La generosidad y la solidaridad son palabras que se dan la mano; sin embargo, mientras que la segunda se utiliza y la escuchamos con cierta frecuencia, de la generosidad se habla mucho menos, y más aún en los tiempos que corren, marcados por una fuerte competitividad, por la gran insolidaridad de los poderosos, por un egoísmo insoportable que parece darle la razón a Blas Pascal cuando apuntaba en su obra Pensamientos que “la generosidad brilla por su ausencia porque el corazón del hombre está hueco y lleno de basura”.
Y es que actualmente, el egoísmo, lo más opuesto a la generosidad, campa a sus anchas disfrazado de múltiples ropajes, dando lugar a que se abra una enorme brecha social entre las distintas clases sociales, abocando a la precariedad, a la pobreza, incluso a la marginalidad, a una parte significativa de la población.
Pero vayamos al principio tomando una breve cita de Comte-Sponville en la que nos dice que “la generosidad es la virtud de dar”, al tiempo que aclara que se trata de ofrecer al otro lo que no es suyo o lo que es nuestro y le falta. De este modo, se entiende que una cosa es la justicia social que debe pretender distribuir equitativamente e igualar a las personas independientemente de su clase o extracción social y otra la generosidad, que va más allá de lo que está establecido legalmente.
Así, por ejemplo, una persona que cumple con el deber social de declarar los impuestos que le corresponden, podemos decir de ella que es justa, que respeta la legalidad y que es buen ciudadano; sin embargo, no por ello podríamos atribuirle el valor de ser generosa, puesto que la justicia y la generosidad pertenecen a distintos ámbitos.
Por ello, la confusión que suele darse o que se pretende que se produzca entre la generosidad y la justicia es un tanto peligrosa, puesto que hay veces que se intenta tapar leyes injustas con las formas caritativas o asistenciales.
De este modo, ante el lamentable espectáculo que actualmente contemplamos en nuestro país, gente bienintencionada busca soluciones a leyes injustas y discriminatorias que se aprueban respondiendo con las acciones individuales. Podemos tomar como ejemplo las nefastas medidas del ministro de Educación José Ignacio Wert que ha optado por recortar las becas universitarias, junto a otras medidas clasistas como son las que contienen esa nefasta reforma educativa llamada LOMCE.
Es por lo que, teniendo en cuenta el triste panorama que se le presenta a un buen número de estudiantes, Adelaida de la Calle, rectora de la Universidad de Málaga, defiende que personas o entidades privadas “apadrinen” a estudiantes de esa universidad; es decir, que aporten fondos para que puedan matricularse y evitar que salgan definitivamente fuera de las aulas universitarias.
Aunque esta iniciativa vaya cargada de buena intención, me atrevería a traer una cita del autor francés Nicolas Chamfort, extraída de su obra Maximes et pensées, en la que apuntaba que “Es necesario ser justo antes de ser generoso, del mismo modo que se tienen camisas antes de tener encajes”.
De todas formas, considero que hay un cierto enfoque erróneo en la cita de Chamfort, pues confunde la generosidad con la caridad, ya que esta última suele servir como la tapadera o se la presenta como la panacea que ayuda a la justicia a completarla o a corregir las injusticias.
Conviene aclarar que la generosidad es algo distinto a la caridad, pues la primera es el sentimiento y la acción de personas altruistas, de gente que siente la necesidad de prestar apoyo o dar parte de lo suyo a aquel que lo necesita; mientras que la caridad es una acción puntual, un acto que suele concretarse en la limosna, y que la puede ejercer tanto una buena persona como el mayor de los sinvergüenzas, pues a estos les sirve para tranquilizar sus conciencias o dar una buena imagen pública.
Y lamentablemente, como estamos comprobando, muchos gobiernos buscan con la caridad de los ciudadanos tapar las grandes injusticias que cometen a través de leyes “que se aprueban contra la gente”, tal como nos dice Javier Marías. La caridad, es, pues, su tabla de salvación. Para ellos la generosidad, la solidaridad, la búsqueda de la igualdad, como base de unas leyes equitativas y más humanas no son sus objetivos o fines, escudándose en fuerzas e imperativos externos económicos para justificarse en que no pueden hacer otra cosa.
Pero vayamos otra vez a la idea inicial de generosidad en el sentido de que es la virtud de dar a otro algo de lo que uno tiene y que no está forzado a hacerlo. Así por ejemplo, donar sangre, órganos e, incluso, el propio cuerpo a la medicina una vez fallecido, es un acto de generosidad, puesto que nadie está obligado por ley a hacerlo; es una acción voluntaria y altruista, más aún desconociendo quiénes serán los receptores de esa donación.
