Vivimos en una sociedad en la que las estrategias de la publicidad comercial y de la propaganda política se han mezclado de tal manera que es casi imposible separarlas. Una y otra se confunden de manera que los avances que se han logrado en el campo publicitario en la promoción de los productos se traspasan a esos nuevos centros de control de la mente de los ciudadanos como son los think tanks, sociedades en las que se fabrican las estrategias para planificar cuidadosamente los modos de persuadir a los electores.
En nuestro país, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), siguiendo el modelo estadounidense creado por el Tea Party, es el laboratorio de la derecha en el que se fabrica ese pensamiento reaccionario para que sea traspasado a las mentes de los ciudadanos.
La situación a la que hemos llegado es de tal calibre que me ha parecido que podía ser interesante para los lectores de este periódico realizar una serie de artículos con el fin de que se entendiera cómo en la actualidad se elaboran los discursos para que las medidas más reaccionarias penetren en la mente de la población de modo que apenas ofrezca resistencias a las duras medidas que se están tomando.
Y es que en medio de una de las periódicas crisis del capitalismo, tal como explicara de manera excelente el economista y político belga Ernest Mandel, se hace pagar a los sectores más débiles de la sociedad española aquello de lo que no son responsables, al tiempo que a los grandes defraudadores se les perdona los delitos que han cometido, sin que pase nada.
En medio de estas medidas abiertamente impopulares, uno de los ataques que sufrimos viene referido a la sanidad pública. Pero para que ello suceda, tal como he indicado, es necesario que los defensores más acérrimos de estas medidas discriminatorias tengan los instrumentos ideológicos con los que justificar e intentar desarmar a los oponentes.
De este modo, en los debates que se suelen ofrecer en los distintos medios de comunicación, han actualizado la expresión de “Turismo sanitario”, dos palabras que encierran un claro fondo xenófobo y que, con ellas, se intenta culpabilizar a los inmigrantes de las supuestas pérdidas que tiene el sistema sanitario español.
He partido del ejemplo sanitario para que nos sirva de punto de arranque sobre la reflexión de fondo que debemos hacer para entender cómo la ideología y la propaganda política reaccionarias se nutren de los muy sofisticados métodos de persuasión publicitarios para penetrar en la mente de los ciudadanos.
Así, en estos últimos días, pensando en los discursos y expresiones que nos llegan desde el Gobierno o sus defensores, inevitablemente, me ha venido a la cabeza la figura de Joseph Goebbels, el que fuera el responsable del Ministerio de Cultura Popular y Propaganda del Tercer Reich alemán.
Y si traigo a este personaje es por la sencilla razón de que sería el que perfeccionaría los medios de propaganda política, integrando todo lo que la publicidad había sido capaz de lograr hasta entonces.
Para ser lo más riguroso posible, citaré a los autores en los que me he basado para confeccionar este pequeño artículo. En primer lugar, acudo a ese magnífico libro titulado De la lucha de clases a la lucha de frases que Eulalio Ferrer publicó en México, hace algunos años, comenzando por el siguiente párrafo:
“Hitler reunió en su entorno a un grupo de fanáticos que entienden que la propaganda es la más efectiva de sus armas, sin ocultar su desprecio por las masas que convoca y moviliza, convencido de que estas tienen una capacidad limitada para la absorción de ideas y una capacidad de olvido muy grande”.
Recordemos que Adolf Hitler llegó al poder en Alemania a través de las urnas. Y para ello, contó con la gran ayuda de Joseph Goebbels, sin el cual sería difícil comprender el triunfo del nazismo.
Se dice de él que comenzó su andadura organizando una de las más espectaculares concentraciones en la ciudad de Colonia. Para ello, había ideado que el acto podría culminar con el toque de las campanas de la catedral. Como el arzobispo le negaría el permiso, recurrió a la grabación del sonido de las campanas, que tuvo el efecto buscado al ser transmitido por los altavoces y la radio sin que el truco pudiese ser advertido.
