Existen algunas palabras que gozan de tal prestigio y fuerza, están tan interiorizadas en nuestro genoma mental, que su simple pronunciación supone el recubrirse de un manto de prestigio y protección casi inatacable. "Paz" y "libertad" son, quizás, los dos enunciados más poderosos y cualquier declamador de la política se tiene muy bien aprendido su impacto.
"Paz" fue el mantra de Zapatero en aquel “proceso” que desvirtuó la derrota de ETA, cercada por la democracia, hasta trasformarla en un triunfo político de los voceros y acólitos de la banda. "Libertad" es ahora la palabra talismán a la que un derrapado Artur Mas pretende uncirse para embadurnarse de heroica legitimidad.
En ambos casos, el concepto y la palabra fueron retorcidos y manipulados hasta los limites más mentirosos e indeseables. Suponen la forma de corrupción más insidiosa y contra la que resulta más difícil combatir: la corrupción de las palabras.
En el caso del separatismo catalán, ésta va a ser junto con el “derecho a decidir”, que supone en realidad la expropiación del verdadero derecho a decidir de todos y por todos pactado, la piedra filosofal que transforme la mentira más global, histórica, económica y social, en una verdad cocinada a conveniencia de los secesionistas.
No resiste la reflexión mínima, no soporta la luz de la razón, pero todo lo arrumba su fuerza emocional y el sentimiento que provoca y al que se destina. La democracia y su recipiente, la Constitución, fueron y son precisamente la fuente y los garantes de la libertad y de la Autonomía en la que ha nadado y respirado Cataluña a lo largo de estos últimos 35 años.
Nunca ha tenido tal nivel de autogobierno. Gracias a esa Constitución. Nunca tal respeto y difusión de sus señas de identidad como de los que ahora goza. Gracias a esa Constitución. Nunca ha podido sentirse mejor encajada y más libre que ahora. Gracias a esa Constitución.
Y es, precisamente ahora, cuando los separatistas se ponen a agitar la bandera y la exigencia de libertad, lo que de inicio presupone dar por hecho y como probada la falsedad más total: la opresión y la imposición. La prisión, vamos.
Afectado el plan separatista de Junqueras-Mas en su línea de flotación por la evidencia de que si Cataluña está en Europa es porque es parte de España y que rota esa condición caería en tinieblas exteriores, se recurre a la invocación del mantra-talismán como último recurso.
Eficaz es sin duda, y no hay que engañarse, en el abonado territorio catalán, pero ya lo es menos en el conjunto del soberano pueblo español, que se ganó el serlo no hace tanto, aunque una izquierda confusa y de olvidados principios les de pábulo y coartadas y tampoco parece que por Bruselas, aunque siempre se puede tergiversar algo o a alguien y llevárselo al molino, estén dispuestos a comprar tal mercancía. Aunque lo envuelvan bajo las más intocables de las palabras.
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En ambos casos, el concepto y la palabra fueron retorcidos y manipulados hasta los limites más mentirosos e indeseables. Suponen la forma de corrupción más insidiosa y contra la que resulta más difícil combatir: la corrupción de las palabras.
En el caso del separatismo catalán, ésta va a ser junto con el “derecho a decidir”, que supone en realidad la expropiación del verdadero derecho a decidir de todos y por todos pactado, la piedra filosofal que transforme la mentira más global, histórica, económica y social, en una verdad cocinada a conveniencia de los secesionistas.
No resiste la reflexión mínima, no soporta la luz de la razón, pero todo lo arrumba su fuerza emocional y el sentimiento que provoca y al que se destina. La democracia y su recipiente, la Constitución, fueron y son precisamente la fuente y los garantes de la libertad y de la Autonomía en la que ha nadado y respirado Cataluña a lo largo de estos últimos 35 años.
Nunca ha tenido tal nivel de autogobierno. Gracias a esa Constitución. Nunca tal respeto y difusión de sus señas de identidad como de los que ahora goza. Gracias a esa Constitución. Nunca ha podido sentirse mejor encajada y más libre que ahora. Gracias a esa Constitución.
Y es, precisamente ahora, cuando los separatistas se ponen a agitar la bandera y la exigencia de libertad, lo que de inicio presupone dar por hecho y como probada la falsedad más total: la opresión y la imposición. La prisión, vamos.
Afectado el plan separatista de Junqueras-Mas en su línea de flotación por la evidencia de que si Cataluña está en Europa es porque es parte de España y que rota esa condición caería en tinieblas exteriores, se recurre a la invocación del mantra-talismán como último recurso.
Eficaz es sin duda, y no hay que engañarse, en el abonado territorio catalán, pero ya lo es menos en el conjunto del soberano pueblo español, que se ganó el serlo no hace tanto, aunque una izquierda confusa y de olvidados principios les de pábulo y coartadas y tampoco parece que por Bruselas, aunque siempre se puede tergiversar algo o a alguien y llevárselo al molino, estén dispuestos a comprar tal mercancía. Aunque lo envuelvan bajo las más intocables de las palabras.
ANTONIO PÉREZ HENARES