado por el ya presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, para que proyectara los edificios más emblemáticos que se iban a realizar en la nueva capital de ese enorme país, ciudad que recibiría el nombre de Brasilia. De este modo, Lúcio Costa se encargaría del urbanismo de la nueva ciudad, al tiempo que Niemeyer de proyectar los edificios oficiales.
Uno de esos edificios singulares será la Catedral de Brasilia, que, de nuevo, rompe con los conceptos tradicionales de los templos católicos. Comenzada en 1958, e inaugurada en 1970, nos muestra una estructura asombrosa, gestada alrededor de una planta circular y con unos enormes pilares de hormigón armado, que, a modo de arcos curvados parabólicos, miran hacia el exterior rodeando el conjunto.
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Otro de los edificios singulares de Niemeyer en Brasilia es el conjunto arquitectónico del Congreso Nacional (Cámara de Diputados y Senado Federal). Así, dos torres gemelas de 28 plantas, algo descentradas respecto al eje, se elevan desde las desiguales cúpulas cóncavas y convexas del Senado y la Cámara de Diputados para formar el Congreso.
Para entender la relevancia de estas obras, tomo el siguiente párrafo del arquitecto Philip Jodidio: “El trabajo de Brasilia bastaría para colocar a Niemeyer en el panteón de los arquitectos modernos. Pocos arquitectos contemporáneos, si es que hay alguno, pueden presumir de haber construido una ciudad, y nada menos que la capital de uno de los mayores países del mundo”.
La fama de Niemeyer se extiende por todos los países, siendo curioso que en 1963, por un lado, fuera nombrado miembro honorario del Instituto Americano de Arquitectos de Estados Unidos, al tiempo que ese mismo año recibe el Premio Lenin de la Paz por parte de las autoridades soviéticas.
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La popularidad de Niemeyer era tal que, a pesar de su militancia comunista, le llegaban encargos en distintos continentes (América, Europa y África), obras que, en palabras del citado Philip Jodidio, eran “monumentos al capitalismo”, en el sentido de que su talento también servía para importantes empresas, como la potente editorial italiana Mondadori. Así, en 1968, para esta editorial proyecta en Segrete (Milán) un edificio rectangular, cubierto por un largo pórtico de hormigón armado de 200 metros de longitud.
La grandiosidad y belleza de este edificio se complementa con los jardines que lo rodean. Al respecto, Pietro Porcini apuntaba: “La mayoría de los arquitectos han abandonado, por cobardía o por dinero, el mundo de las cosas construidas en armonía con la naturaleza, lo que ha dado al nacimiento de ciudades feas (…). Del arquitecto paisajista depende buscar el modo de remediarlo, pero ello requiere un arquitecto capaz de reflexionar antes de actuar”.
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En 1964, se produjo un golpe militar en Brasil. Al año siguiente, doscientos profesores, entre ellos Oscar Niemeyer, renuncian a sus puestos en la Universidad de Brasilia, en protesta contra la política universitaria. Niemeyer se vio obligado a exiliarse, eligiendo París como lugar de residencia. Los trabajos se le multiplican. De ellos destacaría la Universidad de Constantina en Argelia y la sede del Partido Comunista Francés ubicada en París.
Sobre la Universidad de Constantina que mostramos, el propio autor diría: “Mi idea de universidad se basa en la centralización y la flexibilidad, y por esta razón rechacé la universidad tradicional, con sus decenas de edificios, uno por facultad, lo que ocupa demasiado terreno y requiere onerosas estructuras… La universidad del futuro será, sin lugar a dudas, más flexible, más cercana a los estudiantes y eliminará las separaciones entre facultades, en un diálogo continuo a través de intercambio de conocimientos”.
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En 1988, habiendo cumplido los 80 años, Oscar Niemeyer recibe el premio Pritzker de Arquitectura, como reconocimiento a una dilatada obra que se prolongaría nada menos que durante veinticuatro años más, pues hasta su fallecimiento estuvo en plena facultad de forma para seguir proyectando.
Tal como he indicado al comienzo del artículo, los españoles hemos tenido la suerte de que este genial arquitecto proyectara en la ciudad asturiana de Avilés su Centro Cultural. Teniendo en cuenta que había creado grandes edificios, en este caso, nos deja en herencia un homenaje a esas curvas, a esas cúpulas y a esos planos ondulados que tanto caracterizaban su obra.
Para finalizar, recomendaría al lector o lectora de esta serie sobre los grandes arquitectos contemporáneos que si tuviera la oportunidad de encontrarse en esta localidad asturiana no dejara de visitar este centro, pues dentro de la arquitectura actual hay pequeñas y grandes maravillas que conviene conocer como parte del genio humano.
AURELIANO SÁINZ