“Por aquel entonces me llamaba Louis de Pointe du Lac y trabajaba en una plantación de Nueva Orleans que poseía mi familia. Eran otros tiempos, los siglos no pasan en vano, aunque una persona como yo, maldita con lo que algunos llaman el don de la inmortalidad -y el de la inmoralidad, aunque eso se aprende con el tiempo- se da cuenta de que apenas hemos cambiado con el paso de los años: tanta revolución, tanta guerra, tanto muerto defendiendo sus ideas… al final ¿para qué?
Cuando te ves condenado a vivir en mis condiciones, aprendes a moverte entre las sombras. Al principio se te presenta un vasto piélago desesperanzado al que te han condenado por una mordida, ya sabes, tener que matar para poder seguir viviendo no creo que esté entre las preferencias de ninguna mente humana sana, por retorcida que sea; pero es el puro egoísmo lo que me mantiene con vida: por mucho que me horrorizara matar para vivir, nunca tuve el valor suficiente para dejar de hacerlo y haber muerto de inanición.
Llegué a España hace muchos años en busca de los auténticos vampiros del Viejo Mundo, pero no encontré más que decadencia: cadáveres inanimados horribles carentes de razón. Fue así como tuve que hacerme poco a poco un hueco hasta llegar a ser quien soy ahora mismo.
La gente es más auténtica cuando lo que afloran son los bajos instintos, y en la mentira, el deshonor y la rapiña fue donde encontré a quienes me aceptaban tal y como era. Yo creo que ellos, aunque humanos, siempre soñaron con aquel momento a solas conmigo en el que habría de clavarles mis colmillos siguiendo un ritual del que te ahorraré los detalles, pero nunca se atrevieron a pedírmelo
Mejor, por otra parte, nosotros somos así para sobrevivir, pero ellos parece que disfrutan saciando sus ansias de poder y dinero con el engaño y el sufrimiento de los demás… Por tu cara intuyo que no esperabas en absoluto esta pequeña confesión que te he regalado, en fin, persona el lapsus, Pedro, mejor será que publiques los datos exclusivamente económicos, que bastante material te he proporcionado, y olvides todo esto que te acabo de contar”.
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Cuando te ves condenado a vivir en mis condiciones, aprendes a moverte entre las sombras. Al principio se te presenta un vasto piélago desesperanzado al que te han condenado por una mordida, ya sabes, tener que matar para poder seguir viviendo no creo que esté entre las preferencias de ninguna mente humana sana, por retorcida que sea; pero es el puro egoísmo lo que me mantiene con vida: por mucho que me horrorizara matar para vivir, nunca tuve el valor suficiente para dejar de hacerlo y haber muerto de inanición.
Llegué a España hace muchos años en busca de los auténticos vampiros del Viejo Mundo, pero no encontré más que decadencia: cadáveres inanimados horribles carentes de razón. Fue así como tuve que hacerme poco a poco un hueco hasta llegar a ser quien soy ahora mismo.
La gente es más auténtica cuando lo que afloran son los bajos instintos, y en la mentira, el deshonor y la rapiña fue donde encontré a quienes me aceptaban tal y como era. Yo creo que ellos, aunque humanos, siempre soñaron con aquel momento a solas conmigo en el que habría de clavarles mis colmillos siguiendo un ritual del que te ahorraré los detalles, pero nunca se atrevieron a pedírmelo
Mejor, por otra parte, nosotros somos así para sobrevivir, pero ellos parece que disfrutan saciando sus ansias de poder y dinero con el engaño y el sufrimiento de los demás… Por tu cara intuyo que no esperabas en absoluto esta pequeña confesión que te he regalado, en fin, persona el lapsus, Pedro, mejor será que publiques los datos exclusivamente económicos, que bastante material te he proporcionado, y olvides todo esto que te acabo de contar”.
PABLO POÓ