A primeros de mayo, un periódico se hacía eco de la siguiente noticia: “El mal uso de las redes sociales preocupa a los padres”. Tocaré dos palos íntimamente relacionados uno con el otro y de una importancia bastante grande para la dignidad, la seguridad y, en algún caso, hasta para la integridad física y psicológica de terceras personas.
Del citado artículo entresaco lo siguiente: “Las principales consecuencias del mal uso de estos recursos se acusan en el comportamiento de los menores y entre estas destaca el acoso entre iguales en el entorno de las nuevas tecnologías e incluye actuaciones de chantaje, vejaciones e insultos de unos menores a otros (…)”.
En un corto espacio de tiempo nos han salido unos compañeros de viaje muy especiales –televisión, ordenador y sus variantes, consolas, y toda una gama de móviles versátiles, completos y por desgracia hasta terroríficos-. Compañeros de viaje que han crecido a velocidad de vértigo.
No estoy bramando contra los avances técnicos que, bien usados, nos proporcionan innumerables beneficios. La energía atómica también pudo ser un invento bueno. Levanto la voz contra la insensatez, contra un “laisser-faire” que nos está embruteciendo a pasos de gigante.
La distribución de videos, por parte de menores y no tan menores, en la Red se iniciaron como “un juego de niños”. Videos divertidos, de situaciones estrafalarias, de proezas juveniles… Abreviando: digamos que son videos inocentes para lucirse, destacar, epatar a los colegas…
Pero, en un momento determinado, se traspasan las fronteras del respeto mínimo a la persona, a la intimidad y van apareciendo contenidos subidos de tono, ofensivos y hasta denigrantes. Vejatorios a más no poder. Leo en otra noticia: “Detenidos seis menores por distribuir por móviles e Internet un vídeo sexual de dos niñas”. Este último caso, ocurrido en nuestro entorno, aún está calentito.
El juez de menores, Emilio Calatayud, ha dicho recientemente: “La difusión del vídeo revela la pérdida de valores y de respeto” y añadía a renglón seguido que “estos jóvenes no son conscientes de que han cometido un delito de divulgación de pornografía y otro contra el honor y la intimidad”.
Para este juez “lo triste es que el que ha difundido las imágenes ha conseguido muchos seguidores en Internet”, en referencia a uno de los casos ocurridos hace más de un mes. Nunca la justicia habló más llanamente y con más sentido común. Curiosamente, a estos adolescentes no les parece que estén haciendo nada malo.
La siguiente noticia, aparecida el pasado 30 de mayo, es sintomática y preocupante y se debe tener en cuenta: “Facebook (por fin) reacciona frente a las bromas sobre violaciones”. Hasta ahora no censuraba las fotos en las que se animaba a abusar o maltratar a mujeres.
Publicar videos de violaciones reales, vejaciones varias, a compañeras en la mayoría de casos, se ha convertido en un pasatiempo divertido entre adolescentes americanos que, para colmo de males, no les parece mal lo que están haciendo y, claro, contaban con un magnifico escaparate en este medio.
Parece ser que para Facebook la violencia sexual era sólo una broma. La reacción para cambiar de postura ha venido como consecuencia de la retirada de publicidad. ¡Poderoso caballero es Don Dinero! El mal ya está hecho y esa denigrante moda también ha llegado a nosotros. Cada vez están apareciendo más videos de esta calaña. Y llegados a este punto, saltan los plomos de cualquiera. Con esto de Internet, el problema es peliagudo. ¿Quién le pone puertas al campo?
¿Por qué actúan de esta manera? ¿Cuál es la razón de dar a conocer estas hazañas? La pertenencia al grupo, el deseo de ser aceptado, la bravuconería de mostrarse más atrevidos que los demás y, sobre todo, la necesidad de notoriedad podrían ser algunas de las improntas que desencadenan este tipo de conductas.
Sentirse importantes, admirados y ganarse el respeto de la charpa es importantísimo para ellos. La precocidad sexual es una característica de la juventud actual y este factor colabora para que la edad de las “travesuras” se manifieste en este terreno aprovechado los medios de que disponen. Nuestros jóvenes han crecido, sexualmente hablando, más que la edad psicológica que tienen. Hoy las macabras travesuras, en algunos lamentables casos, parece van en aumento, se airean en el escaparate virtual con el consabido daño que puede acarrear.
