La izquierda adolece de muchos tics que la han hecho inservible para conformar grandes mayorías y liderar cambios reales. Sólo se cambia el mundo si se puede escribir en los boletines oficiales, aunque no por ello deja de ser imprescindible la labor de oposición y movilización ciudadana.
Uno de los tics de la izquierda, y que la han convertido en incapaz para conformar mayorías en Europa, ha sido su europeísimo acomplejado. Incapaz de conectar su discurso antineoliberal con la mayoría social, en muchas ocasiones ha optado por decir “no” a todo lo procedente de Bruselas y al escoramiento en los escaños jacobinos del Parlamento Europeo.
Las próximas elecciones al Parlamento Europeo son una gran oportunidad para que la izquierda aspire a construir la UE desde el europeísmo, con el convencimiento de que no es la UE el problema, sino esta Europa antidemocrática en manos de los poderes financieros.
La complejidad del entramado institucional de la UE y la lejanía física, son muchas veces las patentes de corso para que la izquierda haya dejado la construcción europea a democristianos y socialdemócratas, las dos corrientes ideológicas que pusieron en pie la construcción europea y las dos ideologías que la han puesto de rodillas frente a la especulación financiera y los intereses mercantiles.
Para empezar a construir otra UE, la opción más útil es de la de conformar listas estatales unitarias, así como que el conjunto de la izquierda continental designe a un o una líder llamada a recorrer los 27 Estados Miembros para explicar cuál es el proyecto político de la izquierda para, además de derrocar a la troika, levantar el ánimo de la ciudadanía y democratizar radicalmente las instituciones y los Tratados europeos.
La socialdemocracia, casi con total seguridad, presentará al actual presidente del Parlamento Europeo, el alemán Martin Schulz, como candidato a presidir la Comisión Europea. La izquierda también tiene que presentar a su candidato. De los escaños jacobinos del “no” a la propuesta del “sí”.
La previsible abstención en las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014 es evitable, si la izquierda convence de que este vehículo donde viaja la UE es perfectamente modificable. Que hay alternativas a una maldad ideológica que se ha apoderado del proyecto de construcción europea hasta convertirlo en una bancocracia.
Cambiar los Tratados para democratizar el Banco Central Europeo, ahora en manos de la banca privada alemana; sustituir políticas de empobrecimiento por un multimillonario plan de inversiones que sirva para, además de crear empleo, modificar las bases fósiles del modelo productivo europeo hacia una Europa autosuficiente energéticamente y sostenibe en lo ecológico y económico. Caminar hacia el ecosocialismo: tarea para la que la izquierda está obligada a buscar alianzas con los ecologistas europeos.
A pesar del discurso derrotista de la izquierda triste, desde Bruselas sí se puede hacer otra política distinta a la de socialdemócratas y democristianos. Una mayoría de izquierdas en la Eurocámara impidió la aprobación de la Directiva de las 65 horas laborales, lo que hubiera sido la vuelta a esclavitud laboral; y una mayoría europarlamentaria bloqueó el nombramiento de Toni Blair como presidente de la Comisión Europea.
El Parlamento Europeo no tiene iniciativa legislativa, deficiencia que es corregible si se modifica el Tratado de Lisboa, pero legisla a iniciativa de la Comisión Europea y puede hacer que las normativas europeas sean aplaudidas por la bancocracia o por la ciudadanía. Igual que en el Estado español, la salida a la crisis europea también pasa por un proceso constituyente.
El neoliberalismo no es europeísta, a pesar de los complejos euroescépticos de la izquierda; es el neoliberalismo el que está destruyendo el edificio que nació para ahuyentar a los populismos, a la ultraderecha y los conflictos entre europeos.
La izquierda debe aspirar a ser mayoría también en Europa, que es donde se está jugando la verdadera batalla por el modelo de social y económico que disfrutaremos –o padeceremos- en los años venideros. Eso sí, para construir otra Europa no podemos seguir mandando a Bruselas a los tristes jarrones chinos que nos sobran en las estanterías de la política estatal. Ese modelo de europeísmo también ha muerto.
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Las próximas elecciones al Parlamento Europeo son una gran oportunidad para que la izquierda aspire a construir la UE desde el europeísmo, con el convencimiento de que no es la UE el problema, sino esta Europa antidemocrática en manos de los poderes financieros.
La complejidad del entramado institucional de la UE y la lejanía física, son muchas veces las patentes de corso para que la izquierda haya dejado la construcción europea a democristianos y socialdemócratas, las dos corrientes ideológicas que pusieron en pie la construcción europea y las dos ideologías que la han puesto de rodillas frente a la especulación financiera y los intereses mercantiles.
Para empezar a construir otra UE, la opción más útil es de la de conformar listas estatales unitarias, así como que el conjunto de la izquierda continental designe a un o una líder llamada a recorrer los 27 Estados Miembros para explicar cuál es el proyecto político de la izquierda para, además de derrocar a la troika, levantar el ánimo de la ciudadanía y democratizar radicalmente las instituciones y los Tratados europeos.
La socialdemocracia, casi con total seguridad, presentará al actual presidente del Parlamento Europeo, el alemán Martin Schulz, como candidato a presidir la Comisión Europea. La izquierda también tiene que presentar a su candidato. De los escaños jacobinos del “no” a la propuesta del “sí”.
La previsible abstención en las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014 es evitable, si la izquierda convence de que este vehículo donde viaja la UE es perfectamente modificable. Que hay alternativas a una maldad ideológica que se ha apoderado del proyecto de construcción europea hasta convertirlo en una bancocracia.
Cambiar los Tratados para democratizar el Banco Central Europeo, ahora en manos de la banca privada alemana; sustituir políticas de empobrecimiento por un multimillonario plan de inversiones que sirva para, además de crear empleo, modificar las bases fósiles del modelo productivo europeo hacia una Europa autosuficiente energéticamente y sostenibe en lo ecológico y económico. Caminar hacia el ecosocialismo: tarea para la que la izquierda está obligada a buscar alianzas con los ecologistas europeos.
A pesar del discurso derrotista de la izquierda triste, desde Bruselas sí se puede hacer otra política distinta a la de socialdemócratas y democristianos. Una mayoría de izquierdas en la Eurocámara impidió la aprobación de la Directiva de las 65 horas laborales, lo que hubiera sido la vuelta a esclavitud laboral; y una mayoría europarlamentaria bloqueó el nombramiento de Toni Blair como presidente de la Comisión Europea.
El Parlamento Europeo no tiene iniciativa legislativa, deficiencia que es corregible si se modifica el Tratado de Lisboa, pero legisla a iniciativa de la Comisión Europea y puede hacer que las normativas europeas sean aplaudidas por la bancocracia o por la ciudadanía. Igual que en el Estado español, la salida a la crisis europea también pasa por un proceso constituyente.
El neoliberalismo no es europeísta, a pesar de los complejos euroescépticos de la izquierda; es el neoliberalismo el que está destruyendo el edificio que nació para ahuyentar a los populismos, a la ultraderecha y los conflictos entre europeos.
La izquierda debe aspirar a ser mayoría también en Europa, que es donde se está jugando la verdadera batalla por el modelo de social y económico que disfrutaremos –o padeceremos- en los años venideros. Eso sí, para construir otra Europa no podemos seguir mandando a Bruselas a los tristes jarrones chinos que nos sobran en las estanterías de la política estatal. Ese modelo de europeísmo también ha muerto.
RAÚL SOLÍS