Por otro lado, las formas de generosidad son múltiples, tantas como las formas de ayuda que se pueden prestar a quienes necesitan el apoyo de los demás ante determinadas carencias.
Además, la generosidad, que tiene una raíz individual, puesto que nace como un valor o una virtud humana, puede adquirir también un valor social. Entonces solemos hablar más bien de solidaridad. Esto da lugar a que entre la generosidad y la solidaridad, valores humanos muy semejantes, tengan ciertos matices que los diferencien: la primera, la solemos aplicar al campo personal; la segunda, al social o colectivo.
Para clarificarlo, vayamos a las etimologías de ambos términos. En latín existía la palabra generositas, aunque se empleaba para designar la excelencia del linaje (gens) o de un temperamento. Por su parte, solidaridad procede de la voz latina solidus, refiriéndose a una moneda de oro sólida e inalterable. De esa voz, pronto se derivaron en castellano los términos soldado, soldar, solidez y, a mediados del siglo XIX, los de solidario y solidaridad.
Esto nos indica que, inicialmente, la solidaridad es un hecho de cohesión de una comunidad que posee intereses compartidos. Así por ejemplo, uno puede ser solidario con los miembros de un equipo de trabajo, de un colectivo o de un grupo al que se pertenece. También cuando se establece relación con grupos o comunidades de otros países en base a determinados proyectos, lo que implica que se genere una relación entre donantes y receptores.
Así pues, la generosidad y la solidaridad son como dos caras de la misma moneda que hunde sus raíces en uno de los valores esenciales del ser humano: el altruismo.
Para cerrar esta entrega de aforismos y pensamientos, quisiera ayudarme con un párrafo de uno de los autores con el que he comenzado este artículo. André Comte-Sponville nos dice en su obra Pequeño tratado de las grandes virtudes lo siguiente:
“Señalemos que la generosidad, como todas las virtudes, es plural, tanto en su contenido como en los nombres que recibe o que sirvan para designarla. Unida al valor, puede ser heroísmo. Unida a la compasión, se convierte en benevolencia. Unida a la misericordia, en indulgencia. Pero su nombre más hermoso es uno que todo el mundo conoce: unida a la amabilidad, se llama bondad”.
Y es precisamente esta última virtud humana la que tanto echamos en falta en estos tiempos tan cargados de insolidaridad y egoísmo.
Si lo desea, puede compartir este contenido: Y es que actualmente, el egoísmo, lo más opuesto a la generosidad, campa a sus anchas disfrazado de múltiples ropajes, dando lugar a que se abra una enorme brecha social entre las distintas clases sociales, abocando a la precariedad, a la pobreza, incluso a la marginalidad, a una parte significativa de la población.
Pero vayamos al principio tomando una breve cita de Comte-Sponville en la que nos dice que “la generosidad es la virtud de dar”, al tiempo que aclara que se trata de ofrecer al otro lo que no es suyo o lo que es nuestro y le falta. De este modo, se entiende que una cosa es la justicia social que debe pretender distribuir equitativamente e igualar a las personas independientemente de su clase o extracción social y otra la generosidad, que va más allá de lo que está establecido legalmente.
Así, por ejemplo, una persona que cumple con el deber social de declarar los impuestos que le corresponden, podemos decir de ella que es justa, que respeta la legalidad y que es buen ciudadano; sin embargo, no por ello podríamos atribuirle el valor de ser generosa, puesto que la justicia y la generosidad pertenecen a distintos ámbitos.
Por ello, la confusión que suele darse o que se pretende que se produzca entre la generosidad y la justicia es un tanto peligrosa, puesto que hay veces que se intenta tapar leyes injustas con las formas caritativas o asistenciales.
De este modo, ante el lamentable espectáculo que actualmente contemplamos en nuestro país, gente bienintencionada busca soluciones a leyes injustas y discriminatorias que se aprueban respondiendo con las acciones individuales. Podemos tomar como ejemplo las nefastas medidas del ministro de Educación José Ignacio Wert que ha optado por recortar las becas universitarias, junto a otras medidas clasistas como son las que contienen esa nefasta reforma educativa llamada LOMCE.
Es por lo que, teniendo en cuenta el triste panorama que se le presenta a un buen número de estudiantes, Adelaida de la Calle, rectora de la Universidad de Málaga, defiende que personas o entidades privadas “apadrinen” a estudiantes de esa universidad; es decir, que aporten fondos para que puedan matricularse y evitar que salgan definitivamente fuera de las aulas universitarias.