En otras épocas –cualquier tiempo pasado no fue mejor- nos encaramábamos a los árboles con riesgo de descalabrarnos la chola, de lo cual éramos conscientes; ahora nos sumergimos en Internet a pecho descubierto, sin encomendarnos ni a dios ni al diablo. El riesgo es grande pero se magnifica cuando usamos las ramas del árbol para descalabrar cabezas ajenas y nos quedamos tan panchos.
Hoy jugamos con alta tecnología, rápido intercambio de información, tanto buena como no tan buena. Tenemos el mundo a un toque de tecla y, alegre y virtualmente, enviamos lo que haga falta. El patio de vecinos se ha hecho global y en él convivimos tanto haciendo cosas buenas como tendiendo trapos sucios (reales o inventados) para deleite de los demás vecinos. Y, lo que es más terrorífico: sin pensar ¿importarnos? el daño que podamos causar.
El uso del móvil
Un caso paradigmático es el uso del móvil. Dice el juez Calatayud: “los móviles de última generación e Internet son instrumentos peligrosos… Algunos chavales están totalmente enganchados como a una droga, y además permiten que puedan cometer hechos delictivos”. Son palabras de un juez que no tiene pinta de retrógrado.
Los expertos opinan que el móvil deberían usarlo a partir de los 14 o 15 años, pero en nuestro país se inician bastante antes, según datos del Instituto Nacional de Estadística. ¿Por qué esa precocidad? Los padres regalan antes el móvil para tenerlos localizados y los hijos presionan para conseguirlo ya.
¡Inocentes! Lo de la localización es un engaño puesto que nos podrán decir que están en el polideportivo y no tenemos manera de saberlo, salvo que estemos conectados por GPS. La localización es un camelo y la presión, un chantaje. ¿Cuándo, entonces, darles un móvil? Cuando den muestras de una madurez y confianza suficientes, aunque nos duela el estómago cuando salen.
Alguna vez me he referido de pasada al “guasapeo”. Interesante, divertido, para sentirse acompañado y muchas razones más. El móvil quita tiempo por un tubo: de dormir, de estudiar, de convivir, de jugar... Perdonen, se me olvidaba que el móvil es ya de por sí un juguete más pero, ¿saben utilizarlo? Técnicamente, por supuesto que sí.
En lo que sí están de acuerdo la mayoría de expertos es en que “no se puede entregar un teléfono móvil a un menor sin explicarle antes cómo utilizarlo correctamente”. En este punto se hace necesaria la intervención paterna o materna, como no puede ser de otra manera.
Regalarle un móvil y permitirle acceso a Internet está bien, entre otras razones, porque no es bueno ir contracorriente ya que nos arriesgamos a que nos engañen. Pero hay que dejarles claro qué pueden y qué no deben hacer, que hay unos riesgos y unas leyes a las que atenerse en lo que se refiere a integridad física, moral y psicológica de las personas y que transgredir fronteras es delito. Todo el monte no es orégano: hay límites marcados por la dignidad, el respeto, la intimidad. Forjarse una vida cuesta tiempo, sacrificio, sudor y a veces lágrimas, para que la destruyamos en un toque de teclado.
Repito que no estoy en contra de las nuevas tecnologías, estoy en contra del mal uso de las mismas y de las consecuencias negativas que pueden reportar, tanto para los usuarios como para terceras personas. ¿Hemos minimizado el riesgo sin ser conscientes de ello? ¿Hacer daño al prójimo no tiene mayor importancia?
Las víctimas de estos desafueros son personas de carne y hueso, con sentimientos, con un corazoncito que es fácil destrozar y para el que no hay cirugía cardiovascular después de un zarpazo virtual de tamaña envergadura. En el fondo de todo esto subyace un problema de valores básicos e indispensables para convivir como seres humanos.
