“Estaba siendo un mes de agosto muy caluroso. Algo más de lo normal, sobre todo, teniendo en cuenta lo templado del recién abandonado julio. No obstante, las altas temperaturas no eran lo único que me estaba sofocando. El caso de los homicidios me traía más de un quebradero de cabeza.
Había pasado algo más de tres años desde que el asesino anónimo le arrebatase la vida a Cing, un joven estudio del cual sólo sabemos que se acababa de mudar a la calle Last Window, número Kyle Hyde, tras pagar durante tres años una breve hipoteca en la avenida Hotel Dusk. La única familia que parecía quedarle era un tal Nintendo, parece que se trata de algún primo lejano. No parece que haya denunciado su desaparición. Quizá no le eche en falta. Comprensible.
De haberse acabado con Cing exclusivamente, la investigación podría enfocarse desde el punto de vista de la venganza hacia esa persona. Incluso hacia lo fortuito. ¿Quién sabe? Puede que el asesinato se llevara a cabo por el mero hecho de cubrir las necesidades de un pobre psicópata. No obstante, así no era la situación.
Al cabo del tiempo, en octubre de 2011, este retorcido maníaco volvía al acecho, quien quiera que fuera. En esta ocasión, volvemos a una situación similar: Team Bondi, enfrentado con Rockstar por cuestiones de trabajo, al parecer el único integrante de su familia, se había acabado de mudar hacía cinco meses a la residencia Cole Phelps de la barriada L.A. Noire.
Estaba claro que al verdugo le interesaban este tipo de personas: jóvenes, con una complexión frágil, fácilmente quebrantables, pero sobre todo con propiedades recientes que no habían llegado a disfrutar debido al poco tiempo que había pasado desde que las habían adquirido.
La forma de proceder, de ejecutar su maniobra, era bien sencilla, casi traslúcida. Pero faltaba un móvil, una causa para comprender a que se debía tal sesgo de vidas. No lograba entender la situación, y atribuir tal suceso al azar o al delirio febril de una persona, sin más motivos que la ausencia total de pruebas, era un acto de negligencia y una falta de respeto a la profesión. Tenía dos problemas: el escaso avance en la investigación desde hacía meses y mi copa de bourbon vacía. Habría que ponerle remedio al más inmediato.
—Póngame otra, Sidney. No se reprima, hace rato que me acabé ésta.
—Como quiera jefe, a mí me pagan por servir, no por preguntar.
No había más que comenzado a caer las primeras gotas del espirituoso, cuando entró mi ayudante Charles Jeunet. Me puso en antecedentes sobre el pésimo estado de Team Bondi. Poco después del ataque, fue ingresado en el hospital Kennedy Miller Mitchel, donde se estuvo recuperando lentamente.
No corrió la misma suerte que la primera víctima, caída en el mismo momento del asalto. Sin embargo, el joven me contó la caída en picado de la salud del paciente tras haber intentado recuperar la normalidad en otra zona conocida como Whore of the Orient.
Tal y como confirmaban las fuentes, el empeoramiento del paciente se produjo escasos días después de que confirmara su firme intención de emprender ese nuevo proyecto. Estaba claro que no se trataba de algo fortuito. El maldito homicida andaba detrás de todo esto.
Sorbiendo lo poco que contenía la copa, preparando mi revólver y fiando lo consumido durante horas en el bar, me dispuse a ponerle fin a la situación. Una vez en la habitación donde se hallaba moribundo Bondi, se encontraba Finbar Galloway, jefe del departamento de homicidios, tomando testimonio a la víctima reincidente.
—Si no lo he entendido mal, la primera vez que fue atacado era un día como otro cualquiera. ¿Cierto? Venía usted del trabajo y al poco de llegar a su casa fue sorprendido. ¿Pasó algo peculiar aquel día, algo fuera de lo común?
—Así…así es. Venía de vuel…ta y ocurrió… No sé por qué. Sumado al estropicio que ocasioné en el trabajo aquel… día, po... podría decirse que no fue… el mejor de mi vida.