Otra de sus hazañas fue seleccionar de entre las pinacotecas nacionales y los museos particulares las 650 pinturas y dibujos más “sacrílegos”, “antipatrióticos” y projudíos para ridiculizar a estos y encender la campaña que habría de culminar, después, en el exterminio de millones de judíos en toda Europa.
Por mi parte, añadiría que también se exterminaron a miles de homosexuales y de gitanos. A los primeros, se les marcaba en el brazo con un triángulo rosa invertido para que fueran claramente distinguidos del resto de los presos.
Si hago esta precisión es para que no olvidemos que la homofobia sigue presente en nuestro mundo actual, sea España, con un obispo a la cabeza, o en países como Arabia Saudí, Irán, Sudán, Afganistán, etc., en los que pueden ser condenados a muerte por su condición sexual.
La compenetración entre Goebbels y Hitler cada vez fue a más. El primero se gana la confianza total del Führer, ya que ve a este como el auténtico Mesías que necesita el pueblo alemán.
Goebbels lo halagará cuidando sus representaciones públicas a una hora adecuada de la noche para situar mejor los reflectores, a veces con antorchas encendidas; elige los fondos con música de Wagner; crea un clima de expectación para la llegada de su jefe, entre redobles de tambores; mide los silencios, calcula los aplausos, intercala los gritos con los lemas de la multitud enardecida, que repite una y otra vez: "¡¡¡Führer… Führer… Führer…!!!". Es un espectáculo impresionante, montado con gigantescas banderas y miles de banderines en los que ondea la cruz gamada.
En 1933, Adolf Hitler es nombrado canciller de Alemania tras ganar las elecciones. Su triunfo se basa en que, entre otras cosas, no tiene que improvisar una política de propaganda. Lo que hace es poner en práctica inmediata planes e ideas que se han estudiado y discutido minuciosamente desde tiempo atrás, supervisados por el nuevo ministro de Propaganda.
Esta planificada propaganda la expone Emil Dovifat, en su libro Política de la información. En él encontramos esta frase que es ilustrativa de la mentalidad de Goebbels: “La propaganda fue nuestra arma más afilada en la conquista del Estado y continúa siendo nuestro poder más fuerte en el afianzamiento y en su construcción. Por eso, la propaganda es una función vital e imprescindible del Estado moderno”.
Una vez que Joseph Goebbels asume el cargo del Ministerio de Propaganda, se le otorga nada menos que el diez por ciento del presupuesto total del Gobierno alemán. A los cuatro meses de haber tomado posesión de su cargo, concibe una insólita ley, que será promulgada el 4 de octubre de 1933, en virtud de la cual se transforma a los periodistas en servidores del Estado.
Curiosamente, los cinco puntos básicos que cubre su programa de propaganda son: Atención, Deseo, Convicción, Acción y Extensión Mundial. Si nos fijamos, tiene una enorme similitud con la fórmula ideal publicitaria: AIDA (Atención, Interés, Deseo y Adquisición).
De ese programa podemos extraer algunos lemas: “No es preciso que una idea política esté avalada por una buena filosofía, si se dispone de una magnífica propaganda”. “Nada es absoluto, todo es relativo. Las verdades duran lo que una imposición las hace durar”. “Una buena propaganda es lo más cercano a la verdad, aun cuando sea la mentira misma”.
Algunos de los axiomas de Goebbels han llegado a nuestros días, repitiéndose con cierta periodicidad. Destaco tres de ellos:
Una: “Quien dice la primera palabra al mundo es quien tiene la razón”. Dos: “No basta con mentir, debes decir la mentira más grande para que se crea”. Y tres: “Una mentira repetida mil veces acaba siendo una verdad en la mente de la población”.
Quisiera cerrar este breve recorrido con una expresión de Hug Trevor-Roper: “Fue un hombre genial en su campo, quizá el primero que comprendió totalmente las potencialidades de los medios de comunicación al servicio de la propaganda política”.
Por mi parte, no me queda más remedio que darle en parte la razón a este autor, pues, ciertamente, un personaje tan siniestro y cínico como Joseph Goebbels fue el pionero de los lavados de cerebro que sufren las poblaciones anestesiadas ante la mezcla de propaganda y publicidad que difunden los actuales think tanks, y apoyados por tertulianos y supuestos intelectuales que están al servicio de los sectores dominantes para que las leyes más insólitas sean aceptadas casi sin rechistar.