Pero ¡hete aquí! que los caballeretes, ellos y ellas –no puedo decir "caballeretas"-, entre 12 y 17 abriles y que, por supuesto, no son tontos, empiezan a huir de Facebook, según otro artículo de prensa de este mes, porque en esta red hay mayores y, sobre todo, porque están muchos padres. ¡Voto a bríos!
Para preocupación de padres, los chavales “están compartiendo más datos e información personal que nunca (fotografías, lugar de residencia y hasta número de teléfono…)” y, de cuando en cuando, salta la liebre con videos deprimentes por el ataque que conllevan a la intimidad de otras personas. Normalmente, son de colegas a los que se quiere gastar una broma o a los que se pretende denigrar, amén de publicitar sus proezas –en este caso, sexuales- pues, si no se conocen, no tiene gracia el asunto.
¿Qué se puede hacer? Repito que es difícil poner puertas al campo e Internet es una tundra o un oasis lleno de información. Dicen los expertos que una forma de saber por dónde van caminando en las redes y dando por seguro que nuestros hijos saben más que nosotros sobre su uso, es hacerlos cómplices y pedirles ayuda para entrar o crear una cuenta, para comunicar o compartir información con otras personas.
Cualquier artimaña puede ser útil si, con ello, conseguimos un cierto control. No es un desdoro pedir ayuda en esta parcela. Más vale pasar por ignorante ante ellos que tener que lamentar ulteriores situaciones no deseadas.
¿Más información o más concienciación? Las últimas generaciones son los cachorros de muchos derechos y pocos deberes. Hemos hecho dejación de deberes, empezando por la familia, la sociedad y terminando por la escuela. Pobrecillos, ¿para qué traumatizarlos? Libertad, derechos y también deberes, respeto al otro, son algunos de los pilares del edificio social que parece estamos perdiendo de vista de tanto mirarnos el ombligo.
La información debe centrarse por igual en la familia y la escuela. No se trata de alarmar y sí de prevenir antes que sea tarde. El acoso entre iguales ha dado ya frutos podridos en vidas truncadas como consecuencia de no poder soportar la presión ejercida por acosadores. El suicidio, la depresión, la soledad, la frustración, el aislamiento, el rechazo social son males, de mayor a menor intensidad, que van a marcar con huella indeleble a estos jóvenes acosados. Y todo, por una broma, en muchos de los casos.
Si lo desea, puede compartir este contenido: Del citado artículo entresaco lo siguiente: “Las principales consecuencias del mal uso de estos recursos se acusan en el comportamiento de los menores y entre estas destaca el acoso entre iguales en el entorno de las nuevas tecnologías e incluye actuaciones de chantaje, vejaciones e insultos de unos menores a otros (…)”.
En un corto espacio de tiempo nos han salido unos compañeros de viaje muy especiales –televisión, ordenador y sus variantes, consolas, y toda una gama de móviles versátiles, completos y por desgracia hasta terroríficos-. Compañeros de viaje que han crecido a velocidad de vértigo.
No estoy bramando contra los avances técnicos que, bien usados, nos proporcionan innumerables beneficios. La energía atómica también pudo ser un invento bueno. Levanto la voz contra la insensatez, contra un “laisser-faire” que nos está embruteciendo a pasos de gigante.
La distribución de videos, por parte de menores y no tan menores, en la Red se iniciaron como “un juego de niños”. Videos divertidos, de situaciones estrafalarias, de proezas juveniles… Abreviando: digamos que son videos inocentes para lucirse, destacar, epatar a los colegas…
Pero, en un momento determinado, se traspasan las fronteras del respeto mínimo a la persona, a la intimidad y van apareciendo contenidos subidos de tono, ofensivos y hasta denigrantes. Vejatorios a más no poder. Leo en otra noticia: “Detenidos seis menores por distribuir por móviles e Internet un vídeo sexual de dos niñas”. Este último caso, ocurrido en nuestro entorno, aún está calentito.
El juez de menores, Emilio Calatayud, ha dicho recientemente: “La difusión del vídeo revela la pérdida de valores y de respeto” y añadía a renglón seguido que “estos jóvenes no son conscientes de que han cometido un delito de divulgación de pornografía y otro contra el honor y la intimidad”.
Para este juez “lo triste es que el que ha difundido las imágenes ha conseguido muchos seguidores en Internet”, en referencia a uno de los casos ocurridos hace más de un mes. Nunca la justicia habló más llanamente y con más sentido común. Curiosamente, a estos adolescentes no les parece que estén haciendo nada malo.
La siguiente noticia, aparecida el pasado 30 de mayo, es sintomática y preocupante y se debe tener en cuenta: “Facebook (por fin) reacciona frente a las bromas sobre violaciones”. Hasta ahora no censuraba las fotos en las que se animaba a abusar o maltratar a mujeres.
Publicar videos de violaciones reales, vejaciones varias, a compañeras en la mayoría de casos, se ha convertido en un pasatiempo divertido entre adolescentes americanos que, para colmo de males, no les parece mal lo que están haciendo y, claro, contaban con un magnifico escaparate en este medio.
Parece ser que para Facebook la violencia sexual era sólo una broma. La reacción para cambiar de postura ha venido como consecuencia de la retirada de publicidad. ¡Poderoso caballero es Don Dinero! El mal ya está hecho y esa denigrante moda también ha llegado a nosotros. Cada vez están apareciendo más videos de esta calaña. Y llegados a este punto, saltan los plomos de cualquiera. Con esto de Internet, el problema es peliagudo. ¿Quién le pone puertas al campo?
¿Por qué actúan de esta manera? ¿Cuál es la razón de dar a conocer estas hazañas? La pertenencia al grupo, el deseo de ser aceptado, la bravuconería de mostrarse más atrevidos que los demás y, sobre todo, la necesidad de notoriedad podrían ser algunas de las improntas que desencadenan este tipo de conductas.
Sentirse importantes, admirados y ganarse el respeto de la charpa es importantísimo para ellos. La precocidad sexual es una característica de la juventud actual y este factor colabora para que la edad de las “travesuras” se manifieste en este terreno aprovechado los medios de que disponen. Nuestros jóvenes han crecido, sexualmente hablando, más que la edad psicológica que tienen. Hoy las macabras travesuras, en algunos lamentables casos, parece van en aumento, se airean en el escaparate virtual con el consabido daño que puede acarrear.
En otras épocas –cualquier tiempo pasado no fue mejor- nos encaramábamos a los árboles con riesgo de descalabrarnos la chola, de lo cual éramos conscientes; ahora nos sumergimos en Internet a pecho descubierto, sin encomendarnos ni a dios ni al diablo. El riesgo es grande pero se magnifica cuando usamos las ramas del árbol para descalabrar cabezas ajenas y nos quedamos tan panchos.
Hoy jugamos con alta tecnología, rápido intercambio de información, tanto buena como no tan buena. Tenemos el mundo a un toque de tecla y, alegre y virtualmente, enviamos lo que haga falta. El patio de vecinos se ha hecho global y en él convivimos tanto haciendo cosas buenas como tendiendo trapos sucios (reales o inventados) para deleite de los demás vecinos. Y, lo que es más terrorífico: sin pensar ¿importarnos? el daño que podamos causar.
El uso del móvil
Un caso paradigmático es el uso del móvil. Dice el juez Calatayud: “los móviles de última generación e Internet son instrumentos peligrosos… Algunos chavales están totalmente enganchados como a una droga, y además permiten que puedan cometer hechos delictivos”. Son palabras de un juez que no tiene pinta de retrógrado.
Los expertos opinan que el móvil deberían usarlo a partir de los 14 o 15 años, pero en nuestro país se inician bastante antes, según datos del Instituto Nacional de Estadística. ¿Por qué esa precocidad? Los padres regalan antes el móvil para tenerlos localizados y los hijos presionan para conseguirlo ya.
¡Inocentes! Lo de la localización es un engaño puesto que nos podrán decir que están en el polideportivo y no tenemos manera de saberlo, salvo que estemos conectados por GPS. La localización es un camelo y la presión, un chantaje. ¿Cuándo, entonces, darles un móvil? Cuando den muestras de una madurez y confianza suficientes, aunque nos duela el estómago cuando salen.
Alguna vez me he referido de pasada al “guasapeo”. Interesante, divertido, para sentirse acompañado y muchas razones más. El móvil quita tiempo por un tubo: de dormir, de estudiar, de convivir, de jugar... Perdonen, se me olvidaba que el móvil es ya de por sí un juguete más pero, ¿saben utilizarlo? Técnicamente, por supuesto que sí.
En lo que sí están de acuerdo la mayoría de expertos es en que “no se puede entregar un teléfono móvil a un menor sin explicarle antes cómo utilizarlo correctamente”. En este punto se hace necesaria la intervención paterna o materna, como no puede ser de otra manera.
Regalarle un móvil y permitirle acceso a Internet está bien, entre otras razones, porque no es bueno ir contracorriente ya que nos arriesgamos a que nos engañen. Pero hay que dejarles claro qué pueden y qué no deben hacer, que hay unos riesgos y unas leyes a las que atenerse en lo que se refiere a integridad física, moral y psicológica de las personas y que transgredir fronteras es delito. Todo el monte no es orégano: hay límites marcados por la dignidad, el respeto, la intimidad. Forjarse una vida cuesta tiempo, sacrificio, sudor y a veces lágrimas, para que la destruyamos en un toque de teclado.
Repito que no estoy en contra de las nuevas tecnologías, estoy en contra del mal uso de las mismas y de las consecuencias negativas que pueden reportar, tanto para los usuarios como para terceras personas. ¿Hemos minimizado el riesgo sin ser conscientes de ello? ¿Hacer daño al prójimo no tiene mayor importancia?
Las víctimas de estos desafueros son personas de carne y hueso, con sentimientos, con un corazoncito que es fácil destrozar y para el que no hay cirugía cardiovascular después de un zarpazo virtual de tamaña envergadura. En el fondo de todo esto subyace un problema de valores básicos e indispensables para convivir como seres humanos.
Pero ¡hete aquí! que los caballeretes, ellos y ellas –no puedo decir "caballeretas"-, entre 12 y 17 abriles y que, por supuesto, no son tontos, empiezan a huir de Facebook, según otro artículo de prensa de este mes, porque en esta red hay mayores y, sobre todo, porque están muchos padres. ¡Voto a bríos!
Para preocupación de padres, los chavales “están compartiendo más datos e información personal que nunca (fotografías, lugar de residencia y hasta número de teléfono…)” y, de cuando en cuando, salta la liebre con videos deprimentes por el ataque que conllevan a la intimidad de otras personas. Normalmente, son de colegas a los que se quiere gastar una broma o a los que se pretende denigrar, amén de publicitar sus proezas –en este caso, sexuales- pues, si no se conocen, no tiene gracia el asunto.
¿Qué se puede hacer? Repito que es difícil poner puertas al campo e Internet es una tundra o un oasis lleno de información. Dicen los expertos que una forma de saber por dónde van caminando en las redes y dando por seguro que nuestros hijos saben más que nosotros sobre su uso, es hacerlos cómplices y pedirles ayuda para entrar o crear una cuenta, para comunicar o compartir información con otras personas.
Cualquier artimaña puede ser útil si, con ello, conseguimos un cierto control. No es un desdoro pedir ayuda en esta parcela. Más vale pasar por ignorante ante ellos que tener que lamentar ulteriores situaciones no deseadas.
¿Más información o más concienciación? Las últimas generaciones son los cachorros de muchos derechos y pocos deberes. Hemos hecho dejación de deberes, empezando por la familia, la sociedad y terminando por la escuela. Pobrecillos, ¿para qué traumatizarlos? Libertad, derechos y también deberes, respeto al otro, son algunos de los pilares del edificio social que parece estamos perdiendo de vista de tanto mirarnos el ombligo.
La información debe centrarse por igual en la familia y la escuela. No se trata de alarmar y sí de prevenir antes que sea tarde. El acoso entre iguales ha dado ya frutos podridos en vidas truncadas como consecuencia de no poder soportar la presión ejercida por acosadores. El suicidio, la depresión, la soledad, la frustración, el aislamiento, el rechazo social son males, de mayor a menor intensidad, que van a marcar con huella indeleble a estos jóvenes acosados. Y todo, por una broma, en muchos de los casos.
PEPE CANTILLO