Puede que Galloway estuviera más centrado en rellenar un fichero y volver a su casa, pero mi orgullo como detective estaba herido de muerte, necesitaba resolver ese caso. Lo único que necesitaba era una pista. Y ya la tenía.
Me puse en contacto con la señora Margaret, maestra y ama de la base de datos del registro mercantil. Me consiguió la información que necesitaba y sospechaba tras la declaración del convaleciente: Cing y Team Bondi habían sido empleados en el departamento de “juegos de misterios” de las empresas DS y PS3-Xbox, ambas propiedad del mismo dueño.
Según lo comprobado en los archivos, las dos víctimas habían causado con su labor grandes mermas pecuniarias a sus compañías días previos a los ataques acaecidos. Ejecutaban maniobras plausibles, pero no bien vistas pos los clientes, lo que llevó a que se dejara de producir beneficios.
No había lugar a la duda: ya conocía al sospechoso. Lo más rápido que me permitió mi Chevrolet Styleline logré alcanzar el hogar del homicida quien, viéndose acorralado y sin escapatoria alguna, sonrió despreciablemente y afirmó haber acabado con el residente de Kyle Hyde e intentar asestarle, en vano, el golpe de gracia al de Phelps en el hospital. Fue arrestado y puesto en prisión tantos años como longeva fuera la carrera en el mudo de Joan Crawford.
Nunca aceptó darnos su nombre, así que en los documentos de la Policía, el asesino, jefe de las dos víctimas, sólo quedó registrado el pseudónimo de "Mercado". Para la posteridad, Mercado sería conocido como aquel asesino que acababa con los estudios jóvenes que traían consigo pérdidas, aunque su trabajo fuera de calidad”.
En efecto, este relato con claros tintes de novela negra no es un hecho de ficción. La clausura de ambos estudios fue cierta, los motivos mercantiles que la llevaron a cabo también lo fueron, por lo que podría decirse que este relato está basado en hechos reales. Cualquier parecido con personajes de videojuegos, entidades o decisiones empresariales económicas es intencionado.
Si lo desea, puede compartir este contenido: Había pasado algo más de tres años desde que el asesino anónimo le arrebatase la vida a Cing, un joven estudio del cual sólo sabemos que se acababa de mudar a la calle Last Window, número Kyle Hyde, tras pagar durante tres años una breve hipoteca en la avenida Hotel Dusk. La única familia que parecía quedarle era un tal Nintendo, parece que se trata de algún primo lejano. No parece que haya denunciado su desaparición. Quizá no le eche en falta. Comprensible.
De haberse acabado con Cing exclusivamente, la investigación podría enfocarse desde el punto de vista de la venganza hacia esa persona. Incluso hacia lo fortuito. ¿Quién sabe? Puede que el asesinato se llevara a cabo por el mero hecho de cubrir las necesidades de un pobre psicópata. No obstante, así no era la situación.
Al cabo del tiempo, en octubre de 2011, este retorcido maníaco volvía al acecho, quien quiera que fuera. En esta ocasión, volvemos a una situación similar: Team Bondi, enfrentado con Rockstar por cuestiones de trabajo, al parecer el único integrante de su familia, se había acabado de mudar hacía cinco meses a la residencia Cole Phelps de la barriada L.A. Noire.
Estaba claro que al verdugo le interesaban este tipo de personas: jóvenes, con una complexión frágil, fácilmente quebrantables, pero sobre todo con propiedades recientes que no habían llegado a disfrutar debido al poco tiempo que había pasado desde que las habían adquirido.
La forma de proceder, de ejecutar su maniobra, era bien sencilla, casi traslúcida. Pero faltaba un móvil, una causa para comprender a que se debía tal sesgo de vidas. No lograba entender la situación, y atribuir tal suceso al azar o al delirio febril de una persona, sin más motivos que la ausencia total de pruebas, era un acto de negligencia y una falta de respeto a la profesión. Tenía dos problemas: el escaso avance en la investigación desde hacía meses y mi copa de bourbon vacía. Habría que ponerle remedio al más inmediato.