Aunque esta iniciativa vaya cargada de buena intención, me atrevería a traer una cita del autor francés Nicolas Chamfort, extraída de su obra Maximes et pensées, en la que apuntaba que “Es necesario ser justo antes de ser generoso, del mismo modo que se tienen camisas antes de tener encajes”.
De todas formas, considero que hay un cierto enfoque erróneo en la cita de Chamfort, pues confunde la generosidad con la caridad, ya que esta última suele servir como la tapadera o se la presenta como la panacea que ayuda a la justicia a completarla o a corregir las injusticias.
Conviene aclarar que la generosidad es algo distinto a la caridad, pues la primera es el sentimiento y la acción de personas altruistas, de gente que siente la necesidad de prestar apoyo o dar parte de lo suyo a aquel que lo necesita; mientras que la caridad es una acción puntual, un acto que suele concretarse en la limosna, y que la puede ejercer tanto una buena persona como el mayor de los sinvergüenzas, pues a estos les sirve para tranquilizar sus conciencias o dar una buena imagen pública.
Y lamentablemente, como estamos comprobando, muchos gobiernos buscan con la caridad de los ciudadanos tapar las grandes injusticias que cometen a través de leyes “que se aprueban contra la gente”, tal como nos dice Javier Marías. La caridad, es, pues, su tabla de salvación. Para ellos la generosidad, la solidaridad, la búsqueda de la igualdad, como base de unas leyes equitativas y más humanas no son sus objetivos o fines, escudándose en fuerzas e imperativos externos económicos para justificarse en que no pueden hacer otra cosa.
Pero vayamos otra vez a la idea inicial de generosidad en el sentido de que es la virtud de dar a otro algo de lo que uno tiene y que no está forzado a hacerlo. Así por ejemplo, donar sangre, órganos e, incluso, el propio cuerpo a la medicina una vez fallecido, es un acto de generosidad, puesto que nadie está obligado por ley a hacerlo; es una acción voluntaria y altruista, más aún desconociendo quiénes serán los receptores de esa donación.
Por otro lado, las formas de generosidad son múltiples, tantas como las formas de ayuda que se pueden prestar a quienes necesitan el apoyo de los demás ante determinadas carencias.
Además, la generosidad, que tiene una raíz individual, puesto que nace como un valor o una virtud humana, puede adquirir también un valor social. Entonces solemos hablar más bien de solidaridad. Esto da lugar a que entre la generosidad y la solidaridad, valores humanos muy semejantes, tengan ciertos matices que los diferencien: la primera, la solemos aplicar al campo personal; la segunda, al social o colectivo.
Para clarificarlo, vayamos a las etimologías de ambos términos. En latín existía la palabra generositas, aunque se empleaba para designar la excelencia del linaje (gens) o de un temperamento. Por su parte, solidaridad procede de la voz latina solidus, refiriéndose a una moneda de oro sólida e inalterable. De esa voz, pronto se derivaron en castellano los términos soldado, soldar, solidez y, a mediados del siglo XIX, los de solidario y solidaridad.
Esto nos indica que, inicialmente, la solidaridad es un hecho de cohesión de una comunidad que posee intereses compartidos. Así por ejemplo, uno puede ser solidario con los miembros de un equipo de trabajo, de un colectivo o de un grupo al que se pertenece. También cuando se establece relación con grupos o comunidades de otros países en base a determinados proyectos, lo que implica que se genere una relación entre donantes y receptores.
Así pues, la generosidad y la solidaridad son como dos caras de la misma moneda que hunde sus raíces en uno de los valores esenciales del ser humano: el altruismo.
Para cerrar esta entrega de aforismos y pensamientos, quisiera ayudarme con un párrafo de uno de los autores con el que he comenzado este artículo. André Comte-Sponville nos dice en su obra Pequeño tratado de las grandes virtudes lo siguiente:
“Señalemos que la generosidad, como todas las virtudes, es plural, tanto en su contenido como en los nombres que recibe o que sirvan para designarla. Unida al valor, puede ser heroísmo. Unida a la compasión, se convierte en benevolencia. Unida a la misericordia, en indulgencia. Pero su nombre más hermoso es uno que todo el mundo conoce: unida a la amabilidad, se llama bondad”.
Y es precisamente esta última virtud humana la que tanto echamos en falta en estos tiempos tan cargados de insolidaridad y egoísmo.
AURELIANO SÁINZ