Si lo desea, puede compartir este contenido: En nuestro país, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), siguiendo el modelo estadounidense creado por el Tea Party, es el laboratorio de la derecha en el que se fabrica ese pensamiento reaccionario para que sea traspasado a las mentes de los ciudadanos.
La situación a la que hemos llegado es de tal calibre que me ha parecido que podía ser interesante para los lectores de este periódico realizar una serie de artículos con el fin de que se entendiera cómo en la actualidad se elaboran los discursos para que las medidas más reaccionarias penetren en la mente de la población de modo que apenas ofrezca resistencias a las duras medidas que se están tomando.
Y es que en medio de una de las periódicas crisis del capitalismo, tal como explicara de manera excelente el economista y político belga Ernest Mandel, se hace pagar a los sectores más débiles de la sociedad española aquello de lo que no son responsables, al tiempo que a los grandes defraudadores se les perdona los delitos que han cometido, sin que pase nada.
En medio de estas medidas abiertamente impopulares, uno de los ataques que sufrimos viene referido a la sanidad pública. Pero para que ello suceda, tal como he indicado, es necesario que los defensores más acérrimos de estas medidas discriminatorias tengan los instrumentos ideológicos con los que justificar e intentar desarmar a los oponentes.
De este modo, en los debates que se suelen ofrecer en los distintos medios de comunicación, han actualizado la expresión de “Turismo sanitario”, dos palabras que encierran un claro fondo xenófobo y que, con ellas, se intenta culpabilizar a los inmigrantes de las supuestas pérdidas que tiene el sistema sanitario español.
He partido del ejemplo sanitario para que nos sirva de punto de arranque sobre la reflexión de fondo que debemos hacer para entender cómo la ideología y la propaganda política reaccionarias se nutren de los muy sofisticados métodos de persuasión publicitarios para penetrar en la mente de los ciudadanos.
Así, en estos últimos días, pensando en los discursos y expresiones que nos llegan desde el Gobierno o sus defensores, inevitablemente, me ha venido a la cabeza la figura de Joseph Goebbels, el que fuera el responsable del Ministerio de Cultura Popular y Propaganda del Tercer Reich alemán.
Y si traigo a este personaje es por la sencilla razón de que sería el que perfeccionaría los medios de propaganda política, integrando todo lo que la publicidad había sido capaz de lograr hasta entonces.
Para ser lo más riguroso posible, citaré a los autores en los que me he basado para confeccionar este pequeño artículo. En primer lugar, acudo a ese magnífico libro titulado De la lucha de clases a la lucha de frases que Eulalio Ferrer publicó en México, hace algunos años, comenzando por el siguiente párrafo:
“Hitler reunió en su entorno a un grupo de fanáticos que entienden que la propaganda es la más efectiva de sus armas, sin ocultar su desprecio por las masas que convoca y moviliza, convencido de que estas tienen una capacidad limitada para la absorción de ideas y una capacidad de olvido muy grande”.
Recordemos que Adolf Hitler llegó al poder en Alemania a través de las urnas. Y para ello, contó con la gran ayuda de Joseph Goebbels, sin el cual sería difícil comprender el triunfo del nazismo.
Se dice de él que comenzó su andadura organizando una de las más espectaculares concentraciones en la ciudad de Colonia. Para ello, había ideado que el acto podría culminar con el toque de las campanas de la catedral. Como el arzobispo le negaría el permiso, recurrió a la grabación del sonido de las campanas, que tuvo el efecto buscado al ser transmitido por los altavoces y la radio sin que el truco pudiese ser advertido.
Otra de sus hazañas fue seleccionar de entre las pinacotecas nacionales y los museos particulares las 650 pinturas y dibujos más “sacrílegos”, “antipatrióticos” y projudíos para ridiculizar a estos y encender la campaña que habría de culminar, después, en el exterminio de millones de judíos en toda Europa.