—Póngame otra, Sidney. No se reprima, hace rato que me acabé ésta.
—Como quiera jefe, a mí me pagan por servir, no por preguntar.
No había más que comenzado a caer las primeras gotas del espirituoso, cuando entró mi ayudante Charles Jeunet. Me puso en antecedentes sobre el pésimo estado de Team Bondi. Poco después del ataque, fue ingresado en el hospital Kennedy Miller Mitchel, donde se estuvo recuperando lentamente.
No corrió la misma suerte que la primera víctima, caída en el mismo momento del asalto. Sin embargo, el joven me contó la caída en picado de la salud del paciente tras haber intentado recuperar la normalidad en otra zona conocida como Whore of the Orient.
Tal y como confirmaban las fuentes, el empeoramiento del paciente se produjo escasos días después de que confirmara su firme intención de emprender ese nuevo proyecto. Estaba claro que no se trataba de algo fortuito. El maldito homicida andaba detrás de todo esto.
Sorbiendo lo poco que contenía la copa, preparando mi revólver y fiando lo consumido durante horas en el bar, me dispuse a ponerle fin a la situación. Una vez en la habitación donde se hallaba moribundo Bondi, se encontraba Finbar Galloway, jefe del departamento de homicidios, tomando testimonio a la víctima reincidente.
—Si no lo he entendido mal, la primera vez que fue atacado era un día como otro cualquiera. ¿Cierto? Venía usted del trabajo y al poco de llegar a su casa fue sorprendido. ¿Pasó algo peculiar aquel día, algo fuera de lo común?
—Así…así es. Venía de vuel…ta y ocurrió… No sé por qué. Sumado al estropicio que ocasioné en el trabajo aquel… día, po... podría decirse que no fue… el mejor de mi vida.
Puede que Galloway estuviera más centrado en rellenar un fichero y volver a su casa, pero mi orgullo como detective estaba herido de muerte, necesitaba resolver ese caso. Lo único que necesitaba era una pista. Y ya la tenía.
Me puse en contacto con la señora Margaret, maestra y ama de la base de datos del registro mercantil. Me consiguió la información que necesitaba y sospechaba tras la declaración del convaleciente: Cing y Team Bondi habían sido empleados en el departamento de “juegos de misterios” de las empresas DS y PS3-Xbox, ambas propiedad del mismo dueño.
Según lo comprobado en los archivos, las dos víctimas habían causado con su labor grandes mermas pecuniarias a sus compañías días previos a los ataques acaecidos. Ejecutaban maniobras plausibles, pero no bien vistas pos los clientes, lo que llevó a que se dejara de producir beneficios.
No había lugar a la duda: ya conocía al sospechoso. Lo más rápido que me permitió mi Chevrolet Styleline logré alcanzar el hogar del homicida quien, viéndose acorralado y sin escapatoria alguna, sonrió despreciablemente y afirmó haber acabado con el residente de Kyle Hyde e intentar asestarle, en vano, el golpe de gracia al de Phelps en el hospital. Fue arrestado y puesto en prisión tantos años como longeva fuera la carrera en el mudo de Joan Crawford.
Nunca aceptó darnos su nombre, así que en los documentos de la Policía, el asesino, jefe de las dos víctimas, sólo quedó registrado el pseudónimo de "Mercado". Para la posteridad, Mercado sería conocido como aquel asesino que acababa con los estudios jóvenes que traían consigo pérdidas, aunque su trabajo fuera de calidad”.
En efecto, este relato con claros tintes de novela negra no es un hecho de ficción. La clausura de ambos estudios fue cierta, los motivos mercantiles que la llevaron a cabo también lo fueron, por lo que podría decirse que este relato está basado en hechos reales. Cualquier parecido con personajes de videojuegos, entidades o decisiones empresariales económicas es intencionado.
SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN