El Parlamento de Cataluña ha sido testigo de una irreverencia que ha acabado en una polémica sobre las nuevas maneras de comunicación política. A los partidos minoritarios no les queda otra alternativa que la irreverencia para captar la mirada de las cámaras, pero ésta puede volverse en su contra si no contiene ética y estética.
Es decir, si no es original, no sirve; pero si es original y atenta contra la integridad física, amenaza o choca frontalmente con el sentido común que el capitalismo ha asentado y difunde a través de sus medios de comunicación, acaba sirviendo para condenar al partido minoritario y convertir en un mártir al verdugo político.
El diputado de la Candidatura d'Unitat Popular (CUP), David Fernández, en una intervención irreverente, le dijo a Rodrigo Rato, expresidente de la Bankia rescatada con dinero público, todo lo que cualquier ciudadano normal le hubiera dicho. El exceso vino cuando Fernández usó una sandalia en un claro gesto de incitación a la violencia contra su adversario político.
Rodrigo Rato, al que casi no se le conocen defensores, encontró en el radicalismo del representante de la CUP la excusa perfecta para decir aquello de que la izquierda es violenta, radical y que no respeta las instituciones. Si la CUP busca el voto de la ira, entonces consiguió su objetivo, pero si es un partido que realmente pretende ser alternativa y conectar con la base social que, estando indignada, no responde con gestos violentos, la CUP ha perdido.
Al día siguiente, todos los medios de comunicación y sus editoriales, lo que crea la opinión pública, no han hablado de la gestión de Bankia ni de las responsabilidades de Rodrigo Rato en su quiebra, sino de la sandalia que mostró Fernández y del tono marrullero del líder de la CUP. Los medios han vuelto a afianzar el sentido común al que la CUP pretendía hacer oposición.
Diferentes han sido los casos de comunicación política irreverente cuando Mónica Oltra, coportavoz de Compromís en las Cortes Valencianas, lució una camiseta que decía “No hay pan para tanto chorizo” o cuando su compañero Joan Baldoví, diputado de la coalición de izquierdas y ecovalencianista en el Congreso, mostró un mensaje político contundente contra los desahucios en una camiseta.
Ni Oltra ni Baldoví, asiduos a portar camisetas para lanzar mensajes políticos, tuvieron ningún gesto de violencia física contra sus adversarios políticos. Al contrario, pocas cosas hay más inofensivas que una camiseta portada por una diputada o un diputado mientras pronuncia un discurso en el estrado parlamentario.
Oltra y Baldoví consiguieron la atención de todas las cámaras y, desde entonces, sus comparecencias son un momento clave en el que los periodistas, que cubren el Congreso o las Cortes Valencianas, saben que habrá foto digna de una buena noticia. Sin embargo, Fernández ha traspasado la barrera de lo comunicativamente correcto y aconsejable para sumar mayorías.
Su gesto amenazante ha levantado los aplausos de los ciudadanos llenos de ira pero se equivoca quien piense que la mayoría de la sociedad española, por muy mal que sea su situación económica, conecta con el registro de la CUP para hacer política. Y las redes sociales no son representativas: sólo son usadas por una ínfima parte de la sociedad española y sus usuarios están más politizados (y encabronados) que los que no son usuarios de redes sociales.
La comunicación política en los tiempos del cólera debe ser irreverente, sí, pero altamente original, audaz y con un componente radical de ética y estética. Enseñar una sandalia, en claro gesto amenazante, no tiene nada de original ni contiene elementos éticos.
No es comprensible que la CUP, que defiende la no violencia, utilice un registro cargado de una innegable carga de violencia contra el adversario político. Lo que no quiere decir esta afirmación que la violencia económica ejercida por Rodrigo Rato no sea mayor y mucho más delictiva que el gesto intimidatorio del diputado de la CUP.
Para luchar contra el capitalismo, tanto la inteligencia como la originalidad se cotizan al alza. Y la violencia o el tono amenazante no son inteligentes ni, mucho menos, originales. La violencia es siempre un gesto que refuerza el marco cognitivo del capitalismo que reacciona con su eslogan preferido: “¡Que vienen los rojos!”.