Por mi parte, añadiría que también se exterminaron a miles de homosexuales y de gitanos. A los primeros, se les marcaba en el brazo con un triángulo rosa invertido para que fueran claramente distinguidos del resto de los presos.
Si hago esta precisión es para que no olvidemos que la homofobia sigue presente en nuestro mundo actual, sea España, con un obispo a la cabeza, o en países como Arabia Saudí, Irán, Sudán, Afganistán, etc., en los que pueden ser condenados a muerte por su condición sexual.
La compenetración entre Goebbels y Hitler cada vez fue a más. El primero se gana la confianza total del Führer, ya que ve a este como el auténtico Mesías que necesita el pueblo alemán.
Goebbels lo halagará cuidando sus representaciones públicas a una hora adecuada de la noche para situar mejor los reflectores, a veces con antorchas encendidas; elige los fondos con música de Wagner; crea un clima de expectación para la llegada de su jefe, entre redobles de tambores; mide los silencios, calcula los aplausos, intercala los gritos con los lemas de la multitud enardecida, que repite una y otra vez: "¡¡¡Führer… Führer… Führer…!!!". Es un espectáculo impresionante, montado con gigantescas banderas y miles de banderines en los que ondea la cruz gamada.
En 1933, Adolf Hitler es nombrado canciller de Alemania tras ganar las elecciones. Su triunfo se basa en que, entre otras cosas, no tiene que improvisar una política de propaganda. Lo que hace es poner en práctica inmediata planes e ideas que se han estudiado y discutido minuciosamente desde tiempo atrás, supervisados por el nuevo ministro de Propaganda.
Esta planificada propaganda la expone Emil Dovifat, en su libro Política de la información. En él encontramos esta frase que es ilustrativa de la mentalidad de Goebbels: “La propaganda fue nuestra arma más afilada en la conquista del Estado y continúa siendo nuestro poder más fuerte en el afianzamiento y en su construcción. Por eso, la propaganda es una función vital e imprescindible del Estado moderno”.
Una vez que Joseph Goebbels asume el cargo del Ministerio de Propaganda, se le otorga nada menos que el diez por ciento del presupuesto total del Gobierno alemán. A los cuatro meses de haber tomado posesión de su cargo, concibe una insólita ley, que será promulgada el 4 de octubre de 1933, en virtud de la cual se transforma a los periodistas en servidores del Estado.
Curiosamente, los cinco puntos básicos que cubre su programa de propaganda son: Atención, Deseo, Convicción, Acción y Extensión Mundial. Si nos fijamos, tiene una enorme similitud con la fórmula ideal publicitaria: AIDA (Atención, Interés, Deseo y Adquisición).
De ese programa podemos extraer algunos lemas: “No es preciso que una idea política esté avalada por una buena filosofía, si se dispone de una magnífica propaganda”. “Nada es absoluto, todo es relativo. Las verdades duran lo que una imposición las hace durar”. “Una buena propaganda es lo más cercano a la verdad, aun cuando sea la mentira misma”.
Algunos de los axiomas de Goebbels han llegado a nuestros días, repitiéndose con cierta periodicidad. Destaco tres de ellos:
Una: “Quien dice la primera palabra al mundo es quien tiene la razón”. Dos: “No basta con mentir, debes decir la mentira más grande para que se crea”. Y tres: “Una mentira repetida mil veces acaba siendo una verdad en la mente de la población”.
Quisiera cerrar este breve recorrido con una expresión de Hug Trevor-Roper: “Fue un hombre genial en su campo, quizá el primero que comprendió totalmente las potencialidades de los medios de comunicación al servicio de la propaganda política”.
Por mi parte, no me queda más remedio que darle en parte la razón a este autor, pues, ciertamente, un personaje tan siniestro y cínico como Joseph Goebbels fue el pionero de los lavados de cerebro que sufren las poblaciones anestesiadas ante la mezcla de propaganda y publicidad que difunden los actuales think tanks, y apoyados por tertulianos y supuestos intelectuales que están al servicio de los sectores dominantes para que las leyes más insólitas sean aceptadas casi sin rechistar.
AURELIANO SÁINZ