Es decir, si no es original, no sirve; pero si es original y atenta contra la integridad física, amenaza o choca frontalmente con el sentido común que el capitalismo ha asentado y difunde a través de sus medios de comunicación, acaba sirviendo para condenar al partido minoritario y convertir en un mártir al verdugo político.
El diputado de la Candidatura d'Unitat Popular (CUP), David Fernández, en una intervención irreverente, le dijo a Rodrigo Rato, expresidente de la Bankia rescatada con dinero público, todo lo que cualquier ciudadano normal le hubiera dicho. El exceso vino cuando Fernández usó una sandalia en un claro gesto de incitación a la violencia contra su adversario político.
Rodrigo Rato, al que casi no se le conocen defensores, encontró en el radicalismo del representante de la CUP la excusa perfecta para decir aquello de que la izquierda es violenta, radical y que no respeta las instituciones. Si la CUP busca el voto de la ira, entonces consiguió su objetivo, pero si es un partido que realmente pretende ser alternativa y conectar con la base social que, estando indignada, no responde con gestos violentos, la CUP ha perdido.
Al día siguiente, todos los medios de comunicación y sus editoriales, lo que crea la opinión pública, no han hablado de la gestión de Bankia ni de las responsabilidades de Rodrigo Rato en su quiebra, sino de la sandalia que mostró Fernández y del tono marrullero del líder de la CUP. Los medios han vuelto a afianzar el sentido común al que la CUP pretendía hacer oposición.
Diferentes han sido los casos de comunicación política irreverente cuando Mónica Oltra, coportavoz de Compromís en las Cortes Valencianas, lució una camiseta que decía “No hay pan para tanto chorizo” o cuando su compañero Joan Baldoví, diputado de la coalición de izquierdas y ecovalencianista en el Congreso, mostró un mensaje político contundente contra los desahucios en una camiseta.
Ni Oltra ni Baldoví, asiduos a portar camisetas para lanzar mensajes políticos, tuvieron ningún gesto de violencia física contra sus adversarios políticos. Al contrario, pocas cosas hay más inofensivas que una camiseta portada por una diputada o un diputado mientras pronuncia un discurso en el estrado parlamentario.
Oltra y Baldoví consiguieron la atención de todas las cámaras y, desde entonces, sus comparecencias son un momento clave en el que los periodistas, que cubren el Congreso o las Cortes Valencianas, saben que habrá foto digna de una buena noticia. Sin embargo, Fernández ha traspasado la barrera de lo comunicativamente correcto y aconsejable para sumar mayorías.
Su gesto amenazante ha levantado los aplausos de los ciudadanos llenos de ira pero se equivoca quien piense que la mayoría de la sociedad española, por muy mal que sea su situación económica, conecta con el registro de la CUP para hacer política. Y las redes sociales no son representativas: sólo son usadas por una ínfima parte de la sociedad española y sus usuarios están más politizados (y encabronados) que los que no son usuarios de redes sociales.
La comunicación política en los tiempos del cólera debe ser irreverente, sí, pero altamente original, audaz y con un componente radical de ética y estética. Enseñar una sandalia, en claro gesto amenazante, no tiene nada de original ni contiene elementos éticos.
No es comprensible que la CUP, que defiende la no violencia, utilice un registro cargado de una innegable carga de violencia contra el adversario político. Lo que no quiere decir esta afirmación que la violencia económica ejercida por Rodrigo Rato no sea mayor y mucho más delictiva que el gesto intimidatorio del diputado de la CUP.
Para luchar contra el capitalismo, tanto la inteligencia como la originalidad se cotizan al alza. Y la violencia o el tono amenazante no son inteligentes ni, mucho menos, originales. La violencia es siempre un gesto que refuerza el marco cognitivo del capitalismo que reacciona con su eslogan preferido: “¡Que vienen los rojos!”.
RAÚL SOLÍS